Techo y comida
Sinopsis de la película
Jerez de la Frontera, 2012. Rocío, una madre soltera y sin trabajo, no recibe ningún tipo de ayuda ni subsidio. Vive con a su hijo de ocho años en un piso cuyo alquiler no paga desde hace meses, de modo que el dueño la amenaza continuamente con echarla a la calle. Para hacer frente a los gastos de manutención y alquiler, realiza trabajos ocasionales mal pagados y vende en el top manta objetos encontrados.
Detalles de la película
- Titulo Original: Techo y comida
- Año: 2015
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
6.6
29 valoraciones en total
Techo y comida es uno de esos films que hay que ver para ver la realidad que nos rodea de este mundo tan capitalista. Hay que verlo para ver como los poderosos se saltan uno de los articulos de nuestra tan aclamada Constitución española , el derecho a la vivienda. Pero…falla el film en su contundencia, que hay veces que el director endulza para no mostrar la cara más amarga de la historia y de la realidad.
Lo mejor del film es descubrir a una gran actriz, Natalia de Molina que salva los momentos bajos del largometraje de Juan Miguel del Castillo.
Hay que verla.
Techo y comida es el retrato de la España de hoy, de esa España escondida tras las cifras macroeconómicas de crecimiento de las que tanto gusta presumir el Gobierno. Una supuesta recuperación que no llega a barrios como el de Jerez de la Frontera donde vive Rocío, la luchadora madre soltera y en paro que protagoniza esta historia del debutante Juan Miguel Castillo.
La película no oculta lo que es en ningún momento: cine social de denuncia nada disimulada, una oda a todos aquellos oprimidos que se parten el espinazo por un mendrugo de pan y una feroz crítica a la injusticia de la sociedad. No se la debería acusar de obvia o demagoga. Ese es su objetivo y eso es lo que hace, sin ninguna sutileza (atención al comienzo de los créditos finales, con ese sonido de taladradora y esas cifras de auténtica vergüenza para cualquier país), sin máscara, sin doblez ni contemplaciones. Techo y comida es el retrato fiel y doloroso de cualquiera de las millones situaciones como las de Rocío que se viven en nuestro país, con los servicios sociales a veces impotentes, la brutal crudeza de la ley, el drama del deshaucio, los malabares para salir adelante y la vecina bondadosa que salva muchas veces a Rocío y su hijo Adrián de la inanición pura y dura. Su contundencia es absoluta y su efectividad también. Además, no por ello renuncia a la belleza y la poesía de ciertos momentos, pues Rocío puede ser casi una prima hermana en otro tiempo de los santos inocentes de Delibes, pero también está llena de fuerza y sobre todo amor por Adrián.
Quizás lo más criticable de Techo y comida es que en realidad es más un documental ficcionado que una auténtica película de ficción. Ficción entre comillas, claro está, porque más real no puede ser (por desgracia), pero es prácticamente un documental. Ninguno de los personajes tiene vida por sí mismo ni parece haber una intención por parte de Juan Miguel del Castillo de ir más allá de la mera descripción de la realidad. Podría ser un reportaje de investigación de cualquier programa televisivo. Ese tono casi periodístico hace que la cinta respire cierta frialdad en su ejecución, presentando las desgracias una detrás de otra sin dar casi tiempo al espectador a digerirlas o a ver cómo las digiere la protagonista. Tampoco ayuda la cierta exageración dramática de algunos momentos, que no hacía ninguna falta dentro del absoluto drama que es la vida de la protagonista (ver la escena en que madre e hijo discuten, aunque dicha escena es catalizadora de uno de los mejores y más emotivos momentos de la película, al que nos referirmos brevemente al final).
Por suerte, para corregir ese pequeño defecto ya está Natalia de Molina. La jienense, convertida en una de las actrices más punteras del panorama nacional después de su Goya por Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013) y su aportación a una serie de éxito como Bajo Sospecha, es el alma de la película. Todo pasa por ella, por ese aspecto derrotado (gran trabajo de maquillaje y peluquería, que la hace parecer mucho más mayor y maltratada por la vida), por sus expresivos ojos, por su expresión corporal tan estudiada (cabeza gacha, manos en los bolsillos, pocas palabras, andar casi encorvado), por su voz a veces casi inaudible y otras veces rota por el llanto, la ira o la desesperación. Hay que ser muy buena para pasar de algo tan festivo e irreverente como su personaje en la reciente Cómo sobrevivir a una despedida (Manuela Moreno, 2015) a un rol tan complicado y duro como el de Rocío. La actriz es todo corazón, todo entrega, y aporta una verosimilitud tan auténtica al personaje que no queda otra que sufrir con ella. El resultado es de premio, como el que ha ganado en el Festival de Málaga de este año y como los que van a seguir seguro, Goya incluido, salvo que Penélope Cruz en MaMa se interponga en su camino. Poco ha habido hasta ahora que se pueda comparar al esfuerzo de Molina.
