Solaris
Sinopsis de la película
Un científico es enviado a la estación espacial de un remoto planeta cubierto de agua para investigar la misteriosa muerte de un médico. Adaptación del clásico de ciencia-ficción del escritor polaco Stanislaw Lem.
Detalles de la película
- Titulo Original: Solyaris (Solaris)
- Año: 1972
- Duración: 165
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Opinión de la crítica
Película
7.5
53 valoraciones en total
Un filme de conciencia-ficción, como lo definió un crítico italiano. Solaris está tan alejado de 2001: Una Odisea del Espacio como el más alejado de los planetas de una Galaxia aún por descubrir. Ambas obras son grandes creaciones de dos grandes de la historia del cine, pero entre una y otra creación artística media la distancia que separa al mundo de los sentimientos, las emociones y las eternas preguntas del mundo del gran espectáculo, de la obra de arte concebida como show. Ambos mundos no son beligerantes ni excluyentes, pues cada uno ocupa su honroso, legítimo y amplio espacio (medido en años luz), y no hay peligro alguno de que entren en conflicto ni se destruyan. Son dos mundos en los que puede habitar el ser humano, aunque algunos cinéfilos y otros seres de difícil adaptación puedan perecer en ellos.
En Solaris el director ruso lanza una mirada desde el cosmos hacia la Tierra, hacia el hombre. Tarkovsky no realiza un viaje hacia el infinito y más allá, sino hacia el mundo interior del ser humano. Considero que es un deber mío animar a la reflexión sobre lo específicamente humano y sobre lo eterno que vive dentro de cada uno de nosotros, escribió Tarkovsky. No es casual ni una cuestión de recursos, que los efectos especiales se hayan reducido a su mínima expresión en la película, y que la estación espacial que gravita sobre el Océano inteligente presente un descuidado aspecto doméstico muy terrenal, el que presentaría una vivienda cuyo dueño está absorbido por otras cuestiones y que nunca encuentra el momento para arreglar el grifo que gotea o el enchufe de la luz… Paradójicamente, ninguna otra película de Tarkovsky presenta tantas huellas de lo humanamente cotidiano como Solaris (Vera Ivánova).
Mención especial merecen, obviamente, los diálogos, que son parte fundamental de un guión impecable, como en todas las películas del genial director ruso (al menos hasta Stalker). El mundo de Solaris no es el mundo aséptico y pulcro de 2001: Una Odisea del Espacio con su amplio despliegue de efectos especiales y su deslumbrante exposición de naves y artefactos voladores (algunos imposibles), con un diseño tan atractivo, convincente y realista que prácticamente nada de lo que vemos en pantalla existe a día de hoy… Si en la película del gran Kubrick los personajes hablan poco, es porque tampoco tienen muchas cosas que decirse -para que nos vamos a engañar-, incluyendo al ordenador Hal 9000 con su perverso talento (aunque a la hora de morir, lo haga de una forma tan patética que deshonra a sus creadores, al héroe americano con capa y mallas y a su bandera).
La película de Tarkovsky me gusta y me fascina por el poder de sus imágenes (una constante en toda la cinematografía del genial director ruso), por su misterio, por su poesía, por su belleza, por su profunda reflexión acerca del ser humano. Y, por supuesto, por el gran trabajo de unos excelentes actores.
1) En el prólogo terrícola añadido por Tarkovsky al argumento de Lem, el melancólico Kelvin, viudo prematuro, pasea entre jirones de niebla en torno a una laguna pegada a la dacha paterna. Un enviado de la organización cosmonáutica llega para proponerle, una vez más, una complicada misión.
En la estación espacial situada junto Solaris, un gigantesco océano de gas arremolinado en la vecindad de Júpiter, océano que es una entidad inteligente, están dándose fenómenos alarmantes: astronautas exploradores hablan de fantasmales apariciones con figura humana. Entre la expedición científica hay muertes y suicidios, algunos eran conocidos de Kelvin. Debe viajar hasta allí para averiguar qué está sucediendo.
Tras un viaje más detallado en la circunvalación de Moscú al volante que en el veloz recorrido de los millones de kilómetros hasta la región jupiterina, Kelvin llega a la estación espacial situada en Solaris.
Al mismo tiempo que con los dos científicos supervivientes y desquiciados, de quienes obtiene informes confusos, entra en perturbador contacto con la entidad Solaris, algo así como el alma ubicua del gigantesco océano de gas, contacto misterioso que no consiste en hablar, desde luego, ni en telepatías.
2) A semejanza de La Zona, de Stalker, Solaris es un singular campo de energía donde el contenido mental latente se plasma: de ser meramente psíquico, pasa a lo denso, se hace corpóreo. Un espacio inteligente donde inconsciente y memoria se materializan.
Y, como en Stalker, el componente de ciencia-ficción es un pretexto abocetado para introducir el tema metafísico. Realmente escenarios y efectos no pueden estar más abocetados. Al disidente las autoridades daban cuatro rublos y, con la película Kodak justa, se ruedan tomas únicas. La precariedad se convierte en forma ascética. Y, de paso, en una especie de lentitud antigravitatoria…
También como en Stalker, el protagonista, que reacciona en ese espacio donde lo interior se transmuta en ilusiones reales, comparte la experiencia con dos escépticos, en significativo debate entre posturas de fe, por una parte, y posturas de intelectualismo exacerbado por otra, o de cientifismo de laboratorio, que en lo extraterrestre proyectan sus paranoias y con lo no-humano se empeñan en hacer experimentos, como si de monos o cobayas se tratara.
2) Se debate, con intensos parlamentos, en la reunión de la biblioteca, amueblada a la antigua, Bach y Brueghel (maravillosamente desmenuzado por la cámara) al fondo. Los científicos viven en crispación crónica, pero Kelvin puede entrar en comunicación con Solaris: se plantea vivir el mundo personalizado que Solaris genera a partir de su mente. Intuye que podría retomar conflictos íntimos enquistados y superarlos, cancelar deudas emocionales, compensar a la esposa muerta…
Podría afrontar, no sin dramatismo y abismales sobresaltos, la vía evolutiva, la tarea espiritual ahí, en el universo plástico y dialéctico de Solaris.
Sí, amigos, infalible a más no poder. En mis tiempos de recepcionista de noche era el mejor estimulante del sueño. Como solía librar lunes y martes y tenía el sueño cambiado, me costaba un montón dormir por la noche. Menos mal que descubrí a Tarkovsky y su obra maestra y mi sufrimiento terminó.
Recuerdo con cariño esa escena que dura dos o tres minutos en la que se enfocaba una carretera y parece que ibas conduciendo el coche, impresionante, toda una lección de profundidad visual, me hizo meditar profundamente acerca del sentido de la vida.
Envidio a todo aquel que aguanta su visionado sin pestañear, yo he visto muchas películas en mi vida pero todavía no he alcanzado la madurez suficiente para llegar a entender el universo interior del amigo Andrei, lo intentaré dentro de 20 años … o cuando el insomnio me invada.
Nos aferramos a nuestras ideas a pesar de que sólo son ideas. Es normal que, si un oceano vivo y generoso usa campos magnéticos para amontonar neutrinos con la forma de nuestras churris desaparecidas, nos aferremos también a los neutrinos y nos pasemos el día retozando con ellos en lugar de plantearnos los dilemas gordos que nos atenazan, que hoy vienen a ser estos:
a) ¿La obtención de conocimiento es un fin en sí mismo?
b) ¿Vale la pena arriesgarnos a dañar algo que no conocemos si arriesgándonos a dañarlo albergamos la esperanza de llegar a conocerlo un poco?
c) ¿Si una inteligencia superior intentase comunicarse con nosotros y lo hiciese materializando cosillas que encuentra dentro de nuestra cabeza, qué saldría? Y, en caso de que saliese una exnovia bonita, ¿nos la follaríamos?
d) ¿Follar con cadáveres resucitados que no se sabe exactamente si existen o no, puntúa como necrofilia o puntúa como psicósis?
La histórica novela de Stanislav Lem fue adaptada por Andrei Tarkovski en un país y en unos tiempos en los que no se podía rodar casi nada que sonase a libertad individual y sin embargo logró colar a la censura comunista una frase que dice tal que así: Amamos aquello que podemos perder… tú mismo, tu mujer, tu país… que hoy suena a poco pero que no tendría yo valor de susurrar a los peces gordos de la URSS, una máquina de devorar países.
El truco que usó fue ralentizar la peli hasta que se sobaron todos los censores.
Solaris, igual que 2001, es una peli de ciencia ficción que avanza a ritmo de croqueta y por eso se la acusa de ser una respuesta soviética al film de Kubrick, aunque se parecen como un huevo y una castaña.
En 2001 todo estaba limpio y ordenado, y el imperialismo capitalista fardaba de pasta y efectos especiales, en Solaris todo es de baratillo y está hecho unos zorros. Las puertas de metal de la estación espacial son puertas de papel de alumnio que si te equivocas y empujas una que se tendría que abrir hacia dentro ya te las has cargado. Sólo falta que pongan anillas abrefácil de esas de las latas de sardinas a las paredes de sala de descompresión.
Y dice el cliché que 2001 mira hacia fuera, mientras que Solaris mira hacia dentro, buscando el alma de la humanidad en lugar de buscar monstruitos por el espacio exterior. También dicen los enterados que es una película de CONciencia ficción, o que es metafísica, o que es existencialista, o que es califragilistica, el caso es que deja mucho tiempo para pensar y el espectador puede usarlo para introspeccionarse un poco.
Y por si el asunto no fuese ya suficientemente atrayente, siempre mola que los títulos de crédito estén en cirílico y aparezcan Rs al revés.
Nota: excelente.
Fue mi primera experiencia con Tarkovski. La vi hace muchos años, en el madrileño cine Doré, como corresponde a un incipiente gafapasta. Así me desvirgué. Fue tan bonito…
No iba sólo. Me acompañaban mis queridos Hermione Granger, Macarrones y Rifiuti. De los cuatro, sólo yo permanecí despierto todo el tiempo.
Salí fascinado de la sala.
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(Años después)
Me casé, tuve dos hijos, me di una vuelta por la Fnac y… ¡allí estaba ella!, en una edición para coleccionistas. Me acerqué, la toqué tímidamente, la saqué (de la estantería, claro), la volví a meter… y así unas cuántas veces.
Finalmente, me decidí. Compré la peli.
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(Semanas después)
La introduje en el aparato reproductor y quise recordar los viejos tiempos, pero… no fue lo mismo. Me faltaban los ronquidos de mis compañeros del Doré (Hermione, fidelísima, volvió a verla conmigo, ¡y ni siquiera se durmió!).
¿La cinta se había apolillado? Con los ojos llorosos, vi mi reflejo en el espejo del salón: era yo quien había envejecido.
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Cometí el error de querer vivir de nuevo una experiencia irrepetible. Solaris, ¿qué me has hecho?
No quiero verte más.