Mi noche con Maud
Sinopsis de la película
Jean-Louis, un ingeniero católico de treinta años, descubre un día a la salida de misa a Françoise, una mujer rubia, y presiente que algún día se casará con ella, pero la pierde entre la multitud. Por otra parte, su viejo amigo Vidal, marxista convencido, lo lleva a casa de Maud, una bella divorciada.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ma nuit chez Maud (My Night at Mauds)
- Año: 1969
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
7.6
82 valoraciones en total
De la serie Cuentos morales, ofrece un enfoque filosófico de la búsqueda y la elección amorosas.
Parte de una idea de Pascal (creador de la ruleta, además de pensador matemático): apostar en la vida por lo menos probable obliga a invertir más esperanza, lo que multiplica la ganancia posible, porque una opción así colma de sentido la vida del apostante.
Lejos del desarrollo abstracto, los personajes viven plenamente involucrados en la concreta indagación amorosa, a la que aplican sus respectivos principios morales.
En una capital provinciana, se encuentran las existencias de un reflexivo ingeniero católico (excelente Trintignan), una divorciada librepensadora, la Maud del título (arrebatadora F. Fabian), un escéptico profesor marxista y una enigmática estudiante católica envuelta en contradicciones.
Próximo entonces (1969) Rohmer a los planteamientos hieráticos de Bresson, la máxima acción física consiste en que el protagonista apriete un poco el paso para cruzar, o que un automovilista siga a un ciclomotor por una calle en cuesta.
Pero la acción es, evidentemente, interna, y muy viva. A su exigencia se ajusta con precisión matemática el ritmo, la estética entera de esta valiosa película que, por desgracia, parece de una época remota: el deterioro del silencio no propicia la conversación inteligente.
Predestinación jansenista contra Racionalismo pascaliano en tres actos. Pocas veces he visto en la pantalla un discurso tan espléndidamente construido: se niega a sí mismo con un humor nada pedante.
El acto central de la comedia, la cena en casa de Maud, es verdaderamente magistral: cómo se va desenvolviendo un encuentro humano en su decisiva cotidianidad. Somos espectadores del tiempo, que se construye a sí mismo, marca el devenir de los personajes y a la vez los hace sus víctimas.
El ritmo, asombra que la belleza de esta secuencia de tres personajes que apenas se mueven esté precisamente en su movimiento, quizás porque el estilo narrativo consigue definitivamente suprimir la narración, y la imagen se hace palabra y a la inversa: puede decirse que el diálogo –recalco, el diálogo, no el guión- se compone de líneas, miradas en plano y miradas fuera de plano. Y uno no puede sino dejarse fascinar por esa maravillosa red tejida en tiempo real, metáfora de la situación de los dos protagonistas, incapaces de realizar un sencillo acto de elección. El trampantojo dialéctico en este caso –la conversación trata justamente sobre el libre albedrío- no es artificioso, es mucho más inteligente que en otras películas de Rohmer y casa perfectamente con el entorno humano en que lo sitúa, Mi noche con Maud es, por vocación y también por necesidad, un juego, pero no un juguete.
Dos reparos de cierta importancia
Llego tarde, lo sé. Debería haber ido mucho antes a su encuentro, pero no lo hice. Supongo que el motivo de esta inexcusable moratoria reside en algún estúpido e insostenible prejuicio, pero qué más da. El caso es que ha tenido que morir este buen hombre para que un servidor se decidiera a ver de una puñetera vez una de sus películas. Y ésa es la única verdad. Aún así, me da la sensación que Monsieur Rohmer, esté donde esté, sabrá disculparme. Fundamentalmente porque aunque este señor haya pasado ya a mejor vida, su cine perdurará en los que le conocieron, en los que le hemos conocido recientemente y en los que, tarde o temprano, le conocerán.
Me descubro ante Monsieur Rohmer, por lo tanto, porque ayer mismo tuve el placer y el privilegio de descubrir su obra a través de Mi noche con Maud. Una lección de cine que me demostró cómo ha de hacerse para hablar de lo divino y de lo humano (ya sabéis: algo de filosofía, algo de religión, algo de moral, algo de amor…) sin aburrir al personal y sin otras armas que cuatro buenos actores (con mención honorífica para Trintignant y la supersensualísima Françoise Fabian), suculentos diálogos y una puesta en escena tan sobria, austera y minimalista que podría haberla firmado el mismísimo Bresson.
Y poco más, señores. Tan sólo añadir que en esta vida cada cual es muy libre de defender sus ideales con uñas y dientes, pero que luego -irremediablemente- hay que atenerse a las consecuencias. Y si no que le pregunten al listillo de Jean Louis qué le rondaba por la cabeza tras cruzarse con Maud en la playa. Sin comentarios.
Tercer film de la serie Los cuentos morales, de Éric Rohmer (Nancy, 1920). El guión es original de Éric Rohmer. Se rueda en escenarios naturales de Clermont-Ferrand, Paris y Belle-Île-en-Mer (Morbihan, Bretaña) y los platós montados en Rue Mouffetard (Paris). Es nominado a 2 Oscar (película habla no inglesa y guión original) y a la Palma de oro (Cannes). Gana el premio Méliès (1969). Producido por Pierre Cottrell y Barbet Schroeder (La rodilla de Clara, 1970) para Les Films du Losange y otras productoras, se estrena el 12-V-1969 (Francia).
La acción dramática principal tiene lugar en Clermont-Ferrand durante varios días comprendidos entre poco antes de la Nochebuena y la Nochevieja de 1968. El epílogo, situado 5 años después, tiene lugar en Paris y en Belle-Île-en-Mer. Jean Louis (Trintignant) es un ingeniero de 34 años, empleado de la empresa Michelin, que acaba de regresar de una prolongada estancia profesional en el extranjero (EEUU, Canadá y Chile). En un bar coincide con su antiguo compañero de estudios en el Instituto, Vidal (Vitez), que lo lleva a cenar en Nochebuena al apartamento de su amiga Maud (Fabian). A la mañana siguiente Jean-Louis aborda en la calle a Françoise (Barrault), estudiante de 22 años, rubia, a la que conoce de vista. Jean-Louis es católico practicante, reflexivo, soltero y de rígida formación religiosa. Maud, de unos 30 años, morena, es madre de una niña de 10, divorciada, médico pediatra, librepensadora, sensual, atractiva y franca. Vidal, profesor de filosofía de la Facultad de Letras de Clermont, es marxista, ateo, enemigo de los compromisos sentimentales y aficionado a las aventuras casuales con mujeres. Françoise, católica y enigmática, se halla envuelta en contradicciones.
El film suma drama y romance. La interacción entre los personajes da lugar a unos cuidados diálogos que abordan temas relacionados con el amor, la pareja, la moral, la religión, el pensamiento de Blas Pascal (nacido en Clermont), filósofo y matemático de posiciones jansenistas. Hablan de sus concepciones sobre el azar y la libertad. Añaden consideraciones sobre el hedonismo, el amor único, la fidelidad, la moral sexual católica, la libertad sexual, la felicidad, etc. La conversación principal es la que mantienen Jean-Louis, Vidal y Maud durante la Nochebuena y que prosiguen ya de madrugada Jean-Louis y Maud. El primero representa la confusión y las contradicciones entre doctrina y praxis, mientras Maud encarna las posiciones liberales burguesas, abiertas, libres de prejuicios anacrónicos e inclinadas a buscar respuestas razonables y fundamentadas sobre los temas de la vida. Tras la larga conversación, Jean-Louis parece aceptar mejor sus debilidades y contradicciones y sentirse impulsado a abrir la mente y el corazón.
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)
Curiosa película, donde se presenta la dialéctica entre un católico convencido que no sintoniza con el filósofo cristiano Blaise Pascal (Francia, 1623-1662) y un marxista ateo simpatizante de las teorías y aforismos del citado pensador. Por supuesto, como suele pasar entre los seres humanos, una cosa es el verbo, lo que hablamos, y otra bien distinta lo que actuamos, la praxis. Así pues, la realidad que en definitiva comprobamos es que ni los católicos son tan católicos ni los ateos son tan ateos.
Es decir, Éric Rohmer filma por medio de Mi noche con Maud la histórica e inevitable ambigüedad que se da en el ser humano, animal racional-hablador que independientemente de lo que declare o diga sólo se le puede conocer por los hechos (y ni aun así).
Indudablemente este filme de Éric Rohmer es una crítica con mucha finura del catolicismo, centrada en dos de sus miembros seglares, laicos de a pie, de los que van a misa, pero la crítica en su conjunto está hecha con mucho arte, con mucha sensibilidad, con gran manejo de la desvelación estética. Para ello se sirve de un gozne de oro sobre el cual hace girar buena parte del guión, y esta bisagra valiosísima no es ni más ni menos que el pensamiento trascendente del filósofo Pascal, que si en algún país dejó huella por los siglos de los siglos fue en Francia.
En un momento dado emerge de toda la constante filosófico-teológica de este filme, la siguiente frase para discernir: «Seducir chicas no le aleja a uno de Dios más que las matemáticas.» Yo habría añadido que no le aleja a uno más de Dios que los clérigos y todo su tinglado clericalista, donde ellos están instalados como más importantes que Dios mismo.
En resumen, la pareja de católicos de esta película de Rohmer, al igual que las ideas que expuso en el siglo XVII el citado filósofo francés, son una muestra reluciente de que la verdadera sabiduría en el ser humano tiene que ver con comprender su ambigüedad, su ser contradictorio, o sea hacerse consciente de la grandeza y de la miseria que conlleva todo lo humano.
Esta es desde luego una obra notable de buen cine en cuanto a la sencillez, interés y suspense de la historia que se nos narra, en cuanto a los diálogos, la dialéctica, la filosofía que nutre el desarrollo de principio a fin, y en cuanto a los personajes tan bien descritos, tan bien interpretados, tan cautivadores y a los que el espectador llega a apreciar, querer o tomarles simpatía, sin excepción.
Muy buena película, de las consideradas delicias cinematográficas del cine europeo en blanco y negro. Muy recomendable de ver, sobre todo para los ignorantes o incultos del hecho antropológico llamado religión , que no saben que la fenomenología religiosa existe desde que el ser humano es homo sapiens y puede que incluso antes, para que al menos vayan cogiendo algo de cultura, flexibilidad mental y humildad frente a lo que desconocen o subvaloran.
Fej Delvahe