Una película que no oculta sus credenciales de denuncia y que pretende hacernos reflexionar sobre la España que de forma tan brutal queda retratada en la imagen más significativa de la película, que no es otra que la del pan y el circo, la España que se olvida de alzar la voz mientras haya algo con lo que distraer su conciencia, la España que celebra eufórica un gol de la Selección mientras una familia hace aguas a solo unos metros.
Y lo consigue.
Lo mejor: Natalia de Molina, colosal (sin olvidar al pequeño Jaime López o la siempre excelente Mariana Cordero), y la desoladora denuncia social que realiza, sin disfraces ni medias tintas.
Lo peor: Es un poco excesiva en algunos momentos y le falta desarrollo en los personajes.
‘Techo y Comida’, ganadora a la mejor película del Festival de Málaga, es una de esas cintas que todos deberíamos ver, no es cine de entretenimiento ni una gran superproducción, pero es cine del bueno. Un fantástico drama social bien dirigido por Juan Miguel del Castillo y con una brillante interpretación de Natalia de Molina.
Muchas veces vamos al cine con la intención de pasar un buen rato, de vivir aventuras, de soñar y poder evadirnos del día a día y la monotonía que pueda acompañarle, pero en ocasiones es bueno y necesario bajar al ruedo y toparse de bruces con la cruda realidad. Eso es lo que nos muestra de una manera tan austera como eficiente ‘Techo y Comida’ tratando un tema tan actual en nuestro país como es la pobreza y la supervivencia en sí misma.
Cierto es que la película podría haber sido mucho más cruda y compleja, pero en la simplicidad de su metraje reside su belleza brindándonos un guion en apariencia facilón pero con un trasfondo de alto voltaje. Absolutamente todo es austeridad en la cinta, y eso es precisamente lo que nos quiere mostrar, de manera evidente y fácil, sí, pero gracias a ello consigue que un tema tan duro sea más digerible para el espectador, que si es capaz de leer entre líneas asimilará sin necesidad de imágenes más impactantes ni dramatismos desbordados la esencia del argumento.
Mención especial a la fantástica interpretación de Natalia de Molina, que ya apuntó maneras con su papel en ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’ de David Trueba que le valió el Goya como mejor actriz revelación, y que en esta ocasión ha recibido el galardón de mejor actriz en la presentación de la película en el Festival de Málaga. Todo lo que ocurre durante los 90 minutos de duración de ‘Techo y comida’ es un mero envoltorio de absoluta austeridad para focalizar el drama social de la pobreza, la falta de oportunidades, los desahucios y la marginalidad a través de una más que notable y nada fácil actuación de su actriz principal. Si el espectador tiene un mínimo de empatía será conducido sin darse cuenta por Natalia de Molina hacia el sufrimiento de ella misma y su hijo de manera sutil pero efectiva, sentirá su misma impotencia, el sabor de las cosas que para tantos de nosotros son rutinarias e insignificantes pero para otros son auténticas bendiciones luego pisoteadas por la cruda realidad que viven.
‘Techo y comida’ es una película simple en todos sus aspectos menos en su argumento, algunos la podrán criticar por eso, pero otros lo agradecerán ya que gracias a ello se deja ver sin dramatismos aparentes ni demagogias recurrentes, pero aun así resulta efectiva y consigue hacer llegar su mensaje. Un largometraje donde los silencios valen más que las palabras.
Lo mejor: una gran actuación de Natalia de Molina y la simplicidad del conjunto que la hacen más digerible.
Lo peor: posiblemente los más exigentes reclamaran más crudeza durante el metraje.
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Decía el maestro Akira Kurosawa: Los seres humanos son incapaces de ser honestos acerca de ellos mismos. No pueden hablar de sí mismos sin embellecer. También dejó dicho Bertolt Brecht: El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Añadamos una frase del político y demagogo nazi Joseph Goebbels: Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad. Y cerremos con un pensamiento políticamente incorrecto del filósofo español José Ortega y Gasset: Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil.
Estamos ante una película que intenta reflejar la atroz realidad que algunas personas vivieron durante los momentos más funestos de la presente crisis económica, social y política que aún no hemos dejado atrás. Y la angustia, padecimientos, estrecheces, desvelos, congojas, sinsabores y desmayos que ese terrible y temible estado de la falta de trabajo, de dinero, de presente y futuro, de sueños, de ilusión y de opciones está muy bien reflejado. El espectador sufre y compadece a la protagonista, empatiza con sus estrecheces, con su hambre, con su ansiedad, con su zozobra. ¿Quién no ha visto alguna vez a indigentes escudriñar y escarbar la basura en busca de alimentos o de ropa o de utensilios? ¿Quién no ha ayudado o recibido ayuda alguna vez? Esta labor casi documental es sobria, efectiva y produce escalofríos.
