Motín en el pabellón 11
Sinopsis de la película
Tras salir de prisión, donde cumplió una condena por haber disparado contra un presunto amante de su esposa, el productor Walter Wanger se propuso hacer una película sobre su experiencia carcelaria. Un grupo de presidiarios se amotinan y se les une la mayoría de los presos, que toman como rehenes a numerosos guardia. Su intención es protestar contra las infrahumanas condiciones de vida que tienen que soportar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Riot in Cell Block 11
- Año: 1954
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
6.7
83 valoraciones en total
Película de denuncia sobre las miserables condiciones de los presos en las cárceles de EEUU en los años 50, bien dirigida por el notable y valiente Don Siegel. El hábil director estadounidense pone el dedo en la llaga sobre un tema incómodo y que, desgraciadamente sigue de actualidad, del que nadie quiere oir hablar y en el que los máximos responsables se llaman andana y si te he visto no me acuerdo. Pero no puede ser que el que roba una salchicha para comer comparta celda, pabellón o patio con un asesino reincidente o con un drogadicto o con un psicópata. Tampoco hay derecho a las condiciones inhumanas de muchas cárceles en el mundo. No sé. Tal vez los responsables de estas destrucciones humanas, un día, se den cuenta, de que Dios les pedirá cuentas de su desidia, indolencia, crueldad, etc.
Siegel, en su película, maldice a estos tipos. Lo hace con sutileza. Le basta un plano del tipo tranquilo en su cálido hogar con su batín y sus pantuflas. Dejémosle ahí. Con el resto no toma partido, sólo narra los hechos. El coherente y sobrepasado por las circunstancias alcaide de la prisión lo dice bien claro: hay presos buenos y presos malos, como policías o dirigentes los hay también buenos y malos . Siegel, con crudeza, muestra los desvaríos del preso loco pero también los del delegado del gobernador. Hay luchas internas entre los presos y luchas internas en la cadena de mandos de las instituciones gubernamentales. Las familias sufren en ambos bandos. Y, al final, un perdedor por cada bando: el alcaide y Dan. No han conseguido nada. Bueno sí. Probablemente ambos sean juzgados con benevolencia.
Seguramente la mejor película que realizó Siegel en sus inicios como director junto con La invasión de los ladrones de cuerpos , la presente cinta nos relata un motín carcelario en el que los presos tratan de mejorar sus condiciones de reclusión.
En otras ocasiones los dramas carcelarios se centran precisamente en las penalidades y vejaciones sufridas por los presos, pero en este caso Siegel elude tal opción, prefiriendo centrarse en el desarrollo del motín y en las dinámicas internas y externas que este produce, tanto entre los reclusos como entre las autoridades, las duras condiciones no se nos muestran y sólo sabemos de ellas de modo indirecto, a través de las peticiones de los presos ( Aire para respirar, más luz para ver… , etc).
Pronto se dibujan las mencionadas dinámicas internas y externas, en ambos casos se basan en el enfrentamiento entre un sector duro y otro blando, de modo que aquéllos presos que tratan de forzar la negociación (Dunn y El Coronel ) se ven obligados a coexistir con los que apuestan por la fuerza y la violencia (Carnie). Igualmente, en el exterior, las autoridades se debaten entre la postura negociadora (protagonizada por el Alcaide) y la solución intransigente (encarnada por Haskell). Toda la carga dramática del filme reposa en esos dobles enfrentamientos, que hacen oscilar la narración entre la espera y la tensión desatada.
En cuanto a la estética, con unos toques iniciales de corte documental, es uno de los aspectos más logrados de la película, cuyos planos enfatizan la longitud y sordidez de los corredores, al tiempo que captan perfectamente la profundidad de campo, hábilmente empleada con fines dramáticos (véase el plano en el que los presos se precipitan hacia un teléfono, o un travelling que sigue a un recluso mientras corre, etc). Siegel demuestra ya su gran capacidad para rodar secuencias de acción, como queda de manifiesto en las escenas en las que los presos toman los patios, en plena furia desatada, el dominio del que hace gala el director en los movimientos de masas y en la captación de los espacios hacen de estas secuencias las más espectaculares del filme.
