Small Axe: Lovers Rock (TV)
Sinopsis de la película
Una historia de romance y música en una fiesta de blues a principios de los años 80. El llamado lovers rock sólo sonaba en las casas donde la juventud negra organizaba sus fiestas cuando no eran bienvenidos en las discotecas y clubes nocturnos segregados. A lo largo de una noche, Martha (Amarah-Jae St. Aubyn) se siente atraída por un extraño (Micheal Ward) durante una de esas fiestas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Small Axe: Lovers Rock (TV)
- Año: 2020
- Duración: 68
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Opinión de la crítica
Película
6.8
71 valoraciones en total
Pues que queréis que os diga… Sin estar en desacuerdo con ninguno de los argumentos laudatorios de todas las críticas profesionales y no profesionales que leo, yo me he aburrido soberanamente, y menos mal que es cortita.
Será que no puedo soportar la absoluta falta no ya de guión, sino de argumento. Será que esto no es una película propiamente dicha, ni de cine ni de televisión. O por lo menos, lo que yo entiendo como tal.
*Deseo, música y seducción
Es que en la apasionante Lovers Rock prácticamente no hay trama. Lo que se apodera del interés del afanoso Steve McQueen es la necesidad por dilatar y prolongar una secuencia ambientada en una fiesta. Sabemos que allí podría haber mil historias potenciales en simultáneo: cada mirada, gesto y paso de baile representan una mínima motivación o intención por parte de los personajes que dotan de vida al entorno. Y esta parece ser la simple pero efectiva premisa que toman McQueen y Courttia Newland (coguionista), al detenerse en las miradas y gestos implícitos de Martha, Grace y compañía.
El director sabe muy bien que cada uno de ellos resguarda una verdadera intencionalidad, posiblemente instintiva, pulsional e inclusive inmoral. No son personajes perfectos, y ahí está el principal atractivo: en sus imperfecciones, sus impulsos y deseos fugaces pero cargados de intensidad, que sobrevuelan el ambiente sofocado por el humo de los cigarrillos de marihuana en esa atmósfera festiva.
*El equilibrio descriptivo
No existe prohibición ni represión en ese ambiente jovial, y por lo tanto las tensiones no tardan en evidenciarse: el galán intrépido que avanza sobre las mujeres de manera abusiva, el familiar borracho que pierde el control embebido en alcohol y hace infames declaraciones, los inevitables enfrentamientos regidos por celos absurdos y alterados por los excesos. E incluso la tensión por la discriminación racista que siempre está a la vuelta de la esquina.
Pero Steve McQueen sabe muy bien cómo mantener todos estos aspectos dentro de los límites de su propia apuesta estética: logra mantener un equilibrio estupendamente concordante de todos y cada uno de estos rasgos (los más narrativos y los más descriptivos), generando un clima de suspensión dramática constante en donde la estética visual y sonora pasan a ser lo prioritario.
*El amor, un silly game
En este tipo de obras, conviene no spoilear ni siquiera los tratamientos recursivos que se emplean desde la puesta en escena, pero podemos adelantar uno de ellos: todos bailan, botellas en mano, mientras entonan efusivamente los versos de Silly games de Janet Kay. La banda sonora musical se empieza a desvanecer y las voces, vivificantes y a capela, se apoderan del protagonismo. La fiesta entera canta y baila imponentemente. Un juego de recursividad que sólo la magia del cine puede consolidar.
Steve McQueen construye la progresión previa a este momento de quiebre, que se hace esperar como si se tratara de una revelación argumental crucial en términos dramáticos, pero no lo es: es tan sólo una escena de canto y de baile. Y es acaso la mejor escena de canto y de baile que se ha visto en los últimos años.
*Conclusión
Lovers Rock es música y descontrol, es sensualidad desbordante y juegos de seducción. Es un registro traslúcido de un contexto espacio-temporal bien definido en una época determinada (capturada a la perfección por la estética visual y la banda sonora). Pero también, y ante todo, Lovers Rock es una historia de amor, porque las mejores historias de amor son las que no precisan de una trama minuciosamente explicada para movilizar al espectador. Con la emoción basta, y Steve McQueen es consciente de eso.
Escrito por Juan Velis
Lovers Rock, segunda película de la antología Small Axe, puede que no vaya a ser tan laureada como El Mangrove, pero sin duda es más encantadora y más fácil de ver con agrado.
Dentro de que el estilo de su director, Steve McQueen, siempre es muy sobrio, duro y desapasionado, Lovers Rock parte con una ventaja, que es su escasa duración (apenas 68 minutos, contando créditos), lo que facilita mucho que el espectador se entretenga y pase un rato más distendido que con la netamente política (y más importante, sin duda, en su mensaje) El Mangrove. Además, el tono es más comercial, quizá, más sensible, lo que no le viene mal por una vez al director de 12 años de esclavitud.
