Nymphomaniac. Volumen 1
Sinopsis de la película
Historia de una ninfómana contada por ella misma. Una fría noche invernal, un viejo solterón (Stellan Skarsgård) encuentra en un callejón a una joven (Charlotte Gainsbourg) herida y casi inconsciente. Después de recogerla y cuidarla, siente curiosidad por saber cómo pudo haber llegado esa mujer a semejante situación, escucha atentamente el relato que ella hace de su vida, una vida llena de conflictos y turbias relaciones. Para su estreno comercial se dividirá en dos partes. Hay una versión completa de cinco horas y media que sólo se verá en ciertos actos culturales.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nymphomaniac. Volume I / Nymphomaniac (1) aka
- Año: 2013
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
6.7
79 valoraciones en total
El primer volumen de Nymphomaniac de Lars Von Trier se abre con largo un plano fijo de una pantalla en negro. Escuchamos un sonido, llegado un punto, y cuando se aparece la imagen se toma el punto de vista de la ninfómana en torno a la cual gira toda la película. La cámara sobrevuela los rincones, para contextualizar el escenario donde tendrá lugar el encuentro entre Joe (Charlotte Gainsbourg) y Seligman (Stellan Skarsgård). Lo que surgirá después, una narración en cinco capítulos (más tres que se añadirán en el Volumen 2), nos llevará a recorrer la vida de la primera desde sus dos años (brillante la escena de la rana) hasta su adolescencia tardía. La gran mayoría de la película recorre así el despertar sexual y plena posesión de las armas de mujer de una joven Joe (interpretada con fuerza por Stacy Martin), sin ningún pudor a la hora de representar y contar sus devaneos sexuales. A fin de cuentas, esto es la historia de una ninfómana convencida. Pero en una secuencia, se nos advierte la historia no está extenta de sus dosis de moralina .
Von Trier vuelve a jugar con nuestra expectativas, abordando una película que en su versión completa dura cinco horas y media, y que para su estreno comercial en cines se ha quedado por el camino sin casi un tercio del metraje, dividiendo el restante en dos volúmenes. Decisiones comerciales al margen, el Volumen 1 podría terminar así y no quedaría cojo, porque del inicio hasta el final hay una coherencia rotunda. Incluso aunque no supiésemos qué ocurrirá en los próximos capítulos que conforman la historia, ese peso moral al que alude Joe ya se puede intuir en las imágenes iniciales, algo que se explicita además con ciertas conversaciones entre los dos personajes del tiempo presente. Lo que me sorprende de una película como ésta, que se ha vendido como pornográfica cuando en realidad hay bastante poco que sea explícito (dos, tres escenas cortas, el resto queda en desnudos parciales), es que vaya muchísimo más lejos que lo que se podía creer en un principio -que fuera una provocación- para verdaderamente interesarse por sus personajes. Trier no ha ido sobre seguro, dicho de otra forma, y ha decidido que aquí había un material certero, de entidad. Su cine se construye sobre lo turbio, pero rara vez ha estado tan bien controlado como en esta ocasión.
Esto no significa que la película no vaya a toda máquina, por supuesto. Trier, que además es autor del guión, convierte esta exploración interna de su protagonista en un mecanismo perfecto para hacer fluir momentos claves de una vida, enlazando ciertas filosofías o ideas (los paralelismos con la pesca o la construcción de la polifonía de Bach) con las imágenes que va gestionando. El montaje es extraordinario, imaginativo, pero afilado, y la dirección del danés tampoco se queda atrás. Lo que también destaca es el notable trabajo de todo su reparto. Desde las jóvenes actrices (con Martin a la cabeza) hasta los veteranos. Sin ir muy lejos, lo que hace Uma Thurman en el tercer capítulo es sencillamente milagroso, convirtiendo este bloque en el -para mí- más redondo de toda la película. Los contraplanos, el negrísimo y turbio sentido del humor, esos diálogos… Trier es muy, muy bueno.
Nymphomaniac (Volumen 1) está lejísimos de ser la mejor película de Lars Von Trier, pero es una valiosa, que se agradece en un año fuerte a nivel cinematográfico pero en el que ciertos autores han entregado trabajos por debajo de las expectativas. Muy recomendable y además deja con ganas de la segunda parte que, por las imágenes de adelanto que pueden verse en los créditos de ésta, promete ser muchísimo más loca. Si cabe.
P.D: Nymphomaniac (Volumen 1) quizá sea la mejor película de pesca de la historia.
P.D.2: Nymphomaniac (Volumen 1) podría ser además la versión Linklateriana de Kill Bill 3. Pobre Mamba.
