Terraferma
Sinopsis de la película
En una pequeña isla próxima a Sicilia, cuya principal actividad había sido siempre la pesca, vive el joven Filippo con su abuelo y su madre viuda. Pero ya nadie puede sobrevivir gracias a la pesca, tampoco ellos, de manera que no tendrán más remedio que resignarse y comenzar una nueva vida. Deciden, pues, alquilar su casa a los turistas durante el verano, y terminada la estación venden la barca. Un día Filippo y su abuelo salen a pescar y se encuentran con una patera llena de inmigrantes que está a punto de naufragar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Terraferma
- Año: 2011
- Duración: 88
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Opinión de la crítica
Película
6.1
42 valoraciones en total
Da la sensación de que el cine italiano permanece anclado a unos esquemas que se repiten tanto en sus formas como en su fondo, alardeo de un costumbrismo conscientemente imperfecto al que se remite sistemáticamente, limitando la diversificación de sus propuestas y conformándose con ello. No obstante, no es tanto una cuestión de concepción como de distribución la que afecta nuestra percepción de todo ello, ya que son las producciones más genuinamente italianas –en el sentido más conservador de la expresión– las que llegan a nuestras salas, a excepción de puntuales rarezas como Un lugar donde quedarse (Paolo Sorrentino, 2011) o Yo soy el amor (Luca Guadagnino, 2009). Y es que la sombra del neorrealismo italiano y de sus ilustres nombres propios es alargada, casi perjudicial para una generación que aun pretendiendo abogar por lo nuevo y rupturista ve como el conjunto de la industria incentiva la continuación en busca de pequeños De Sicas que reafirmen lo perenne de esta forma de hacer cine.
Ante eso, el resultado es una reducción de matices entre el deleite y el desinterés hacia el cine del país transalpino, que sólo encontrará público en quien se sienta atraído por sus bien sabidas fórmulas. Y con esas que llega estos días a nuestras carteleras una propuesta tan poco innovadora como altamente recomendable de marcado carácter costumbrista e inequívocamente italiana. Se trata de Terraferma, obra tan coherente como austera que retrata la temporada veraniega en una pequeña isla italiana, próxima a Sicilia, en la que los habitantes se dedican a una pesca cada vez más empobrecida y a la explotación del turismo joven de domingueo. Podría ser la obra de Emanuele Crialese la descripción de un romance veraniego postadolescente, y de hecho así se adivina en su primera media hora, en la que su protagonista –un Filippo Pucillo que va de menos a más– parece destinado a caer en las manos de una desinhibida turista milanesa. Sin embargo, Crialese opta por un nudo más complejo e incorpora a la trama el drama de la inmigración ilegal, planteando con tono humanista y alejado de juicios la difícil conciliación que ello supone, rescatar o no a náufragos dependiendo de su condición, procurar ayudarlos o desentenderse y delegarlo todo a un sistema deshumanizado y sabidamente injusto, renunciar a según qué principios en pos del propio beneficio…
Y es que la de Crialese no es tanto una crítica social como una observación transversal de la sociedad y las inevitables discordancias generacionales y culturales que en cualquier punto de reunión se pueden vislumbrar. En este sentido, que la acción transcurra en una isla resulta útil también como metáfora, sociedad a pequeña escala extrapolable a un ámbito global. Así, el claro contraste que supone la llegada simultánea a ella de turistas e inmigrantes, y las repercusiones que esta dualidad provoca, pasan a ser el principal motivo del film.
En todo caso, no es ésta una obra cifrada que necesite hondas reflexiones para dilucidar su significado, pues su narrativa es tan simple como su fotografía, antónimos de lo ostentoso. La estructura sencilla y lineal de la trama demuestra una gran coherencia, desprendida de pretensiones y volcada en ser fiel a su mensaje. La vida humilde que rueda Crialese está condimentada, además, con una selección actoral nada casual en lo cualitativo y en lo físico, transmitiendo autenticidad y desmarcándose desde el primer fotograma de la repulsiva tendencia al guapismo gratuito que films como Manuale d’amore (Giovanni Veroneri, 2005, 2007, 2011) o Perdona si te llamo amor (Federico Moccia, 2008) llevan por bandera. Más bien pudiera compararse Terraferma con la entrañable película de Aki Kaurismäki El Havre (2011), que con similares códigos trabajaba la misma temática si bien en esta última reinaba un buenismo quizás exagerado que Crialese omite automáticamente, concibiendo en definitiva un film italianísimo en el mejor de los sentidos.
