Marina Abramovic: la artista está presente
Sinopsis de la película
Documental sobre la famosa artista serbia Marina Abramovic mientras se prepara para el gran momento de su vida: una gran retrospectiva de su obra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Para Marina, figura fundamental del arte de la performance de las últimas cuatro décadas, es la oportunidad de responder por fin a la pregunta que le han planteado innumerables veces: ¿Pero por qué esto es arte?
Detalles de la película
- Titulo Original: Marina Abramovic: The Artist is Present
- Año: 2012
- Duración: 99
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes obtener una copia la película en formato 4K y HD. Seguidamente te detallamos un listado de fuentes de descarga directa activas:
Opinión de la crítica
Película
7.4
55 valoraciones en total
La producción de la artista serbia Marina Abramović, hunde profundamente sus raíces en la transformación que desde la segunda mitad del siglo XX ha sacudido la forma de ver y hacer arte. Dentro de las performances, sus obras eran interesantes exploraciones e incorporaciones radicales y valientes del cuerpo como material artístico. Simultáneamente, en ellas trataba asuntos como las relaciones de poder dentro de la pareja y entre artísta y público, la sexualidad o cuestiones de género y memoria histórica. Esto la conectaba con muchas de las vetas temáticas tratadas por videoartistas de su generación y por todo un tropel de nuevos creadores posteriores en el tiempo.
El papel que el vídeo siempre ha tenido en su obra se relaciona con la necesidad de documentar y dotar de permanencia a un tipo de arte efímero por definición, como la performance. En este sentido la fotografía y el celuloide primero y, posteriormente, el vídeo se transforma en un soporte artístico para dotar de recorrido y durabilidad a una obra que no tiene mayor duración en si misma que el momento en que es ejecutada. Queda, por tanto, con un papel secundario y subordinado al de la propia actuación. Este carácter secundario, pero profundamente intermedial, será fundamental para el estudio de un síntoma fundamental en la transformación del arte a lo largo del siglo XX, se transformará en una perversa y mezquina muestra de la conversión de la performance en producto de consumo, en la performance como reality de superación en el caso de Marina Abramovic: The Artist Is Present (Matthew Akers,Jeff Dupre, 2012).
Todo el documental se basa en banalizar el sentido original de la frase que da título al documental, la artista está presente. La presencia física del artista, de su cuerpo, como lienzo y obra de arte, fundamental como regeneración artística en el XX y creadora de un discurso fructífero se convierte en un la artista está presente, para ser consumida. Consumida como objeto de culto, como producto de masas dentro de ese caro restaurante en que deviene el museo. Se busca crear un retrato hagiográfico de la vida de una artista de culto, se utiliza la historia sentimental de la artista para potenciar la fuerza del evento. Porque la lógica que mueve la performance retratada en la pantalla es la lógica hipercapitalista del evento. Evento que tiene que ser adecuadamente promocionado, pero también envasado en su forma fílmica para seguir siendo reproducido. En la relación entre espectador y artista la incomodidad y el cuestionamiento de espacio y el papel del espectador mediante la ausencia de control de Imponderabilia se ve sustituido por las colas acotadas y organizadas, los desmayos y la presencia de una artista como estatua de cera siempre protegida y lista para ser adorada. Ya no hay desafío, hay conformidad y complacencia en ambos márgenes. Incluso la presencia emocionalmente efectista y burdamente manipulada, de su expareja. El documental podría funcionar como reflejo de la transformación de este tipo de arte, pero le falta capacidad crítica. El viejo papel de documentación se transforma en promoción. El vídeo es cómplice de la luminosa lógica capitalista. La artista está presente, y se ha vendido.
Reconozco que siempre he sido cruel y radicalmente crítico con todo aquello ligado al mundo de las performances pero después de visionar este documental prometo ser más receptivo con cualquier modo de expresión artística que me encuentre en el futuro. Quizás sólo sea una promesa absolutamente banal y simplemente me vea dominado por la correcta realización, el impecable ritmo narrativo, la admiración que siempre siento hacia las personas que hacen de sus inquietudes una necesidad tan radical como vital o el poder emocional que habita en algún lugar del metraje y que te impregna de una extraña sensibilidad cuyo poso hace que olvides la falta de originalidad en la forma documental, la ausencia de toda crítica a la escoria que rodea a tan cotizados artistas o el carácter asquerosamente promocional y divinizador de este tipo de trabajos. Al comienzo del film Marina Abramovic comentaba que sólo tenía el objetivo de demostrar que lo que hacía es arte y un servidor, aún ahora, no puede asegurar que el trabajo de esta mujer sea arte pero tengo el convencimiento absoluto de que nadie le puede negar a Marina Abramovic que ELLA es arte puro, aunque sólo sea por la dedicación que supone entregar tu tiempo, tu dolor, tu vergüenza, tu salud, tus miedos, tus sentidos, tu vida a expresar hasta la más insignificante de tus emociones.
En la época de los sesenta muchos artistas vieron que los movimientos artísticos habían sido absorbidos por los grandes mercados del arte. Los medios se sentían agotados, porque después del expresionismo abstracto de Pollock, ¿Qué más se podría decir en el arte utilizando la pintura o los métodos tradicionales?
Así que muchos artistas, la mayoría de ellos jóvenes que pretendían romper con el academicismo y el anquilosamiento por el que pasaba el arte (Una prostitución al servicio de los más ricos, los grandes cuadros se habían convertido en una mera distracción para los más poderosos) decidieron explorar nuevas vías que les permitieran seguir expresándose y continuar su particular lucha contra el mundo. Se considera al artista Allan Kaprow el padre de la Performance, cuando en la década de los sesenta planteó diversas instalaciones en las que el público podía participar directamente. Como en Yard, donde el artista simplemente emplazaba una serie de neumáticos en los que el espectador podía entrar y sentarse entre ellos, participar de una manera activa con la obra.
La infancia de Marina Abramovic fue dura. Nacida en la antigua Yugoslavia, en Belgrado, tuvo que soportar una rígida educación, tanto por parte de sus padres (Antiguos militares en la época de Tito) y la impuesta por el gobierno. La Abuela de la Performance (mote con el que se la conoce hoy en día) rápidamente empezó a expresar sus impulsos mediante diversas Performance, aunque es cierto que Abramovic también ha cultivado artes plásticas tangibles, como diversos trabajos en vidrio (Marina estudió en la Academia de Bellas artes de Belgrado).
Las Performances de Abramovic son simples. No tienen misterio en cuanto a su ejecución, porque podrían hacerse fácilmente. Eso sí, Marina arriesga en la Performance, llevando el arte (y su cuerpo) hasta el máximo de sus posibilidades, tanto físicamente como mentalmente. Son Performances provocativas, que muchas veces implican la participación directa del espectador.
En la década de los setenta, la artista empezó a realizar sus primeras obras, las que seguramente implican una mayor exploración de su cuerpo (no es casual, el cuerpo es un elemento que se redescubre no sólo en el arte, sino de manera colectiva durante el siglo XX).
La serie Rythm es una sucesión de Performances que ponen en riesgo la propia integridad de la artista. La más destacable sea Rythm 0, del año 1974. En ella La artista deja completa libertad de participación al espectador. En dicha actuación, ella se quedó completamente quieta, mientras al lado se dispuso una mesa con diversos elementos (pintura, pero también armas blancas e incluso una arma de fuego). Los espectadores podían hacer con la artista lo que ellos quisieran. El resultado fue el obvio, en un primer momento la gente se quedó parada, pero rápidamente empezaron a modificar a la artista con los objetos que se disponían encima de la mesa. En realidad, Rythm 0 es un experimento sociológico que nos habla muy bien sobre la mentalidad humana, y de cómo actúa la sociedad cuando se le da completa libertad. La gente actúo sobre Marina como si esta fuera un simple títere.
En la serie de Rythm se observan también diferentes elementos que forman parte de Marina de manera muy singular. Uno de estos es el componente místico que utiliza en sus performances. De hecho la propia Marina actúa y se mueve como si fuera una sacerdotisa que se encuentra ejecutando un ritual. