Pensé que iba a haber fiesta
Sinopsis de la película
Ana (Elena Anaya) y Lucía (Valeria Bertuccelli) son dos buenas amigas que lo comparten todo y cuidan la una de la otra. En pleno verano porteño, Lucía le pide a Ana que cuide su casa mientras ella pasa unos días fuera, pero un encuentro casual e inesperado de Ana con el ex marido de Lucía pondrá en peligro su amistad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Pensé que iba a haber fiesta
- Año: 2013
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
4.8
82 valoraciones en total
Son cada vez más los casos en los que me pregunto quién escribe los guiones en el cine argentino, y cómo éstos son leídos y aceptados tanto por productores e intérpretes para dedicarle tanto esfuerzo, tiempo y dinero para llevarlos del papel al cine.
Pensé que iba a haber fiesta es sin duda uno de estos casos: no hay historia, no hay personajes (excepto Ana), no hay giros explicables, no hay cuadro de situación, no hay diálogos interesantes, no hay fotografía, no hay casi nada, más allá de una cara bellísima y sensual, acompañada por un cuerpo perfecto que está siempre a punto de ser mostrado. La película roza lo pornográfico al estar acechando constantemente con la cámara a la hermosa Elena Anaya, que se presta al juego. El resto sobra, es puro relleno. Valeria Bertuccelli hace el mismo personaje de siempre, y los otros cuatro personajes son tan simples e irregulares que resulta difícil creérselos (las apariciones del jardinero podrían haber sido reemplazadas por placas de Estamos estirando el film para pasar de un corto a un largometraje ).
Otro relato argentino más sobre la nimiedad, los vínculos apenas esbozados, las miradas, las supuestas sutilezas, con un aire de copia barata de La ciénaga (casi toda la acción sucediendo en sordina alrededor de la pileta).
Los juegos de cámara son lo más arriesgado, pero tampoco resultan funcionales al relato: el director parece maravillarse con algunos planos y los usa hasta agotarlos (por ejemplo, la mirada desde arriba, que nos deja apreciar continuamente el escote de Anaya, o una escena en la que, por el reflejo del vidrio, se ven los movimientos de dos personajes a la vez).
Verla no es la muerte de nadie, y sin dudas se disfrutará la belleza de Anaya, pero sí es completamente prescindible…
Ana es española, radicada desde hace varios años en la Argentina. Actriz pero con pocos proyectos. Es hermosa, vale destacarlo. Lucía está separada pero nuevamente en pareja. Tiene una hija, única razón por la que todavía tiene que ver a su ex marido, Ricky. Este último es ante los ojos de Lucía, un cuarentón patético.
Este es el trío central de la película de Victoria Garaldi, realizadora de Cerro Bayo. La película empieza con Ana viajando en tren. Lucía la va a buscar a la estación y la lleva a su casa, una espacio de gente acomodada, con pileta, en un verano caluroso que apenas está comenzando, para cuidarla durante unos pocos días en que ella va a estar afuera. Sólo planea estar sola y tranquila, beber una copa de vino quizás, conectarse con su descanso de manera libre e imperfecta, y hacerle compañía, mientras esté, a la niña ya no tan niña…
Pero en escena aparece Ricky, quien ya fue presentado por Lucía con su descripción. Y lo primero que atina a hacer Ana es a ponerse el vestido de Lucía, que antes le había halagado. Y es que Ana no pasa desapercibida con su belleza, ni sus uñas del pie pintadas por la niña. Tenés unos pies hermosos se escucha y es el comienzo de un coqueteo que no necesita durar demasiado. Hay química y atracción mutua. De parte de él, nunca parece haber un cuestionamiento sobre lo que está haciendo. Ella después se encierra en el baño a llorar con la ducha abierta para que no se la escuche.
El conflicto principal de la película es éste y sobre ese sentimiento gira la cinta. De allí la pregunta con la que se la viene promocionando: ¿Qué harías si tu mejor amiga se enamora de tu ex? De un argumento simple obtenemos una película fresca y liviana, sutil, cool incluso por momentos.
La idea nunca es ahondar demasiado en el drama que se plantea, sino ser testigos de cómo estos personajes manejan su vida como pueden. Elena Anaya interpreta correctamente a la hermosa aspirante a actriz. Valeria Bertuccelli nunca falla, aunque su personaje sea parecido a lo que ya hemos visto de ella. Fernán Mirás está muy bien, su personaje parece ser el más centrado, más allá de no parecer en ningún momento preguntarse si está bien o no, lo que está haciendo.
Un par más de secundarios aportan humor y simpatía para encuadrar la historia. Pensé que iba a haber fiesta es una película que tiene este nuevo espíritu indie nacional, y el sello inconfundible de ser, una película de autor (pequeña, al fin, pero con el sello de una directora que promete).
http://elespectadoravezado.com.ar/index.php/criticas/2-hemos-visto/848-pense-que-iba-a-haber-fiesta-triangulo-singular
Pensé que iba a haber fiesta , ya indica desde su título que las cosas y los sentimientos no son tan previsibles como parecen y su premisa central, que bucea entre los límites de la amistad y el deseo, expone la fragilidad de algunos lazos convencionales que se consideran sólidos y establecidos pero donde el azar desencadena algo no previsto.
