Pasolini
Sinopsis de la película
La noche del 2 de noviembre de 1975, el cineasta, escritor y polifacetico artista e intelectual italiano Pier Paolo Pasolini fue asesinado en Roma. Era el símbolo del arte revolucionario que lucha contra el poder. Sus escritos eran escandalosos, sus películas, perseguidas por los censores. Era tan amado como odiado. Ese día, Pasolini había pasado sus últimas horas con su madre y con sus amigos, por la noche se lanzó a la calle en busca de una nueva y arriesgada aventura sexual. Al amanecer, su cadáver fue hallado en una playa de Ostia, a las afueras de la ciudad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Pasolini
- Año: 2014
- Duración: 86
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Opinión de la crítica
5.6
85 valoraciones en total
La vida de Pasolini sigue dando que hablar a día de hoy, por lo actuales que siguen siendo los temas que trataba en sus manifestaciones artísticas (prácticamente todas las imaginables), de ahí que siga siendo necesario el homenaje y el elogio a su carrera, como transgresor y visionario.
El filme de Ferrara, toma el testigo que comenzó Marco Tullio Giordana en su Pasolini, delito italiano, pero con dos diferencias básicas, pues, por un lado, elimina el tono documental de la anterior y, por otro, se centra en la parte más humana y personal del artista en las horas antes de su fatal asesinato.
La aproximación a la figura de Pasolini se hace con mucho respeto, intercalando ciertos escritos postreros del autor como parte de la trama, lo cual rebaja la tensión del fatal desenlace y nos une con la faceta más creativa del protagonista.
En todo momento se respira la situación que se vivía, en 1975, en el mundo, en general, y en Italia, en particular, época de censura (prueba de ello es Saló), de inusitada violencia, donde se sucedían atentados continuamente y de todos los tintes, con la guerra de Vietnam recién acabada, con la muerte en tiroteo de Cagol, mujer de Curcio militante de las Brigadas Rojas, el asesinato de Campanile de Lutta Continua, la detención de neo-fascistas como Maio Tuti, las masacres de la incipiente extrema derecha…
Así, con un gran proceso de documentación previo, se dignifica la memoria del maravilloso autor de títulos como Accattone y Mamma Roma. El director, con la ayuda de un sensible y contenido Dafoe, nos muestra a Pasolini tal y como era para que seamos nosotros los que saquemos las conclusiones. Gracias a Abel Ferrara estamos presentes en la última entrevista concedida por Pasolini, ante Furio Colombo, periodista de L’Unitá, amamos a su madre, cenamos con Ninneto Davoli, flirteamos con Pelosi y sentimos cada golpe hasta morir en una desierta playa de Ostia.
Por lo tanto, se conjugan varios elementos que hacen que la película sea merecedora del apelativo de pequeña joya, como son la ambientación de los 70, la fotografía suave y delicada, incluso tenue, el trabajado guión, la credibilidad de Willen Dafoe y del resto de los actores y la seriedad con la que se toma un suceso nefasto, huyendo de sensacionalismos, rehusando de ser un biopic al uso (de exaltación absoluta del protagonista), alejándose de la mitificación, o mistificación, a pesar de la naturaleza mítica de éste.
Ahí reside la grandeza de la película y por eso es tan necesaria, debido a que emociona, independientemente del nivel de conocimiento que se tenga sobre Pasolini, porque la muerte de un poeta la sufre la humanidad, pues, como dijo Moravia en su funeral ante todo hemos perdido a un poeta.
