Que el cielo la juzgue
Sinopsis de la película
Richard Harland (Cornel Wilde), un joven escritor, conoce en un tren a Ellen Berent (Gene Tierney), una bellísima mujer con la que se casa pocos días después. La vida parece sonreírles, pero Ellen es tan posesiva y sus celos son tan enfermizos que no está dispuesta a compartir a Richard con nadie, tanto amigos como familiares representan para ella una amenaza de la que intentará librarse, provocando la desgracia de quienes les rodean.
Detalles de la película
- Titulo Original: Leave Her to Heaven
- Año: 1945
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
7.6
29 valoraciones en total
Si por algo me gustó esta película es por lo bien que describe la forma de ser y comportarse de la gente que somos muy ricos, acostumbrados a vivir en círculos o esferas de comodidades y no molestados por la plebe, manteniendo una constante estética existencial, gozando de bienestar material, intelectualidad, finura, educación y cultura, etc. Se describe perfectamente la idiosincrasia por la que usualmente nos regimos los muy afortunados o individuos de alto grado conservador —entiéndase conservador en el buen sentido del término, no en la ajada acepción politiquera—, por ejemplo, amantes de la lectura, de la tranquilad, de los deportes de naturaleza (montar a caballo por las lomas desérticas, nadar en lagos o mares fríos, etc.), del comer poco pero exquisitamente, con fuerza de voluntad para mantenernos delgados, con elegante silueta y lo más sanos posibles, que adoramos el silencio, la tranquilidad y el estar apartados del bullicio o la masa, que tenemos distinción en el vestir, etc. Toda estas características muy afines a las personas de grandes fortunas y expertas en las artes de la conservación aristocrática, están transplantadas de forma genial a imágenes cinematográficas en esta singular película.
La actriz Gene Tierney interpreta a una mujer posesiva, extremadamente posesiva, muy amante de lo que quiere y siente suyo, hasta tal punto que al hombre que ama e idolatra no lo quiere compartir con nadie a su vera, ni con hermanos de él, ni con familiares de ella, ni con sirvientes en el hogar ni con nadie, solo quiere estar a solas con él. Viene a ser un amor de celo excesivo, muy parecido al de Juana 1ª de Trastámara, aquella reina española del s. XVI, hija de los Reyes Católicos, famosa por padecer un amor así, intenso, muy posesivo y desmedido hasta la locura.
Magnífico el actor Cornel Wilde, para mí en su mejor interpretación de todas las que llevó a cabo en el cine. Haciendo de hombre deslumbrado por la belleza de una mujer de la que poco a poco se va enamorando y luego desenamorando cuando se percata de la pasión tan acorraladora donde se ha metido, y así mismo, haciendo de escritor rico, muy equilibrado, intelectual de figura inmaculada, acostumbrado al temple y los modales caballerosos, etc.
En fin, una película muy peculiar, donde el desarrollo va subiendo de tono hasta alcanzar niveles no previstos y sorpresivos. Digna de contemplarse y estudiarse.
Fej Delvahe
Desde los mismos títulos de crédito, subrayados por las poderosas notas del brillante tema musical del gran Alfred Newman, somos conscientes de que estamos a punto de ver algo grande y ciertamente Que el cielo la juzgue es CINE con mayúsculas.
Una bellísima mujer -una Gene Tierney inconmensurable- conoce a un escritor de éxito, se enamoran y se casan, pero no tardaran en aparecer los problemas cuando la pasión amorosa de ella, posesiva y patológica vaya destruyendo todo aquello que cree que intenta separarla del objeto de su pasión enfermiza, llegando a las últimas consecuencias, incluso más allá de la misma muerte.
Soberbio melodrama y la obra maestra de John M. Stahl, -un director a reivindicar con urgencia-, que rodaba con Que el cielo la juzgue su primer film en color, con una extraordinaria fotografía en Technicolor de Leon Shamroy, nos ofrece el fascinante retrato de una mujer tan bella como patológicamente perversa, jugando hábilmente con la ambigüedad moral de la belleza de una Gene Tierney, sencillamente perfecta, que nos ofrece una interpretación sublime, profunda y de gran complejidad psicológica, en uno de los papeles más emblemáticos de su carrera, en las antípodas del personaje que interpretara en otro de sus grandes films, la mítica Laura.
