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Sinopsis de la película
Stefan es un estudiante alemán que llega en auto-stop a París, donde conoce a Estelle, una chica norteamericana de la que acaba enamorándose. Un buen día, Estelle deja París y Stefan la sigue hasta la isla de Ibiza, donde descubre que está relacionada con un individuo que parece dirigir su vida. Ambos se verán pronto inmersos en el mundo de la droga.
Detalles de la película
- Titulo Original: More
- Año: 1969
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
6.2
48 valoraciones en total
Configura un retrato generacional en una época de cambio como fueron los últimos años de la década de los 60. El guión está hecho a trompicones (lo cual también caracterizaba aquellos tiempos) y conforma un viaje sin freno, más bien una escapada, en el que la droga conduce con poderosa fuerza.
La isla de Ibiza es el paradisíaco punto de encuentro y paradigma de libertad, aunque también se nos apunta como, a pesar del entorno, el ser humano donde tiene su peor enemigo en sí mismo.
Independientemente del contenido, más o menos superado, posee el interés añadido de pertenecer a los inicios de un director tan interesante como Barbet Schroeder y aún destacan la cuidada fotografía del gran Néstor Almendros junto a la excelsa banda sonora de un grupo tan enorme como fue Pink Floyd que por entonces se acercaba a su plenitud creativa.
La vida entre fiestas de todo tipo, drogas de todo tipo y sexo de todo tipo, en un viaje nihilista sin retorno disfrazado de rebelión juvenil. La película es un buen retrato de cierto sector de la juventud de finales de los 60 (de la juventud económicamente acomodada de la Europa económicamente acomodada, por ser más exactos). Tiene el valor añadido de estar hecha desde dentro, justo cuando esa forma de vida estaba en pleno auge, lo que le aporta un carácter documental y supone además un acto de valentía por parte de Schroeder, que entra a saco en el lado sórdido de aquellos movimientos surgidos de los rescoldos del mayo del 68, despojándolos del aura de revolución, misticismo y buen rollo con que fueron vendidos a posteriori por los que supieron parar a tiempo. A ello se suman la fotografía de Néstor Almendros, que capta una Ibiza muy alejada de la España oficial, varadero y refugio de guiris de todos los pelajes que campan a sus anchas por la isla, y la banda sonora (lo que realmente me llevó a ver la película) a cargo de Pink Floyd: ¿quién mejor que ellos, todavía en su etapa psicodélica, para ilustrar esta historia?
En otros aspectos la película funciona menos: los personajes quedan un tanto esquemáticos, poco desarrollados, debido en parte a unos intérpretes mediocres, que oscilan sin gradación entre la frialdad y el histrionismo. La simpleza y escasez de matices del argumento se intenta suplir recreándose en las escenas y reiterando situaciones, lo que lleva la cinta hasta unas innecesarias -y a veces tediosas- dos horas.
Hay dos factores principales por los cuales se podría destacar esta película. A través del resurgir actual de las tendencias sociales con tintes hippies, merece la pena echar la vista atrás para ver un filme como este, desmitificando una época con una película aparentemente luminosa, pero con un trasfondo tremendamente oscuro. Me recuerda al mensaje implícito en Trainspotting.
Para los que se sientan atraídos por la banda sonora de Pink Floyd, recomiendo acudir al álbum correspondiente, ya que sus canciones están presentes tan solo en momentos puntuales de la cinta. Aun así, no dejo de recomendar su visionado.
Otro factor a tener en cuenta es el de la otra España. Aparece la visión externa de nuestro país desde un punto de vista diferente al cual solemos estar acostumbrados para cintas de esas fechas (¿en serio había dictadura?).
Una película altamente recomendable para un momento clave donde aun no existían Réquiem por un sueño, Trainspoitting o Spun.
Interesante opera prima del reputado Barbet Schroeder —Barfly (El borracho, 1987), o la más reciente (aunque ya no tanto, la verdad, y es que el tiempo vuela que es una barbaridad) Murder by Numbers (Asesinato… 1-2-3, 2002).
More empieza como un retrato bastante desenfadado de la resaca del 68 a través de los ojos, ciertamente deslumbrados, de un estudiante alemán recién llegado al estimulante —las comillas no son caprichosas en este caso— París de la época. Sin embargo, no tarda en adentrarse en los recovecos más oscuros del consumo de estupefacientes. Terra incognita por entonces, la heroína constituiría su corolario cruel, pues el escaso conocimiento de sus efectos causó estragos entre una juventud desprevenida.
Preside la película un enfoque muy valiente en un momento en que las drogas —llamémoslas— duras no habían sido aún, ni mucho menos, exiliadas al extrarradio y la marginalidad. Gozaban, de hecho, de un prestigio —intelectual incluso— que hoy resulta difícil de entender. De ahí el valor añadido que la visión crítica de Schroeder —28 años a la sazón, no lo olvidemos— aporta a esta cinta.
Por otra parte, no cabe duda de que, como tantas de sus coetáneas, More no ha envejecido con toda la dignidad que hubiera sido deseable. Porque el guion no es un prodigio de coherencia, precisamente —ese antiguo jerarca nazi en posesión de centenares de papelinas es un demiurgo de barraca de feria—. Y porque las prestaciones interpretativas de sus apolíneos protagonistas —abundan, por cierto, los desnudos desde todos los ángulos imaginables— resultan, cuando menos, discutibles.
No obstante, la preciosa fotografía de Néstor Almendros y el sobrecogedor score a cargo de Pink Floyd —casi nada— no hacen sino revalorizarse con los años. Para serles sinceros, son estos dos últimos datos los que me han animado a ver More cuando, zapeando en la habitación de un hotel marsellés, he topado con sus títulos de crédito iniciales. Me alegro de haberlo hecho.
Las drogas y una enigmática mujer de la cual se enamora conducen al abismo a un joven alemán deseoso de vivir nuevas experiencias. Y todo ello contado desde un prisma casi documental (especialidad del reputado director de fotografía Nestor Almendros) a la hora de retratar el lado oscuro de cierto hedonismo ibicenco entonces inspirado en el movimiento hippy y que tenía (casi igual que ahora) el consumo de drogas como una de sus señas de identidad.
Aun me acuerdo de un final de invierno en que, con dieciocho años y acompañado de un amigo, dormí durante un par de noches embutido en un saco de dormir al pie de las mismas murllas del castillo que aparece en la película. Buscaba entonces la estela, imaginaba yo que luminosa, de los hippys que habian llegado a la mitificada isla diez o quince años atrás. Ahora sé que que no hay luz sin oscuridad y también sé que a veces los sueños se convierten en pesadillas. Tal vez por eso y por esa nueva, fascinante, versión de la mujer fatal que tan bien encarna la bella Mimsy Farmer me ha gustado tanto esta película. Y también por la manera de exponer las dos caras implicadas en el consumo de ciertas drogas consideradas duras . Por una parte el placer y la expansión de la conciencia, y por la otra, la caida en los abismos de la adicción.
Lástima, sin embargo, que no se haya recurrido al sonido directo en el registro de los diálogos (el jóven protagonista suena a veces un poco teatral y radiofónico en su forma de hablar inglés, y ninguno de los pocos autóctonos que aparecen habla inglés con acento español o mallorquín). En cuanto a la música de Pink Floyd, que yo siempre había asociado de algún modo con esta película, me ha sorprendido su papel tan poco relevante y que pasa como de puntillas sin que apenas nos demos cuenta.