Lo mejor: la coherencia de su conjunto.
Lo peor: llega, quizás, un par de años tarde.
[Tupeli.es]
Terraferma es una cinta cobarde, o, si se quiere menos cruelmente, tímida. Y de la misma manera que la cobardía- o la timidez- son un lastre para cualquiera adornado con tan discutibles virtudes, también lo son para una película. Es cobarde- o tímida- porque no se atreve a llegar hasta el fondo de las dos posibilidades con las que juega durante un metraje que, además, se ve bruscamente cercenado en su precipitado final, como si la productora, o el director, en un arranque de vergüenza torera, hubiesen decidido poner fin a lo que, de haber durado más, efectivamente pudiera haberse convertido en un despropósito. Ambas posibilidades giran en torno al regreso a los postulados neorrealistas. Una, más relacionada con la denuncia descarnada de un Rossellini. La otra, aderezada con gotas de humor que hagan del drama de la inmigración ilegal algo más digerible, al estilo de un De Sicca. Y es aquí donde topamos con el gran problema de la película: su incapacidad para decidirse por una de las dos vías. De manera que se queda a medio camino en todo. Con el agravante de que la opción por la pincelada humorística está mucho más cerca de la chocarrería felliniana de I Vitelloni – salvando las distancias, claro- que de la sutil ironía que De Sicca destila con cuentagotas en Ladrón de bicicletas .
La cobardía- o la timidez- son tales, que ni siquiera se atreve a explotar la veta del contraste entre italianos septentrionales y meridionales, una senda muy trillada, sí, y de eficacia más que probada también.
Es una denuncia formidable sobre la inmigración. No hay ningún efectismo, todo es realista y muy creible.
Es tremendamente humanista. Tiene buenos toques de comedia.
Preciosa película con un excelente guión, maravillosas interpretaciones y bella fotografía.
El ritmo pausado es precioso.
Totalmente recomendable. Es una película imprescindible.
En un lugar dejado de la mano de Dios, un padre contempla impotente cómo su familia se consume lentamente por el hambre. La cosecha de este año no ha podido crecer de ninguna de las maneras al cebarse el clima seco de su país -ahora extremadamente árido- con las semillas de una esperanza cada día más débil. No han ayudado demasiado a mejorar su situación la serie de conflictos causados por el control sobre unos recursos naturales que él jamás será capaz de adquirir. La corrupción e inoperancia de su gobierno fueron el último empujoncito que necesitó este padre de familia anónimo para coger sus pocas pertenencias de valor y emprender un viaje de no retorno hacia una tierra tan lejana como extraña, pero también hacia la promesa de un lugar mejor.
El problema es que para llegar a ese paraíso terrenal, tiene que asociarse con la peor calaña de este planeta, y claro, en un momento del viaje, ya es incuestionable que las medidas de seguridad nunca han figurado entre sus prioridades. El intento de barca en el que iban va a la deriva, y una vez más, sus compañeros de travesía van muriendo de hambre. Es el momento ideal para hablar de los otros protagonistas de la tragedia. En una isla perdida en el Mediterráneo, una familia sobrevive a base de los raquíticos -y menguantes- ingresos que les proporciona el que tradicionalmente era el único modo de subsistencia conocido por su comunidad. Hay nuevas generaciones que se empeñan en querer ver otras vías, pero seguirlas sería traicionar a sus ancestros, incluso traicionar a la tierra que tanto aman.
