Shortbus
Sinopsis de la película
Varios neoyorquinos navegan por los vericuetos tragicómicos del sexo y del amor dentro y fuera de un club polisexual underground llamado Shortbus . Sofia, una terapeuta sexual que nunca ha tenido un orgasmo, lleva años fingiendo con su marido. Severine, una dominadora, intentará ayudarla consiguiéndole diversas relaciones sexuales. Por otro lado dos pacientes de Sofia, James y su compañero Jamie, piensan en incluir a un tercero, Ceth, en su relación sexual, pero Jamie no acaba de decidirse. Todos se encuentran en Shortbus, un lugar fuera de lo común en la Nueva York post 11-S donde se mezcla el polisexo, la política y el arte.
Detalles de la película
- Titulo Original: Shortbus
- Año: 2006
- Duración: 102
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Opinión de la crítica
6.3
100 valoraciones en total
El impulso liberador que llenaba de pasión el canto de Hedwig and the Angry Inch se diversifica y vuelve coral en Shortbus, entrelazando tres historias de contacto a flor de piel, personajes que en la aglomeración neoyorquina viven pegados unos a otros sin que por ello deje la soledad de abrir abismos personales.
John Cameron Mitchell mantiene su original actitud creadora y continúa desplegando inventiva visual. Nueva York aparece representada por una fabulosa maqueta animada por la que se desplaza el foco del relato de un edificio a otro a vuelo de avión más que de pájaro. Significativamente, la película arranca con primerísimos planos de la estatua de la Libertad.
A otra escala, el club Shortbus (nombre de los microbuses escolares para alumnos con necesidades especiales) funciona también como una maqueta de un sector liberal de la sociedad. Es un club como los warholianos de los sesenta, un loft de Brooklyn dirigido por Justin Bond, legendaria figura del cabaret posmoderno, donde los asistentes se reúnen a tomar copas, armar debates culturales, talleres, conciertos, exposiciones, y también concurridas bacanales en la sala principal.
JCM lo puso en marcha para la película y funcionaba de hecho, con lo que proporciona escenario real a la filmación, que cobra un documental aire de reportaje.
En el club confluyen los personajes de las tres historias principales, en busca de solución a sus conflictos emocionales. Son una terapeuta sexual que, a pesar de ejercitar con su pareja el Kamasutra entero, finge ruidosamente los orgasmos (una forma de ganar tiempo, justifica) porque nunca ha tenido uno, y empieza a considerarlo inaplazable, una pareja gay en crisis, que prueba a ampliar la relación para revitalizarla, una dominatrix profesional incapaz de implicarse afectivamente excepto a través de la fusta.
Alguno de ellos graba su vida en video digital, otra la fotografía en polaroids, lo que proporciona material para enriquecer el montaje, de por sí ágil y fluido.
El director prescinde de la censura, la ignora olímpicamente y la deja atrás. Un primer resultado es que se esfuma la aureola pornográfica. Los desnudos y acoplamientos aparecen en su papel narrativo, sin carga morbosa o excitante. Acaso cómica, por momentos, como en cierta versión orgánica del himno estadounidense…
Otra peculiaridad del experimento es la gran dirección de actores que, en trabajo colectivo, aportan sus historias personales.
Con todo, la película permanece deliberadamente en un nivel de fábula bienintencionada, un tanto naif. Lo es suponer una ilimitada fuerza liberadora al orgasmo, la idea del club como fantástica central generadora de energía al potenciar en las orgías conexiones, chispas, corrientes y fusibles, en una visión utópica que encantaría a Wilhelm Reich.
Si el corazón del Occidente se sitúa en Nueva York, hay un boquete inmenso en su maltrecho palpitar.
Cameron Mitchell implanta a la ciudad un marcapasos. No es otro que el Shortbus.
Para llenar el vacío, nos dice la película, basta con dejar que a uno se la metan por el culo. O practicar el sexo en trío en busca del orgasmo. Basta con existir fuera del tiempo.
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El Shortbus destila una joie de vivre en la que no cabe la reproducción. Diríase que los habitantes de ese mundo nunca adoptarán un niño ni tendrán un hijo natural. Nadie menciona la posibilidad de que la especie continúe.
Como si el Occidente tuviese los días contados y fuera preciso sumergirse en un frenético carpe diem sin futuro, los personajes se dan cita en el local y asisten, gozando, a una última función.
Allí estarán hasta perder la vida y la consciencia.
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Y es que la peli, igual que aquellas fiestas de final de curso, nos deja un poso triste en la garganta.
Me resistía a ver Shortbus porque me temía lo peor. Tengo en un pedestal a John Cameron Mitchell gracias a su particular Hedwig and the Angry Inch , y sinceramente, no me apetecía bajarlo de ahí. Al fin he visto el film. Esperaba encontrarme con otro 9 songs , es decir, una basura con escenas de sexo explícito, sin guión pero con pretensiones.
