Stefan Zweig: Adiós a Europa
Sinopsis de la película
Biopic sobre el intelectual austriaco Stefan Zweig, centrado en los años de exilio del famoso escritor y activista social. Zweig fue uno de los personajes más irrepetibles del siglo XX. Como judío se vio obligado a huir de su país debido al régimen nazi. En su huida hacia adelante, se refugió en París primero y, más tarde, en Londres, pero Zweig acabó huyendo de Europa junto a su esposa a Sudamérica, instalándose finalmente en Brasil, donde acabará suicidándose en 1942 debido a su miedo a que el nazismo se extendiera por todo el mundo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Stefan Zweig: Farewell to Europe aka
- Año: 2016
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
5.9
82 valoraciones en total
Puede parecer que el nacimiento de este proyecto haya sido algo oportunista, ya que el escritor protagonista, Stefan Zweig, falleció exactamente hace setenta y cinco años, concretamente el 22 de febrero de 1942. Pero dudo que haya sido así de frío y calculado.
Su directora, Maria Schrader, que tiene una fructífera carrera como actriz, también es guionista, entre otras habilidades, y desde 1998, año que codirigió su primer largometraje, La jirafa, tan sólo ha realizado dos largometrajes más. Su faceta como realizadora ha sido espaciada, tomándose su tiempo entre película y película. En esta Stefan Zweig: Adiós a Europa se percibe respeto, incluso cierta admiración por la figura del escritor, pero su guión, que elaboran la propia Maria Schrader junto a Jan Schomburg, puede pecar de implicarse poco en el terreno personal. Quizás nos hubiera gustado que se indagara en el mundo tormentoso interior de Zweig, cosa que se hace a medias. Por ello, es posible, que esta sea de esa clase de películas que será más valorada por quienes manejen información previa de Zweig, frente a los que pretenden llegar al mismo punto desde el desconocimiento.
Aún a pesar de los saltos en el tiempo y de variar la acción en los países donde se desarrolla, Schrader dirige sin perderse. El plano secuencia que abre la película, así como su cierre, son todo un alarde de dirección, de lo mejor. Es más, la precisión que tiene en su primer tramo, hasta que la acción cambia a Nueva York es asombrosa. Nunca había visto una película tan políglota (se hablan casi media docena de idiomas exceptuando frases sueltas en otras lenguas) donde se cuidara tanto lo que es la traducción simultánea. Sus cambios de idiomas fluyen de manera natural y son absolutamente creíbles. No sé cómo será su versión doblada al español pero su versión original es digna de elogio en ese sentido. También señalar el logro que hay en varias escenas donde los diálogos se entrecruzan con diferentes personajes, sin ensuciar unos con otros. La palabra tiene más importancia de lo que aparenta, que es como debiera ser en cualquier film que se precie, mucho más tratándose de un literato.
Su fotografía o su vestuario también son destacables, porque han sabido aprovechar su presupuesto para dar mayor empaque a un film que no era ninguna superproducción. Su ambientación es modesta pero correcta, así como la elección de sus actores: Joseph Hader, Aenne Schwarz o Barbara Sukowa lideran un reparto internacional muy bien ajustado, un ejemplo de lo que es un casting de varias nacionalidades que se adapta como un guante, no se notan desajustes entre ellos, tengan mayor relevancia, como los mencionados, a los que tienen menor intervención, como Arthur Igual o Márcia Breia.
Creo, que a pesar de lo dicho anteriormente, que nos falta más información, más claves personales y haber rematado la jugada con más precisión, Stefan Zwieg: Adiós a Europa me ha resultado un film no redondo pero con interés, y con factores más a favor que en contra. Tampoco es la típica producción academicista que deja frío o que carece de atractivo porque parezca un telefilm. Es, al menos, un ejemplo digno de lo que debe ser un biopic hecho para el cine y con dignidad. De todo se aprende.
Para cualquier persona educada en la cultura alemana – como es mi caso – Stefan Zweig es un escritor de referencia desde el colegio. Además, a principios del siglo XX fue uno de los autores más leídos y populares, paradigma del intelectual burgués cosmopolita e ilustrado, que creía – ingenuamente – en la civilización como vehículo de conocimiento, paz y concordia. Pero como tantos otros eruditos de aquel entonces tuvo que asistir al hundimiento de su vida y de su mundo, conoció el exilio de su Viena natal, tuvo que soportar la humillación de la quema de sus libros por los nazis antisemitas y contempló sorprendido, impotente y angustiado el derrumbamiento de su idolatrada Europa en una guerra fratricida que sembró de odio, muerte y destrucción sus campos.
