No sé decir adiós
Sinopsis de la película
Carla recibe una llamada de su hermana: su padre, con el que hace tiempo que no se habla, está enfermo. Ese mismo día, coge un vuelo a Almería, a la casa de su infancia. Allí, los médicos le dan a su padre pocos meses de vida. Pero Carla se niega a aceptarlo y contra la opinión de todos, decide llevárselo a Barcelona para tratarle. Ambos emprenden un viaje para escapar de una realidad que ninguno se atreve a afrontar.
Detalles de la película
- Titulo Original: No sé decir adiós
- Año: 2017
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
6.1
55 valoraciones en total
Tras años de experiencia en el cortometraje, Lino Escalera debuta en el largo con No sé decir adiós , una historia dura y cercana sobre los últimos meses de vida de un padre junto a sus dos hijas.
El peso de este drama recae sobre el trío de actores, que realiza una labor impecable: el enfermo Juan Diego, que repite en el papel de padre protestón y por quien se siente cierta lástima, la rebelde Nathalie Poza (de tal palo, tal astilla) y Lola Dueñas, como hija con aspiraciones de haber sido algo más.
En su representación en pantalla, a diferencia de otras películas vistas en el Festival de Málaga, no pretende darnos todo mascadito. Su final es prueba de ello. En este reencuentro entre un padre y su hija hay lugar para momentos cómicos, recuerdos, recriminaciones, espectros o cosas que solo se ven en el cielo. Bienvenidos al juego de la vida… Nunca sabes a quién le va a tocar.
http://astoria21.es/festival-de-malaga-cine-en-espanol-cronica-ii/
El caso fue que, una vez en la rueda de prensa tras su proyección en la sección oficial de largometrajes a concurso del Festival de Málaga, Lino Escalera, director de No sé decir adiós (2017), presentó su película como una radiografía de la familia, lo cual es totalmente cierto pues en este filme se analizan las relaciones paterno-filiales, los encuentros y desencuentros de dos hermanas, la adolescencia de quien es hija y nieta o la familia política. Incluso se alude a la familia ya desaparecida, la tía Trini.
Cabe señalar a ese respecto, que la familia no se aborda desde una óptica de denuncia o bajo un sentido de culpabilidad de quienes han errado en algún momento, entre otras cosas, porque todos nos equivocado en nuestra vida con quien no es más próximo. No se trata de establecer victimarios ni víctimas, sino de ofrecer lo que puede ser la tensión familiar cuando el padre, magníficamente interpretado por Juan Diego, se enfrenta a un cáncer de pulmón con metástasis en el cerebelo.
No consiste este largometraje, por lo tanto, en un catálogo de traumas perpetuos, sino de una imagen imparcial de la familia, lo cual ya de por sí merecería una buena crónica, pero prefiero llevar mi reseña por otros derroteros, puesto que no dudo que haya otros críticos que se ocupen de los vínculos parentales.
Podríamos hablar también de la soledad con todas las evocaciones creativas que ello permite, puesto que ambas hermanas, magistralmente encarnadas por Nathalie Poza y Lola Dueñas, la hija de Blanca, que es el personaje de Lola Dueñas, su marido y, por supuesto, el padre enfermo, evidencian enormes carencias afectivas. La hija adolescente es que, por no tener no tiene ni hermanos ni primos, ni tampoco se ve nadie de su edad en la película y ya he adelantado que la soledad es la madre (la triste madre) de la creatividad. Como muestra, un botón y recordemos, por ello, cómo Quevedo buscó el retiro en la paz de los desiertos, acompañado de unos pocos, pero doctos libros, para mejor conversar con los difuntos que los escribieron, según manifiesta en su soneto Desde la Torre .
Sería posible hablar de una película mediterránea, dado que los dos espacios donde se desarrolla la acción son Almería y Barcelona, con todas las diferencias sociales existentes entre estas dos ciudades arropadas por el mar de cultura.
Pero prefiero dirigir mi crónica a ese poderoso mundo de espectros que define No sé decir adiós. Y es que, efectivamente, como sombras parecen vagar por la vida el padre y las dos hijas.
Y sombras es lo que dibuja Platón en su alegoría de la caverna, como todos sabemos. Los prisioneros, de cara al fondo de la cueva, no pueden verse ellos entre sí ni tampoco pueden ver los objetos que a sus espaldas son transportados: sólo ven las sombras de ellos mismos y las de esos objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la que miran. Únicamente ven sombras y lo que Platón, por boca de Sócrates, se pregunta es qué sucedería a uno de estos hombres si lograra soltarse de sus cadenas y acceder directamente a la luz del sol. El resultado final de esta narración platónica no es muy halagüeño, pero al menos un hombre pudo ver la luz. Sin embargo, en la película de Escalera, ningún hombre alcanza a ver la luz para poder contárselo luego a sus compañeros.
Vidas espectrales, por ello, que manifiestan insatisfacción a todos los niveles: el padre, que es profesor de autoescuela, porque sus horizontes no van allá de sus lecciones o la televisión. Carla, una profesional de éxito en el el mundo de la publicidad, porque su tristeza no se rellena con los contratos que pueda conseguir: el sexo con desconocidos, el alcohol y la cocaína parecen ser sus inseparables compañeros de viaje. Y, Blanca, la hermana que se quedó en Almería, cuya situación podría ser la más placentera (tiene trabajo, pareja e hija), porque no se siente realizada, si bien intenta canalizar sus frustraciones en el teatro.
De manera que, me parece cargada de intención una escena en No sé decir adiós, donde Blanca está ensayando una función de teatro, pero los verdaderos protagonistas de la obra parecen ser los espectros.