No ha sido así y he tenido un orgasmo de felicidad, porque a diferencia de la de Winterbottom, el film de Mitchell tiene guión, y además un buen guión. Mitchell dirige una historia de varios newyorkinos despiertos y abiertos sexualmente, gente que aparentemente podría decir que el resto somos unos reprimidos sexuales, ya sea porque no nos gusta el sado, no montamos orgías o no practicamos todas las posturas del kamasutra.
Esta es la apariencia. El fondo es que la terapeuta sexual que practica las sagradas escrituras del libro carnal, jamás ha tenido un orgasmo, o que la hembra dominante que sodomiza a sus clientes quiere tener una pareja normal, o que James y Jamie, una pareja de homosexuales envidiada por el resto, no tienen la relación que sus compañeros creen ver.
Y en la búsqueda de un primer orgasmo, Mitchell dirige a todas estas personas al Shortbus , un local privado en donde cualquier fantasía erótica o sexual es posible. Es cierto que hay muchas escenas de sexo explícito, es cierto que no es necesario ver tantas penetraciones, mamadas o pajas, pero también es cierto que tampoco están de más. Y esto no se hace para escandalizar, a mi no me ha escandalizado, pero es que no tiene porqué hacerlo.
Evidentemente, John Cameron Mitchell no ha conseguido hacer una película tan buena como la anterior, pero sabiendo que, por lo menos en Europa, ya nada nos escandaliza, no está de más hacer este tipo de películas, siempre y cuando tengan un guión sólido, como a mi parecer es el caso de Shortbus . Buen trabajo de Mitchell.
Insólita reflexión sobre la importancia del sexo para el alcance de la felicidad. La segunda película de John Cameron Mitchell, tras la genial Hedwig and the angry inch , es una divertida y valiente tragicomedia que sigue a distintos personajes en busca de la satisfacción afectiva y sexual.
Ritmo ágil, geniales diálogos co-escritos por los actores y situaciones desternillantes -junto a momentos amargos- son los puntos fuertes de una cinta de sana irreverencia, que lejos de buscar la mera provocación, se preocupa por encontrar soluciones para unos personajes con problemas emocionales. Abstenerse mentes cerradas y asiduos de la Cope.
La pregunta del millón de orgasmos: ¿Tenía Ken Park también un 7,2 de media en la semana de su estreno y bajó a un 5,6 en cuatro añitos?
En Garganta Profunda (1972) el Dr. Young (Harry Reems) revelaba a Linda Lovelace que su clítoris se encontraba oculto en su garganta. A partir de ese momento el cine porno no volvió a ser igual y su sombra ha sido tan alargada (recuérdese la conversación en una cena de la estupenda La tormenta de hielo) como letal para sus protagonistas (véase el interesante documental Inside Deep Throat).
Shortbus puede recordar en una de las tramas principales que protagoniza Sofia (Sook-Yin Lee) a las incursiones sexuales de Lovelace y se agradece que ese sexo explícito con el que ameniza la velada John Cameron Mitchell, que ya deslumbró con Hedwig and the Angry Inch, sea uno de los mayores atentados contra la sociedad conservadora americana aparte del pezón de la Jackson. Una vuelta a la ‘luz’ sexual de los sesenta tras un apagón por parte de la opresión de censores, del fanatismo religioso y los políticos republicanos de EEUU.
Pero aparte de esos insertos animados que reflejan de manera diferente un Nueva York post 11-S y la improvisación de sus actores veo poco o nada de sus supuestas emociones entre tríos, automamadas, posturas del kamasutra, sado blando, eyaculaciones candidatas al mayor salto de distancia y karaokes a capela escrotal-anal del himno americano.
Ni me llama la atención, ni me incomoda y no me sorprende en lo más mínimo.
Tampoco me enamora su simplista historia aunque algunas secuencias posean muchísima belleza (la búsqueda onírica del orgasmo y James desnudo e iluminado por las velas en una ventana).
Tal vez se deba a la sobredosis de Russ Meyer, John Waters, Paul Morrissey y cine porno ya sea en su vertiente clásica (Garganta Profunda), casposa (El potro se desboca) o hardcore (la filmografía de Rocco Siffredi entre otros).
Pero lo peor de Shortbus es que denota que si el cine indie americano tiene que recurrir a lo explícito (Ken Park) para llamar la atención de las mentalidades más cerriles vamos por muy mal camino para que otros encontremos el otro orgasmo, el cinematográfico.
Otros cineastas como Haneke, Von Trier o Dumont han incorporado la pornografía en alguno de sus filmes como recurso, Cameron Mitchell, Larry Clark y la propia Janet Jackson como un simple efecto de impacto que causa las mismas consecuencias del cine porno: sin secuencias explícitas no queda absolutamente nada que contar.