Tarde para la ira
Sinopsis de la película
Madrid, agosto de 2007. Curro entra en prisión tras participar en el atraco a una joyería. Era el conductor, y el único detenido por el robo. Ocho años después sale de la cárcel con ganas de emprender una nueva vida junto a su novia Ana y su hijo, pero se encontrará con una situación inesperada y a un desconocido, José.
Detalles de la película
- Titulo Original: Tarde para la ira
- Año: 2016
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
6.9
29 valoraciones en total
Pero porque la han puesto como la peli del año. Está muy bien, recomiendo verla. Muy bien la puesta en escena, los actores (sobre todo los secundarios) pero creo que le falta energía, le falta ira. Una venganza demasiado sobria, demasiado fría, bien filmada, con un par de localizaciones bien ambientadas, pero sin mucho más. ( Lees algunas cosas y te esperas Gomorra o Rosetta con toques de Drive y no. Ojalá). Le falta también relato, culpa imagino de la moda del minimalismo actual. Me gusta el cine áspero, contenido, que va a la esencia de los conflictos y huye del adorno, de lo innecesario. Pero todo tiene un límite, aqui falta historia y un poco de emoción, de reflexión sobre los ambientes y los personajes. Pero para ser una ópera prima es un diez.
Yo, que tanto me meto con el cine español, me pongo a los pies de Raúl Arévalo. Si sabe mantener el nivel mostrado aquí, estamos ante un cineasta que va a marcar el cine español de los próximos años. Un thriller que me recuerda mucho al que el mismo Arévalo protagonizó La isla mínima con personajes profundos, complejos, bien dibujados, sin trampas de guión, con magníficas localizaciones que dan a la película una personalidad propia, una banda sonora a la altura, y unos actores de diez.
Raúl Arévalo es el propio guionista y escribió la historia pensando en Antonio de la torre y en Luis Callejo para protagonizarla, creando unos personajes que encajaban como un guante en los actores que iban a darlos vida.
En el aspecto actores, mención honorífica para Manolo Solo con un personaje que, a priori, iba a ser el más complicado de que encajara en un thriller, dado que aporta los momentos, digamos, cómicos de la historia, pero lo solventa a las mil maravillas.
Para ser su primera película, caray como domina la cámara, talento innato. Esos planos introspectivos sobre el carácter y las motivaciones personales de cada personaje, están a la altura de muy pocos directores. Por no hablar de la atmósfera personalísima y asfixiante de la película.
El nacimiento de la ira, y su transformación en venganza. Tarde para la ira lleva al cine lo que Gabriel García Márquez creo para la literatura con Crónica de una muerte anunciada .
Para mí, que no veo mucho cine español, lo admito, es la mejor cinta patria del año y no tiene nada, pero absolutamente nada que envidiar a los mejores thrillers internacionales.
Tarde para la ira dignifica el cine español reciente en todos los sentidos. Es una película que por desgracia no atraerá a muchos espectadores a la sala de cine, pero que a los que atraiga tendrán el privilegio de vislumbrar hora y media de gran cine condensado y sorprendente. Su campaña de publicidad nos dejaba un anuncio que no presentaba con claridad lo que de verdad abordaba la cinta, pero ese ha sido otro de sus grandes aciertos.
El guión construye unos personajes complejos, oscuros, silenciosos y volátiles. Esos personajes y lo que esconden son los conductores de la historia. Una historia de venganza que toma cortes de Saura y Peckinpah con acierto, mejorando conforme avanza, entregando un golpe inesperado en su ecuador y manteniendo al espectador al borde de su asiento hasta su final. Su ritmo narrativo acompaña el suspense de forma genial, sosteniendo tu atención y no dejándote ir hasta su último plano.
La factura técnica nos devuelve a la estética de películas de corte clásico, lejos de la alta definición actual, ayudando a introducir aún más al espectador en el ambiente sórdido que se respira de la cinta. Raúl Arévalo dirige de forma experta para ser su debut, demostrando ser una carta de presentación casi inmejorable. La banda sonora impone de verdad en los momentos de vorágine y tensión.
Las interpretaciones cortan la respiración: Antonio de la Torre está inmenso de principio a fin. Los momentos en los que consigue dejar al personaje de Luis Callejo (desatado y contenido de forma genial) quieto y boquiabierto hace lo propio también con el espectador. Ruth Díaz termina de cerrar un tridente protagonista perfecto. El resto de secundarios cumplen con solvencia.
Un violento thriller de venganza, notable, lleno de suspense de principio a fin, con geniales interpretaciones y una dirección fantástica: Tarde para la ira es un auténtico torrente hasta en sus momentos tranquilos , divido en cuatro partes (tres pequeñas iniciales y una cuarta y última que ya desvela las verdaderas cartas de la cinta), que atrapa y no deja ir. Incluso ese plano final deja tu cabeza preguntándose qué pasará después, una vez que los créditos finales anudan la conclusión.
