Surcos
Sinopsis de la película
En los años 40, finalizado el conflicto de la Guerra Civil Española, una familia abandona el campo y emigra a Madrid con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, la vida en la ciudad es cruel y está llena de desengaños y penalidades. Manuel, el padre, encuentra trabajo en una fundición, pero no puede soportar el ritmo de trabajo. Pepe, el hijo mayor, se dedica a turbios asuntos relacionados con el estraperlo. Manolo, el hijo menor, encuentra trabajo como chico de los recados, y Tonia, la hermana, empieza a trabajar como asistenta.
Detalles de la película
- Titulo Original: Surcos
- Año: 1951
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
7.6
25 valoraciones en total
No me entra en la cabeza, francamente, por qué un peliculón de este calibre nunca ha logrado alcanzar el lustre y el renombre del que sí se han beneficiado otros. Tiene huevos la cosa. Como si en este puñetero país andáramos precisamente sobrados de obras maestras. Sobre todo de la primera mitad del s. XX, cuando el cine que se hacía por estos lares todavía andaba en paños menores.
Por lo que parece la ‘culpa’ de tan injusto menoscabo la tiene la presunta filiación franquista de su autor, Nieves Conde. Una filiación que —exceptuando un par de enunciados en los títulos de crédito— ni soy capaz de percibir en Surcos ni en nada debería afectar al indudable talento de este cineasta. Máxime cuando estamos hablando de una peli que, por si fuera poco, nos muestra la cara más sombría y atroz de una dictadura en la que los efectos colaterales de la posguerra y el estraperlo convirtieron a su población civil en auténticas aves de rapiña dispuestas a todo con tal de abrirse paso en la jungla de asfalto de cualquier gran ciudad. En este caso, de Madrid.
Que nadie se deje engañar, pues, por su rústico título. Surcos sólo tiene de bucólico y pastoril el nombre. El resto, en cambio, es uno de los mejores dramas patrios que, con toda franqueza, me he echado a la cara. Duro, seco, violento y extraordinariamente descarnado. Sin sentimentalismos que valgan y con mucha mala leche. Pero que mucha. Ah, y con algo de moralina, por supuesto. Pero más que católica, ilustrada. Lo digo por Rousseau y su teoría del buen salvaje. Un archiconocido postulado que flota en el ambiente durante toda la peli y que, sin lugar a dudas, influye decisivamente en su candente fatalismo y en la liberadora decisión final de los Pérez.
Nueve incuestionables estrellitas, pues, para un dramático retrato de innegable raigambre neorrealista y toque ‘noir’ que desde este preciso instante entra derecho, derechito, a mi Top-10 particular de cine patrio. Con la gorra, vamos.
‘Bienvenidos a la jungla’. Ese es el cartel que debería encontrarse esta familia de campesinos a su llegada a Madrid. Porque esta familia de ‘paletos’, como son definidos nada más subirse al Metro, sufrirán una indefinible serie de calamidades durante su estancia en la capital. ‘Surcos’ muestra un Madriz (si con z) tan castizo como cruel en el que sobrevivir se convertirá en una tarea imposible para los miembros de la familia protagonista.
Antes de ver la película no sabía que Nieves Conde era falangista, ni que el autor de la historia (Eugenio Montes) y el guionista (Torrente Ballester) también lo eran. Y lo más sorprendente es que al final de la película ni remotamente se me pasó por la cabeza que esta obra hubiera podido salir de la mente de estos intelectuales falangistas (más bien al contrario). Entre otras cosas porque ‘Surcos’ es el retrato de una España medieval, corrupta y atrasada, convirtiéndose por ende en una dura crítica al régimen franquista. No hay exaltación patriótica, ni triunfalismos, ni gestas militares y por ello sorprende aun más que la censura diera luz verde a este proyecto, catalogándola incluso como una película de ‘interés nacional’.
La influencia del neorrealismo italiano es obvia. Aún así la película es 100% española, al estar enraizada en los problemas sociales que asolaban el país durante los inicios de la década de los 50. Me gustaría rescatar una frase que le oí a un profesor en la facultad: En el 39 España regresó al siglo XVIII. Estoy de acuerdo con la frase, aunque el atraso histórico español es mucho más complejo y sin duda anterior a la llegada de Franco al poder. También está claro que los 36 años de ‘El Caudillo’ en la poltrona ahondaron aún más en dicho retraso. El germen se encuentra en el aislamiento que sufrió España durante los siglos anteriores y que impidió que la influencia de las revoluciones europeas escalara los Pirineos. Así el yugo absolutista negó cualquier progreso durante años y todo esto volvió durante el franquismo. Horroriza ver con los ojos del 2011 como era España hace no tantos años, algo que ya me pasó viendo ‘Los Santos Inocentes’.
Un mindundi de la prensa rosa le preguntó a Cela por su afición a resolver a puñetazos sus querellas. Con precisión académica, el Nobel rectificó:
– En España no nos peleamos a puñetazos, nos liamos a hostias.