Ambos escenarios, el de los emigrantes y el de los pescadores, chocan de la peor de las maneras. Un día como cualquier otro, en plena recolección de pescados, la vieja carraca del abuelo topa con una embarcación llena de gente mal nutrida que no habla el idioma isleño. Un encuentro tan fortuito como a la postre trascendente, es el que da inicio a una obra sobre las raíces, sobre el diálogo -tenso- entre distintas generaciones y entre distintas culturas, y sobre la influencia -a veces positiva y otras nociva- entre ellas. Así se nos presenta Terraferma, nuevo trabajo del italiano Emanuele Crialese, gracias al cual consiguió hacerse con el Premio Especial del Jurado en la última edición del Festival de Cine de Venecia.
Reconocimientos académicos a parte, debe decirse que, aunque el filme no muestre excesiva brillantez a la hora de plasmar algunas de sus tesis, y que lo mal llevado del ritmo narrativo haga pensar en más de una ocasión en la deriva de ciertas embarcaciones, no por ello su -innegable- valor queda hundido en lo más profundo del mar. Ni mucho menos, al ser éste un drama cuya veracidad -lamentablemente-, en cuanto a retrato de una realidad palpable, queda siempre inmaculada, como si se tratara de un brillante faro con un foco de luz lo suficientemente potente para desnudar las vergüenzas de una sociedad que en momentos de máxima necesidad, prefiere mirar hacia otro lado, y poner el motor de su viejo barco a pleno funcionamiento para así huir del lugar del crimen.
A pesar de que Crialese no logre en ningún momento aquel gran impacto emocional que la ocasión pedía a gritos, sí logra al menos crear imágenes que ponen los pelos de punta. En esta línea, ver una manada de náufragos surgir de la nada en plena noche en altamar, o ver el crucerito de turno abarrotado de turistas devóralo-todo mientras bailan al son de una recopilación de los grandes hits de gasolinera, en lo que seguramente es su veranito soñado, dejan bien claro el contundente mensaje de un cineasta que mira a su alrededor con expresión de asco. Es este asco, producido por la pérdida de valores (falta muy poco para que palabrotas como solidaridad pasen a ser meros fósiles de épocas olvidadas) y por la contaminación de la juventud a causa del veneno de los adultos (Serán peor que nosotros… porqué nos tienen a nosotros como modelo, dijo Roger Sterling), el que hace de Terraferma una estimable incitación por parte de Emanuele Crialese a que la audiencia inicie su propia búsqueda -interior, o en el sentido más literal- de una tierra mejor.
La pequeña isla siciliana de Terraferma no aparece en ningún mapa. Es un lugar perdido en medio del mar y en peligro de extinción. La cámara de Crialese filma el paisaje desde la absoluta austeridad y al mismo tiempo fiel a la apariencia paradisíaca de un lugar casi virgen. Los efectos de la globalización y el capitalismo han acabado por diezmar las costumbres pescadoras de sus habitantes, esa ley del mar que los ancianos comentan sentados en el bar observando la orilla de un pequeño puerto en horas bajas. Ya no se pesca y las redes apenas recogen alguna lata o deshecho. Dista de ser un lugar apartado del mundo, ya no puede serlo: los turistas hacen su agosto en busca de playa y tranquilidad, y al mismo tiempo se atisban en el horizonte otras gentes venidas en sus pateras de otros mundos no tan acomodados.
Terraferma habla de un equilibrio que se ha resquebrajado, de un modus vivendi anacrónico y de un éxodo que se intuye irremediable, inaplazable y necesario. De la unión del paisaje y la descripción de una familia italiana muy particular Crialese construya una bella crónica de lugares e historias que discurren al margen de lo que nos muestra el cine y la televisión. Crialese filma una película tranquila, sin sobresaltos, sin grandes giros ni efectos, apelando al magnetismo de sus personajes y a la agradable conjunción de documental y sentimentalismo. Terraferma prefiere acabar como la historia de un descubrimiento amoroso, y en algunas partes se intuye un amago de comedia costumbrista (esas barcas que acogen a guiris bailando, bebiendo y saltando al agua sin pudor ni orden). Así, pequeña, corta y modesta, Terraferma supera todos sus posibles defectos y se impone como un viaje sosegado pero crítico a las entrañas más recónditas de una Europa en crisis. Una cinta bastante recomendable que ganó el Premio del Jurado en el pasado Festival de Venecia.
Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities