No profanar el sueño de los muertos
Sinopsis de la película
Los cadáveres de una morgue inglesa próxima a una abadía de Manchester vuelven a la vida a causa de un experimento del gobierno que utiliza ultrasonidos para combatir la contaminación. Pero el experimento consigue también que los insectos de la zona enloquezcan y se devoren unos a otros. Al mismo tiempo, los muertos salen de sus tumbas con hambre y sed de venganza.
Detalles de la película
- Titulo Original: Non si deve profanare il sonno dei morti (Dont Open the Window) aka
- Año: 1974
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
6.1
63 valoraciones en total
…y al llegar todos al huerto se pusieron a bailar. O eso es al menos lo que cantaban Los Enemigos en El gran calambre final, la canción con que se abría el que tal vez sea su mejor disco, La vida mata. Aunque en vista de lo que ocurre en esta peli tal vez sería mejor decir que la vida mata, pero sólo un poquito y durante un rato. Si los propios Enemigos, después de diez años en el más allá, han regresado (¡aleluya!) al mundo de los vivos, no debería parecernos tan extraño que los cadáveres más fresquitos del cementerio decidan abandonar durante unas horas las estrecheces de sus ataúdes y salgan a estirar un poco las piernas por la hermosa campiña inglesa, famosa por lo puro de sus aires y sus deliciosos pasteles de vísceras varias. A ver quién es el guapo que les reprocha que salgan a la caza de unos buenos callos, cuando, al fin y al cabo, la culpa no es suya, sino de la insensata sociedad industrial. Además, ellos tienen todo el tiempo del mundo y algo hay que hacer para no aburrirse y matar el gusanillo.
Puestos ya en materia, hay que empezar corroborando lo que suele decirse al hablar de esta peli, aunque suene ya a tópico: no parece española (como Los Enemigos, dicho sea de paso, qué buenos eran, rediós). No solo por su ambientación británica, sino por su notable calidad técnica, equiparable (cuando no superior) a la de productos parecidos y firmados por autores más reputados que Grau. Hay, además, un buen trabajo interpretativo, encabezado por un auténtica vieja gloria del western de primera división como Arthur Kennedy, muy convincente en su papel de expeditivo y reaccionario inspector capaz de creer en la resurrección si eso le permitiera cargarse una y otra vez al repelente y melenudo hippy que encarna Ray Lovelock. La belleza de aires irlandeses de Cristina Galbó y la profesionalidad del venerable José Ruiz Lifante, de un jovencísimo Joaquín Hinojosa y de Jeannine Mestre en el rol de una desquiciada yonqui contribuyen lo suyo a dar enjundia al asunto, al menos en este aspecto.
Otra cosa, claro, es su guión. Ya sé que es pecar de ingenuo esperar lo contrario a estas alturas, pero aunque la cosa empieza bien, no tarda mucho en torcerse hacia lo más manido y previsible del género y, a pesar de su atípico trasfondo ecologista y libertario, hay algún momento en el que lo precario de la ligazón narrativa está a punto de hacer descarrilar del todo el invento. Uno de los mayores logros de esta película, sin embargo, es que todas estas carencias quedan casi siempre en un segundo plano. Su frenético tramo final resiste pocas comparaciones con el de otras películas del género y contiene escenas tan inenarrables como la de esa recepcionista cegata, interpretada por Isabel Mestres, a quienes los más viejos del lugar recordarán como la presentadora del programa De película, que a mí me ha parecido una cochinada la mar de divertida en la que no me importaría participar, si es que alguna vez me despierto después del gran calambre final.
Tal vez catalogarla como joya de filmoteca resulte excesivo pero no creo que ningún conocedor de la peli de Grau pueda negarme un dato irrebatible: No profanar el sueño de los muertos constituye un magnífico paradigma de aquel cine que durante los últimos estertores del franquismo consiguió esquivar los tentáculos del destape y del compromiso sociopolítico para ofrecernos una alternativa cinematográfica distinta. La del cine de género.
Porque si bien es cierto que el cine de terror hispano contaba ya por aquellos entonces con una arraigada tradición en productos de serie B (León Klimovsky, Jesús Franco, Amando de Ossorio…), la peli de Grau constató que con un poco de esmero y entusiasmo podían conseguirse mayores objetivos. Suficientes, al menos, para poder rivalizar con prestigiosas productoras como, por ejemplo, la Hammer. Y si no, a las pruebas me remito. No profanar el sueño de los muertos arranca de forma algo irregular, de acuerdo, pero cuando empiezan a aparecer muertos vivientes en ese oscuro y neblinoso paisaje inglés la escrupulosa sensación de estar viendo una coproducción hispanoitaliana desaparece por completo.
Espero y deseo, sin embargo, que a nadie le defraude su condición de secuela. No profanar el sueño de los muertos bebe de La noche de los muertos vivientes, la mítica cinta de Romero, pero en ningún momento se limita a sobrescribirla. Es más, la peli de Grau cuenta con ciertos detalles que la hacen única, como ese omnipresente y profético alegato ecologista o ese conflicto generacional latente entre dos formas de ver la vida diametralmente opuestas: la del infame inspector McCormick (encarnado por el siempre solvente Arthur Kennedy) y la de George, el joven anticuario hippy (Ray Lovelock).
Por lo demás, nada que no podamos encontrar en cualquier peli del terror al uso: tensión correctamente administrada, un par de sustos bien dados, algún desnudo (gratuito, eso sí), buenas dosis de casquería y final sorpresa en toda regla.
