Mikey y Nicky
Sinopsis de la película
Nick es un matón judío que ha empezado en el oficio hace poco pero ya tiene problemas y su vida corre peligro. Para intentar solucionarlo llama a su mejor amigo, Mikey, para que le ayude a ocultarse y averiguar la identidad del individuo que debe matarle.
Detalles de la película
- Titulo Original: Mikey and Nicky (Mikey & Nicky)
- Año: 1976
- Duración: 119
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Opinión de la crítica
Película
7
34 valoraciones en total
Por delante tiene que ir el elogio que se merecen los dos actores, la pareja de supuestos criminales que se arrastran durante una noche repleta de rarezas. Peter Falk y John Cassavetes nacieron para ocupar la pantalla y aquí lo bordan, no, mejor dicho se desbordan de la película. Me gusta empezar a hablar de lo bueno que tiene Mikey y Nicky , las dos interpretaciones de sus dos protagonistas, así me excuso y hasta pediría perdón si eso hiciera falta, porque realmente, y pese a la majestuosa presencia de sus dos actores, la película no merece más que un aprobado justito por mi parte.
Ellos dos lo hacen muy bien en el hotel, salen a trompicones, casi de manera ridícula, y se cuelan en un autobús después de echar una cerveza, se meten en un bar de negros y casi a ostias vuelven a salir también de forma algo ridícula porque de repente se van a visitar a una mujer teóricamente ninfómana, esta vez sí ridícula hasta la médula, y de ahí siguen y siguen deambulando por el asfalto de las ciudad. Un cementerio, bronca tras bronca, esquizofrenia, nervios desatados y mucha histeria que aparece de repente. A Peter Falk, el tal Mikey, le mosquea que le llamen eco a sus espaldas porque repite todo lo que le dicen, yo añadiría más, repite todo lo que él dice. A los hechos me remito, son más las ocasiones que dice las cosas dos veces que las que sólo una.
Con todo ello, a mí no me ha atrapado, no he encontrado fascinación alguna. Ojalá, pero no. Elaine May firma la película, más convencional de lo que habría sido de firmarla el propio Cassavetes, pero me da a mí que su influencia es notoria. Lo que creo haber visto es una manera de filmar muy parecida a la del propio Cassavetes y como para gustos los colores, a mí no me ha acabado de atraer mucho. Tiene su mérito: la frescura, la aparente libertad de los actores, un amplio margen que permite ciertas improvisaciones… Pero eso no es todo para mí y se queda lejos de lo que realmente me motiva.
Pues sí, una película reivindicable hasta el éxtasis.
Motta me mostró su corazón al grabarme esto, cada vez es más evidente, y yo desde luego acepté el reto, me subí al trampolín y me tiré en plancha, naturalmente sin dejar de mascar.
Como bien afirma nuestro fan de Anthony Perkins favorito, la película es una pequeña joya, de las diminutas, de las entrañables. Discrepo con alguna de las obras que menciona y cuelga esa etiqueta, pero ésa no es la cuestión, me niego a abusar de un hombre abierto de entrañas.
En fin, no tengo ningún problema en situarla casi a la misma altura de mis películas favoritas de Cassavetes, Faces y Una Mujer Bajo La Influencia, aunque tampoco juegue exactamente con el mismo balón y bajo los mismos focos.
Rourke Y Sixx es una obra algo más asequible y convencional que el cine de Cassavetes, pero no naufraga en tópicos y en ridiculez, sino que navega entre el humor y el drama con una precisión pasmosa, y desde luego se aproxima mucho al cine más primerizo de Scorsese, como bien añade Motta, con esa galería de personajes primarios, mezquinos y arrebatadores que con tanta lucidez construia, antes de lanzarse a filmar autofotocopias, megaproducciones huecas y biopics descafeinados.
El análisis que realiza de la amistad masculina, esa relación superior, ese tesoro a defender con puños, armas y garras, me parece emocionantísimo. No escatima en diseccionar su grandeza y sus demonios, claro. Y la sensación de peligro y riesgo que acecha cada secuencia, acentuada por un personaje de Cassavetes lindando la locura en todo momento, imprime mucha fuerza y pasión a la película, y transmite la adorable sensación de que todo puede saltar por los aires en cualquier momento.
