Sólo el cielo lo sabe
Sinopsis de la película
Una viuda de buena familia inicia un romance con su apuesto jardinero. A pesar de pertenecer a dos mundos completamente diferentes deciden casarse, pero su amor tropieza con el rechazo de los hijos de la mujer y de su círculo social.
Detalles de la película
- Titulo Original: All that Heaven Allows
- Año: 1955
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
7.3
24 valoraciones en total
Entre bombas y platillos, a uno, a veces, se le olvida que el cine es puesta en escena , y que eso compete básicamente al director. Puesta en escena es un concepto poco utilizado en España, no así en otros países. Y quizá por eso muchos directores españoles atienden a otros elementos como la música, el montaje, la interpretación, etc, antes que al encuadre. No es que esos elementos no sean fundamentales y no deban ser trabajados, pero lo primero que debe componer un director es lo que hay dentro de los límites de un visor, o un objetivo o una pantalla.
Solo el cielo lo sabe es una película de grandísimos encuadres. Douglas Sirk era un virtuoso en esa faceta. Esta película no tiene el reconocimiento de otras como Escrito sobre el viento o Imitación a la vida , seguramente porque es un melodrama (hablamos siempre de melodramas con Sirk) menos enrevesado. Pero precisamente gracias a su simplicidad argumental, destaca especialmente esa faceta de pintor de encuadres que, en mi opinión, es la mayor virtud de este excelente director. Si en otras películas tenía historias muy potentes, con muchos personajes, largas en el tiempo, cargadas de acontecimientos, aquí Sirk cuenta solo con un sencillo argumento. Y tiene entonces la oportunidad de recrearse en las imágenes con las que nos cuenta la película. Desde el punto de vista de la puesta en escena, de la composición de los planos, del uso del color con intención expresiva, esta película está al nivel de las películas de Sirk consideradas obras maestras.
Yo soy un fan de la simplicidad, de la claridad en los datos que una película transmite, lo cual no está reñido en absoluto con la complejidad de los carácteres o la sutileza de los mensajes. Habiendo visto esta película varias veces, me sigue impactando la potencia con la que las emociones están transmitidas, la contundencia del idioma con el que Sirk nos cuenta, paso a paso, esta sencilla historia de amor casi prohibido, surgido en medio de una sociedad hipócrita y aburrida que, sin perder la sonrisa y las maneras, no tiene otra cosa que hacer que meterse en las vidas ajenas para gobernarlas. Existen lecturas subyacentes en la película claramente expuestas. El discurso de Sirk, animando a buscar la armonía interna en la vida, la verdadera libertad como seres humanos, se repite en varias de sus películas, en especial en Obsesión , pero es, sin duda, la fuerza del melodrama y el modo tan cromático como está expuesto lo que hace tan atractiva Solo el cielo lo sabe .
(Sigo sin desvelar)
Una inmensa mayoría de mortales vive en desesperación callada. ¿Por qué hemos de afanarnos tanto por alcanzar el éxito? Si un ser no vibra al compás de sus semejantes, quizá es porque oye una música diferente. Debe seguir el ritmo que oiga, no importa cuál sea ni de dónde provenga. Este fragmento es leído en voz alta por Cary (Jane Wyman) cuando están visitando a unos amigos de Ron (Rock Hudson). Pertenece a la obra Walden del escritor Thoreau, alguien a quien Sirk admiraba. No es de extrañar, por tanto, que Sólo el cielo lo sabe recoja la esencia de ese fragmento -aunque dentro de la película, esa escena de lectura, queda como impostada.
Nos encontramos ante un melodrama enfocado hacia mujeres de mediana edad, quienes se veían reflejadas en ese affaire de una mujer madura con un joven apuesto. Detrás del romance, se esconde una acertada crítica hacia la burguesía y las clases acomodadas, al conformismo y la insipidez de los años 50. El amor entre una viuda adinerada y un jardinero es objeto de burlas, malas caras y comentarios aviesos por parte de los amigos de ella. También los egoístas hijos de Cary, juegan un papel importante, impidiendo a su madre ser feliz.