Estamos ante el viacrucis de un austriaco en cuatro pasos y un epílogo, narrado con una estética reposada y austera – que contrasta con la lujuriosa y sensual vegetación brasileña – que muestra sin apenas movimientos de cámara ni alardes retóricos el recorrido de un alma en pena en busca de su salvación, mientras asiste, agotado, a la aniquilación de su país espiritual (el idioma alemán) y a la ruina voraginosa de su amada patria europea. El estatismo formal contrasta con el torbellino emocional que atormenta a su exangüe protagonista. La película se abre y se cierra con dos majestuosos e incisivos planos secuencia – que enmarcan toda la parca y tenue acción – de una sobriedad sobrecogedora. Sobre todo el último es de una elegancia estremecedora, haciendo un uso implacable de un inesperado espejo (ecos del maestro Max Ophuls) que revela de un plumazo el pasado y presente de un mundo hecho añicos, donde sólo queda rezar, en la religión íntima de cada cual, para despedirse del valle de lágrimas que habitamos.
No estamos ante una biografía al uso, ya que no se nos relata el origen o devenir de un personaje, sino que se limita a cinco hitos significativos circunscritos a su última década de existencia, supurantes de diálogos y llagados de disquisiciones que ilustran el calvario de un hombre doliente y letraherido que busca su hueco entre la barahúnda y el caos de unos años aciagos, arrasados por la guerra, asolados por el fanatismo y masacrados por las ideologías totalitarias del momento (que aún perduran con diversos ropajes o disfraces). Pudiera parecer una cinta árida y ensimismada, ajena a la emoción y ayuna de efusión, que no proporciona ninguna facilidad o felicidad al espectador, que deberá reconstruir por sí mismo el mosaico destrozado de una vida singular y atribulada.
Y no hay mejor forma de cerrar esta reseña que dando voz el propio Zweig, citando su carta de despedida (que se conserva en la Biblioteca Nacional de Israel): Ojalá mis amigos asistan al amanecer… tras esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, les precedo.
¿Por qué se suicidaron Stefan Zweig y su mujer en Brasil?
Nunca dejaré de asombrarme de aquella historia terrible de suicidio pactado a dúo. Cualquier suicida puede tener muchas y muy intensas motivaciones para quitarse la vida, y lo normal es que éstas obedezcan a problemas de índole personal o privada. Sin embargo Zweig no lo hizo por ninguna de esas razones, sino movido —eso dicen las crónicas—, por el terror que le producía su profunda convicción de que el totalitarismo dominaría el mundo. Se trata de una explicación que nunca me pareció satisfactoria, porque si todo el mundo obrase así, la humanidad debería haberse extinguido hace tiempo víctima de una gran depresión colectiva, así que no, no puedo entender qué nadie se suicide por tan inconsistentes motivos. Es verdad que en febrero de 1942 la guerra aún no se había inclinado a favor de los aliados, pero la entrada en la guerra en 1941 de la URSS y de los EEUU permitía ya dudar de la victoria nazi, y en todo caso, se suicida uno cuando todo está perdido, no antes.
Algo parecido debieron pensar los creadores de esta película, porque parece rodada con el único objeto de explicar a todo el mundo por qué se suicidó Zweig, tarea complicada visto lo extraño de las razones aducidas. El espectador aficionado a la lectura, o a la historia, conocerá estos detalles del personaje y la película le interesará aun reconociendo la dificultad de lograr ese objetivo y hacer a la vez una película entretenida, en cambio, los que no tengan un conocimiento previo del personaje y sus circunstancias, y vayan a ver la película como una más, podrán quedar decepcionados, porque es un film que va claramente dirigido a los conocedores del asunto. Y esto es un hecho que hay que asumir y aceptar, y entendiendo que ese es el planteamiento de la película, tengo que calificarla como buena. Habrá personas a las que les parezca un rollo, así la calificaron algunos que la vieron conmigo, pero desconocían el personaje, y su interés se limitaba a ver una buena película, con una buena historia y unos personajes interesantes, o sea, una película convencional.
