Rara
Sinopsis de la película
Que te gusten los chicos, o quizá encontrar que son estúpidos, ser supercercana con tu mejor amiga, y aun así no contarle tus secretos, tener problemas en el colegio y unos padres aburridos. Este es el tipo de problemas a los que se enfrenta una niña de 13 años. Para Sara eso no tiene nada que ver con el hecho de que su mamá viva con otra mujer. Aunque su padre no piense lo mismo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Rara
- Año: 2016
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
6.3
99 valoraciones en total
Corría el año 2003 en Chile cuando, tras tres instancias judiciales, Karen Atala, una destacada abogada y jueza chilena perdía la tuición de sus hijas a causa de una demanda del padre, ya que la madre convivía junto a su nueva pareja. ¿La demanda? No se encuentra capacitada para cuidar de las tres niñas, dado que su nueva opción de vida sexual sumada a una convivencia lésbica, estaban produciendo consecuencias dañinas al desarrollo de estas menores. El caso fue llevado por la abogada a la Comisión Interamericana de DDHH, obligando al Estado de Chile siete años después a corregir la decisión, en un hecho emblemático para el continente.
Inspirada en el caso mencionado, Pepa San Martín dirige su primer largometraje, ‘Rara’, que coronó con el Premio Horizontes Latinos en el último Festival de San Sebastián. La cinta, lejos de biografiar el hecho, cuenta la historia de Sara (Julia Lübbert), una niña de 13 años que vive junto a su hermana menor Cata (Emilia Ossandón), a su madre (Mariana Loyola) y su pareja, Lia (Agustina Muñoz). Pero el siempre complicado inicio de su pre adolescencia se ve afectado por su padre (Daniel Muñoz), el que no aprueba que sus hijas convivan bajo el mismo techo con su mamá y su novia.
Junto con Sara, el espectador recorre sus días en el colegio, sus tardes en su casa de Viña del Mar junto a su familia, su interés por el niño que le gusta, sus conversaciones cotidianas y certeras con su mejor amiga y compañera en el pasillo y baños del colegio, y sus discusiones con la Cata. Sin embargo, es consciente de su situación: está en la mira de una sociedad que la apunta, que murmura tras las paredes, que la mantienen al filo de la normalidad, la aceptación o el cuestionamiento. San Martín consigue, desde la primera escena, hacernos parte de una familia encantadora, espontánea y natural. Bastan diez minutos para comprender años de historia. Así mismo, la posición del padre, sin ser ausente, también es explícita con las escenas siguientes. Con gran parte de las bases narrativas logradas, lo que queda no es más que una hora intensa de emociones que nos trasladan desde la alegría a la impotencia, del amor al odio, de la inocencia a la madurez.
La relación homoparental nunca es puesta en juicio por el relato ni expuesta de manera soterrada. La sensibilidad de la cámara de San Martín junto con el acabado guión -a cargo de la misma directora junto a Alicia Scherson (‘Play’, ‘Turistas’)- que no deja espacios para dudas o inconsistencias, naturalizan cualquier posibilidad de evaluación, nos convertimos rápidamente en un integrante más de la familia y no podemos hacer otra cosa sino empatizar con lo que significa para Sara, su hermana y su madre, dejar su casa para irse a vivir junto a su padre, demanda mediante. Llena de grandes momentos, en ‘Rara’ todo conspira para crear un relato mágico donde, paradójicamente, la realidad abunda y la palabra injusticia no hace más que removernos el piso y ver con otro cristal una verdad mucho más latente que la que podamos llegar a pensar. Escenarios acotados a interiores y locaciones mayormente cerradas también constituyen un trabajo de diseño intimista y totalmente necesario.
La otra mitad del éxito de la cinta la consigue su reparto de excepción. Tanto Julia Lübbert como la pequeña Emilia Ossandón se roban todas las miradas con un trabajo de interpretación superlativo, quienes resultan un deleite para la cámara a pesar de sus cortas edades, lejos de cualquier sobreactuación y con una facilidad de diálogo y trabajo físico envidiable para cualquier experimentado actor nacional. Por otra parte, tanto Mariana Loyola (‘La Nana’, ‘Génesis Nirvana’) como Agustina Muñoz (‘Viola’, ‘La Princesa de Francia’) sostienen una cinta desde la psicología femenina, donde todo el tiempo se respira inteligencia y mucho sentido común.
‘Rara’ es una película necesaria que, tras los créditos, provoca querer seguir conviviendo con ellas, verlas crecer, madurar, evolucionar, y que sin permiso, nos viene a educar, nos toma del brazo y nos abre los ojos. Desde la inocencia de una niña hasta el dolor de una madre y la malentendida preocupación de un padre, Pepa San Martín debuta en el cine con un filme sensible, potente y obligatoriamente pedagógico.
