Nueve cartas a Berta
Sinopsis de la película
Años cincuenta. Lorenzo es un estudiante salmantino que acaba de pasar un verano en Inglaterra, donde ha descubierto otras formas de vida y otros horizontes, además de conocer a Berta, hija de un exiliado, por la que se siente atraído. A su regreso, el ambiente tradicional de su familia, sus amigos y su novia le resultan agobiantes. Se agudizan sus inquietudes en cartas dirigidas a esa Berta que quedó en el extranjero…
Detalles de la película
- Titulo Original: Nueve cartas a Berta
- Año: 1966
- Duración: 92
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Opinión de la crítica
Película
7
37 valoraciones en total
Lorenzo regresa a casa. Suponiendo que la casa de uno sea en la que nace. Y lo ve todo igual… o distinto. Quizá no lo ve y aunque en cuerpo el regreso sea evidente, su mente siga caminando por las orillas del Támesis. Quiso su director hacer un retrato de la época. Quiso, junto películas como Calle Mayor (J.A. Bardem, 1956) o La tía Tula (M. Picazo, 1964) fotografiar la vida de provincias y quejar testimonio de aquella época. Y lo que son las cosas, Nueve Cartas a Berta me ha parecido muy actual.
Aquí entra la visión del espectador. Dejemos a un lado las intenciones y pongamos sobre la mesa la subjetividad que podría desprender esta película. Los matices que guarda el personaje de Lorenzo o sus miradas intranquilas por las calles de Salamanca. Esta película de múltiples lecturas y múltiples finales no tiene entereza como guión y sí libertad como película filmada.
Un espectador sentado a mi lado quiso preguntar si existía final alternativo. Yo lo miré severo y le pregunté a él ¿Hablas de la película o de tu vida?
¿Existe diferencia? presupuse que significó su media sonrisa.
Y es que Nueve cartas a Berta, más que un retrato de la sociedad de la época es un retrato al joven universal. Pero queda soterrado, ya lo aviso, porque realmente nunca fue el propósito de Basilio Martín Patino. O eso creo.
La vida provinciana entre los centenarios muros de Salamanca se le cae encima a Lorenzo al regreso de su estancia veraniega en tierras anglosajonas. Salir de España ha sido como un soplo fresco que limpió el aire, un aire con olor a maderas antiguas, piedras gastadas, cera derretida y vino de mesa, que Lorenzo respiraba sin advertirlo. Pero, como suele ocurrir cuando se sale fuera de lo que uno ha conocido siempre, allá lejos todo huele diferente, a nuevo. Ya sea la mera sensación de libertad al estar lejos de casa, al paréntesis en la rutina, lo cierto es que ese cosquilleo de la aventurilla, esa tímida emoción del descubridor en tierra extraña, puede bastar en un espíritu joven indeciso y en vacilante formación para imbuirle de desasosiego, de una perspectiva en la que entra en duda el apacible olor a maderas antiguas, piedras gastadas, cera derretida y vino de mesa. Las paredes del hogar familiar se tornan prisiones, los padres regañan con machacona monotonía sin entender la inquietud del retoño que a sus ojos vuelve desmejorado y con peligrosas ínfulas, los amigos y colegas ya no divierten como antes, y lo que es peor, la novia es como una losa con la que se está por la fuerza de la costumbre. Antes era especial, las mariposas del estómago teñían sus ojos pizpiretos y toda su silueta de un aura que, por más que la busque, ya se ha esfumado. Porque ahora Berta llena su horizonte como nunca lo hizo nadie. ¿Por qué la providencia tiene a veces la crueldad de brindar el manjar más delicioso a cientos de kilómetros, en un verano, un único verano en el que se sale de lo habitual? ¿Por qué pone en los labios ese sabor tan irresistible, tan exótico, que no tiene nada que ver con los sabores tan masticados, para llevárselo después, dejando la insatisfacción del que no ha podido saciarse?
Tal vez Berta haya sido desde el principio un espejismo en el desierto, una risa de la suerte que se burla de los que quieren ser alguien, los que quieren aspirar a más que a dormitar el sueño de la rutina en una ciudad provinciana, los que han notado el chispazo de un abismo de pasión que no van a encontrar entre las piedras viejas, las plegarias de abuelas piadosas, los ceños fruncidos de los preocupados padres que han hecho las cosas lo mejor que han podido y unas promesas de matrimonio que son como cadenas.
¿Cómo puede uno lanzar el corazón hacia Berta, una fugaz aparición, hasta el punto de desgarrarse y partirse en dos, y estar dispuesto a renunciar a todo lo que uno ha querido tanto hasta conocerla a ella?