A todo ello se añade un correcto guión y unas estupendas interpretaciones a cargo de un gran número de secundarios, todos ellos creíbles y acertados, destacando la interpretación de Neville Brand como el recluso Dunn, líder de los amotinados y encarnación de su destino.
Superpoblación en las prisiones americanas. Presos comunes, a lo sumo estafadores o acusados injustamente, comparten bloques con auténticos psicópatas por falta de espacio, aunque son tratados (mejor dicho, maltratados) con el mismo desprecio por los funcionarios.
Esta situación ha de cambiar. En el pabellón de una cárcel como otra cualquiera, los encerrados, hartos de las condiciones del lugar, se encargarán de que dicha situación pegue un giro radical.
A mitad de los años 50, cuando en EE.UU. estaban a la orden del día temas tan importantes como la Guerra Fría, la Caza de Brujas o el terror nuclear, además de la política del senador McCarthy, también era bastante espinosa la miseria vivida tras los muros de las cárceles del país, un asunto a reivindicar que traspasó a las fronteras de la ficción, y es que no fueron pocas las películas que se hicieron con el objetivo de denunciar aquella situación. Motines sin control se daban en las penitenciarías, millones de dólares invertidos en los destrozos y los políticos recurriendo únicamente a la fuerza bruta. El momento idóneo, por así decirlo, para Motín en el Pabellón 11 .
La historia y el guión corrieron a cargo de Richard Collins, sin embargo, el escándalo en el que se vio envuelto Walter Wanger por haber disparado contra el agente de su esposa Joan Bennett en 1.951, con quien el productor creía que ella mantenía un romance, fue motivo suficiente para mostrar interés en producir la película, pues el hombre acabó encarcelado cuatro meses. El elegido para ocuparse de la dirección fue el valiente Don Siegel, aún en la primera etapa de su larga carrera cinematográfica, y que poco después colaboraría con Wanger en la que sigue siendo una de sus mejores obras: La Invasión de los Ladrones de Cuerpos .
El film sería rodado en el transcurso de ocho semanas con la prisión estatal de Folsom como escenario de la acción, incluyendo guardias y presos reales en calidad de extras (era de sobra conocido que Siegel se apuntaba a un bombardeo). En ella se nos narra la desesperada situación a la que han llegado los encarcelados del bloque 11, objeto de vejaciones y torturas por parte de los trabajadores del lugar, quienes, hartos de las tan reprochables condiciones en las que han de vivir, deciden tomar ejemplo de otros muchos presos y organizar un espectacular motín.
El inteligente James Dunn, cabecilla de la rebelión, tiene trazado un plan tan simple como efectivo: o atienden a sus demandas, que no son ni descabelladas ni muy exigentes ( más aire para respirar, más luz para ver… ), o ejecutarán a los guardias que han tomado como rehenes. El alcaide Reynolds, de ideas liberales y a favor de las peticiones, hace lo posible por negociar, algo diametralmente opuesto a la postura del comisario Haskell y el gobernador, que no están dispuestos a ceder ante los presos, a quienes consideran poco menos que unos asesinos psicópatas sin escrúpulos.
Una de las muchas virtudes de Don Siegel es la capacidad que posee para introducir al espectador en el meollo de las tramas de sus películas, como podemos comprobar en Código del Hampa o la celebérrima Harry, el Sucio , y por supuesto eso es algo que también sucede aquí, el director apuesta por el estilo documental para así informarnos de la situación, sin pelos en la lengua, para decirnos qué sucede y qué vamos a ver: en las cárceles de EE.UU. cunde el desorden y la anarquía, ya que los presos son maltratados por déspotas, todo esto narrado por la voz impersonal y directa de James Matthews. Así entramos de cabeza en Folsom.
