Nazarín
Sinopsis de la película
En México, a principios del siglo XX, el humilde cura Nazarín comparte su pobreza con los necesitados que habitan alrededor del mesón de Chanfa. Después de proteger a una prostituta que provoca el incendio del mesón, Nazarín se ve obligado a abandonar el lugar. A lo largo de su camino, sus acciones, determinadas por su concepto de la caridad cristiana, provocarán una serie de conflictos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nazarín
- Año: 1959
- Duración: 92
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Opinión de la crítica
Película
7.7
43 valoraciones en total
Realización de Luis Buñuel. Se inspira en la novela homónima (1895) de Benito Pérez Galdós, adaptada por Julio Alejando y el realizador. Se rodó en Méjico en un plazo de tiempo acorde con lo que Buñuel llamaba la dictadura de las tres semanas . Obtuvo el Premio del Jurado de Cannes y otros premios. Producido por Manuel Barbancho Ponce, se estrenó a finales de 1958 (Méjico). En España se estrenó en 1976.
La acción tiene lugar en Méjico en torno a 1910. Narra la historia de Nazarín (Francisco Rabal), joven sacerdote, que ejerce la caridad cristiana con entrega extrema. Traslada su residencia a una vivienda próxima al mesón de Chanfa, frecuentado por prostitutas, ladrones, truhanes y chulos. Desea acercarlos a la virtud. Conoce a Beatriz (Marga López), bondadosa y despechada, que deja al novio porque la quiere prostituir. También conoce a Andara (Rita Macedo), prostituta, peleona y de buen corazón.
La película constituye una fábula sobre cómo sería la vida de Jesús de Nazaret, si se encarnara en la actualidad, los conflictos que crearía, el enfrentamiento que tendría con la Iglesia, el rechazo que provocaría y su condena a una vida de exclusión, humillación y pasión. La caridad de Nazarín en lugar de provocar efectos positivos, levanta reacciones agresivas, airadas y amenazadoras. Su apego a la verdad le indispone con las vecinas del mesón, que le insultan y humilllan. Más adelante, se ve enfrentado a la Jerarquía eclesiástica, que le expulsa del sacerdocio por conducta inmoral. Su atención a los necesitados ofende a los hipócritas y egoistas. Su honradez irrita a los hampones. Las personas piadosas creen que su conducta oculta una vida disoluta y depravada. Su humildad enfurece a los vanidosos, que le exigen muestras reiteradas de sumisión y sometimiento. El autor se interroga sobre varias cuestiones: la posiblidad de conjugar la piedad con una organización religiosa, la debilidad de del bien (pasivo) frente al mal (activo), la viabilidad de la virtud en el mundo actual, la conveniencia de transformar al bondadoso en revolucionario. La reflexión sobre el último punto contiene, posiblemente, la clave del relato de un Buñuel soñador, político e ideológico. Son escenas memorables la de la moribunda que prefiere el amor terrenal a la salvación eterna, el crucifijo que sonríe a la prostituta, el beso soñado que termina en mordisco, el aspecto de nazareno coronado de espinas de Nazarín, el suicidio y otras.
La música, escasa, reproduce una cautivadora partitura original de Rodolfo Halfter, a la que añade el vals Dios nunca muere (Macedonio Alcalá) y el redoble fúnebre de tambores de Calanda. La fotografía extrema la aridez del paisaje y el aspecto miserable de los escenarios. El guión aporta un relato explícito que escandalizó a muchos en su momento. La interpretación de Paco Rabal, primera de 3 colaboraciones con Buñuel, es magnífica. La dirección alcanza la cima de su producción mejicana.
Es el primer encuentro de los tres que tendrá, y que darían lugar a tres obras maestras, del genio de Buñuel con el de Benito P. Galdós. Parece ser que la adoración de Buñuel por el escritor venía ya de lejos, de la etapa de Filmofono, y tuvo incluso un intento fallido de adaptar Dª. Perfecta, pero no fue hasta diez años después de este intento, en el que entró de lleno en el universo galdosiano para hacerlo suyo.
La película, un gran fresco, narra un viaje a la desilusión desde la profunda verdad y bondad de Nazarín (es la bondad sin medida, comparable a Cristo), que conlleva su expulsión de la ciudad por una Iglesia más llena de escribas que de santos, hasta su final como hombre (no como intermediario de Dios). Este viaje, que emprende en compañía de dos mujeres (una despechada por su amante y la otra una prostituta digna de lástima que Nazarín a ocultado a la policía) para practicar la caridad y vivir el Evangelio. Este modo de vida, al que no puede renunciar, lo convierte involuntariamente en un esquirol y también causa de un derramamiento de sangre, y cada nueva etapa en el viaje (en la que se pasa revista no sólo a lo sacro, sino también a la maldad que el hombre tiene de por sí, como en la magnífica secuencia de la moribunda que en sus últimos momentos renuncia a Dios por su amante), serán mayores los sacrificios y sufrimientos hasta terminar en la cárcel.
Buñuel, para esta ocasión, nos presenta no una película de buenos y malos, sino de los roles que juegan estos sentimientos. Mientras que el bien es pasivo (a su paso la injusticia continúa, no ve la interacción entre el bien y el mal, no quiere verla), el mal (la acción se desarrolla en el México del dictador Porfirio Díaz) es activo.
La película está llena de simbolismos, tan del gusto del autor, pero está rodada con esa economía que él llamaba la dictadura de las tres semanas, lo que le lleva a rodar con pocos planos, en los que no faltan sus habituales insertos (la navaja del ladrón, las piernas, los botines…). Tiene, por supuesto, la colaboración de Gustavo Figueroa, al que le costaba, acostumbrado como estaba a la belleza, dar la aridez y crudeza de esta historia.
Esta película es el primer encuentro con Paco Rabal, que aquí borda sencillamente el papel (el plano final de la película, uno de los más enigmáticos de toda su filmografía, es estremecedor).
Una película que ha ganado con el paso de los años, pero que desde el primer momento estremeció (J. Houston no paró de llamar a Cannes para que la seleccionaran), ganando el Premio Internacional del Jurado. Como anécdota, estuvo a punto de ganar el premio de la Oficina Católica, le salvó su respuesta: Gracias a Dios, todavía soy ateo. Yo añadiría más: ¡Gracias a Buñuel, que nos quedan sus películas!
Esta es una de las películas más religiosas de la historia del cine, con o sin intención de Luis Buñuel, quién aunque dijera a los cuatro vientos que era ateo por la gracia de Dios, no cabe duda de que era ateo-católico. Difícilmente se encuentra en este mundo a un ateo a secas, los que públicamente confiesan serlo, suelen ser o ateos-católicos o ateos-protestantes.
Algunos papanatas del ideologismo más burdo, que van de doctos de lo que no aprehenden y desprecian, se mofan de la Iglesia Católica porque en su día quiso dar un premio a esta película. Según ellos, la Iglesia Católica no se percató de que el filme de Luis Buñuel era un feroz ataque contra ella misma.
¿Ah, sí? Ellos debían haberse percatado de que la Iglesia puede ser pecadora y puta, pero no es tonta. Como le dijo el presbítero Domingo Camprecios al torero Juncal en la magnífica serie de televisión del mismo nombre, Juncal (TVE, España 1987): El clero tiene muchos defectos, pero es muy difícil encontrar a un cura tonto .
Es decir, de ser este filme una crítica feroz contra la Iglesia Católica o contra la Religión Degenerada, no lo es más que los Evangelios contra la institucionalización religiosa de su tiempo y la posterior (que de contemplar a la religión como servidora del ser humano, resultaba en gran medida que se había transmutado en un proyecto donde el ser humano debía obligatoriamente servirla a ella). O sea, el filme Nazarín no es más crítico que los Evangelios contra los hipocritas de todos los tiempos, contra la Religión convertida en un negocio, contra el orden viciado o el clericalismo vano, pero no por ello, el clero instalado o la Iglesia Católica por ser la más representativa de la citada degeneración, dejan de evangelizar, de leer los Evangelios, de examinarse con referencia a ellos, de reverenciarlos constantemente, de proclamarlos y extender su contenido, memoria soliviantadora, sal, y salvación.
Nazarín, indudablemente es un filme crítico contra la Iglesia Católica, pero no tan rabiosamente como deducen ciertos reduccionistas anticristianos. Más bien se ve que es un filme crítico contra la sociedad, contra los pobres, contra el bien y el mal, contra la realidad en general de la que formamos parte. Sin embargo, Nazarín es a todas luces una película seria, mística, sumamente religiosa, que hace gala de la religión en esencia, de lo humano-metafísico, que honra o venera la impronta veraz y la incertidumbre del hecho religioso en sí.
Estamos ante una película en blanco y negro realizada por un español, Luis Buñuel, cuya intención es seguir y exponer, como bien entendió el poeta mexicano y Premio Nobel de Literatura-1990, Octavio Paz: La tradición de los españoles locos, originada por Cervantes, locura que consiste en tomar en serio las grandes ideas y tratar de vivirlas consecuentemente.
Fej Delvahe
Buñuel al comienzo de Abismos de pasión (1953), inspirada en la novela Cumbres borrascosas, dice algo así como que su película intenta ser fiel a su autora, la escritora francesa Emily Brontë. Nada dice en Nazarín sobre homenajes y fidelidades a Benito Pérez Galdós, autor de la novela homónima. Es fácil deducir porqué.
Estamos en la película de toda su producción en donde mejor ahonda sobre su creencia de la imposibilidad de ser bueno en un mundo de malos, valga la expresión un tanto pueril. Para ello se centra en el mismo sacerdote de la novela, pero situándolo en el contexto en donde los demás están tan definidos como él. En todo caso, el personaje central es una especie de contrapunto en un mosaico en donde el egoismo encubierto o descubierto es una moral de subsistencia y la mejor defensa es un ataque a tiempo. Un mundo de fieras, en el que unas se devoran a otras. No es, por tanto, una película de inspiración cristiana, sino más bien todo lo contrario.
A Cristo se le descompone su beatífico rostro y adquiere tintes esperpénticos. No solo pasa esto aquí, en donde la parodia tiene un nivel de sutileza que parece imperceptible para algunos. Jocosamente Buñuel lo comenta en sus memorias: (Nazarín) fue bien recibida, no sin ciertos equívocos que se referían al verdadero contenido de la película. Así, en el Festival de Cannes, donde obtuvo un Gran Premio Internacional creado especialmente para esta ocasión, estuvo a punto de recibir el Premio de la Oficina Católica. (…) El equivocó continuó. (…) Un día tras la elección de Juan XXIII, recibí una visita en Máxico. Se me pedía que fuese a Nueva York, donde un cardenal, sucesor del abominable Spelmann deseaba entregarme un diploma de honor por la película. Naturalmente, me negué.
Paco Rabal, con quien Buñuel trabaja por primera vez, está extraordinario en la construcción de Nazario, un personaje que va sufriendo lentamente una metamorfosis interna y a quien los golpes van transformando minuto a minuto. Tiene la profunda habilidad de exteriorizar ese proceso interior con procedimientos actorales de un enorme nivel. Pero las excelencias del trabajo interpretativo hay que repartirlas. Marga López, Rita Macedo, Ignacio López Tarso, Ofelia Gulimain, y todo el conjunto, hacen un trabajo irreprochable, que demuestra, además, que Buñuel era ya un magnífico director de actores y que sabía transmitir lo que quería también en este territorio.
La película es una obra maestra: precisa, como ninguna otra, que la bondad en una sociedad deformada por la codicia, puede llegar a ser contraproducente para quienes la practican. Un criminal le confiesa a Nazario: Usted para el lado bueno y yo para el lado malo. Ninguno de los dos servimos para nada. Por tanto es valiente, sincera y su ausencia de tesis o moraleja la convierten en moralmente turbadora.
Buñuel era un genio indiscutible. Su genio era tan inmenso que barría cualquiera de los baches que suele poner el cine, ya sea un presupuesto irrisorio, cortes de la productora, vapuleos por la crítica y el público, etc. Por eso, la etapa que más me gusta de Buñuel es la mexicana. No había pasta, los actores eran deplorables… pero Buñuel conseguía con total efectividad obras sugestivas y magistrales. Nazarín es un exponente de esa etapa.
Narra las andanzas del padre Nazario, hombre de Dios que vive entre la pobreza, y que su arma para combatirla es la caridad. Yo, que siento cierta alergia por el clero, admiro a la gente que dedica su vida a ayudar a los más desfavorecidos, su propósito es noble, pero no sé si necesario. Esto es lo que cuenta Buñuel con la historia de las andanzas de este Quijote que pretende ayudar a un mundo que no quiere su ayuda. Es un mundo egoísta, ingrato y miserable, que vapulea a los hombres que pretenden socorrerlo.
Francisco Rabal está soberbio como Nazarín, dando vida a esa humildad y bondad, y su posterior estupefacción. La escena final y la de la cárcel cuando un preso le dice: Usted en el lado bueno y yo en el malo, ninguno de los dos servimos para nada , son estremecedoras. Buñuel también mete detalles de la casa de cierto surrealismo, y acentúa, no sólo el fracaso del padre en ayudar, sino que lo estropea aún más.
Es una película en la que cuesta entrar, algo árida, pero una vez que se está dentro, es maravillosa. No sé si Buñuel lleva razón sobre la inutilidad de la caridad, yo tengo mis dudas, pero con películas tan incontestables como ésta cuesta llevarle la contraria. Genial.