La cámara disecciona como un bisturí los penosos pormenores de una madre soltera al borde del abismo, de la pobreza, de fatalidad. Produce vértigo y espanto comprobar que se puede acabar en la menesterosidad con una sencillez y facilidad pasmosas. Hasta aquí los aciertos de la cinta. Y, sin embargo, ¿por qué estamos ante una película imperfecta, muy por debajo de sus buenas y loables intenciones? Pues porque bordea la monotonía, el tedio, el tópico y lo obvio. En vez de mostrar una realidad lacerante, se empeña en querer demostrar una ecuación ideológica que no por repetida es verdad. El director y guionista quiere señalar a los culpables y no deja al espectador que saque sus propias conclusiones. Se propone hacer un cine de sermón, de tesis, de soflama y acusación… y ahí hace aguas porque malversa los buenos ingredientes sin ofrecer nada a cambio.
Ni la magnética y eficaz presencia de Natalia de Molina hace olvidar los fallos de ejecución de la cinta. La losa de la ideología aplasta hasta sofocar. Y la falta de honestidad pasa factura. Agridulce balance.
La España de Bárcenas es también la España de Rocío y Adrián. Y una no puede entenderse sin la otra
Tradicionalmente los mecanismos de redistribución de la riqueza que genera un país han sido dos: la vía impositiva y el trabajo. En el País de la CEOE, ambos han sido dinamitados: las grandes empresas no solo tributan bajo unas cuotas fiscales de risa (y eso descontando además toda una arquitectura legal que les permite regatear hasta el último céntimo), sino que también, por medio de las últimas reformas laborales del PPSOE, han logrado unos niveles de precariedad en el trabajo inéditos desde la época de construcción de las pirámides.
En el país de Bárcenas, de Rocío y de Adrián, el hijo de Aznar presuntamente hace negocios con empresas vinculadas a fondos buitres que especulan con lo que en su momento fueron viviendas sociales. En ese mismo país, las hidroeléctricas-puerta-giratoria presuntamente campan a sus anchas y se ven beneficiadas por un impuesto al sol que consigue frenar toda la competencia que les podía hacer las renovables. En ese país de traca, fue burocráticamente más fácil regularizar dinero negro por medio de la amnistía fiscal Montoro y asociados de lo que ha sido nunca abrir una cafetería. Este es el país en el que hemos subvencionado con dinero de todos a los bancos que presuntamente ahora desahucian, a los de las tarjetas black, a los de las cláusulas suelo ilegales, las preferentes y los directivos con infames jubilaciones millonarias de escándalo.
¿El binomio comedor social-fútbol no se asemeja alarmantemente al pan y circo del más decadente Imperio Romano?
Los niveles de pobreza en una de las economías más fuertes del mundo se han disparado en los últimos años, eso sí, mientras, a los gobernantes muy eshpañoles y mucho eshpañoles que sufrimos en cada telediario se les llena la boca proclamando cuánto estamos creciendo (cuánto están creciendo sus colegas de patio y pupitre).
Techo y comida, nada más. Rocío y Adrián no piden otra cosa. Son derechos humanos básicos y fundamentales, sustraídos, que se les niegan ante la indiferencia/ignorancia de miles de idiotizados forofos futboleros que, consumiendo partidos día sí día también, no son capaces de percibir los dramas cotidianos con los que conviven puerta con puerta, ni cómo les roban cada gota de sudor de su horario laboral.
Bienvenidos a la España del siglo XXI, la España de Bárcenas (sé fuerte), el Pocero, el molt honorable Pujol, de Baltar (heredero de la diputación de Ourense del cual presuntamente existen unas vergonzantes grabaciones en las que ofrece explícita pero presuntamente trabajo a una mujer a cambio de sexo), los finiquitos en diferido, las ruedas de prensa en plasma, de la saga Fabra (Andríta que se jodan , incluída), la ley mordaza, Ana confetis Mato, los ERE, los presuntos pelotazos sindicales en los cursos de formación, la Pantoja ( guapaaaa, guapaaaaa ), el pequeño Nicolás, Sálvame, Mujeres y hombres y viceversa, el fútbol, los toros, etc, etc, etc, etc, etc, etc ………………………………………
Pero también es la de miles de Rocíos y Adrianes.
Hala. Llega el 20-D. Sigamos igual que siempre.