La historia sucede al comienzo del verano, entre navidad y año nuevo, cuando una amiga (Valeria Bertuccelli) llama a otra (Elena Anaya) para que cuide por unos días de su casa y su hija adolescente, mientras ella sale a consolidar su nueva pareja en un breve viaje de segunda luna de miel. Le deja a su bella amiga todas las instrucciones sobre el manejo de la casa y cómo actuar cuando su ex marido pase a buscar a la hija, previniéndola que éste es tan irresponsable al punto de que si dice pasará a buscarla a las 10, hay que calcular que efectivamente puede llegar alrededor de las 16.
Pero toda esa realidad que el personaje de Bertuccelli cree tener bajo control como la hermosa casa, el jardín, la pileta y su funcionamiento, también transcurre impulsada por factores mas profundos que los que están al alcance de la mano y de la vista. Entonces las cosas no funcionan, el filtro de la pileta se tapa, aparece un jardinero en lugar de otro y el ex marido llega puntual a buscar a su hija.
También como las personas son tan poco previsibles que los objetos, surge una inesperada atracción entre la hermosa amiga (Anaya) a cargo de la casa de la otra (Bertuccelli) y el ex marido de la tercera ausente. El conflicto principal de la película es éste y sobre ese sentimiento gira la cinta. De un argumento simple obtenemos una película fresca, sutil y mucho menos liviana de lo que parece.
La directora y guionista Victoria Galardi va entretejiendo la trama, con algunos disparadores y subtramas que no aportan demadiado al centro de la cuestión pero aportan un humor especial como el personaje del jardinero (Esteban Lamothe, el de El Estudiante) y de un pariente anodino que parece estar atrapado en una adición destructiva sin que su pareja ni su hermano puedan ayudarlo efectivamente.
La película sucede sin ahondar demasiado en el drama sino que se limita a mostrar con una sonrisa cómo estos personajes manejan su vida como pueden. Los personajes secundarios aportan una cuota de humor y simpatía para encuadrar la historia que se cuenta con una enorme naturalidad y escapa al ritmo de lo que sería un filme más comercial: introduce tiempos reales y fundidos abruptos para los cortes.
La cineasta maneja con seguridad un espacio donde, con inteligencia bienhumorada, afloran las aristas del mundo femenino en el que la amistad, el miedo y la culpa se enlazan con las postura éticas. Por eso mismo es una película que invita a la polémica después de verla.
Con profesionalismo desde lo técnico, la historia crece y sobresale llegando al final, logrando buenos climas, con planos acordes y silencios alargados.
No es habitual encontrarse con una autora que domine con tanta naturalidad la puesta en escena, los diálogos y la dirección de actores. Se advierte una permanente intención de que Galardi busca escapar a las fórmulas y convenciones de la comedia comercial en las resoluciones de las situaciones y explicaciones, lo que le quita cierta fluidez narrativa sin impedir que sea un film atractivo en su propuesta, con un sello inconfundible de película de autor.
¿Es correcto enamorarse de la expareja de tu mejor amiga? ¿Existe un tiempo prudencial que haya que esperar para que sí lo sea? ¿Y si no, se corre el riesgo de pudrir esa amistad? Pensé que iba a haber fiesta, la tercera película de la directora argentina Victoria Galardi, parte de la formulación de tales cuestiones no sólo para propiciar el genuino gancho en los espectadores, sino para edificar alrededor de ellas un contemplativo estudio sobre los lazos que unen a dos personas en una amistad y lo terriblemente frágiles que se pueden volver cuando los actos, los pensamientos y las emociones de esos dos seres no van en consonancia. Ana, una actriz española residente en Argentina, accede a cuidar de la casa y la hija de su mejor amiga, Lucía, mientras ésta se marcha de vacaciones a Uruguay en compañía de su actual pareja. Durante esta estancia, Ana se reencontrará con Ricky, el ex de Lucía y padre de su hija, y la atracción no tardará en aparecer y con ella los remordimientos, la culpa, la angustia y la confusión. Galardi sabe plantear de manera harto minuciosa el nacimiento del conflicto central y le bastan pocos segundos para exponer correctamente la inestabilidad interior que sacude a su protagonista principal tras el inesperado primer giro de los acontecimientos.