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http://www.elotrocine.cl
La mirada de los demás condiciona nuestra existencia más de lo que – en la mayoría de las ocasiones – somos capaces de reconocer. Queremos dar una imagen de nosotros mismos y nos esforzamos por conseguirlo – seamos conscientes de ello o no – e igual importancia tiene la imagen que creemos o pensamos que los demás tienen o se hacen de nosotros. Y casi todo nuestro afán, cuando vivimos esclavos del examen al nos creemos sometidos, se centra en querer desmentir una fantasía que hemos pergeñado nosotros mismos y que puede ser o no ser cierta, pero que la percibimos como verdadera e inapelable y en ese quijotesco empeño gastamos nuestra energía al luchar contra molinos de viento ilusorios que nos provocan huracanes y desazón.
En esta cinta se habla mucho, pero no siempre se dice todo lo que se piensa ni se expresa con palabras directas y claras lo que bulle en el interior y se quisiera decir pero no se sabe cómo. Salvadas las distancias, me ha recordado la estética y cadencia de Eric Rohmer, por su luminosidad en apariencia intrascendente, por la importancia de los diálogos y por el hecho de que muchos acontecimientos relevantes quedan fuera de campo, en segundo plano, por lo que el espectador tiene que reconstruir ciertos datos relevantes que subyacen entreverados en el tejido de la trama y hacer explícito lo que permanece implícito gracias a una vigilante escucha y observación.
Además hay varias historias y diferentes niveles en esta interesante y modesta obra chilena llena de encanto. Por una parte tenemos el retrato de una adolescente que anda peleada consigo misma y con su realidad – típica de la edad del pavo – y que busca su lugar en el mundo sin saber muy bien a quién acudir ni como acometer semejante tarea sin pelearse con casi todos sus seres queridos. Por otra parte tenemos el reflejo cotidiano de una pareja de mujeres que se aman y conviven pero que no son ajenas al entorno que se toma este hecho como una afrenta. Por último tenemos también el soterrado estudio de una separación y la lucha por la custodia de unas hijas que quieren permanecer junto a su madre (y su pareja), pero que acabarán siendo utilizadas como meros peones en un infamante juego de ajedrez.
Tierna, sutil y deliciosa, llena de amor y comprensión hacia sus personajes, con su pertinente y necesaria dosis reivindicativa sin que por ello resulte un panfleto irritante. Quizás le falte algo de ritmo y destreza, pero en general logra despertar la complicidad del espectador que agradece su cuidadosa y mesurada ambivalencia.
Básicamente, eso es lo que conduce al desastre las situaciones más naturales y que como tales deberían ser consideradas. La falta de prejuicios y la inocencia y naturalidad de dos niñas se empaña tristemente con el juicio constante de adultos y la reacción ante la relación sentimental de sus dos madres, que no consideran normal por pura ignorancia y homofobia. Son esas reacciones adversas las que llevan a la hija mayor, preadolescente, a sentirse incómoda con sus madres en contra incluso de su propia voluntad y de lo que le dicta el sentido común y su experiencia, y es la pequeña la que pone voz a ese absurdo preguntando por qué debe cohibirse a la hora de hacer un dibujo de su familia para el colegio o por qué sus dos madres no pueden darse un beso en la calle. Son los demás los que destacan con su dedo acusador una situación que en sí no tiene absolutamente nada de malo ni de extraño como es una pareja del mismo sexo, los que hacen esa situación el motivo de un problema para la propia pareja y quienes la rodean, impidiéndoles vivir con normalidad.
La película muestra con una naturalidad pasmosa y enternecedora lo que podría ser la vida familiar de cualquiera, haciéndonos espectadores de sus rutinas diarias, también las de cualquiera de nosotros. Para una niña que está creciendo, las conversaciones de los adultos están siempre amortiguadas, llegan veladas detrás de una puerta o de una pared pero en ellas ya intuye el mundo incomprensible de los adultos, los que siempre se empeñan en crear problemas donde no los hay.