Las cartas dirigidas a esa Berta remota, tan española como extranjera, nacida de esa generación de exiliados, mientras Lorenzo se hace mayor aprendiendo ese innoble arte del disimulo y el silencio, son quizás el último grito de un alma que pierde la inocencia, que deja atrás la ingenuidad de cuando se creía que uno nunca se vendería por treinta monedas de plata.
Agradezco enormemente a la Filmoteca de Cataluña que la semana pasada me brindara la oportunidad de recuperar el primer largometraje de Basilio Martín Patino, un film innovador para su época, pero, sobre todo, un retrato sociológico muy preciso de la sociedad española de los años 60 en una capital de provincias. Una sociedad plagada de alféreces provisionales y de curas y monjas, que se divertía con la tuna y bailaba La yenka y La chica ye-ye, ignorante de la cultura y libertad de otras sociedades vecinas.
Cuando Lorenzo, el joven protagonista tan bien interpretado por Emilio Gutiérrez Caba, pasa un verano en Inglaterra, empieza a conocer esas otras realidades, que le hacen dudar de la vida conformista que llevan él y los que le rodean. En Inglaterra conoce a Berta, que se nos dice que es hija de un exiliado, pero que nunca llegamos a ver, y que yo interpreto que en realidad se trata simplemente de la representación de la libertad prohibida por el régimen opresivo español, el propio nombre de Berta forma parte de la palabra fundamental: li-berta-d (la exhibición de la película en la Filmoteca contó la semana pasada con la presencia del propio Martín Patino, pero teniendo en cuenta que el autor no parecía recordar demasiado la película, no me atreví a confirmar esta interpretación mía en el debate que siguió a la película). Seguramente no existe la tal Berta, sino que simplemente es el símbolo de ese mundo exterior que Lorenzo vive durante unos meses, y las supuestas 9 cartas que le escribe son únicamente las reflexiones que causa al protagonista ese choque de realidades.
El final de la película me gustó mucho, ya que la claudicación de Lorenzo en su búsqueda de libertad, obligado por el entorno y las circunstancias, es muy representativo del camino seguido por la mayoría de jóvenes de aquella España, el de la derrota y el inmovilismo ante la gran dificultad de luchar por otro futuro.
Gustau. Barcelona, 24 de enero de 2014
Desde el final de la Guerra Civil española hasta los 60, todo el cine comercial que se hace en España es adicto al régimen y no da muestras de progresismo ni siquiera formalmente, cuando en Francia, Inglaterra, Alemania y hasta Italia están experimentando nuevas formas de contar una historia en una película. Por eso, cuando llega esta película a las pantallas españolas se produce un revuelo entre los aficionados al cine y hasta en los mismos profesionales de este arte que da nuevas esperanzas para un cine que todos clasificaban de forma despectiva como español. Atreverse a poner en duda la valía de los exiliados en cada uno de los campos donde desarrollaban sus actividades y desde un ambiente universitario en una ciudad calificada como franquista por excelencia podía tener todas las posibilidades de fracasar. Y no fue así, al menos entre el público que buscaba buenas películas.
Todo este entramado social de la película, por lo tanto político, religioso y económico, es, además, contado con una nueva forma a la que los espectadores no estaban acostumbrados: por capítulos, con abundancia de congelados y una continua voz en off que nos va dando a conocer lo que piensa el protagonista. Si todo ello se cuenta con una fotografía en blanco y negro muy buena, de la que el cine español ha sabido siempre utilizar, podéis imaginaros que estamos ante una película de las que formarán historia del cine.
Cinematográficamente hoy día, en el 2008, es muy válida (como para estudiarla). Pero es que la temática que se podría considerar obsoleta, debido al interesante enfoque de los personajes y ambientes, podría considerarse un documental de la época.
Manda narices que hace cuarenta años se hicieran en España películas más novedosas y con más agallas que ahora. Y por novedosas no me refiero a meter efectos que molan, me refiero a la narrativa, a buscar modos distintos a los convencionales de contar historias, nuevas formas de montaje…El protagonista de la historia nos cuenta lo que le pasa mediante las cartas que le escribe a su amada en las lejanías, y mientras nos lo cuenta, o mientras piensa lo que nos quiere contar, el tiempo se detiene. Pero se detiene literalmente. Deja de haber movimiento, música y sonidos, para estar a solas con la simple imagen y su pensamiento.
Desde luego que también se advierte un cierto convencionalismo y en algunos sentidos (como el sonido, las actuaciones o el ritmo con que avanza) no ha envejecido del todo bien. Pero es una buena muestra de que en España se han querido contar cosas, se ha buscado una identidad propia (a pesar de no haberla encontrado finalmente)a la hora de elaborar una historia…Esa exploración desapareció hace mucho tiempo porque hoy una película tan intimista como Nueve cartas a Berta sería impensable. Hoy la dirigiría Fernando León de Aranoa. Y sería de lacrimal.