En la misma medida que considero muy elocuente una escena en la que ambas hermanas están vestidas de negro de cintura para arriba y el plano consiste en uno medio, donde tan sólo se les ve la parte superior del atuendo y dialogan las dos reprochándose los éxitos y fracasos de la otra. Recriminándose por los éxitos y fracaso personales. De ahí que el espectador, que sólo ve el negro de la indumentaria y los rostros anhelantes, asiste desde su butaca a un diálogo de fantasmas con encarnadura humana, valga la redundancia.
Creo que en esa escena, mejor que en ninguna otra, podemos acercarnos a las dos hermanas como si de dos sombras quejumbrosas se tratara.
No me extraña que esta cinta que significa el debut cinematográfico de Lino Escalera fuese aclamada y premiada en el pasado Festival de Málaga. Merece todos los premios habidos y por haber. Un elenco sensacional, unos diálogos realistas y conmovedores con una fina dósis de humor pero con el tema de la muerte presente y su no aceptación. A destacar Nathalie Pozas que hace un trabajo espléndido en el papel de Carla. Una mujer empresaria cabreada con el mundo, que se mete coca de vez en cuando y con miedo a amar. Una llamada de teléfono la pone en alerta sobre la grave enfermedad de su padre (Juan Diego), al que le queda poco tiempo de vida que por cierto, está para varios Oscars. Un papelón. No vamos a descubrir a estas alturas al gran Juan Diego. Toda una lección de interpretación. Carla decide entonces viajar a Almería, a la casa familiar, donde se volverá a encontrar con su hermana Blanca (Lola Dueñas) y con su progenitor, con el que apenas se habla. Tras ese choque de realidad, late en la historia la disyuntiva de aplicar cuidados paliativos o continuar la batalla médica contra una enfermedad incurable. Un mensaje clarísimo al espectador de que aquí hemos venido a amarnos y que tenemos poco tiempo. Somos muy grandes y a la vez muy poquita cosa. Muy recomendable.
Ya está bien. De verdad. La muerte es triste sea con enfermedad o por vejez. Las personas son complicadas, pero está claro que las hay más interesantes que otras a la hora de fijarnos en ellas… A la hora de contar su vida. En esta película los personajes son un rollo. Así, sin buscar un cultismo o un adjetivo barroco. Un rollo. El de Nathalie no sabemos por qué anda peleada por la vida (dicen otras críticas porque no sabe o no quiere amar) pero todo el rato es mal rollo y mal genio, y el mundo es caca y nada me gusta por esos bebo y esnifo. Al de Juan Diego le está matando el cáncer y se comporta como supongo haríamos todos con esa edad y esa enfermedad: de modo infantil y caprichoso. Al de Lola Dueñas su vida le aburre pero es muy buena y muy maja, y se aguanta haciendo teatro en sus ratos libres. Los tres, para colmo de males, son familia (padre y hermanas). Y ahí se acaba todo. Esos son los personajes y eso es lo que van a saber de ellos -pero ojo, mejor guión en Málaga-.
Lástima porque la peli arranca bien, con diálogos ingeniosos y con los tres actores excelsos… ¿Pero la historia? ¿La trama? ¿Qué te cuentan que no sepas? NADA. ¿Qué reflexión hace que sea interesante? NINGUNA. Y por supuesto, como buen cine ¿social? español es todo muy feo. Casas feas. Planos cerrados feos. Hospitales. Enfermedad. Y qué triste todo, sí, pero sin que nos importe lo más mínimo. Media sala miraba a mi alrededor el móvil cuando sólo llevaba 60 minutos de proyección queriendo ver cuánto le quedaba a semejante tedio. Porque luego se acaba y piensas: menos mal. Pero mirad las críticas de la prensa especializada, que son muy buenas… Lo que me lleva a preguntarme si los críticos tienen vidas aún más tristes o aburridas que las que se reflejan en esta peli o es que está feo decir que la peli, como sus personajes, es un rollo. No digo que sólo haya que hacer comedia o acción, nada más lejos. Pero se puede -y se debe- contar dramas con mayor profundidad y, por supuesto, con más carga emocional y ganas de entretener. Esta es la típica peli de la que el espectador olvidará escenas cuando pase una semana, y por completo cuando pase un mes o dos.
Lino Escalera se estrena en la dirección con No sé decir adiós, protagonizada magistralmente por Juan Diego, Nathalie Poza y Lola Dueñas. La historia comienza cuando Carla (Nathalie Poza) recibe una llamada de su hermana (Lola Dueñas) diciéndole que su padre está en el hospital enfermo. Carla coge inmediatamente un vuelo de Barcelona a Almería para reunirse con su familia.
La película nos presenta a unos personajes solitarios que tienen miedo, no a la muerte, sino a la vida, a amar. Miedo a la palabra, a lo que va a ocurrir, miedo a decir adiós a los seres queridos. A veces lo más fácil es huir y no enfrentarse a la vida y a su dureza.
Es un retrato de todas las personas, un tema universal mil veces tratado pero contado desde la cotidianidad, sin alardes, ni exageraciones. Durante el transcurso de la película valen más los silencios y las miradas, vale más lo que no se dice que lo que se dice. El guion no cuenta una historia enrevesada pero sí una historia muy humana. Pero sobre todo no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta.
El director deja todo el peso a los actores y Juan Diego, Nathalie Poza y Lola Dueñas no defraudan. Todos están espectaculares. Empezando por la interpretación de Nathalie Poza que toca todos los registros, desde la histeria hasta la interpretación más contenida, de las mejores actrices españolas actuales y no tan valorada a veces. Lola Dueñas se enfrenta a un personaje bondadoso, con muchos sueños y metas que alcanzar en su vida y el resentimiento propio de que ha pasado el tiempo y no los ha cumplido. Y por último está Juan Diego, que hace un personaje tan veraz y con una naturalidad pocas veces vista antes.