Película latinoamericana ganadora del Festival de Cine de San Sebastián. Opera prima de Pepa San Martín como directora, nos involucra en la mirada de una niña de trece años (Sara) que observa el mundo desde el interior de una familia comandada por dos mujeres. Está inspirada en el caso de la jueza Karen Atala, que perdió la tuición de sus hijas por ser lesbiana. El camino fácil para abordar la historia hubiese sido ubicarse dentro del cine de denuncia, militante y activista de las minorías sexuales. La dirección de San Martín, en cambio, opta por una mirada a la clase media chilena, mostrando los prejuicios que la guían, asimilados del pensamiento de sectores más acomodados y conservadores. Esta «rara» familia intenta pasar piola y no molestar al resto de la sociedad. Eligieron al Liceo Manuel de Salas (lo sitúan en Viña del Mar) como representante de esa clase media y donde, según parece, existe bastante tolerancia al tema homosexual, salvo en sus autoridades (no sé si será así en la realidad, aunque sin lugar a dudas, el Manuel de Salas es parte de la clase media chilena). En el guion colabora Alicia Scherson, cuyas historias siempre asombran desde un férreo punto de vista (recordemos «Play», «El futuro» o «El bosque de Karadima»). Sentimos los murmullos de los compañeros, de la madre y del padre desde la mirada de Sara, adolescente sin una clara posición ante el conflicto, entregada a lo que dictamine un tribunal o su padre, sin oponer mayor resistencia. Nica, la gatita que adoptan las niñas, es esterilizada y nadie le pregunta, a Sara y a su hermana tampoco, simplemente el padre las aparta de su madre a través de un dictamen judicial. Él tiene un pasar acomodado y quizás su hija no calza con su moral conservadora, dice estar preocupado por su hija, pero acaso prefiere higienizar su entorno social. Hay gran mérito en la dirección de actores, la cotidianidad fluye de manera natural, y habría que felicitar a la productora por un casting muy acertado.
Se ahoga en su propia y elegante forma, en su continua elusión y sutil alusión, en su apuesta por los sobreentendidos y el sucedido de fondo. Tanto se contiene y sugiere que cuando quiere mojarse y opinar de verdad, no de lado y solo con pildoritas, ya es demasiado tarde, se le pasó el momento y nunca volverá. Ahora ya no vale con decir la tuya con sincera honestidad, tiempo tuviste durante los noventa previos minutos para dejar claro tu punto de vista sin necesidad de dar tantos rodeos y hacer tantos disimulos.
Se evita el maniqueísmo grueso, pero canta demasiado el partidismo. Se huye del tópico, pero todo es muy convencional. Se prescinde del morbo y el grito, pero el conflicto es obvio y consabido. Se quiere quedar bien y termina en aguachirri. Simpático, bien hecho y fallido. Un gesto contrahecho, una mirada torcida, un ay y un pequeño bluf al final del todo.
(Atención, mucho spoiler a continuación, aquí abajo por falta de espacio, pero solo leer en caso de perentoria necesidad de más o mayor información. Usted verá)
– Adolescencia. La protagonista está en ella, en sus turbulentos y desconcertantes principios, cuando se busca identidad, lugar, seguridad, afirmación. De ahí su dolor. Por ello su rebeldía. Porque siente la presión de la normalidad , del grupo, de la corriente mayoritaria. Y cuando más inseguro te sientas sobre tu posición e identidad, con más fervor necesitarás unirte a la manada y ser uno más, sentir el calor de los que te rodean, hacer lo que sea para ser aceptado. No tener falla, tacha o cualquier posible defecto o punto débil que se te pueda achacar o utilizar en tu contra. En este caso, es, evidentemente, el lesbianismo de su madre lo que a ella le da miedo. No porque suponga un problema o menoscabo en la intimidad, en su equilibrio o el afecto que ella recibe, mucho más bien por lo que pueda suponer de rareza entre los de su edad, por las habladurías, los cuchicheos y las maledicencias, por el dedo que apunta, señala y acusa, que pide siempre sangre.
– Custodia. La tiene la madre. Se supone que por costumbre (nada nos explican al respecto y se echa de menos para que la historia tenga todo el sentido. Igual que nada se habla de dineros, visitas, casas, trabajos, sueldos, pensiones y demás menudencias sin ninguna importancia en la vida de la gente que, sin embargo, suelen ser casualmente, qué raro, tan decisivas cuando se batalla en estos fangos tan diarios o habituales. Casi ni aportan datos sobre nada, se dan por supuesto, por añadidura, no vaya a ser que nos metamos en problemas y se compliquen las cosas, la tesis o trama que realmente nos importa si la película es, tal vez, una simple excusa). Porque siempre se ha hecho así y punto. Fin de la discusión. Pero el problema es que el padre no se conforma y también la quiere (¿en una sociedad realmente igualitaria, la que aquí parece que se propugna, no debería tener igual derecho, por qué no, no se parte de una injusticia, que aquí se escamotea o no se nombra siquiera, si eso no es así desde un buen principio?). Y aprovecha las dudas de su hija para pelear por ella. Sibilina, malévola, silenciosa, lógicamente.