Sonata de otoño
Sinopsis de la película
Charlotte es una famosa concertista de piano que ha estado tan volcada en su carrera que no ha visto a su hija Eva en siete años. Eva, que vive con su marido, un pastor protestante, y con una hermana gravemente incapacitada, mantiene con su madre una relación de amor-odio. Después de tantos años, Charlotte decide ir a visitarlos, pero el encuentro pronto se convertirá en un tenso duelo entre madre e hija.
Detalles de la película
- Titulo Original: Höstsonaten
- Año: 1978
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
Película
8
56 valoraciones en total
En Sonata de otoño Bergman plantea esencialmente el problema de no saber vivir, porque para eso no basta con existir, sino que el saber desenvolverse emocionalmente exige un talento que no todos tienen.
Y como algunos (o muchos) no saben relacionarse, fingen que saben: conocen los ritos, las normas y los ceremoniales de lo que debe ser la conducta adecuada, pero no sienten nada de lo que dicen dentro de esa corrección que es puro fingimiento y pura simulación, causando sin querer un daño indescriptible en otros, sensibles y menos preparados para el gran teatro de la vida, que se dan cuenta de esa hipocresía afectiva.
Produce tal dolor el ver que tu madre no te quiere (sino que sólo lo aparenta con fórmulas y recetas), que esa insatisfacción te lleva a pensar que es imposible que otros te puedan querer de verdad, y ese abatimiento también te lleva a creer en la existencia de realidades que van más allá de los limitados sentidos (Dios y sus planes… pues de alguna forma hay que darle forma y sentido a nuestro desconsuelo para hacerlo soportable). ¿Cómo no creer eso y más, cuando todo lo que percibes de quien más debería amarte es vacío, falsedad y egoísmo sin límites?
Son tremendos esos primeros planos que comparten Ingrid Bergman y Liv Ullmann, tan cercanas físicamente, pero tan alejadas emocionalmente pese a ser madre e hija.
Y es CINE CON MAYÚSCULAS esa larga confesión nocturna en la que se dicen amargas verdades, entre el alcohol (que aporta sinceridad, o al menos valor) y esas velas que le dan un toque ceremonioso e importante a la situación.
Pero, ¿sirven de algo esas regurgitaciones aparentemente purificadoras, ese emborracharnos y vomitarle todo al otro? ¿está la sinceridad en una noche etílica…?
La película da a entender que la mayor sinceridad está en los momentos de soledad con uno mismo, y también que todo seguirá un poco igual: la madre seguirá siendo una egoísta, y la hija seguirá disculpándola y culpabilizándose a sí misma, en esa eterna niñez en la que vive inmersa, y que le impide cuestionar o censurar a su madre.
Ése es otro de los grandes temas: la inutilidad del paso del tiempo para crecer o desarrollarse (esas coletitas de una muy talludita Liv Ullmann…).
Y en este punto ya me callo y dejo hablar al propio Bergman (por boca de Ingrid): Nunca he crecido, aunque mi cuerpo y mi cara hayan envejecido. Tengo recuerdos y experiencias, pero dentro de todo eso es como si no hubiese nacido.
La gran incógnita que para mí deja la película es si aquellas personas que causan aflicción por no saber entregarse, también terminan sufriendo al saber el dolor que han causado con su egoísmo, o si simplemente continúan con su fingimiento, simulando pesar cuando conviene simularlo, igual que aparentaban amor cuando tocaba aparentarlo.
Porque quien finge alegría, ¿por qué no va a poder fingir pena y arrepentimiento?
El que no siente nada, puede hacer ver que siente cualquier cosa…
Hace siete años que no nos vemos. Tú estás inmersa en tus giras, triunfando con tus conciertos de piano. Tu pareja, Leonardo, acaba de morir y debes de sentirte muy sola. Deseo que vuelvas a Noruega y te quedes en mi casa el tiempo que quieras.
Mi marido, Viktor, es un pastor luterano, y el hombre más amable y bueno que existe. Constantemente me expresa su amor, pero yo en realidad no creo que me quiera. Finjo creerle, le permito que represente su comedia, pero no puede ser posible que me ame. Una mujer desorientada como yo, que no sabe quién es, y que ha sido despreciada por su madre desde que nació, no puede despertar verdadero afecto en nadie. Si la que me parió me mira con indiferencia… ¿Cómo puedo esperar otra cosa de los demás?
Nos has tenido miedo, a mi hermana Helena y a mí, desde que nos diste a luz y comprendiste que te habías equivocado. Intentabas hacer de madre, pero se notaba que era una obligación a la que te forzabas, no un impulso natural que te saliera de adentro. Sí, sé que lo intentabas. Pero a los pocos días el pánico te alejaba y te marchabas a una de tus interminables giras. Yo te extrañaba tanto que me sentía enloquecer. Pasaba las horas muertas tendida en el sofá, con papá, los dos esperándote como el marino a la deriva que escruta el temporal para avistar el faro. En mis anhelos, eras la madre que me hacía tanta falta. Pero cuando regresabas, el hechizo poco a poco se rompía, y la decepción caía sobre mí, porque nunca pude alcanzarte. Nunca.
Y Helena, quizás más frágil que yo, o tal vez de una manera distinta a la mía, enfermó. Su cuerpo se fue degradando hasta tal extremo que la metiste en una residencia, porque no podías hacerte cargo de ella, tú, que tenías tanto pavor a lo que habías dejado aquí, a la familia que en el fondo no hubieras debido tener.
Yo me rehice como pude, me casé con el bueno de Víctor, fundé mi familia, y finalmente me traje a Helena a vivir conmigo.
Ahora te escribo esta carta desesperada, suplicante, para expresarte lo muchísimo que te añoro, lo mucho que te quiero a pesar de toda la distancia, a pesar de las culpas sin digerir, de la ponzoña que se ha podrido sin que se haya hecho nada para evitarla. A veces creo que te odio, y probablemente sea así. El amor y el odio van parejos en personas como nosotras, porque somos una madre y una hija problemáticas, porque tú no estabas preparada para tenernos a mi hermana y a mí, y porque yo sabía que tuviste hijas sin desearlas y estabas aterrada.
Yo siempre lo supe.
Mamá, querida mamá, tratemos de salvar lo que podamos. Tratemos de aceptar las cargas. Si me tienes algo de afecto, como el que yo te tengo, coge mi mano, aunque me cueste ofrecértela.
No nos alejemos más.
Con cariño, Eva.
He visto Secretos de un matrimonio y luego Sonata de otoño . Resulta que existen muchas coincidencias entre ambas:
-Las dos pertenecen a la última etapa de Bergman.
-Ambas cuentan con dos personajes esenciales que dialogan constantemente (¡y qué diálogos!).
-Las dos cintas analizan las relaciones humanas: en Secretos… las relaciones de pareja, en Sonata… las relaciones entre una madre y su hija.
-Liv Ullmann (actriz fetiche del director en sus últimas películas) aparece en las dos.
-Tanto en una como en otra hay pocas escenas en exteriores, casi todas se desarrollan en interiores (con una puesta en escena sencilla).
Se trata de un intenso y durísimo drama en el que también (Como en Secretos de un matrimonio ) hay un atisbo de redención y de esperanza.
Formal y dramáticamente es perfecta: puesta en escena sencilla pero efectiva, fotografía espléndida y música hermosa, pero-claro-lo que más destaca es la impresionante interpretación de las dos actrices. Por cierto, se ha dicho que Ingrid Bergman fue esposa, hermana e incluso ¡esposa! de Ingmar, lo cierto es que no tenían ningún tipo de vínculo familiar, sólo es una coincidencia de apellido.
Hay una escena fundamental: Eva toca al piano e interpreta una pieza de Chopin, luego lo hace su madre. Se pone de manifiesto las dos concepciones de ambas ante el arte y la vida, descubrimos dos sensibilidades diferentes y prácticamente irreconciliables. Precisamente esta película es un reflexión sobre el lugar del artista en la sociedad, en la vida. Se trata de la oposición clásica vida/arte, técnica/intuición.
Evidentemente, el magnífico guión incide en la relación entre la madre (Charlotte) y la hija (Eva):
-Charlotte: aparece retratada como egoísta, fría, calculadora, hipócrita, materialista, mala madre. Lo único positivo que tiene es un enorme talento para la música, de hecho es pianista profesional. También cuidó en el hospital a Leonardo (¿por interés?). Puede que su retrato sea algo maniqueísta.
-Eva: aparece como hipersensible, resentida, cruel en sus reproches a la madre (la acusa incluso de ser la causante de la enfermedad de su hermana), miedosa, débil, más humana, más de carne y hueso. Gracias al monólogo inicial (dirigido a los espectadores) de su marido la conocemos mejor.
Madre e hija no se comprenden, no saben comunicarse.
Dolor, remordimiento, angustia, sentimiento de culpa, resentimiento, el pasado que vuelve, heridas que no se cierran, aenfermedad, tristeza, música…
Si goza usted de prejuicios contra Ingmar Bergman, abandónelos en un rincón durante 90 minutos, y presenciará una joya. Sonata de Otoño es un drama intenso, pero fluido, con unas interpretaciones memorables por serenas y naturales, una fotografía elegantísima -¡qué luz!- y una puesta en escena sencilla, sin ninguna estridencia, muy hermosa, como la música. Si presta atención al parlamento inicial -no es un soliloquio, es un diálogo con usted-, al acabar la película habrá visto también una cálida historia de amor y redención. Esta obra no es para cinéfilos, sino que los crea.
Hablar de las soberbias interpretaciones de las actrices es tontería.
Hablar de la fantástica fotografía de Sven Nykvist es perder el tiempo.
Hablar de la sobresaliente dirección de Bergman no aporta nada nuevo.
Hablar del completísimo guión del mismo Bergman es hablar de algo obvio.
Si algo hace a esta película ser una jodida obra maestra es la pasión, el sentimiento y el amor al cine que el sueco tiene. Y los rencores a la vida que vuelve a mostrar.
No me guta hablar de mí, pero me veo obligado en este momento. Cuando veo una media de 25 películas al mes, muchas veces me pregunto si me gusta el cine. Muchas son meras producciones destinadas al entretenimiento, otras tantas películas que me daría igual no terminar y el resto son un gasto de negativo que no aporta nada al cine. Y de repente Sonata de otoño . Gracias a películas como esta, vuelvo a recobrar la fe en el cine, vuelvo a querer ser director y vuelvo a estremecerme al saber que he tenido suerte de nacer en este siglo (el pasado), con el cinematógrafo ya inventado, y no en el siglo XV.