Uno de los mejores melodramas de la Fox y de la historia del cine Que el cielo la juzgue demuestra, quizás como ningún otro film, la fascinación que ejercen sobre el espectador los personajes que encarnan el mal. La sobria, imaginativa y eficaz puesta en escena, junto a la formidable dirección, sensible y al mismo tiempo de un gran vigor narrativo de un John M. Stahl en la cumbre de su arte, nos sumergen en esa fascinante historia de perdición, desde las paginas de un brillante guión, a través de un larguísimo flashback, que nos atrapa desde el primer hasta el ultimo fotograma de este film sobrecogedor. Seria injusto resaltar solo algunos de los innumerables momentos antológicos de un film repleto de momentos antológicos, pero no puedo dejar de pensar en esas oníricas e inquietantes imágenes de Ellen, a caballo, esparciendo las cenizas de su padre en medio de un paisaje de salvaje belleza, en la escalofriante secuencia en la que Ellen contempla impasible desde la barca, tras unas gafas negras que ocultan sus ojos, el agónico final de su indefensa victima, en ese momento de mágica maldad en la que es capaz de matar a una vida inocente en pleno delirio de posesión, sin olvidar ese noqueante final de un film antológico que ya forma parte de la mítica del cine de todos los tiempos. Obra maestra absoluta de un director injustamente infravalorado.
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona 2 de abril de 2007
Es el film más conocido del realizador John Stahl (1886-1950), maestro de Sirk y Wyler. El guión, de Jo Swerling (Náufragos, Hitchcock, 1944), adapta la novela de éxito Leave Her to Heaven (1944), de Ben Ames Williams (1889-1953). Se rueda en escenarios naturales de California (Bass Lake, Monterrey…), Arizona (Granite Dells, Sedona…), Nuevo Méjico, Maine y Wyoming, con un presupuesto de 5 M USD. Nominado a 4 Oscar, gana uno (fotografía color). Producido por William A. Bacher para la Fox, se proyecta en sesión de preestreno el 19-XII-1945 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar en Rancho Jacinto (Nuevo Méjico), Warm Springs (Georgia), Bar Harbor (Maine), Back to the Moon y otras localizaciones en el campo. El joven novelista Richard Harland (Wilde) conoce durante un viaje en tren a Ellen Berent (Tierney), con la que se casa pocos días después. Ellen es celosa, posesiva, no quiere compartir a Richard con nadie y arrastra un oscuro trauma psicológico del pasado, posiblemente relacionado con abusos sexuales durante la infancia. Es atractiva y adorable. Tiene un rostro angelical. Esconde un temperamento frío, perverso y egocéntrico, capaz de arrastrar a todos los que la rodean a la perdición. Richard, de 30 años, natural de Boston, de sólida formación superior, aprecia el aislamiento y la soledad, vive entregado a su trabajo de novelista y no presta a su mujer la atención que ésta necesita. Siente pasión por su hermano discapacitado, Danny (Hickman), y profesa gran simpatía a Ruth (Crain), la hermana adoptiva de Ellen. Le gusta retirarse a un lugar apartado, llamado Back to the Moon (El otro lado de la Luna), enclavado en plena naturaleza, donde trabaja a placer.
El film suma drama, cine negro, romance, intriga y thriller. Desarrolla un melodrama intenso y duro, que se ambienta en escenarios campestres y al aire libre, inusuales en los dramas del momento, rodados en blanco y negro y en escenarios mayoritariamente interiores. Narrado mediante un largo flashback, presenta una fascinante y sobrecogedora historia de celos obsesivos, envidia, deseos de venganza y perdición. La protagonista encarna una figura memorable de maldad femenina, en boga en el cine norteamericano de los años 40 y en la línea con los interpretados por Bette Davis, Joan Crawford y otras actrices del momento.
Los caracteres están dotados de profundidad psicológica y se presentan adecuadamente perfilados. Es destacable la inexpresividad de Ellen, su distanciamiento, sus ausencias mentales y su irascibilidad, que introducen en el relato elementos que sugieren un estado mental de alienación y de desequilibrio. Esta posible base patológica, asociada a traumas infantiles derivados probablemente de una prolongada relación incestuosa con el padre (la madre dice que amó demasiado a su padre), podría explicar comportamientos obsesivos capaces de realizar las más hirientes atrocidades.