P.D.3: Si el ingrediente secreto del sexo es el amor, no entiendo -a juzgar por sus películas- que Lars tenga tanta descendencia.
P.D.4: Si os ha gustado ésta, no perdáis de pista la excelente Ongaku (Yasuzo Masumura, 1972), A laventure (Jean-Claude Brisseau, 2008) e incluso Jeune et Jolie (François Ozon, 2013)
Lars Von Trier es el ‘enfant terrible’ del cine europeo, el provocador, el radical, el arrogante que se considera el mejor cineasta del mundo, el incomodador de masas, aquel que desea que su madre no disfrute del descanso eterno, el imperecedero discutido y sobre/infra/valorado genio, hater declarado de Susanne Bier y, por supuesto, el nazi… Nymphomaniac viene fecundada desde la ¿inolvidable? rueda de prensa en Cannes presentando Melancolía donde el director de Anticristo declaraba su ¿amor? por Hitler y anunciaba un film porno de tres o cuatro horas con Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg con mucho sexo y donde todo fuera desagradable. Mutilada a conciencia y conveniencia regional para su distribución comercial y con la espantada de Dunst que se suma a la lista de víctimas del cineasta junto a Nicole Kidman, Paul Bettany o Björk, Nymphomaniac. Parte 1 comienza con un larga introducción más negra que los testículos de un grillo para que tanto admiradores y detractores alcen sus manos y enaltezcan a su deidad o falso ídolo. La auténtica realidad es que Lars von Trier prolonga su larga broma de la rueda de prensa para que el propio espectador decida si hay verdad en sus palabras (e imágenes) o todo forma parte de un personaje del que el director danés ya no puede escapar.
Habita otra terrible realidad en los fotogramas que acompañan la primera parte de ese film porno de tres o cuatro horas (finalmente de cinco y media) repleto de sexo y conjunto desagradable: ¿de verdad que es tan incómoda o provocadora la versión estrenada en salas comerciales en plena Navidad? Ni un habitual espectador de HBO o televisión por cable se va amedrentar por esa ‘ordenada’ colección de pitos en plan presentación powerpoint que ratifica aquel mítico «Eres más feo que un catálogo de pollas», La vida de Adèle no va a ceder el premio por las secuencias cinematográficas de sexo más polémicas del año y Lluvia de albóndigas 2 sigue siendo la película más ‘provocadora’ de la actual cartelera. Realmente el drama porno no es porno pero sí es drama y cine, cine para discutir los mecanismos de los pornografía y sus métodos de narración tan caóticos como dispares y gratuitos. Von Trier no necesita porno para hablar de porno pero utiliza dicha herramienta provocativa (y comercial) como gancho de un ejercicio de pesca, dejando que el que el espectador muera por la boca una vez ha mordido el anzuelo y reconstruido su propia película en su mente con el material previo ofrecido por el cineasta. El comienzo de Nymphomaniac. Parte 1 pudiera ser prueba de ello: no vamos a ver nada… pero, a la vez, se sirve del mismo para retratar el drama respecto a su protagonista y reflejar el anticlímax, vacío existencial y absoluta soledad que la rodea. Nos encontramos ante el peor callejón de la ciudad, el más teatral y agónico, orquestado por angustiosos, metafóricos y efectistas elementos naturales y una banda sonora opuesta como Rammstein para introducir su particular deus ex machina y conformar esa obligada premisa: el encuentro entre Joe y Seligman.
Los personajes principales rápidamente se consolidan en su juego de roles: la narradora ninfómana que pretende impactar a su cultivado espectador, ordenando su caótico relato con elementos ‘sospechochos habituales’ y similares a los de Keyser Söze y siendo cuestionada por el hábil contrapunto de un anti-narrador. Ni Von Trier toma el papel de Joe (aunque meta su pene en diálogos sobre judíos entablando una disculpa y su mala baba habitual) ni el público el de Seligman, pese a la inicial proposición y juego moral repleto de dobles sentidos y códigos. Realmente el director eleva la idealización de la propia narradora y de su oyente para rebatirse a sí mismo y a la propia abstracción de la sociedad sobre el sexo. Así, seremos también testigos y partícipes de una montaña rusa (con pezón y glande) donde Joe tenía los ojos azules cuando era niña o su padre (Christian Slater) no envejece y apenas se demacra ante su mortalidad arrebatada. La puesta en escena suspira por embellecer el momento más dramático, sumirse en la petulancia para enmarcar una farsa o sumergirse en ese código que establece el propio oyente a través de la pesca, la naturaleza, el arte, la literatura, las matemáticas, la filosofía, la polifonía o Bach. Ese debate sobre la propia polémica y la adaptación del supuesto caos a reglas preestablecidas forma parte del juego cinematográfico que propone el director de Rompiendo las olas. Bienvenidos a la farsa y a una revisión contemporánea con pretensiones autorales de Memories Within Miss Aggie (1974) de Gerard Damiano, el director de la inmortal Garganta profunda. Von Trier es consciente de que no va a reinventar el cine (porno o dramático) ni escandalizar con una joven incapaz de retener el semen que escapa por su boca, pero desea atravesar todos los tópicos y vulgares-lugares comunes pasando por todas esas estaciones que forman el folletín (con folleteo) que plantea un largo viaje existencial y sexual en un fálico tren, con vagones por capítulos, para cuestionar su propia constante: el cine como motor y movimiento. Ahora, usted decide si se sube al mismo, lo ve pasar indiferente o sale corriendo como esos primogénitos espectadores viendo Llegada del tren a la estación de La Ciotat de los Lumière.
