Pixote, la ley del más débil
Sinopsis de la película
La historia de Pixote, un niño de 10 años de Sao Paulo, es como la de cualquiera de los miles de niños de la calle que vagan por las favelas en las ciudades de Brasil, rodeados de miseria, violencia, abusos y pobreza.
Detalles de la película
- Titulo Original: Pixote a lei do mais fraco
- Año: 1981
- Duración: 127
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Opinión de la crítica
Película
7.2
49 valoraciones en total
175/35(22/05/21) Desgarrador drama brasileño cumple 40 años de su estreno (05/Mayo/1981) con una frescura y vigor tremendo, con este brutal relato que deconstruye con bisturí oxidado a la juventud marginal brasileira, en lo que es un claro antecedente de la majestuosa Ciudad de Dios (2002). En este caso dirige Héctor Babenco, con guión escrito por el propio Babenco y Jorge Durán, (Prohibido prohibir) basado en el libro A Infância dos Mortos (La infancia de los muertos) de José Louzeiro, ello con un estilo claramente neorrealista (propio del cine italiano), con crudeza, con actores amateurs, denunciando con saña el desamparo de los niños, como son maltratados, vejados, asesinados, ante o bien la connivencia de las autoridades o su indiferencia. Una radiografía sangrante donde vemos a niños en las cloacas de la sociedad, desde la buñueliana Los olvidados (1950) no se veía algo igual, seres abandonados por sus familias que cual perros callejeros deben sobrevivir como pueden, robando, prostituyéndose o drogándose, donde sus disfuncionales familias pasan a ser delincuentes como ellos, potenciales (empujados por la sociedad) criminales, pero que aún llevan dentro a los niños que son. Es un acerado ataque contra un sistema podrido, representado en la corrupta policía que emplea a los infantes a su antojo, y los reformatorios, nidos de violadores y humillación, generando seres violentos en esta espiral enfermiza al no ofrecérseles una salida mínima. Babenco no juzga, ni da respuestas, no sermonea sobre que hacer, esto puede ser un arma de doble filo, pues buscar el problema es fácil, pero dar respuestas fáciles a problemas complejos no.
Tras una redada policial de niños de la calle, Pixote (Fernando Ramos da Silva) es enviado a un reformatorio de menores (FEBEM). La prisión es una escuela infernal donde Pixote usa el esnifar pegamento como medio de escape emocional de constantes amenazas de abuso y violación. Pronto queda claro los jóvenes criminales son peones en los juegos criminales y sádicos de los guardias de la prisión y su comandante. Y e que la primera noche es testigo de la violación por parte de un grupo contra uno que dormía.
Tenemos de protagonista a Fernando Ramos da Silva, un niño de 11 años sacado de las calles para dar veracidad al personajes, que en realidad era prácticamente su alter ego, lo borda con esos ojos saltones, esa mirada observadora, demuestra una gran vitalidad, dejando entrever entre su aparente dureza a ese niño que solo busca una madre que nunca ha tenido, una interpretación formidable impregnada de patetismo, Brillante. En lo que parece una secuela de su propio rol Fernando Ramos da Silva fue asesinado a los 19 años por la policía brasileña en São Paulo, cuando tras intentar aprovechar el éxito del film como actor, al final volvió a las calles de donde salió y al final murió.
El desarrollo resulta en modo fragmentado, mediante episodios. Con dos partes bien marcadas, una cuando entramos con Pixote en el interior del tétrico reformatorio, lugar donde son hacinados como animales decenas de críos, lugar regido por mano de hierro (sádica, su imagen llevando a un crio desnudo para tirarlo en la cama es nauseabunda) por el celador Sapatos Brancos (aterrador Jardel Filho, con gran parecido a Nick Nolte) y el director (Rubens Rollo). Allí vivirá el abuso de los guardias como de otros reos, donde reina el darwinismo. Donde la enseñanza es algo tangencial, la reinserción no es objetivo. Allí crea su propia familia con otros reclusos, niños y jóvenes tan faltos de referentes morales como él, seres que no saben distinguir la línea entre el bien y el mal, donde para dar ejemplo sus juegos son recrear torturas, y atracos a bancos, además de fumar, drgarse con pegamento o conocer el sexo. Un enfoque fuera de sentimentalismos, ácido y muy realista en el modo en que se siente cine verité. Donde la policía queda como el culo, con sus tejemanejes con los jóvenes tapando sus vergüenzas en una huida hacia adelante sanguinaria donde ellos ponen la versión oficial y punto.
La segunda parte se da fuera del reformatorio, donde esta nueva ‘familia’ de Pixote, el travesti Lilica (Jorge Julião), con amante Dito (Gilberto Moura), y Chico (Edílson Lino), se convierten en depredadores de la calle para sobrevivir, cual jauría de lobos rodena por las calles de Sao Paolo a incautos a los que roban, luego pasan a tráfico de drogas, donde como niños son engañados, hasta que conocen a una prostituta mayor Sueli (Marilia Pera, sensacional figura cuasi-maternal que se erige en protagonista con su carácter cuando aparece en el tramo final, ganó el premio a la mejor actriz de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine), y se asocian para robar a sus clientes. Todo esto en una vorágine que envuelve al espectador de pesimismo, de desesperanza, donde los momentos de felicidad se notan artificiosos (como esa noche bailando a luz de los faros de un coche robado con el dueño en el maletero, donde la meretriz recuerda viejos tiempos de stripper), sientes que solo son un grupo de perdedores, sin horizonte, sin destino, y ello tratado por Babenco con energía y gran electricidad en el modo en que todo resulta despiadado, no hay almíbar, no hay salida de esta ratonera, no hay condescendencia o paternalismos, nadie se salva de la quema, un lugar donde la inocencia nace quebrada. Esto maximizado en su feroz rush final (spoiler).
Pixote arranca con una breve secuencia en tono documental, en la que el director Héctor Babenco ofrece una breve introducción a las puertas de la favela de Diadema, en São Paulo. En ella expone el tema que abordará y presenta a Fernando Ramos da Silva, un niño que vive con su familia en este empobrecido barrio y que protagonizará a continuación el filme. Esta atípico prólogo nos avisa de la dimensión de realidad que se nos va a mostrar. Siguiendo la tradición del cine neorrealista, los personajes son actores no profesionales, niños de la calle en situaciones similares a las del protagonista. La historia es una versión ficcionada, aunque con intenciones casi documentales, de la situación de desamparo en la que viven muchos menores de edad en los barrios más deprimidos de Brasil.
Lo que sigue pasado este prólogo es una historia dividida en dos partes claramente diferenciadas. En la primera de ellas, Pixote es encerrado con otros niños en un reformatorio por el supuesto asesinato de un juez, donde será testigo de los excesos de unas autoridades que les utilizan constantemente como cabezas de turco. Con un tono profundamente ácido y desencantado, Babenco se centra durante esta mitad de la narración en exponer la impunidad de las instituciones y sus abusos, sin escatimar tampoco en las críticas a los discursos pedagógicos vacíos y adornados que se manejan desde otras esferas, y mostrando, en definitiva, la indefensión de los internos del reformatorio ante su entorno, que va alimentando su necesidad de huir.