Y está muy claro es que Stefan Zweig: Adiós a Europa no es un film convencional, sino algo muy diferente. En primer lugar debo reconocer que, incluso habiéndonos gustado, le encontramos momentos tediosos, aunque esto quede en parte compensado por el hecho de que en otros momentos la encontremos emotiva y clarificadora. Es verdad que su tratamiento es un tanto frío, pero también lo es que tiene una factura estética muy cuidada, con bellas imágenes que van acompañando y enmarcando la idea esencial que quiere transmitir la película, que no es otra que revelar a través de una secuencia continua de diálogos, un estado de ánimo marcado por el recuerdo de Europa, por su posicionamiento ante los gobiernos, por preguntarse si había hecho lo suficiente para ayudar a escapar a otros, y por lo que ya veía como algo irreversible: la imposibilidad de volver a su país, todo ello le sumió en un estado de depresión supina que fue lo que, supuestamente, le llevó al suicidio. En algunos tramos, como en Nueva York en casa de su exmujer, los mensajes son reveladores, otros, en cambio, no los entendemos bien, como cuando incluye la carrera de caballos, de dudosa significación o simbología, pero también hay otros momentos, como en la conferencia de escritores de Buenos Aires, en que los parlamentos generan situaciones de fuerte quiebra emocional. Son secuencias sin conexión aparente, que va desgranando la película con aire de cine documental, más que de ficción, y con el toque de intimismo preciso para poder profundizar en la psicología del personaje, todo ello confluye en su conocido final, que, a mí me pareció magníficamente rodado, aun con ese punto de frialdad que mencioné antes.
El espectador potencial que desconozca la historia de Zweig, debería leer antes algo sobre la biografía y la obra del personaje. Conocer los detalles del final de su vida, lejos de destripar la película, le confiere sentido a la historia y permite colocar la mente en situación de poder entender y por ello poder valorar y, consecuentemente, disfrutar con lo que se está viendo. La motivación principal que debe llevar a ver esta película, es revisar la última época de la vida de Zweig, como un emotivo método de acercamiento a la comprensión de su decisión final, quien conozca los pormenores de aquella historia, se emocionará viéndola, quien los desconozca, se quedará más bien frío.
Muy interesante película, incluso estupenda si tienes cuajo y paciencia suficientes.
Intelectual por antonomasia, salido del cogollo crucial de toda la gran cultura centroeuropea del siglo veinte, judío sofisticado y delicado, hombre de letras de altos vuelos y muchas vueltas, tiene que salir pitando del horror hitleriano en sus inicios de espanto (principio de los años treinta).
Sudamérica es su destino. Huye con su joven mujer, Lotte. Brasil, Argentina y Estados Unidos. Allí es bien recibido, su gran prestigio le precede. Es tratado con cariño y respeto. Él corresponde con educación, sensibilidad y resignación.
La narración es elegante, tan civilizada y lograda como el propio Stefan, un bello reflejo de su esmerada personalidad.
Se trata de mostrar trozos decisivos, no linealmente narrativos, que iluminen sus preocupaciones, sentimientos y dolores durante aquellos tiempos de dolorosa errancia.
Una recepción en Buenos Aires entre judíos amigos y otros intelectuales con recuerdo emocionado a los ausentes.
Un viaje a Petrópolis, en el interior de Brasil, entre cañas de azúcar y alcaldes azorados. Rodeado de buena gente y mucho calor.
Y una transición neoyorquina muy helada, desasosegante y angustiosa que es aliviada por las presencias queridas de su ex esposa y su hija.
A partir de aquí, por motivos de espacio, zona spoiler. Quedáis avisados.
Terminaron como ya sabemos. Suicidados. Cansados. Hartos de este perro mundo que pareciera (eso creía, temía él) que se acababa, que caía sin remedio en las garras ominosas del poder nazi.
Con delicada nota de despedida. Entre llantos contenidos, infinita pena y mucha admiración por la pareja tan trágica y hermosa que se acabó rindiendo (o quizás siguió luchando, según se vea: ¿el suicidio como gesto de independencia, rebeldía y libertad inviolable?). Final bellamente filmado con espejo de por medio.
Es una obra a favor del autor. Hay amor, bonita reverencia. Pero bien entendida. Con altura de miras. Sin idiota hagiografía, babosa sensiblería o bobas loas. Desde la distancia y el entendimiento. Con una fina y calurosa contención, con observación inteligente y sosegada.
Destacaría dos momentos jugosos y muy insidiosos. El primero en Buenos Aires.
– Es un cobarde, egocéntrico y pusilánime, comenta enrabietado un periodista estadounidense tras la negativa férrea de Stefan ante un reclamo de cualquier tipo de vituperio o crítica suya hacia el régimen nazi o, por extensión, hacia su lugar de origen.
Es una opinión. Podría ser la verdad, o parte de ella, o solo un desahogo malvado de un periodista decepcionado.