Salgo de ver Nymphomaniac (1), y barrunto que algo así debe de ser la pregunta que asalta a Larsvon por las noches. Esa cosa del goce femenino , ese misterio eterno, ese abismo primordial… Ese Gran Interrogante que sigue ahí porque todavía pervive un mandato aún más ancestral y más enquistado: el que exige al hombre que sepa cómo satisfacer a La Mujer, siempre y de antemano. Preguntarle a ellas, en minúscula y plural, es síntoma de poca virilidad, el hombre es y ha de ser la llave de su placer. Y así nacen los mitos y los terrores ante lo ignoto, la hidra de mil cabezas que parecen las entrepiernas y los deseos femeninos para algunas mentes. Este pavor y esta imaginería tenebrosa se extiende, como no puede ser de otra manera, al sexo, que se yergue como algo amenazante. Pero, por otro lado, nunca pueden aspirar a ser más que eso, mitos, cuentos y monstruos, siempre irreales y un poco infantiles, engendrados por el desconocimiento asustado de quien no pregunta, sino que ya sabe y debe saber.
Y yo creo que Larsvon no preguntó. A mi modo de ver sólo esto, sigo barruntando, explica la planicie, el cliché y la repetición tediosa, superficial y estéril de Nymphomaniac (1). Y escribo esto sólo para darle un par de vueltas a lo que no hay dentro de la psique de la ninfómana Joe y el judío Feliz. Todo lo demás ya lo ha dicho (y muy bien dicho) Servadac. El desierto.
Años ha, Trier nos regalaba a una mujer de mediana edad que, tras unas semanas haciendo el idiota, ganaba el poder de volver a su casa para, tarta en boca, cuestionar y enfrentar las coerciones de su casa. Esta evolución le es negada a la (mal) llamada ninfómana que nos ocupa. Da igual cuánto haya fornicado, cuántas experiencias haya tenido o con quién haya topado: ya ha cumplido 50, y de la vida no ha sido capaz de extraer nada más que soy una mala persona . No ha aprendido nada del sexo, de la soledad, del llanto, de los amantes… Nada. Vivir toda su vida fuera de la moral establecida, increíblemente, sólo la lleva a suscribirla. Piensa lo mismo sobre el sexo que un puritano que no lo practica, que no lo conoce, y que lo rechaza: que es destructivo y malo. Se censura y se repudia exactamente igual, entrevemos que se flagela, por su mano o la de otros, cuando afirma que se ha buscado y que se merece la paliza que exhibe su cara. Aprendizaje cero a lo largo de todos esos años. Si una ninfómana piensa igual que un puritano, ¿no será que no es una ninfómana, sino un puritano?
No me la creo. Esto no es un personaje, es un monigote.
Pero es lo que se nos repite, una y otra vez, a lo largo de los capítulos. Es Joe, en ella no hay nada más. Como aderezo final, un poco de diatriba edípica, y el eterno retorno del Desvirgador, porque la primera verga marca. Te tienen que marcar.
¿Se puede ser más rancio?