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)
Película rodada con extraordinaria meticulosidad, Stahl cuidó sobre todo la interpretación porque el guión, complejo, lo requería. Y lo consiguió con éxito indiscutible.
Durante el transcurso de la historia conocemos a una familia que vive en el rancho Jacinto, presentado con bellas imágenes tanto de los interiores como del campo que lo circunda. Son momentos trascendentales para los que habitan el rancho, quienes parecen moverse al son de una atractiva mujer que llama la atención por la clase que imprime a su carácter: Gene Tierney.
No hay más que verla con qué solemnidad esparce a caballo las cenizas de su padre por los caminos del rancho. Escenas muy logradas que quedan marcadas en la retina.
Esa mujer rompe un compromiso anterior y se casa con el escritor que conoció en el tren y que está invitado en el rancho.
Definitivamente nos logra cautivar, pero muy pronto, con su extraño comportamiento, nos pone alerta y el film empieza a dar un giro admirable, como una inyección de emoción administrada con sabiduría.
Una acertadísima escena hablando con el doctor para que aconseje a su marido la conveniencia de vivir a solas con su mujer, nos deja helados y confirman las temibles maniobras que esperamos vayan produciéndose. No nos defraudará la destreza de Stahl para crear la inquietud en el espectador.
Descubrimos así la obsesión enfermiza de la mujer que de repente pretende poseer en exclusividad al escritor, apartándole de todos, incluso del hermano menor de él, impedido, al que adora, florecen en ella de nuevo esos instintos criminales (al parecer habían estado en letargo desde la muerte de su padre) que guían su inteligencia, ese proceder destructivo que nos lleva a las terribles imágenes en el estanque, difíciles de olvidar.
Los celos que invaden su alma es una enfermedad que la consume con rapidez y voracidad, y así asistiremos luego a un tramo final genuino y admirable.
Contamos también con la intervención de uno de los actores menos comentados en el panorama cinematográfico sin merecerlo: Vicente Price. Según mi opinión sus apariciones en la escena destaca ante los demás no por su altura, sino por su personalidad y rigor.
Jeanne Crain, en el papel de cuñada del escritor, aporta el romanticismo en altas dosis, el deseo, un ávido cambio en la trayectoria, y sin lugar a dudas un final tierno y acertado que enlaza una extraordinaria historia.
El año 1945 estuvo marcado, cinematográficamente hablando, por argumentos psicológicos y relaciones materno o paterno filiales destructivas. Y entra en el terreno de lo curioso que el Oscar a la mejor actriz de aquel año fuese para Joan Crawford por su interpretación de una madre tortuosamente sacrificada por su hija, en una película, Mildred Pierce (Alma en suplicio), donde el cine negro se da la mano con el melodrama, en noble competencia con Gene Tierney quien dio vida y belleza a la posesiva Ellen Berent fuertemente traumatizada por una anormal e inexplicada, para el espectador, relación padre-hija.
Esta extraña filiación es el punto de partida de una excelente película, Que el cielo la juzgue, dirigida por un John M. Stahl de quien tan sólo conocía su labor co-directora en El príncipe estudiante de Lubitsch. Francamente, Stahl lo hace bien. Parte de una gran novela, el best-seller de Ben Ames Williams, pero trasladar la literatura al terreno de la imagen no es fácil y mucho menos cuando el sentido profundo de los acontecimientos hay que buscarlo en el terreno de los desequilibrios mentales.
¿Cómo se filma la locura? Muy fácil. Como lo hace Stahl en esta película. Con la ayuda interpretativa de una gran Gene Tierney (la inteligencia de la locura), con pequeños detalles de gran significado ( el pliegue de la alfombra sobre la escalera), con frases que giran bruscamente (la conversación con el doctor que asiste al hermano inválido), con sentencias como Ellen siempre gana , con el impactante inmovilismo de la secuencia de la barca, con los preparativos para el café campestre…
Un film destacado por el propio Martin Scorsese en su personal journey with Martin Scorsese (Through american movies) donde califica a Que el cielo la juzgue de película negra en rutilante color. Color que mereció, el reconocimiento de la Academia.
Para no cometer injusticias, mencionar el buen trabajo de Cornel Wilde, en la que probablemente sea su mejor película, así como valorar la interpretación de Vincent Price como despechado y vengativo fiscal del distrito. Todo ello regado abundantemente por la perfectamente acoplada música de Alfred Newman. Otro genio.
Imprescindible.