Stefan se había explicado. Comentó que no quería decir lo previsto, repetir eslóganes, aprovechar la coyuntura para montar el número y apuntarse un tanto fácil. La lucha o la rebelión solo tienen sentido si hay disparidad de criterios o resistencia de la otra parte, no si están todos de acuerdo. Un intelectual, añadía, debe tratar de elevarse por encima de esa mediocridad, debe intentar entender el punto de vista opuesto, comprender al enemigo si tal nombre le dieran. La clave del artista está en su obra, no en declaraciones oportunistas (o necesarias, según se diga) a los periodistas.
– Quiere ser una isla, comenta otro periodista de maneras más comprensivas y menos críticas respecto de Stefan.
El otro insiste en que esa postura no es posible, en que hay que mojarse, es mucho lo que se juegan y no valen medias tintas.
La película sigue y asistimos a la actuación de un conferenciante que desvía inevitablemente la charla hacia la iracunda denuncia de los hechos atroces europeos y la reivindicación de las figuras perseguidas.
Stefan observa. Parece incómodo, superado, apabullado. Como fuera de sitio. Aplaude, felicita, asume, reconoce, asiente, es halagado y querido. Pero a él le gustaría estar en otro lugar, más tranquilo y menos alborotado, más sutil y educado. Quizás escribiendo, o diciendo o paseando o amando. Quién sabe. Pero lejos. Eso parece.
El austríaco Stefan Zweig fue uno de los escritores más reconocibles de la primera mitad del siglo XX. Además de ser un gran novelista, autor de conocidas obras como Carta de una desconocida (magnífica la adaptación cinematográfica de Max Ophüls, por cierto) o Leporella, en su bibliografía destaca El mundo de ayer: Memorias de un europeo, una crónica de la Viena de su época y, por extensión, de la vida en una Europa que él mismo creyó perdida con el auge del nazismo. Aunque el escritor ya previó la creación de algo parecido a lo que más tarde sería la Unión Europea, en 1942 veía tan negro el cariz que estaba tomando la Segunda Guerra Mundial que acabó tomando una triste decisión: arrebatarse la vida junto a la de su esposa en su domicilio de Brasil.
Stefan Zweig: Adiós a Europa, dirigida por la actriz, guionista y cineasta germana Maria Schrader, comienza con una recepción que en Brasil se le brinda al escritor y en la que este ya ensalza al país que le ha acogido. Es allí donde tendrá lugar la mayor parte de la película, dedicada a analizar el frío papel del artista ante los hechos que acontecían en su continente natal. No se trata, pues, de un biopic al uso que considere necesario situarnos sobre la infancia del protagonista para entender sus hechos posteriores (cosa lógica a veces, pero estúpida en muchos otros casos), repleta de flashbacks o centrada en un nimio aspecto de su vida. La cinta quiere presentarnos la visión de Zweig sobre los sucesos que acontecían en la Alemania nazi primero y la guerra mundial posterior, su día a día en el país sudamericano y, englobando estos aspectos, el punto de vista de un hombre exiliado que acabaría tomando una decisión tan complicada como muy triste.
También se agradece que Schrader haya evitado caracterizar a Zweig de una manera mitificada o burdamente heroica. Pone en su boca grandes frases que llegó a pronunciar en la vida real, pero el aire del que dota al escritor no es precisamente el de una leyenda de las letras. Zweig es retratado como un tipo algo frío en sus maneras, obviamente inteligente y con apariencia de ser buena persona, con el añadido de reflejar acciones cotidianas que cualquier hombre de la época podía hacer. En las recepciones y coloquios es una voz de categoría, pero en las conversaciones cotidianas simplemente es uno más. Zweig no fue un superhombre, sino que fue un tipo con gran habilidad de cara a la escritura y con mayor peripecia a la hora de analizar la dinámica sociopolítica de la época.
Aun con ese acierto al reflejar la cotidianidad del paso del escritor por Brasil, es cierto que Stefan Zweig: Adiós a Europa se pierde a veces en diálogos interminables (como el primero que mantiene con su exmujer) que desconectan del verdadero sentido de la trama. Estos suelen coincidir con una variedad de planos que contrastan con el fijo de la escena inicial, y que podía dar la sensación de asistir a una película bastante fría en su contenido. Sin embargo, la impresión final se encuentra lejos de ese punto, ya que Stefan Zweig: Adiós a Europa consigue humanizar a su protagonista mediante un acercamiento práctico a su figura, más cercana a la de un hombre normal de la que su fama podía hacer pensar. Esto lleva implícito el asistir a algunos momentos cómicos que alejan al film de un punto excesivamente trascendental, zona a la que muchas obras suelen dirigirse cuando hablan de una vida nada sencilla y de un final menos agradable.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito