Nadie sabe
Sinopsis de la película
Cuatro niños, hijos de distinto padre, viven felices con su madre en un pisito de Tokio, aunque nunca han ido al colegio. Un buen día, la madre desaparece dejando algo de dinero y una nota en la que encarga al hijo mayor que se ocupe de sus hermanos. Condenados a una dura vida que nadie conoce, se verán obligados a organizar su pequeño mundo según unas reglas que les permitan sobrevivir. Sin embargo, el contacto con el mundo exterior hace que se derrumbe el frágil equilibrio que habían alcanzado.
Detalles de la película
- Titulo Original: Dare mo shiranai
- Año: 2004
- Duración: 141
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Opinión de la crítica
Película
7.7
24 valoraciones en total
A pesar de que pueda parecer una empresa fácil, dada la rápida empatía que la audiencia suele establecer con las películas protagonizadas por niños, la construcción de Nadie Sabe es complicada. Y es que dado el tema que maneja, lo más sencillo sería una historia sensiblera, de pañuelo fácil y de búsqueda constante de una culpabilidad en el seno de la sociedad. Afortunadamente Kore-eda se aleja de estos tópicos para presentarnos un film duro, sin concesiones de melodrama barato, donde el propio director demuestra una excepcional maestría a la hora de retratar con un realismo inusual en la actualidad, el mundo infantil. Nadie Sabe es la perfecta recreación de ese microcosmos que los niños construyen para alejarse de un mundo exterior amenazante. No importa la precariedad o los infortunios, ya que ellos saben crear su espacio y construir una barrera que los aísle y les permita convivir en armonía con ellos mismos. Todos los problemas son vividos desde una óptica de supervivencia natural que solo va desapareciendo a medida que la madurez física y mental va tomando cuerpo.
El realizador japonés no abandona las constantes de su cine, criado al amparo del género documental, y filma con sensibilidad y ternura las vidas de los hermanos, a través de una cadenciosa sucesión de imágenes, que respetan el espíritu de lo que desea contar. Resulta magistral su manera de rodar las secuencias en el interior de ese minúsculo apartamento, plagadas de primeros planos y de encuadres incomodísimos, obligado por la propia pequeñez del lugar, donde ni siquiera tiene cabida la cámara. El realismo con que impregna sus imágenes es ya habitual en su cine, haciendo uso de la cámara en mano y de una fotografía hiperrealista. Incluso se permite el lujo de añadir un score musical de acompañamiento, apenas imperceptible para el espectador.
Otro de los aspectos más comprometidos de este film es la práctica ausencia de culpables de la situación de los niños. Kore-eda jamás juzga, presentando una situación y permitiendo que sea el público quien diga la última palabra. Obviamente algo no funciona en una sociedad tan desarrollada como Japón, aparentemente de carácter colectivo pero retratada en la película como distante y preocupada por sí misma. De la misma manera, se hace patente el estado disruptivo entre la infancia o la adolescencia (representado en la película por la colegiala Auki) y el mundo adulto, un tema recurrente en la actual cinematografía japonesa.
Nadie Sabe se consolida como una de las mejores citas cinematográficas del año, un retrato de la cotidianeidad infantil y un retal de la vida en general. Es la apuesta por la vida de un realizador que hasta el momento se había mostrado más preocupado por la muerte y por los mecanismos de la memoria. Obra maestra.
Esta película cuenta una historia espuluznante donde niños pequeños son las víctimas, han de sobrevivir penosamente, cuidando los dos más mayores de los dos más pequeños. Niños abandonados por sus padres, sin escolarización, pasando hambre y carencias de luz y agua, pero sobre todo abandonados de afecto y cuidados paternos. El protagonista principal, el niño actor Yuya Yagira, hace un papel que cala en los espectadores, se nos saltan las lágrimas, al ver sus intentos de cuidar a sus otros hermanitos menores. Una película muy dramática, triste e hiriente, por cuanto son los niños los protagonistas de un abandono y un desorden inconcebible en medio una ciudad japonesa de avanzado orden y progreso tecnológico.
La crítica que recorre toda la película es que de poco vale tanta civilización o macro-orden, si luego quienes se crían en su interior no cuentan con lo básico o micro-orden más necesario: la institución familiar, sí, una familia como debe ser, con padre y madre responsables y veladores de los hijos que traen al mundo. Desgraciadamente los niños de esta historia, basada en la realidad, tuvieron a unos progenitores indignos y no merecedores de descendientes tan nobles, inocentes y buenos.
¡Tremendo film, donde la madre le dice al niño mayor antes de abandonarlos sin corazón ni entrañas, que ella tiene derecho a la felicidad, claro, una felicidad fundamentada en abandonar a sus hijos a la infelicidad, ¡algo que clama a la sociedad y al cielo!, pues este tipo de padres delictivamente irresponsables son más frecuentes de lo que nos imaginamos en el modelo de civilización de la que formamos parte!