Hay una expresión en la cara de la Gainsbourg que se repite un par de veces, y que mezcla extrañeza, sorpresa y reflexión. Ese gesto de vislumbrar un algo más, cuando pensabas que ya estabas de vuelta de todo. Y esta cara se la debemos a las ilustradas intervenciones de Skarsgård, benefactor de la ninfómana, hombre meticuloso y pescador, que constituye un contrapunto en la evaluación moral de la vida de Joe. Un poema. Sus apuntes críticos sobre la eticidad de la ninfomanía son simplones y burdos, de la misma profundidad que las autocondenas de la puritana-ninfómana, de la misma estofa que sus referencias culturales. Todo muy cutre. Pero ello no es impedimento para que estos comentarios se donen a la protagonista – y al público- con la cándida superioridad del regalo paternalista: ¿tú sabes qué es…? Porque la brecha que separa a un Seligman feliz de una Joe doliente es que él sabe, y ella no. Él lee, escucha, suma, y sabe de sexo – ¡en la literatura hay ejemplos mucho más extremos!-. Ella folla, pero no entiende lo que hace, y desconoce qué es una polifonía, quién es Fibonacci, o qué es un delirium tremens. Aunque estudió un poco de medicina, las pollas la tenían descentrada, y no retuvo.
Maledicencias aparte, este me parece el punto más elitista y deplorable de la película: yo sé, yo te enseño, yo te salvo. Tú no sabes, aunque hayas tenido todo el sexo del mundo, no sabes porque no eres culta. La cinta le da a Seligman la llave que puede limpiar la culpa de Joe y abrirle la puerta al verdadero placer. Es el varón que ya sabe y la figura paternal. Y, para más rechazo del sexo, él no lo practica. Parece que no le haga falta (puede que incluso le sobre). En algo ha de dársele la razón a Trier: esta es una historia moralista.
No es una película realista ni consistente, los personajes no tienen complejidad, no avanzan, la visión del sexo no problematiza nada. Ya no es que no diga nada nuevo, es que está caducada. La sensación es de estar dos horas asistiendo a un revolcarse onanista en las obsesiones y terrores del director sobre lo que cree que son el sexo y La Mujer. Y son totalmente infantiles e ignorantes.
Caith_Sith decía que, si te ha gustado esta, veas, entre otras, Jeune et Jolie. Yo la recomendaría si no te ha gustado. Porque allí el sexo no es este tótem mítico e intocable que atrae y repugna a un tiempo, sino un aspecto más de la vida humana con el que lidiar, con el que crecer o aprender. Y es mucho más rico así tratado. A esta sugerencia se me suman, a bote pronto, Klip, Faith, Año Bisiesto, Chasing Amy… Lars, mientras, puede seguir de cañas con el Médem de Habitación en Roma. Qué par.
SEXO. Ya está. Todo el mundo pica.
La peli, hasta donde pude aguantar, queda como sigue:
Un buen señor recoge a una mujer que está tirada en el suelo de la calle, cual colilla.
Señor: Oiga, ¿está bien? Voy a llamar a una ambulancia.
Mujer: Ni de coña. Invíteme a un té.
Señor: Vale. Pero vente pa mi casa, que no sirvo tés en la calle.
El señor acuesta a la mujer en una camita y le presta un pijama a rayas. Ella, en agradecimiento, le cuenta su vida.
Mujer: A riesgo de aburrirle, caballero, le voy a contar mi vida desde que era pequeñita. Es que soy mala persona, ¿sabe usted?
Señor: Cuenta, cuenta, que nunca he conocido a una mala persona.
Mujer: Bueno, ahí va. Yo de pequeña era una niña muy mona con unos enormes ojos azul claro, no como ahora, que los tengo castaños y soy tirando a feucha, como podrá usted observar. Llámelo usted error de casting. Bueno, a lo que iba. El caso es que descubrí mi coño a los dos años.
Señor: Entiendo.
Mujer: Mi padre me hablaba de los árboles, con cara de lelo.
Señor: Fascinante.
Mujer: Si, y me desvirgó un motero. Me hizo un mete saca guarrindongo y luego me profanó el chiquitín, el tío asqueroso.
Señor: ¿El chiquitín?
Mujer: Que me la metió por el culo, vaya.
Señor: Ah! claro. Oye, pues me recuerda todo esto mucho a la sucesión matemática de Fibonacci.
Mujer: ¿Y eso por qué?
Señor: Ya sabes… 3, 5… por el culo te la hinco.
Mujer: Anda, pues es verdad. No lo había pensado.
Señor: Bueno, ¿y qué más?
Mujer: Pues luego me hice un InterRail con una amiga y nos follamos a todo el pasaje, incluso a un pobre hombre que no quería. Ya ve lo mala persona que soy.
Señor: Mira, esto del tren es tremendamente semejante a la pesca con mosca. ¿No crees?
Mujer: ¿Verdad que sí? Clavadito, oiga.
El señor, hospitalario él, le trae un bollo en un platito con un tenedor de postre a la tiparraca ésta. Ella le increpa por su delicadeza.
Mujer: Si sirve usted así los bollos, es que no es hombre ni es ná. Lo que me recuerda el día que me enamoré. Le cuento:
Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Pero qué gilipollez!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Mi consejo: si te apetece ver SEXO, ponte una porno, y ya está. Déjate de pamplinas. Pero si lo que te apetece es ver una peli imbécil, entonces sí, ponte una de Lars von Trier.
Tu Nymphomaniac. Parte 1 es un desierto triple: intelectual, cinematográfico y emocional.
No hay cine en estos fotogramas, carentes de emoción. No hay vida, ni amor, ni tan siquiera sexo en lo que cuentas. Tan sólo un tibio psicoanálisis de todo a un euro.
El tándem Joe/Seligman no funciona y eso que Charlotte Gainsbourg y Stellan Skarsgård se esfuerzan de lo lindo por hacer creíbles sus papeles. Pero esas líneas de guión… La conversación de ambos me recuerda en cadencia, tono y pseudotranscendencia a la escena entre Beatrix (Uma Thurman) y Bill (David Carradine), en Kill Bill, de QuentinTarantino. Pero hay que ser Sergio Leone o David Lynch para jugar con esas cartas y salir airoso: la pausa que conduce a la intensidad (Leone) o la extrañeza (Lynch) no se consigue sin un talento colosal.
Y, tú, Lars, no lo tienes.
– No soy antisemita, soy antisionista.
¿Preparando tu regreso a Cannes? Menudo enfant terrible…
La pátina intelectualoide, uf. Tritono, proporción áurea, polifonía, números de Fibonacci, Bach y el número 14. Así, como al tuntún… Ni siquiera te molestas en simular que has estudiado, parece que lo sacas todo de la Wikipedia. Haced la prueba, cinéfilos, poned en Google las palabras mágicas y, ¡hop!, la sucesión de Fibonacci, la Cábala, el Diablo, el Partenón, la concha de nautilus…
El preludio coral en fa menor, BWV 639, de Bach. A tres voces.
– El bajo es un gordo que espera abajo.
– La segunda voz es un hombre-leopardo.
– La primera voz, que llamas melodía, es el amor.
El conjunto es un chiste vanguardista… Qué bonito. Qué hondo. Qué truño.
Baste recordar lo que hace Andréi Tarkovski con esa misma obra de Bach, en su película Solaris. Y es que, Lars, tenía que salir Tarkovski por algún lugar.
Y los paralelismos: la seducción (por llamarlo así) y la pesca con mosca. Ahí has estado fino, lo reconozco. La broma tiene cierta gracia, aunque se alarga demasiado. Ah, ¿no me digas que en el fondo vas en serio? Venga ya…
– He conocido el delirio.
Quizás. Pero en esta cinta no lo plasmas. Christian Slater no es un padre, no tiene ni la prestancia ni el empaque, nada. Parece un niño viejo, una especie de Benjamin Button chuchurrío. Es mal actor. O no es actor para el papel. El blanco y negro hospitalario tampoco aporta nada en el fragmento de su enfermedad. Un fragmento que debía ser un latigazo emocional y, sin embargo, se queda en una gota de flujo pierna abajo –preciosa imagen, eso sí.
Un triple desierto, decía. Y, como buen desierto, la cinta contiene su pequeño oasis: la escena de Uma Thurman. No la desvelo pero es lo mejor de la película. Gamberra, divertida. La ves y no deseas que se acabe. Una sitcom de altura, ingeniosa y corrosiva.
Pienso en tu filmografía, Lars, y observo, inquieto y extrañado, que muy posiblemente me acabaré quedando con ‘El jefe de todo esto’ y partes de ‘El Reino’ (Riget). O dicho de otro modo: me acabaré quedando con tu humor. Tienes talento para la comedia, no lo dudes. También para impactar. El impacto impacta, claro, pero su efecto nunca es perdurable. Por ello, te animo a perdurar en la comedia, si te atreves.
Nymphomaniac. Parte 1 ni siquiera impacta. No sé si la versión que exhiben en las salas comerciales, con tu consentimiento, ha quedado demasiado mutilada: una mamadita light, un tibio cunnilingus, un par de metisacas… Qué nadie busque morbo por ahí. Además, el casting de penes es calamitoso (¿de verdad todas las pollas son así de feas?). La luz refuerza la impresión de fealdad, un efecto buscado que rebaja la temperatura de los cuerpos (¿hay sexo en esta cinta? Del que yo practico, no…).
Lo siento, Lars, te he querido mucho. Agradezco que existas. Sin ti el mundo del cine sería algo peor. Pero me la has metido varias veces y ya no siento nada. Ni cosquillas. Y es que el sexo, sin amor, no lleva a ningún sitio.