Incluye, claro, secuencias apabullantes, como la toma del autobús, el cruce de cables en el cementerio o ese abrupto y helador final.
Y Peter Falk y su mirada inverosímil, como siempre, imponiendo su ley.
Impagable, desde luego.
Aleluya.
Vais a tener que perdonarme por tanta mancha blanquecina en la pantalla, pero esta sublime y olvidada joya de los 70 ayer me proporcionó uno de los mayores orgasmos cinematográficos que ha sacudido mi retina en los últimos tiempos. Por lo espléndida y por que, sinceramente, no la vi venir. No supe de ella hasta hace unos meses, cuando la encontré dragando la vida y obra de Cassavetes, e incluso entonces no le hice mucho caso, la conseguí y la arrinconé en un DVD. Y ayer, aprovechando el maravilloso ciclo que le estoy dedicando al maestro, me decidí a verla y el impacto fue mayúsculo.
Elaine May, la sorprendente artífice de esta joya, no sólo la dirige con mucha clase, con un estilo que bebe tanto de Cassavetes, en la manera de drenar las emociones, como del primer Scorsese, si no que escribe su memorable guión, plagado de drama, comedia, diálogos impagables y escenas maravillosas. Y luego están Cassavetes y Peter Falk cuajando dos actuaciones para el recuerdo, con una complicidad atronadora que perfora el celuloide, tejida, cómo no, del material con el que se fabrican los sueños. Obra maestra, pero de las pequeñas, de las especiales, de la raza de títulos como El Espantapájaros, Afterhours o Fat City.
De verdad, arranca la película y, tras quince minutos, presentí que estaba ante algo grande, muy grande. Y cuando tras uno de los finales más abrumadores que recuerdo cayó el telón, la sospecha tornó en absoluta certeza y yo me levanté del sofá y aplaudí, y aplaudí. Y cuando ostensiblemente borracho dejé caer la cabeza sobre la almohada, una parte de mí, no diré cual, seguía aplaudiendo. De hecho, ahora mismo escribo este texto con una mano y con la otra sigo aplaudiendo. Seguramente exagero, claro, pero yo aplaudo.
El caso es que mientras ayer esta película me calzaba un directo con la guardia baja, no paraba de repetirme, pero hay que ver, hay que ver lo grande que es el cine .
Interesante retrato de masculinidad tóxica de la mano de una de las directoras más infravaloradas e injustamente olvidadas de los 70. Con un look muy sucio y desenfocado, con poca iluminación y mucho movimiento de cámara, la película no es de visionado fácil pero tiene mucho más carácter que las refinadas y estéticas producciones que Hollywood hacía en aquella época. Ya me dirán ustedes porque Elaine May no goza del estatus cult de otros de sus contemporáneos cómo Cassavetes o Scorsese, pero esto es tema para otro tipo de reflexiones..
Vamos a la película. Nicky llama a su amigo para que le ayude a salir de un apuro. Piensa que alguien le persigue y que le quieren matar. Aunque su amigo parece ser la única persona en la que puede confiar, no consigue fiarse completamente de él. Y quizás tenga razón, pues parece que Mikey podría ser capaz de delatarlo, aunque sus intenciones iniciales para ayudarle parecen realmente honestas. Realidades e intenciones no nos quedan claras en un principio y nos preguntamos qué forma parte de la paranoia de Nicky y qué forma parte de la honradez de Mikey. Desde mi punto de vista, el gancho de la película reside precisamente ahí, en este estudio profundo de dos personalidades masculinas chocantes dominadas por la codicia, la lujuria y sus sórdidos y egoístas objetivos, que no son capaces de expresar lo que quieren o lo que intentan. En sus conversaciones y discusiones, mucho se habla, pero mucho mas queda sin decir, y es el espectador el que tiene que rellenar los espacios en blanco, el origen de su larga y oxidada amistad, los conflictos de su pasado, sus problemas personales, etc.. Después de mucho grito, sudor y violencia, la película termina con un final intenso e inolvidable, que queda gravado en la retina.
BdG