Fej Delvahe
En medio de la enormidad, la heterogeneidad y la aceleración de Tokio, cuatro niños anónimos y abandonados a su suerte libran día tras día una batalla titánica para sobrevivir y salir adelante.
Akira, Kyoko, Shigeru y Yuki aprenden demasiado pronto que la vida puede ser demasiado cruel. Que cuando tienes una madre de escasas luces, egoísta y desnaturalizada que se preocupa mucho más de su propio bienestar que del de la prole que ella misma ha parido, tienes que hacerte mayor prematuramente para asumir la responsabilidad que ella ha descuidado por su poca cabeza. Que cuando te dejan solo en un mundo cuyas reglas se te escapan, en un mundo hecho para unos adultos que se han complicado demasiado y que esconde demasiados peligros para los pequeños, estás abocado a ir dejando muchos de tus sueños atrás, a endurecerte y a anhelar la infancia que nunca tendrás.
Akira, con sólo doce años, es padre y madre de sus hermanos, siente sobre sí el peso de una carga demasiado pesada pero que él sobrelleva con inusitada fortaleza y temple. Mientras los demás niños van al colegio y juegan sin preocupaciones, con la tranquilidad de contar con unos padres que asumen su función, Akira observa en la distancia con sus ojos maduros y sabe que nunca será como ellos. Ellos seguramente no saben cocinar, no hacen la compra, no administran el dinero de la casa, no cuidan de sus hermanos menores. No hacen cábalas y malabarismos para mantener a su familia con los escasos recursos con los que un niño puede contar para lograrlo. No desean el regreso de una madre ausente. No sienten la desesperación del paria, de quien se va acostumbrando a una miseria creciente, a una casa en estado lamentable, a unos hermanos que dependen exclusivamente de ti.
Akira, Kyoko, Shigeru y Yuki son cuatro pequeños héroes urbanos aislados en una soledad en la que no existen más que ellos, y la sombra huidiza de una madre que no ha sabido ejercer como tal.
Imágenes naturalistas, siguiendo a los niños en sus periplos, en sus juegos, en sus risas, en sus ilusiones, en sus miserias y en su callado sufrimiento. Música que con sus tiernos rasgados de guitarra dibuja los corazones infantiles.
Ningún adulto es tan valiente como ellos. Ninguno tiene tanto coraje.
Mi madre echó a mi padre de casa cuando yo tenía siete años. Ella era incapaz de amar a nadie por mucho tiempo, se cansaba de todo… los trabajos, los hombres… hasta de nosotros, sus hijos, llegó a cansarse. Recuerdo que cada siete u ocho meses nos cambiábamos de piso, abandonando parte de los muebles, porque odiaba las mudanzas.
Al cabo de tres años solo disponíamos de una televisión, mis juguetes y una lamparita en forma de luna, que instalaba en mi habitación y permanecía toda la noche encendida para que me hiciese compañía… Aquella pequeña luz amarilla me ofrecía seguridad. Era el único anclaje a la vida errante que llevábamos. En ocasiones tenía ganas de llorar, cuando me enteraba que iba a cambiar de colegio, de amigos, de barrio. Huíamos siempre para no pagar el piso, el apartamento, o la casa. Mi madre estaba trastornada, pero yo entonces no lo sabía. Ella intentaba parecer fuerte y segura, pero luego, en el supermercado metía en mi mochila del colegio paquetes de galletas y cartones de leche que robada. Al pasar por caja ponía dos bolsas de salchichas y ya teníamos la cena y mi desayuno del día siguiente. Era incapaz de administrarse. Cuando conseguía dinero, lo gastaba todo, sin
pensar que iba a suceder después.
NADIE SABE me hizo recordar una etapa de mi vida, oscura, lejana ya, que trajo de nuevo a mi memoria, momentos de mi infancia, donde la vida fuerza a madurar a una edad que solo tendrías que pensar en esa felicidad infantil y serena.
Duele el alma esta película. Y duele porque seguramente el nadie sabe también nos abarca a todos nosotros. Realmente el cine japonés nos enseña que el arte no necesariamente tiene que ir acompañado con millones de dólares de inversión, con actores de renombre, con efectos especiales hipnotizantes, nada de eso es necesario para este director japonés desconocido hasta ahora.
Si bien la película es larga, el espectador queda atrapado en la historia, aunque a veces tenga ganas de levantarse de su butaca, es imposible hacerlo, necesita saber que es lo que va a ocurrir con los 4 niños abandonados a su suerte.
Para los sensibles de alma (como yo) les recomiendo tener un pañuelo cerca ya que es imposible contener las lagrimas.
Para quien busque solamente entretenimiento y superficialidad, mi consejo es que no la vea.
Para quien tenga ganas de sentir, de emocionarse, de llorar, de tener bronca, de pensar, de reflexionar y no ser uno más del nadie sabe , le aconsejo que la vea. No se va a arrepentir.