Lo mejor: Los dos protagonistas, fabulosos, y la emotividad de su historia de amor.
Lo peor: El tono sigue siendo algo frío, aunque menos de lo habitual en Steve McQueen.
Mira que soy tonto. Si allá por mi lejana juventud hubiera filmado los guateques que hacía con mi panda, me hubiera forrado y todos los críticos gafapastas hubieran flipado con mi arte. Porque de eso va esta película, de un guateque interminable en el que se baila mucho ( en mis guateques también), se oye reggae ( en los míos se oía música disco de los 80), se intenta ligar (también), donde están el típico patoso y el típico matón ( también), se fuman porros (también), y se bebe cerveza (en los míos, cubatas). En vez de ser jamaicanos en Londres en los años 70, éramos madrileños en un pueblo de la sierra de Gredos en los años 80, y por lo demás, todo igualito.
Le pongo un 6 justito porque Steve McQueen rueda todo esto con oficio, la música está bastante bien, y la película dura poco más de una hora, gracias a dios, porque esto en dos horas hubiera sido insoportable. Muy recomendable para los entusiastas de la música jamaicana. Para el resto, vosotros mismos.
Imagina: El mundo no te entiende, el mundo te cierra puertas hasta ser peligroso, y lo único que te une es un género musical, un estilo que te conecta con los instintos primitivos de tu yo más puro. El que te hacerte llevar y transportarte a la felicidad.
Deja de imaginar. Steve McQueen ha conseguido capturar ese sentimiento y en el minuto 34 de la cinta que nos ocupa empujar al espectador a él.
Los altavoces se apagan mientras suena Sally Games de Janet Kay y durante cuatro minutos enteros y sin pausa, a capella la gente en la fiesta canta la letra con los ojos cerrados y los brazos al aire sintiendo cada palabra, masticando cada inflexión, entregados al delirio mientras la cámara baila por los distintos invitados. Sin prisa. Es un momento de intimidad casi voyeur. De una belleza extraña, puedes sentir el sudor del delirio. El tacto, el olor y la comunión de ser testigo de un instante inexplicable.
Es una viñeta visual y una carta de amor a un momento de la historia de la comunidad negra en Reino Unido y lo es mediante escenas de liberación, comunión, hermanamiento y realidad en una noche donde fuera está lloviendo pero en la pista de baile, la euforia de sentir la música y la conexión que ésta provoca rompe todas las barreras y realidades.
Es curioso que sea precisamente en 2020, un año en el que ese acto ha sido prohibido el que hace de esta historia resonar de manera más potente y relevante.
El argumento (si lo hay) envuelve a Martha, escapándose por la venta de su habitación de suburbio y acudiendo a una fiesta de reggae en una casa en el Oeste londinense. En esta casa hemos visto preparar altavoces y a las mujeres cocinar en una pericia sensorial por parte de McQueen que casi puedes oler el curry y los sabores de la preparación.
El propio director (que ejerce de coguionista) ha explicado que son las fiestas en las que él escuchaba que la comunidad se reunía porque no les dejaban entrar en los club nocturnos londinenses debido al color de su piel.
Y de ahí veremos retazos de eventos: el miedo al mundo al otro lado de las paredes de la fiesta, e incluso lo desprotegidos que pueden estar incluso dentro de la misma. La falta de un lugar material de expresión y de unión.
Si no fuese por la verdadera protagonista de la película: la música. El Lovers Rock al que hace mención el título de la cinta que alude al estilo de Reggea Romántico de mediados de los 70.
La historia además relata vestigios de realidad romántica, real, de conocer a alguien en una noche que se termina al amanecer pero que continúa en la sonrisa que queda después de un paseo en bicicleta y un beso en una parada de autobús.
Después el despertador vuelve a sonar, las obligaciones de la vida vuelven a girar, pero ese momento único de una fiesta no termina con él.
Lovers Rock, la segunda parte de la antología de películas de Steve McQueen llamada Small Axe, no es únicamente una película, es una experiencia sensorial absoluta que trasciende en imágenes icónicas y captura en celuloide un momento de euforia, un pedazo de la realidad de toda una comunidad. Lovers Rock es una absoluta obra maestra fílmica, creada sin concesiones ni sobreexplicaciones sino para realizada para dejarse arrastrar a esta íntima fiesta y sentir como si estuvieses allí.
Mc Queen ha capturado todo eso en una absoluta obra maestra del cine.