Abel Ferrara lleva un 2014 espectacular, escondiéndose tras la etiqueta de biopic para destruir todo aquello que otorga al subgénero una nueva piel que le permita ampliar horizontes, acercándose más al Mishima (1985) de Paul Schrader que a lo que normalmente encontramos en estas películas. Si en su notable Welcome to New York apostaba por un actor de carácter como Gérard Depardieu para contar libremente la historia de Dominique Strauss-Kahn, aquí directamente se va a una figura concreta sin sortear obstáculos para mostrarnos las últimas horas de una de las figuras más enigmáticas del audiovisual del pasado siglo, Pier Paolo Pasolini. Sin buscar catalogar sus movimientos como una serie de episodios conectados, alcanzando de forma contraria una estructura orgánica con la conjunción de las secuencias, Ferrara acerca la cámara a su actor principal y lo moldea como si fuera un bloque de arcilla. Dafoe, un experto camaleón cuando le mueve el artista correcto (sirva recordar La sombra del vampiro de E. Elias Merhige), consigue filtrar a través de su físico a una persona totalmente diferente. Y eso es algo que se puede entender y sentir incluso sin conocer demasiado de la figura original.
Lo interesante de la película es, también, cómo recoge elementos biográficos y los salpica de otros relacionados con una ficción que vendría a representar aquello en lo que trabajaba el autor antes de morir. Si obra inconclusa queda así filmada alternándose su realidad y la que crea mediante sus escritos, incorporando una secuencia en concreto bellísima que involucra a una escalera suspendida en el tiempo. El mérito de Ferrara es otorgar entidad a sus imágenes sin ahogarlas en retórica visual, conformando un trabajo sólido, de vuelo artístico, pero sin darse tanta importancia como para crear un rechazo. Por Pasolini se filtra algo complicado de capturar y es la verdad: lo que vemos, es fácil de creer, porque las herramientas se utilizan de la forma adecuada para lograr ese efecto. Por eso nos golpea tanto su final, aún anticipándolo, y por eso cada vez que un personaje en pantalla se mueve o habla con otro, los ojos no pueden despegarse de la pantalla. No creo que Pasolini de Abel Ferrara vaya a despertar mucho interés por su figura original pero lo que busca, lo consigue con total naturalidad. Muy interesante este nuevo rumbo en la carrera del realizador, desde luego.
Así dice que aparece en su pasaporte y así se le ve, aporreando el teclado, en varias ocasiones. Pero más bien sería el creador incansable, el escandalizador constante, uno de los últimos malditos con sustancia, el intelectual fino y el homosexual militante, el ilustrado y el arrabalero, el pensador y el hombre de acción, el crítico, el poeta, el prosista y el marxista, inasible e inclasificable.
Pesadillesco y lírico retrato. Oscila. Se mueve entre la pirotecnia vacua y afectada y la emoción contenida y hagiográfica, entre el crudo acercamiento a un personaje difícil y la mirada cariñosa sobre un artista admirado e indomable.
Es más la intención, el gesto, brillante y arriesgado, que el resultado, un tanto pobre y superficial.
Se dan dos o tres pinceladas, dispersas y difusas, leves y livianas, sin poso.
El Coliseo Cuadrado, en Roma, dedica en su fachada unas palabras al pueblo italiano, un pueblo de artistas, poetas, héroes, navegadores, pensadores, científicos y santos, convirtiéndose, casi de manera inconsciente, en un monumento alzado en defensa de la cultura de todo un país. Atrás quedan ya los años en que Mussolini encargase su construcción, en que se convirtiera en un icono del fascismo.
Así, con esta contraposición de ideas, presenta y culmina Abel Ferrara su particular retrato de uno de los más grandes cineastas de la cinematografía italiana, Pier Paolo Pasolini. Un edificio que representaba, al menos en sus comienzos, una ideología totalmente contraria a la que el cineasta defendía. Y una historia, la suya propia, que transcurriría marcada por la anécdota de que su propio padre había salvado al mismísimo dictador de morir en un atentado.
Pero más allá de esta doble paradoja socio-cultural, lo que Ferrara busca también es la provocación. Porque Pasolini era un director arriesgado, subversivo, provocativo hasta el exceso. Y el encargado de Teniente corrupto busca provocar y arriesgar con su nuestro trabajo. Su Pasolini no es un biopic al uso, no recoge la vida de su protagonista, sino que se hace eco de las últimas horas de vida del maestro, sus últimas entrevistas, en las que hablaba precisamente de los peligros del fascismo. Así, su película no se limita a mostrar una vida que bien daría para una serie de filmes, sino que trata de plasmar en imágenes las inquietudes del escritor y poeta, lo que le pasaba por la cabeza al realizador, enfrascado por aquel entonces en el doblaje al francés de su obra más transgresora, Saló y los 120 días de Sodoma.
Pero todo riesgo tiene un precio. Y es que Ferrara cree que homenajear consiste en mirarse al ombligo, y pretende convertirse en el reflejo contemporáneo del personaje al que retrata. Se mete en su mente y fantasea con ofrecernos en imágenes la que podría haber sido su siguiente película, o en mostrarnos cómo él mismo habría rodado sus fantasías y relatos, con toda la violencia gráfica y explicitud sexual de las que hacía gala Pasolini. Trata de emularle en un ejercicio de soberbia y lo que le queda es una propuesta para unas minorías pertenecientes a clubes muy selectos, tediosa y aburrida.
Y lo peor, que se queda a medias en su retrato. Ni emociona ni se convierte en un retrato acertado del artista, no consigue acercarnos a él. Pasolini es un homenaje ensimismado al que parece que le falta metraje. Dura ochenta minutos y parece que dura el doble, y aún así parece un montaje final cortado. Lo único salvable de ella es el trabajo de Willem Dafoe, metido en la piel de su personaje a pesar de su marcado acento inglés de Wisconsin –algo que la versión italiana intenta remediar doblando al actor con la voz de otro intérprete italiano, siendo el resultado aún peor-, en un ejercicio de imitación del artista, muy convincente. Incluso en este aspecto este proyecto es un ejemplo de arte que imita al arte.
A favor: Willem Dafoe tratando de imitar a Pasolini
En contra: Ferrara tratando de imitar a Pasolini, es una propuesta para minorías muy selectas
He de reconocer que la primera noticia que tuve de Pasolini fue, desgraciadamente, la de su muerte, cuyos ecos llegaron incluso a la España franquista, y creo recordar que no precisamente envueltos en un halo luctuoso de dolor y pena, sino más bien como diciendo: ¿Lo veis? Quien mal anda, mal acaba. Eso sucedió en noviembre de 1975 y era yo por entonces lo que al día de hoy es un estudiante de 3º de ESO, pero la nebulosa que guardo de aquel hecho es la de que alguien muy famoso había sido asesinado. Un director del que no había visto ninguna película, como creo que tampoco había visto ninguna de sus grandes contemporáneos, Visconti y Fellini, por ejemplo.
A partir de entonces, el nombre de Pasolini se incorporó a las conversaciones de mi círculo de amigos, favorecido en gran medida por el misterio que rodeó y que sigue rodeando cuarenta años después tan brutal asesinato. En los primeros compases del socialismo, muy a primeros de los ochenta sí que llegaron a la pantalla del Cine-Club de Alcalá de Henares las películas del director, escritor y filósofo italiano. Recuerdo sobre todo Las mil y una noches (1974).
Lo que se está proyectando en estos días en los cines españoles es Pasolini (2014), de Abel Ferrara, con Willem Dafoe en el papel protagonista, un actor que parece transpirar celuloide y encontrarse cómodo con el cine europeo, pues ha trabajado con Lars von Trier en Manderlay (2005) y Anticristo (2009). También se ha distinguido en el teatro.
En cuanto a Abel Ferrara, su doble raíz familiar, italiana y americana, quizá haya influido en que la lengua básica de Pasolini sea el inglés, siendo así que las intervenciones en lengua italiana son sólo ocasionales, lo que me parece poco verosímil. Una cierta textura estadounidense me parece apreciar asimismo en la confección de esta película, que se plasma, por ejemplo, en la sucesión de escenas a una velocidad más rápida, sin llegar al ritmo frenético hollywoodiense, por supuesto, de las escenas, cuando en las películas europeas se sostienen los planos con mayor vocación. Triunfo del efectismo USA sobre la profundidad europea, etc.