Como manda la época, la música acompaña, subrayando y acentuando, casi burlescamente, las escenas de gran carga dramática, algo que ha quedado trasnochado en nuestros días. Sin embargo, en cuanto a nivel estético, la película es un prodigio y esta cursi historia de amor, adquiere más valor para los cinéfilos empedernidos. No hay más que fijarse en el tratamiento del color, cómo se mezcla éste con el argumento e influye en los estados de ánimo de los personajes o en la misma historia en sí. A destacar el momento en que los hijos le regalan a su madre un televisor (se decía, hace 60 años, que las televisiones servían para hacer compañía a las viudas) y cómo ella se ve reflejada en él, sóla, gris, abandonada. Sirk transmite en esa escena toda la desesperación de una mujer condenada por la sociedad.
Quizá el reparto también nos chirríe a día de hoy. Wyman, en teoría, interpreta a una viuda hermosa y Hudson a un galán. Ella no es lo que hoy consideramos una madura atractiva y él, deja mucho que desear como seductor, más allá de su físico. En el plano interpretativo, Wyman cumple con creces según se requiere: enamorada, melancólica, valiente, hundida, en cambio, Hudson, ofrece un retrato acartonado de su personaje.
Sólo el cielo lo sabe supone un retrato agrio de la alta sociedad hipócrita de mediados de los 50 que bien se podría extrapolar a nuestros días. Porque siempre hay cosas que no cambian… a pesar de la fuerza del amor.
En cuanto al final:
Melodrama realizado por Douglas Sirk. Escrito por Peg Fenwick, se basa en un argumento de Edna L. Lee y Harry Lee. La secuencia inicial se rueda en Stonington (Connecticut) y el resto en los Universal Studios. Producido por Ross Hunter, se estrena en diciembre de 1955 (EEUU).
La acción tiene lugar en una pequeña ciudad de provincias, Stoningham (NY), entre mayo y diciembre de 1954/55. La película focaliza la atención en la vida de Cary Scott (Jane Wyman), viuda desde hace poco, de posición acomodada, de mediana edad, madre de un hijo (Ned) y una hija (Kay) de entre 18 y 20 años. Acostumbrada a vivir a la sombra de un marido dominante, está sumergida en la soledad y en el pasado, sale poco de casa y no tiene aficiones activas. Sirk, hábil retratista, ofrece una excelente descripción del personaje.
El film presenta una acerada y dura crítica social. Denuncia las reacciones interesadas y egoistas y la mentalidad acomodaticia de muchos, que ante situaciones nuevas no hacen ningún esfuerzo para entender y comprender. Explica cómo muchas personas, incluso con formación, viven sometidas a una mentalidad rígida, estrecha y mezquina, de espíritu vacío y comportamientos hipócritas y mediocres. En muchos casos los que se postulan como triunfadores en la lucha por la vida esconden en su interior frustraciones personales y profesionales lacerantes. La visión de Sirk es sombría y pesimista. Cuando los comportamientos personales no se ajustan a las reglas comunes activan prejuicios sociales que dan lugar a situaciones de marginación y exclusión social. El anáisis de Sirk se refieren a un lugar y tiempo determinados. Por extensión, es válido en relación a otras circustancias que se den asociadas a prejuicios colectivos excluyentes. El realizador defiende el amor no sujeto a convenciones y prejuicios. El amor no conoce reglas, ni restricciones, ni barreras de raza, lengua, religión, situación económica y estatus social. La obra elogia el amor elegido libremente, en especial en el caso de la mujer. Añade la defensa del derecho al amor y a la sexualidad de las personas mayores o de mediana edad. Las propuestas de Sirk, que hoy parecen ingenuas, en su momento suscitaban controversia. La adecuada comprensión del film requiere que el espectador se sitúe en el tiempo y época de su producción.
La música, de Frank Skinner ( Winchester 73 , A. Mann, 1950), aporta una emotiva partitura orquestal, con solos de piano, que amplía y refuerza los sentimientos agitados del film. La melodía central está tomada del último movimiento de la 4ª Sinfonía de Brahms. La fotografía, de Russell Metty ( Espartaco , Kubrick, 1960), ofrece colores, niveles de luz y encuadres acertados y justos. Los ambientes opresivos, que se constrastan con otros abiertos y luminosos o cambiantes, están bien construidos. Las interpretaciones de Jane Wyman, Rock Hudson y Agnes Moorehead, son convincentes.
