No eran imprescindibles (No eran invencibles)
Sinopsis de la película
Durante la campaña del Pacífico, una heroica compañía americana lucha contra el avance de las fuerzas japonesas en Filipinas, perdiendo cada vez más terreno. Dos oficiales de lanchas torpederas, en contra de la opinión de sus superiores, intentarán frenar el avance utilizando las viejas embarcaciones contra los barcos nipones…
Detalles de la película
- Titulo Original: They Were Expendable aka
- Año: 1945
- Duración: 136
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Opinión de la crítica
Película
6.7
52 valoraciones en total
Ford, que luchó en la Segunda Guerra Mundial y ha construido grandes obras maestras sobre la vida militar (desde Cuna de Héroes hasta una buena parte de sus western) sólo dirigió un film bélico: este particular monumento al soldado desconocido. Y lo hace desviando el objetivo de su cámara en cada momento precisamente de donde se supone que debemos mirar, de las grandes gestas épicas a las que Hollywood nos tiene acostumbrados y enfocando precisamente allí donde menos pasa. Declaración de principios. Experimento que en otro sería recordado y analizado pero que en un director considerado comercial, un profesional y no un autor , pasa desapercibido.
La absurda historia de amor que la productora exige meter con calzador en la historia es zanjada sin contemplaciones. Hay algo de protesta en ese liquidarla en unos pocos minutos y como quien cumple (con disciplina militar) una orden absurda. Y ,sin embargo, el talento de Ford es tanto que hasta ese pegote sentimental al que le obligan tiene algo diferente.
Toda la historia, las vidas de esos soldados anónimos que se dedican a manejar y reparar pequeñas lanchas, el desarrollo posterior de la guerra en el Pacífico y todo lo que eso implica para el futuro de la guerra en su conjunto, las medallas de los generales y sus sonrisas, dependen de esa batalla que Ford -incatalogable y complejo patriota americano- decide contarnos en elipsis.
Ni un sólo plano de ese heroísmo. Los héroes de Ford en esta historia son otros. Y ,despreciando el espectáculo, derrocha su talento descomunal para la composición de planos y la puesta en escena filmando con mimo la reparación de una lancha cuyo motor no arranca. La vida gris, cotidiana, de unos soldados cuya labor nunca pasará a la historia, que son prescindibles para todos menos para ellos mismos.
Ford elige contar lo que nunca se cuenta acerca de aquellos de los que siempre se prescinde y logra una especie de estremecimiento extraño, gris también, cotidiano, porque, sin que se subraye ni se repita, tanto los personajes como nosotros sabemos que esa monotonía esconde en realidad una agonía, que esos soldados desconocidos y prescindibles serán sacrificados, y sólo les quedará su monumento algún día en algún sitio.
Cuando su biógrafo Lindsay Anderson dijo a Ford que ésta era una de las obras del genio irlandés que más le gustaban Ford dijo que no recordaba de qué película se trataba. ¿Clásica travesura fordiana o es que realmente consideraba a esta película tan prescindible como la guerra a sus protagonistas? Pocos días después le mandó una nota escueta: Por cierto, he visto esa película y sí, no quedó nada mal . O algo así.
Ford, soldado desconocido.
En septiembre de 1941, John Ford metió algo de ropa y unas pocas pertenencias en una pequeña maleta y le dijo a su mujer que partía hacia Washington en viaje de negocios y que estaría de vuelta en un par de días. Ford, sin embargo, no regresó a casa hasta 1945, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y después de haber cumplido lo que él consideraba un inexcusable deber patriótico.
A lo largo de cuatro años, Ford, al servicio de la Armada, cambió los estudios y decorados de los que se había valido, hasta entonces, para recrear una imagen verosímil del mundo, por los escenarios reales donde se libraba el auténtico drama humano de su tiempo. Sobrevoló y fotografió, en misiones secretas, zonas de interés militar. Grabó bajo fuego enemigo la batalla de Midway y el desembarco de Normandía. Cubrió la Operación Antorcha en el norte de África y fue arrojado en paracaídas sobre la jungla birmana. Fue herido por la metralla japonesa y vio caer a muchos hombres, tanto soldados como de su unidad fotográfica, antes de regresar a su hogar.
No eran imprescindibles, la primera película que rodó nada más regresar a Hollywood, es el homenaje de Ford a los hombres que, como él, habían dejado atrás casa y familia sin saber a ciencia cierta si volverían a verlas. Libremente basada en hechos reales y deliberadamente ubicada en los primeros meses de la guerra del Pacífico, en un momento en que los japoneses estaban barriendo a los estadounidenses, la película de Ford no sigue, sin embargo, los patrones del cine bélico del momento.
Lejos de los enardecidos productos de exaltación y propaganda rodados en los años inmediatamente anteriores, No eran imprescindibles desplaza la acción bélica o la glorificación de las gestas personales a un segundo plano y examina, en cambio, el fenómeno íntimo de la guerra, la experiencia mortificante de la inacción, el sacrificio de toda ambición personal, la callada y rutinaria espera, en plena derrota, de una victoria todavía remota y del incierto regreso al hogar. A Ford no parecen interesarle tanto las batallas como sus escombros, ni el paseo triunfal de los héroes como las sombras de los caídos sin nombre.
El resultado es una de las películas bélicas más sobrias, melancólicas y plagada de claroscuros jamás filmadas, donde brillan con luz propia no pocos destellos de gracia fordiana. El baile de John Wayne y Donna Reed. El silencioso coro de gestos y miradas con que los soldados reciben en la cantina la noticia de la caída de Filipinas. La despedida en el porche del viejo propietario del astillero. El responso improvisado en el que, a falta de sacerdote y oraciones, se recitan los versos que Robert Louis Stevenson escribió a modo de epitafio (los únicos que sé, confiesa Wayne), aquellos en que, bien mirado, se cifra todo el sentido de la película y en los que el gran escritor escocés pedía ser enterrado bajo el inmenso y estrellado cielo, y descansar, por fin, allí donde él quería, de nuevo en casa, de vuelta del mar.
Lindsay Anderson director de Las ballenas de Agosto calificó No eran imprescindibles como el mejor trabajo de John Ford. No me atrevo a confirmarlo pero tampoco a negarlo. Es cierto que Ford será siempre recordado por sus westerns humanizados y muy justitos en lo que a violencia se refiere pero They were expendable (me gusta mas el título original) no deja de ser uno de esos westerns donde las diligencias y el Ponny Express se sustituyen por lanchas torpederas y los héroes anónimos cambian las arenas de los desiertos del salvaje oeste por las aguas azules de un océano que no hace honor a su nombre, el Pacífico.
Ford, que acababa de regresar del conflicto donde había filmado documentales para la Marina, con la ayuda a la dirección del propio Robert Montgomery (realmente un oficial de navío) compusieron este homenaje tanto al soldado anónimo americano como a la figura del héroe John Bulkeley al que en el film se apellida Brickley y es interpretado por un Montgomery que prestó verdaderos servicios en Filipinas y donde, de nuevo, se cuenta con la participación de los habituales John Wayne y Ward Bond y también de Donna Reed que borda un papel de enfermera enamorada que la productora metió un tanto con calzador en el argumento.
Resulta sorprendente para quienes observamos estos acontecimientos desde la óptica que dan los años, esa simultaneidad de sentimientos encontrados: Por una parte el malestar y desesperación de los soldados por no entrar en acción. Por otra, el soldado temblando de miedo. ¿Real? Seguro que si. Ford filmó sus recuerdos. No se detuvo en la exposición macabra del horror que haberlo háilo. Lo dibujó con trazo fino. Tan fino que ni siquiera encontramos un rostro de soldado enemigo. Seguramente daba igual. El miedo y el coraje no precisaban de facciones reales o contornos definidos. Lo desconocido también aterra. La metralla, venga de donde venga, con su carga de muerte y destrucción también enciende los ánimos.
Película bélica en blanco y negro, sobre una compañía militar de lanchas torpederas de la Armada USA en Filipinas durante la II G.M. Es decir, en gran medida nos recuerda a aquella otra película bélica, también de lanchas torpederas —consideradas por el resto de los miembros del ejército como hermanos menores y de poca importancia en la lucha contra el enemigo—, solo que ahí se situaba en la I Guerra Mundial y en concreto en el Canal de la Mancha, Vivamos hoy (Howard Hawks, USA 1933). En ambos filmes lo que se trata de poner de manifiesto es que las lanchas torpederas y los militares que servían en tales artefactos, fueron de gran importancia, destruyeron muchos barcos enemigos y tuvieron a muchos héroes, heridos, valientes y muertos entre sus filas.
La película no es magistral, como otras de John Ford sobre el género bélico está filmada para animar y crear sentimientos patrióticos en el pueblo norteamericano.
Lo curioso de este filme es que en un momento dado el teniente interpretado por John Wayne, es herido y enviado a un hospital donde le atiende una teniente enfermera cuyo papel hace Donna Reed, de manera que ambos se enamoran, pero he aquí lo extraño, en una escena de la película antes de iniciar él una misión secreta en lancha torpedera contra los japoneses, se despiden por teléfono, y nunca más vuelve a saberse de ella de manera algo incomprensible.
En fin, es una película entretenida, con bastantes anécdotas y que deja la profesión militar en muy alta honra y consideración.
Film poco conocido del maestro del Western, en esta ocasión se aleja del polvoriento oeste, para zambullirse en la secundaria pero crucial fuerza de lanchas torpederas, en este caso en Filipinas, Realizada en el 45 y con los sucesos frescos y recientes, destaca su objetividad y templanza al narrar los hechos.
Describe la retirada del General Mcarthur hacía Australia y en tono casi documental las peripecias de los muchachos de las dotaciones de las lanchas torpederas y sus misiones antes, durante y despúes de la invasión de las islas Filipinas por las fuerzas Niponas. John Wayne, War Bond junto a otros habituales de la filmografía de Ford, y Robert Montgomery un bloque de hielo por fuera pero por dentro un padrazo de sus chicos en un gran papel, Dona Reed perfecta como siempre, dure lo que dure su personaje completan el reparto de una buena película fiel a los hechos acaecidos en aquellos duros, inolvidables y terribles dias que no se deben olvidar jamás.