El guión de Galardi logra indagar en tremendo dilema moral a través de la vívida plasmación en pantalla de hechos del todo intrascendentes (dos mujeres tomando el sol, las mismas mujeres sobreviviendo a una incómoda cena de Año Nuevo), destilando cotidianidad y rutina con el sabio uso de unos diálogos sencillos, que suenan como reconfortantes soplos de verdad, propiciando a la puesta en escena de la película un generoso matiz de verosimilitud, que propicia la identificación con la historia en el espectador. La cámara de Galardi, así mismo, refuerza esta complicidad al mostrarse siempre segura, pero no firme y rígida, sabedora de aquello que debe registrar para, a pesar de algún que otro desmayo en la elección formal de algunos recursos (un zoom en retroceso más digno de un spaguetti western italo-español de los años sesenta, por ejemplo), conseguir ejercer sin artificios de ninguna clase, esa función de atenta, pero imparcial observadora de unos hechos que en modo alguno quiere, porque no puede y no debe, juzgar. Consecuencia de ello resulta el que nos caiga bien y compartamos la postura de Ricky, quien jamás muestra cuestionamiento alguno acerca de la incorrección de sus actos.
Lo que más sorprende, y para bien, del conjunto de Pensé que iba a haber fiesta es que, abordando conflictos bastante serios (aparte del principal, se perfilan otros en tramas secundarias que no llegan a desarrollarse plenamente), a uno se le dibuje una tímida sonrisa en el rostro durante su visionado. Tal es el grado de penetración que ejerce sobre el espectador una película que, como si fuésemos testigos reales, personados en carne y hueso dentro la función, nos saca esa maldita risa nerviosa que no podemos controlar cuando asistimos al desarrollo de una situación verdaderamente incómoda. Sucede así a lo largo de múltiples momentos del metraje, pero resulta especialmente catárquica para sobrellevar la angustia que subyace bajo el tenso interrogatorio que antecede al desenlace, un desgarrador duelo dramático que nos descoloca precisamente por su imprevisibilidad y por la manifiesta espontaneidad con la que se desarrolla. A tal logro contribuye el portentoso trabajo de las dos actrices protagonistas, dueñas y señoras de una función que su directora hace reposar, confiada y acertadamente, sobre ellas, permitiéndoles espacio para generar con sus respectivos trabajos los tonos y el clima que poseen cada una de las secuencias.
Valeria Bertuccelli vuelve a demostrar lo bien que se le da componer el carácter interno de un personaje mientras en su superficie exhibe su extraordinaria capacidad para la verborrea ligera, construyendo con mucho menos tiempo en pantalla que su compañera, un rol de primeras adusto y agrio, pero en el fondo amable y hermosamente honesto. De su actuación apenas podría decirse que supera una exquisita corrección, si no fuera por el despliegue que se le permite en la recta final, donde Bertuccelli brilla por la naturalizada exposición que lleva a cabo de las oscilaciones emocionales de su personaje. Por su parte, Elena Anaya apechuga con mayor tiempo en pantalla y, como tal, tira del carro de la función, conduciéndonos de manera armoniosa gracias a una interpretación limpia e íntegra, absolutamente irreprochable, sostenida sobre un esmerado muestrario de las motivaciones de su personaje, por mucho que también represente de forma precisa sus esfuerzos por disimularlos. Un trabajo magnífico y reposado en el que, además, la actriz sabe imponer y hacer visible el espacio privado de su personaje, logrando con ello que compartamos la inquietud y el desasosiego que la acompañan a lo largo y ancho de una película que tampoco aspira a responder las preguntas que planteaba al inicio, pero sí invita a generar un saludable debate donde la respuesta a si es correcto o no lo que acontece en Pensé que iba a haber fiesta dependerá de cada uno de nosotros.
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La directora argentina Victoria Galardi habla los sentimientos de pertenencia, los celos y las rivalidades encubiertas en una película que además nos trae de vuelta a Elena Anaya, a la que no veíamos en cine desde La piel que habito y que ha tenido que irse a Argentina a buscar una oportunidad. Anaya es precisamente una actriz española en Buenos Aires que se ha instalado allí para encontrar más papeles y que pasa los veraniegos días de Navidad en casa de su amiga con el objetivo de relajarse y no ver a nadie, hasta que el ex marido de su amiga se cruza en el camino y le hace replantearse si vale la pena confesárselo a su amiga. Si está bien entablar una relación con alguien que ha sido el gran amor de su amiga o si es mejor pasar página porque la vida sigue y va cambiando para todos.
Pensé que iba a haber fiesta es una de esas películas que dejan caer algunas preguntas en lugar de resolverlas y en la que se echa en falta un poco más de metraje para tratar de responderlas. Porque se echa de menos saber un poco más sobre los motivos de Ana y Lucía para que sea tan problemática la relación con el ex marido de Lucía, del que se separó hace años. Quizá sentimiento de propiedad de la ex mujer a pesar de la separación, quizá celos, quizá deseo de Ana de quedar por encima de Lucía al envidiar su acomodada vida, quizá un deseo oculto entre ambas que nunca ha sido desvelado. Muchas preguntas que una vez que se vé la película quedan en el aire, demasiado en el aire y ese es el principal pero que se le puede poner a este filme, por otra parte interesante, rodado con sencillez y naturalidad y con buenas interpretaciones de Anaya y Bertucelli.