Matar a un ruiseñor
Sinopsis de la película
Adaptación de la novela homónima de Harper Lee. En la época de la Gran Depresión, en una población sureña, Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del hombre resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible que ningún abogado aceptaría el caso, excepto Atticus Finch, el ciudadano más respetable de la ciudad. Su compasiva y valiente defensa de un inocente le granjea enemistades, pero le otorga el respeto y la admiración de sus dos hijos, huérfanos de madre.
Detalles de la película
- Titulo Original: To Kill a Mockingbird aka
- Año: 1962
- Duración: 129
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Opinión de la crítica
8.3
80 valoraciones en total
Señores, esto es cine.
Uno de los mejores guiones de todos los tiempos.
Adaptar una novela al cine nunca es sencillo, pero visto el resultado final lo único que se puede hacer es aplaudir. Un viudo y honesto abogado de Alabama, Atticus Finch tiene que defender a un hombre negro de la acusación de violación, frente a la intolerancia sureña de la época, y de paso dar una lección de moralidad a sus hijos John y Scout. La narración la pone la joven Scout, pero desde su punto de vista adulto, y recordando aquellos dos veranos en Alabama. Dos veranos en los que los hijos de Atticus forman su personalidad en peleas en el colegio, investigando en una misteriosa casa donde está encerrado Boo Radley (Robert Duvall), y siguiendo a su padre donde quiera que vaya. La admiración que sienten hacia Atticus crece por cada paso que dan tras él sin su consentimiento. Historias cruzadas llenas de la más absoluta magia del cine, con puntos de suspense, intriga, drama, comedia y con un mensaje sencillo y nada empalagoso. El guión es sencillamente mágico.
Una dirección asombrosa.
Robert Mulligan pareció estar tocado con una varita mágica cuando dirigió Matar a un ruiseñor , la primera de las seis películas que haría junto a Alan J. Pakula durante esa década. Espléndida ambientación, todo en su sitio. Mulligan no volvería a toparse con nada parecido.
Unas interpretaciones perfectas.
La mejor interpretación de Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, quien lleva el peso de la película. Todos los niños están fabulosos y actúan con una naturalidad increíble. La niña Scout Finch (Mary Badham) nominada a la estatuilla, es la inocencia y la ternura personificada, una niña maravillosa. Su hermano y su amigo también cumplen perfectamente.
Una fotografía insuperable.
Este gran film tiene una atmósfera muy difícil de conseguir. Hay imágenes que se te quedan grabadas en la retina por su perfección. Matar a un ruiseñor tiene una fuerza visual deslumbrante.
Una banda sonora celestial.
La música de Elmer Bernstein (Los diez mandanientos, y otras muchas), también fue nominada al Oscar. Te dejas llevar, apropiada, bonita, sentimenttal, tensa. Para todo tipo de estados, para todo tipo de situaciones.
Porque no darle un 10 a esta película sería algo así como Matar a un ruiseñor.
Una caja. Ceras. Un reloj roto con cadena. Una medalla. Una navaja. Dos muñecos de madera. Unas cuantas canicas. Céntimos. Una armónica. Un silbato.
Ese es el gran tesoro de Jem.
Atticus había dicho una vez que nunca se conoce realmente a un hombre hasta que uno se ha calzado sus zapatos y caminado con ellos
Esta es la gran sabiduría que adquiere Scout.
Mientras entablan una nueva amistad con Dill Harris, juegan en neumáticos gastados, planean excursiones terroríficas a la casa del vecino loco, se escapan a espiar Atticus en el juzgado, se impresionan con el sacrifício de un perro rabioso, se asustan con vecinos borrachos y racistas… Mientras transcurre todo eso pasan los veranos, esos veranos que de mayores recordarán con nostalgia.
Recordarán porque matar a un ruiseñor es pecado, porqué ser fiel a los principios de uno mismo y a lo que se debe hacer te ayuda a mantener la cabeza bien alta. Recordarán cuando aprendieron que no siempre lo malo se puede evitar y que muchas veces las apariencias engañan.
Y sobretodo recordarán a Atticus y se enorgullecerán de que sea su padre.
Y mientras echan la vista atrás y sonrien, nosotros recordaremos que una vez, Gregory Peck nos dejó una de las mejores actuaciones (y por ahí dicen que la mejor) de su carrera y que Robert Mulligan dejó en nuestros corazones secuencias y sensaciones que jamás olvidaremos.
Y cuando la sonrisa sea tan amplia que no podamos sonreir más, y nuestros corazones vibren tanto que casi vayan a estallar, recordaremos que un día vimos por primera ver Matar a un Ruiseñor , y desde entonces ya ninguno podemos ser igual.
Atticus lleva un sombrero de fieltro que enhebra entre sus fibras partículas de humedad sureña, un traje de lino blanco y el calor pegajoso en las muñecas y tobillos.
Lee un libro en su porche, cabeza gacha, gafas grandes, sueltas, que resbalan por su nariz como una araña. Atticus se balancea dulcemente, y a cada sacudida le responde un crujido de madera y metal como un estertor cansado de los cimientos de la casa quejándose de su edad, del tiempo.
Oye los grillos, reverberando su grito entre las cuatro enormes paredes azabache que la noche le brinda. Y piensa en sus hijos soñando una madre perdida, viviendo una infancia soñada.
Atticus reflexiona y se siente dichoso: ¡una noche como esa, un pueblo como ese! Pero la vida no es simple ni siquiera allí, microcosmos de oligofrenias, odios y envidias a pequeña escala. Piensa un rato y obtiene conclusiones. Sean las que sean a algo llega, algo que nunca podrá expresar con palabras, solo con la mirada y el tacto. Pero llega a entender, por un momento, algo de lo que respira y jadea entre esas estrellas que alumbran su techo y el polvo adherido a sus zapatos.
A Atticus le escupirán después. En plena cara. Él sacará un pañuelo enorme y arrugado y se secará con una mirada de odio, odio humano, comprensible reacción, mientras le pide autocontrol a cada fibra de su cuerpo. Luego se marchará triunfante, en su coche, de vuelta a casa.
Y yo me pregunto si por un momento todos fuéramos como Atticus. Cómo sería el mundo.
Y entonces, tras ordenar pensamientos que estorban mi sueño, pienso que quiero ser como Atticus.
O mejor aún, que voy a ser como Atticus.
Qué coño.
Llevar a la pantalla la novela Matar a un ruiseñor de la escritora Harper Lee, por la que había ganado el Pulitzer, fue un verdadero éxito que todavía perdura, pues a pesar de los cincuenta años transcurridos desde su estreno, la cinta no ha perdido ninguno de los matices dramáticos que la escritora nos quiso hacer llegar con su obra. Pero este éxito cinematográfico tenemos que atribuirlo totalmente a ese magnífico guionista que fue Horton Foote y aquellos que lo contrataron.
La dirección de Robert Mulligan, el trabajo de Gregory Peck y de todo el resto de actores es soberbio. Ese hombre Atticus Finch, que el destino le ha situado en un pequeño pueblo sureño, con dos hijos a los que trata de inculcarles los valores de rectitud, respeto y humanidad, que el mismo posee, deberá enfrentarse a uno de los mayores desafíos de su vida.
La mayoría de escritores, y Harper Lee no es una excepción, suelen inspirarse en sus propias vivencias al escribir una novela, por este motivo para ella el libro tenia una carga emocional muy significativa, ya que el personaje de Atticus Finch estaba inspirado en su propio padre.
Perfecta adaptación de la novela de Harper Lee, sobre la vida en el Profundo Sur de los EE.UU. durante la Depresión de 1929, vista a través de los ojos de unos niños, hijos de un padre viudo, interpretado admirablemente por Gregory Peck en la mejor interpretación de su carrera, que le supondría ser galardonado con el Oscar al mejor actor de 1962, por su creación del íntegro abogado Atticus Finch, que acomete la defensa en el juicio de un hombre negro, falsamente acusado de violar a una mujer blanca.
Todo el film supone una conmovedora y sublime aproximación al mundo de la infancia, a través de cuyos ojos, percibimos su descubrimiento del mundo y su forja como seres humanos comprometidos y responsables.
A través de las ávidas y curiosas miradas de los hijos de Atticus, se nos muestra la intolerancia social sureña con toda la carga de desprecio, odio y prejuicios hacia la comunidad negra.
La integridad y la admiración por la figura paterna, en la calurosa noche en que reciben la magistral lección de principios, por parte de su padre en el porche del hogar.
El descubrimiento del auténtico valor, que no supone ignorar el miedo, sino aprender a controlarlo y a dominarlo, tanto el miedo subjetivo (la casa vecina que se supone maldita), como el miedo objetivo (el sobrecogedor enfrentamiento a la multitud que pretende linchar al acusado).
El respeto, mantenido por encima de la consecución de las justas pretensiones, expresado por la comunidad negra al ponerse respetuosamente en pie en la sofocante galería del juzgado, para rendir homenaje al hombre que tuvo el valor de defender sus ignorados derechos.
En definitiva un excelente modelo de adaptación literaria que sabe, a través de una sobria dirección y una excelente actuación, efectuar con rigor y sin paternalismos hipócritas, una cruda reflexión sobre una realidad social claustrofóbica y excluyente, vista con la sencillez y la ternura de los ojos de un niño.