En la sala de cine ya sentí, como todo un mérito mayúsculo, que Tarde para la ira me estuviera emocionado antes de que ocurriera algo especialmente conmovedor, que lo estuviera consiguiendo por la simple belleza de su autenticidad. Un placer epidérmico que me llegó desde el principio de un modo espontáneo y natural. Y salí del cine con la intención de buscar información sobre ella. Supe entonces que una de las razones del aroma especial de su textura era resultado de una opción estética intencionada: la decisión de filmarla en celuloide (en peligro de extinción), tal y como hacen, con el de 35 mm, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Christopher Nolan o J. J. Abrams, principales líderes de la resistencia contra el imperio digital. Arévalo había elegido el Super 16 mm. Cuando este ancho de película, más barato y manejable, se pasaba a 35 mm para su exhibición en salas comerciales, dejaba un granulado especial, y este efecto justamente era el que de un modo completamente deliberado estaba buscando el director para su impecable debut. Uno de los pocos laboratorios de revelado de Super 16 mm se encuentra en Rumanía, de modo que las latas con el material filmado estuvieron volando en continuas y peligrosas idas y venidas. Y como el metro de película estaba costando un dineral todo el mundo tenía que estar especialmente afinado y concentrado a la hora de rodar. En fin, un acierto de Raúl Arévalo, pues ese toque vintage y amateur, ese tamiz granulado de luz plomiza, había merecido la pena y caló inconscientemente en muchos de los que éramos espectadores desprevenidos.
No pretendo que los demás compartan mis gustos (el gusto es mío), pero sentí sin proponérmelo que, al igual que esas canciones que a la primera empapan de placer nuestro cerebro, conectaba al instante con mis sensores del equilibrio estético: estuve a punto de la lagrimilla sin que aún hubiera sucedido nada dramático y fui consciente de que me emocionaba por la belleza de su factura descuidada, por el temple enérgico de su sencillez, por el pulso intenso de su ritmo, de sus diálogos, de sus silencios, de su verdad.
Considero todo un meritazo que una película de atmósfera sórdida, sucia, violenta… una película que se desenvuelve en los ambientes cutres de nuestras barriadas, en los ambientes de nuestros rancios usos y costumbres de clase media baja, de la ordinariez de nuestros bares, de nuestras charlas vulgares, nuestras pintas chabacanas, nuestras rumbitas castizas… sí, considero todo un meritazo que una película así no caiga ni en la horterada, ni en el costumbrismo cañí, ni que tampoco caiga en el simple entretenimiento de acción violenta ni en las poses del realismo social comprometido.
Tras un impactante comienzo y un buen tramo pausado de calma posterior (en el que anida una extraña tensión), la película evoluciona hasta convertirse en una especie de road movie mesetaria (no es precisamente glamuroso el pueblo segoviano de Martín Muñoz de las Posadas) empapada de mala sangre. Me llaman la atención algunas críticas que sólo la califican de interesante. La película es sobresaliente, mama de la esencia más turbadora de nuestro cine negro, y si la hubiera firmado Peckinpah, Eastwood, Kitano o Cronenberg, esos mismos críticos prejuiciosos elevarían a este western crepuscular castellano a la categoría de obra maestra.
Sin moralinas, sin exhibicionismos, sin sermones, sin bonitos encuadres, sin cuidadas simetrías, sin estudiados claroscuros, sin oxigenantes perspectivas, sin acción trepidante, sin alardes de ningún tipo… la película me estaba llegando por la simple maestría de su punto de vista y el equilibrio contundente de su autenticidad sin imposturas.
Seguramente también me emocionó porque en la oscuridad de la sala fui consciente de que estaba disfrutando de un clásico instantáneo del cine español -por adelantado, sobre la marcha, en un jodido vis a vis- sin tener que esperar para desencadenar esa certeza a la libertad provisional de futuras valoraciones.
Te han destrozado la vida. Te han quitado todo anhelo y tu única obsesión es la venganza. Tu existencia se reduce a la paciente e insípida espera del momento propicio para completar tu objetivo último: vengarte de quienes destrozaron tu mundo, tus planes de futuro y tu dicha. Nada de lo que hagas borrará el pasado, pero al menos habrás completado tu razón de ser y quizás encuentres la paz que unos delincuentes segaron en su codicia criminal. Quizás. Es el áspero y envenenado punto de partida de este seco y duro thriller sobre la muerte y el desencanto. La cinta adopta el punto de vista de su abatido protagonista, perro rabioso y malherido que habita un erial sin horizonte, un desierto desapacible y yermo donde sólo germina la ira.
El sobrio estilo recuerda al mejor Saura. Impacta el retrato inmisericorde y sin concesiones de las gentes que habitan este desolador mundo del hampa barriobajera y cutre que no piensan más que en sí mismos y que parecen carecer de cualquier empatía o compasión. Y la desilusión es contagiosa y tóxica, corroe las entrañas y trunca cualquier esperanza. Destaca sobre todo el dominio portentoso del tempo narrativo – en apariencia pausado, pero en realidad un volcán taimado a punto de estallar – y de la estética cochambrosa y mísera que no refleja sino la ruina moral que hiede a cada paso. Fondo y forma van así de la mano y configuran un relato acre e inhóspito que parece fruto de una maldición cañí. El laconismo como segunda piel. No hay indulgencia ni reparación. Sólo castigo.
La atmósfera enrarecida y el deliberado acabado sarmentoso y tosco tanto del ambiente rural como de las barriadas metropolitanas es muy meritorio, no parece una ópera prima sino que tiene la determinación, el empaque y la factura de un proyecto señero muy bien engarzado, repleto de originales hallazgos visuales, como si no tuviera ninguna duda de qué es lo que nos quiere contar ni cómo lo quiere llevar a cabo. El dominio del inexorable ritmo fatalista y de las ponzoñosas imbricaciones de cada uno de los personajes nos demuestran que Raúl Arévalo ha realizado un debut en la dirección memorable, lleno de garra, cólera e intención. Además obtiene de todo el elenco unas interpretaciones inmejorables. Se nota que ha sido cocinero antes que fraile.
Incluso el final abierto y nada complaciente ni efectista – que no hace sino recalcar y ahondar en la soledad intrínseca de las baldías almas quebradas de sus protagonistas – es un prodigio de concisión y talento. En resumen, una obra certera, impactante y muy recomendable.