La historia se desarrolla con dinamismo, crudeza y violencia, predomina la acción en lugar del drama que podríamos esperar en un film de este tema (Siegel no hace paradas innecesarias). Mientras, la creciente tensión torna cada vez más asfixiante la atmósfera en el interior de la prisión, donde se producen conflictos tanto entre reclusos como entre carceleros y guardias, a la vez que ambas facciones se hallan en una lucha estratégica constante. Otro acierto es que el realizador no introduce pretextos, personajes más ambiguos ni medias tintas, todos sufren tanto fuera como dentro, valgan las palabras del alcaide para corroborarlo: Tenemos gente de todo tipo. Buenos y malos, como en cualquier parte . El aspecto reivindicativo y denunciante es el motor de los hechos.
Los presos permanecen juntos como una unidad para lograr que acepten sus demandas, y la violencia es el único medio que tienen para ello, al tiempo que los políticos les tildan de psicópatas y una masa de agentes de la ley presentada de manera impersonal (como ocurría con los soldados de El Acorazado Potemkin cuando disparaban contra los ciudadanos en la escalinata) les gasea.
Los personajes de trazo grueso que pueblan la cinta están maravillosamente interpretados por unos actores que los dotan de gran realismo, en especial Leo Gordon, Robert Osterloh, Paul Frees y los grandes Neville Brand y Emile Meyer, éste dando vida a Reynolds, el alcaide a favor de las reformas en la prisión y el trato justo a los convictos. Aspecto de film pequeño, nada revolucionario, y sin embargo un gran testimonio de la época, llevado con el oficio de un maestro como era Siegel, influenciado a su vez por Fuerza Bruta , de Jules Dassin.
Emocionante, sombrío, trágico y poseedor de inolvidables secuencias, además de ser precedente de futuros títulos como Fuga de Alcatraz , del mismo director, Brubaker , El Hombre de Alcatraz o nuestra española Celda 211 , la cual guarda muchos puntos en común con la de Siegel.
Una película entretenida solamente. Un predecible final para este tipo de películas en esos años, donde la violencia era bastante implícita. poco de argumento, el líder de la rebelión hace muy bien su papel y el demente de toda cárcel también. Poco más que un pasatiempo. menos mal que es corta
¿Es que no van a tener razón nuestros sabios dirigentes democráticos cuando dicen que la desobediencia es necesariamente autoritaria, o que es diabólico salirse del camino marcado por ellos para cualquier reforma? ¿Es que crear tumultos va a llevar a alguna parte? ¿Es que el alboroto va a quedar sin castigo, siquiera divino? ¿Y si ve esto algún huelguista, o algún independentista? ¿Y si lo ven nuestros hijos y aprenden a decir algo que no sea si, señor? ¡Qué barbaridad de peli la de este Don Siegel! Confieso que desde que vi La sal de la tierra no me había quedado tan impactado por el contenido de una película estadounidense (y aquélla era financiada y rodada al margen del sistema, cosa que esta no). Y ahora me encuentro con que en plena era macartista y a cargo del nada revolucionario Don Siegel (autor de la tan magnífica como paranoica La invasión de los ladrones de cuerpos) se nos cuenta un motín de presos, duros y violentos, que nunca cae en manos de los asesinos desesperados sino que es conducido como plataforma reivindicativa por los delincuentes más sensatos del lugar y que estos no matan a nadie ni hacen barrabasadas y sintonizan con las ansias reformistas del liberal alcaide del centro. Una película, además, sin personajes-trampa: nada de falsos culpables ni de condenados por accidente, sino delincuentes normales, ni exagerados ni almibarados. Ciertamente, no hay ningún alarde revolucionario en todo el breve metraje y los presos siempre dejan claro que no discuten nada que no sean las nefastas condiciones carcelarias en que se les obliga a vivir. Pero… uff, uno no está hecho a ver que algo bueno pueda venir de nada que no sea un político sonriente soltando clichés. Prohíbanme estas cosas, por favor.