En aquel magnífico programa de Méndez Leite sobre el cine español, Fernán Gómez también dijo algo parecido a propósito de Surcos . Hay una escena en la que dos se pelean y se ve exactamente lo que dice Cela. No se pegan puñetazos, como en una peli del Oeste, se dan de hostias en mitad de la calle, mientras el público transeúnte se acerca para ver mejor.
Esta película, hecha por falangistas, refleja mucho mejor la mísera época de la posguerra que mil series y películas de hoy filmadas por los rojeras de diseño que se sientan en la mesa camilla del zetaperismo. La lucha por la supervivencia, la degradación, la chulería del poder…, todo servido con una crudeza y un grado de verosimilitud inauditos.
Vicente Aranda, Martínez Lázaro, Amenábar, Bollaín y compañía hacen una película sobre la realidad social (qué sabrán ellos, pijos subvencionados) que pretende ser un puñetazo en pleno rostro del espectador (cito a cualquier crítico de cualquier periódico) y a mí no me hace ni cosquillitas.
Surcos me lanza una hostia y me deja KO en el primer round.
Uno de los géneros más cultivados, aunque ciertamente no exclusivos, de la filmografía filofascistoide es el blut und boden, esto es, la exaltación de la sangre y la tierra. Ligado al género encontramos como elemento clave que lo configura la dualidad, no exenta de maniqueísmo, entre el campo, promotor de de la pureza y las bondades intrínsecas del ser humano, y la ciudad, vivero de toda corrupción y decadencia de valores morales.
Aunque Surcos pretende ser un film de esta clase no se deja encorsetar y va más allá tanto en su forma como en su mensaje. La contraposición está presente, pero de una forma más subliminal que explícita. En este sentido se aleja de clásicos como Amanecer (aunque su influencia es clara en la construcción de personajes o en el retrato caótico de paisajes urbanos) y sitúa la acción directamente en la ciudad, mientras que el ámbito rural permanece en un simbólico fuera de campo representado por una figura patriarcal, vulnerable ante las nuevas circunstancias pero de fuerte personalidad y cuya honestidad es intachable. Tampoco faltan a la cita otras figuras clave del género como las mujeres como motor fundamental de la trama. Una vez más hallamos a la mujer rubia, generosa y bondadosa frente a un grupo de mujeres morenas cuya descripción se asemeja a una jauría de lobas sin escrúpulos.
Ligado a esta idea se presenta un film indudablemente machista y que ofrece una visión natural de la violencia machista. Esta funciona en dos niveles, por un lado están las mujeres, cuyo castigo no es arbitrario pues sus actos las hacen merecedoras de ello. En el otro lado están los hombres, los ejecutores, que o bien son seres despreciables y por tanto es algo natural en ellos su violencia arbitraria o bien son bondadosos y por sentirse traicionados reaccionan de la única manera posible.
Precisamente esta naturalidad en el retrato entronca con uno de los elementos más importantes del film que no es otro que, siendo pretendidamente un film de exaltación de ciertos valores de la España franquista, deviene en película denuncia, muy cercana por estilo y contenido al neorrealismo italiano (con guiño metacinematográfico incluido).
Tiene un aire a españolada que echa para atrás, de castañuelas y largas boquillas humeantes. ¡Pero si hasta sale Marujita Díaz en sus años mozos cantando un delicadamente chistoso mantón verbenero ! Pero no, se trata de una joyita de la época, que retrata crudamente una sociedad muy difícil.
Estamos ante un verdadero dramón al que, sin embargo, le cuesta perder la sonrisa. Somos testigos de las peripecias de una familia del campo que emigra del pueblo a un Madrid que prácticamente no ha cambiado nada. Involuntariamente profética: – Llévame al cine a ver una psicológica -. – Ahora lo que se lleva es el neorrealismo, así lo llaman – ¡Pero quién va a querer ver las desgracias de la gente! .
Aunque la historia raya en lo maniqueo, el guión sabe bordear con acierto los tópicos. Porque aunque la ciudad está llena de vividores y aprovechados, que sólo miran por su interés, la pela es la pela y lo mismo ocurre con aquellos del pueblo que dejan un trabajo duro pero honrado, con su jornal, por la búsqueda de una vida mejor y dinero fácil. Más que la miseria o la desesperación, es la codicia y el egoísmo. Hasta una familia honrada se niega a fiar un cuarto de judías a los vecinos, que ya está bien de vivir de gorra. No hay piña, desde el mismo momento en que la familia baja del tren, el primer tropiezo, y la desunión gradual.
Desterramos por completo el concepto de españolada. En el montaje, con la escena del padre en la fábrica. En el sonido, con la pelea muda de los gualtrapas en el camión nocturno. En la imagen, con el Chamberlán en la estación de tren. Que si bien el retrato incómodo y la crítica social ocupaban mayor protagonismo, la forma de contarlo (la escena del guiñol casero es genial) no se descuida nunca.
No sé qué gusto encuentran en sacar a la luz la miseria. Con lo bonita que es la vida de los millonarios. En Hollywood esto no pasaba.