Ideal, como diría un buen colega alicantino de esta página, para disfrutar de una noche de lobos cojonuda. Palabra.
Anunciaron No profanar el sueño de los muertos para emitirla un viernes por la noche en TVE. De aquel anuncio hace ya un tiempo infinito. Yo por aquel entonces estaba haciendo el año de catequesis para la primera comunión. O sea, la tira.
Cuando al fin llegó la madrugada de aquel viernes, mi madre con toda su buena fe nos mandó a todos a la cama mientras ella quedaba expectante ante la televisión.
No vi la película, sólo la viví simbólicamente. El hecho de estar despierto sabiendo que en la habitación contigua se proyectaba No profanar el sueño de los muertos ya era una gozada. Sin verla la disfruté como el que más. Cualquier sonido distorsionado que llegaba desde la tele a mis oídos atravesando las paredes me producía un subidón de adrenalina. El título acojonaba. Ni tan siquiera sabía de qué iba la cinta. La evidencia sólo decía que había unos señores que estaban muertos y era muy recomendable no provocarlos. Ufff… sin haberla visto, fue la película de terror que más disfruté en la niñez.
A lo largo de sus 90 minutos nos preguntábamos los hermanos exaltados a qué se podría deber ese grito que salía del altavoz del televisor, ¿qué estará pasando?, ¿Habéis notado ese gruñido? ¡Sí, yo también lo he oído!, ¿Será un muerto?…
A día de hoy vi por primera vez la película de Jorge Grau. Evidentemente la tensión no es la misma. También eché en falta esas otras tres nerviosas voces de quienes eran niños como yo. Tenía la velada un aire melancólico. Sólo ente la tele, sin más compañía que la mía propia. La he visto entre sonrisas, pensando en que no cambiaría una película de terror vista a los 35 por una imaginada a los 9, y por supuesto, con la mejor de las compañías.
Non si deve profanare il sonno dei morti es el aporte patrio al subgénero en auge por aquel entonces como es el cine zombie, con el punto de mira puesto en el icono y película de partida del mismo en su vertiente caníbal, Night of the living dead . Y es que Jorge Grau no oculta en ninguna de las entrevistas que se le han hecho a raíz de la película que el libreto original que le presentaron tenía como objetivo hacer una revisitación de la cinta de Romero en color. A raíz de esto, cabe decir que uno de sus principales aciertos es que en ningún momento se intenta llegar a la cima artística que supuso la película americana, tomando la película de Grau respetuosamente ciertos elementos de aquella como una brillante escena en el núcleo del metraje (que evoca radicalmente el clima angustioso protagonista de Night of the living dead ) y un guiño en la traca final con el desenlace de uno de los protagonistas. Esto hace que película tenga una entidad propia, alejándose claramente del término de exploit .
Non si deve profanare il sonno dei morti tiene un montón de virtudes: es una película de zombies excepcionalmente bien filmada, con una pareja protagonista en estado de gracia (una Cristina Galbó bellísima y un Raymond Lovelock más hippie que nunca), un secundario de lujo como Arthur Kennedy… los zombies consiguen inquietar, y si bien están claramente inspirados en la película de Romero se pueden observar en ellos ciertas reminiscencias de cintas clásicas de la misma temática como White Zombie . Si la película funciona, a parte del buen hacer de Grau, es porque tiene todos los elementos que un aficionado al cine zombie puede exigir: es altamente entretenida (con el sentido tan fabuloso del entretenimiento que tenían las películas europeas de la época), es gore (contenido, pero brusco en algunos momentos), tiene una trama altamente atrapante y goza de una atmósfera fabulosa.
La película, aunque co-producida por España e Italia, está rodada y ambienta en Inglaterra, dotándose al film de un clima british que logra una atmósfera tremendamente rural, que aporta al film de un empaque tremendo. Aunque si algo la hace diferente a las cintas con la misma temática de su época (muchas de ellas catalogadas injustamente en el grupo del Eurotrash Cinema ), es su mensaje claramente ecologista (retratando en los créditos iniciales a un hippie en una sociedad absorvida por la contaminación y el bullicio), donde una máquina de alta tecnología profanará el sueño de los muertos.
Non si deve profanare il sonno dei morti es una película de culto en USA y otros países, donde justamente el tiempo la ha puesto a la altura de las grandes películas de género.
Los humanos somos unos cataplasmas. Siempre pretendiendo estar por encima de todo bicho viviente. Y, a veces, nos toca pagar nuestra osadía. Aquí, los que la hacen pagar son los bichos no-vivientes. Y el único dispuesto a posicionarse en el lado más justo y sensato es un hippie. Por contra, el inspector de policía es un cenutrio. Y es que, la poli le tiene manía a los hippies desde tiempos inmemoriales, y eso que casi siempre tienen razón.
A parte del hippie y el inspector cenutrio, la peli cuenta la historia de una pelirroja que conduce fatal, su hermana: la yonqui, su cuñao: el fotógrafo, el loco del pueblo, que no es nada fotogénico… Muy entretenido todo.
No se preocupe señorita. Ese que dice que la ha atacado es el loco del pueblo, que murió ahogado la semana pasada –La frase no es literal… pero el caso es que un paisano se la suelta a la pelirroja, pa’ tranquilizar, claro, ya que el hombre encuentra a la muchacha nerviosilla.
Tiene muchas secuencias gloriosas, como la fuga del hippie de la policía. Utiliza, a tal efecto, una toalla de manos. Qué nadie se pierda esa secuencia.
Aunque esté ambientada en Londres y alrededores, esto es terror cañí del bueno. Qué grande el cuñao.