No estoy muy seguro de que Ferrara haya llegado a comprender a Pasolini, pero hemos de señalar, sin embargo, que un director cuya pasión fílmica se plasma en Teniente corrupto (1992), de manera particular, y en el conjunto de su filmografía, en general, ha perseguido en Pasolini una suerte de introspección con mayor presencia de las conversaciones o de escenas elocuentes de lo que en él es habitual de donde cabe intuir que su carrera apunta en otra dirección.
Muy acertado me ha parecido, porque de esta manera se aúnan la vida y la obra del director objeto de la exégesis de Ferrara, la inclusión en el reparto de un ya sexagenario Ninetto Davoli, con quien contó Pasolini en varias de sus películas y muy concretamente en la Trilogía de la Vida: Las mil y una noches, los Cuentos de Canterbury (1972) y el Decamerón (1971).
De la misma manera que considero muy inspirado no hacer una biografía más o menos ficticia, más o menos documental, sobre la vida del realizador italiano. La película de Ferrara se inicia, de hecho, con la última entrevista concedida por Pasolini y no hace un flash-back, sino que continúa a partir de ahí y de la finalización del rodaje de la que sería su última película: Saló o los 120 días de Sodoma.
Lo que ha interesado al director neoyorquino ha sido penetrar en el pensamiento de su colega asesinado y para ello utiliza un doble recurso: las propias palabras de Pasolini entrevistado y e imágenes de alguno de sus relatos adaptados parcialmente al cine en esta película. Sabido es de todos que la narrativa ha muerto, afirma Pasolini, y lo que se cuenta aquí sólo sucede en mi mente, continúa (cito de memoria): un par de frases que el escritor y director italiano pone en boca de uno de sus personajes y que Ferrara recrea al principio de su filme.
De ese modo, lo que el espectador contempla en muchos minutos de este largometraje no son momentos de la vida de Pier Paolo, sino representaciones de sus ideas. Insisto en que gran parte de las escenas no son de la vida del director asesinado en Ostia, sino adaptaciones de sus relatos en la parte que a Ferrara ha parecido más interesante para comprender la filosofía de Pasolini, como, por ejemplo, que el Paraíso no existe. Palabras e imágenes de quien consideraba que Escandalizar es un derecho. Dejarse escandalizar, un placer.
Otro puntal importante del pensamiento pasoliniano es el del vacío como plenitud. Es decir, él defendía la destrucción del actual stablishment, cuyos pilares fundamentales son la burguesía, la educación y las instituciones para que de esa tabla rasa quede el individuo en plena posesión de sí mismo. La educación nos aliena, las instituciones nos oprimen y la burguesía constituye la nueva monarquía, y por ello si en su mano estuviera lo destruiría para que quede yo y quede mi vida (una vez más cito de memoria).
Es evidente que Pier Paolo Pasolini vivió en un momento en que la palabra intelectual todavía tenía un sentido y Ferrara ha realizado un meritorio esfuerzo de recreación fílmica de esa intelectualidad, a nivel individual y acerca del círculo social de Pasolini, pero cuando acaba la película el espectador que no está muy documentado sobre la muerte del director italiano siente que falta algo. Le sorprende que ahí acabe todo, no porque se pueda ir más allá del fallecimiento en una biografía, aunque se trata de una biografía que no es biografía: es más bien la sensación de que la complejidad y la intensidad del pensamiento pasoliniano ha quedado apenas esbozado.
Nos quedamos, pues, con esa voluntad de acercamiento a una de las figuras esenciales de la cultura contemporánea: cine sobre el cine sin la nostalgia de Cinema Paradiso, sino más bien como el Cinema Inferno de un creador tan singular como atormentado.