[Advertencia previa: aunque las líneas que siguen no contienen, propiamente, spoiler, sí menciono secuencias que desvelan parte de la trama. La visión que ofrezco de ellas es bastante personal y configuran mi interpretación emocional de la película.]
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‘All that Heaven Allows’ (Todo lo que el cielo permite), empieza con un picado en el que vemos la torre del reloj. Hay algo triste e implacable en la combinación de la fijeza del reloj y el color de las hojas del otoño.
Esa observación desde lo alto, tan por encima de los hombres, recuerda al primer capítulo de ‘La regenta’, con Fermín de Pas oteando desde el campanario.
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La primera vez que Cary y Ron entran juntos en la casa del molino, hay a la izquierda una escalera vieja que apunta hacia lo alto.
– ¿Qué hay arriba? –pregunta Cary.
– No lo sé, no he vuelto a subir desde que era niño. Estará sucio y lleno de telarañas.
– No me importa.
Cuando Cary se dispone a subir, un pájaro se echa a volar y ella cae en los brazos de Ron. Es el preludio del primer encuentro de sus labios.
Al terminar la escena, la cámara se queda con el pájaro –una paloma– y con su arrullo concluye la secuencia.
Ese lugar, no visto, tiene para mí el sabor de una promesa de felicidad.
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La segunda vez que aparecen juntos en la casa del molino, se ve una luz pequeña azul en el lugar al que apuntaba la escalera.
– Esas escaleras van hacia el almacén. Allí pienso poner el dormitorio –dice Ron.
Creemos que la promesa ha comenzado a tomar forma. Pero, cuando las escaleras entran de nuevo en cuadro, la luz azul ha desaparecido. La sensación que deja la secuencia es agridulce.
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La tercera vez que aparece por dentro la casa del molino, la cámara se sitúa en el desván, es como si el lugar de la promesa les observara desde arriba, inaccesible.
La secuencia finaliza con un plano de Ron sentado en la escalera y abatido, con los puños en el rostro.
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La cuarta vez que aparece el interior de la casa del molino, Ron yace tumbado en el sofá. La luz azul –el cielo– queda afuera, en el jardín, al otro lado de la inmensa cristalera. Esta vez Ron y Cary no están solos. Las otras presencias resultan agobiantes –reina la oscuridad y los encuadres comprimen el espacio.
Siento que no hay rastro del lugar de la promesa.
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Decía Douglas Sirk, hablando de esta cinta, que, en su opinión, es bien poco lo que el cielo nos permite.
A pesar del aparente happy end, una sutil capa de tristeza impregna la escena que cierra la película. Como una sensación de paraíso no alcanzado, perdido para siempre. La puesta en escena y la configuración exacta de los interiores, son, en Sirk, excepcionales, dan la clave de los personajes retratados. Y, sin embargo, nunca llegamos a ver la habitación (o habría que decir el cielo) de los dos amantes.
En ese no lugar cristaliza la extraña fascinación de sueños soñados por cámaras y hombres.
En ese no lugar habita el cine.
Siguiente película a la magnífica Obsesión , con misma pareja protagonista. Como en aquella, pero aquí todavía mejor, Sirk hace maravillosa una película de resbaladizo argumento, propicia al folletín convencional y al sentimentalismo azucarado (una adinerada viuda se enamora del hijo del que fuera jardinero suyo toda la vida, un muchacho mucho más joven que ella) gracias a su sublime exquisitez y elegancia a la hora de hacer cine: la dirección/elección de actores, la puesta en escena, el empleo de un sencillo argumento que se va agigantando en busca de un catálogo de intensidad emocional espléndido, su anchura de miras para no quedarse en la epidermis de lo que puede contar, y su capacidad de ahondar en aspectos más relevantes (en este caso, lugares comunes en sus brillantes melodramas también: su radiografía, elegante pero crítica, de la alta sociedad americana y de sus corsés puritanistas, la contaminada y puta manía de prejuzgar y chismorrear del ser humano, la facilidad con que éste se divierte/gusta para destruir lo ajeno).
Son todos vértices por los que agarrar una excelente película de un autor mayor en la Historia del Cine, que hizo siempre trabajos muy por encima de los materiales con que contaba y que hace que a uno le salga una sincera exclamación: ¡Viva el melodrama!.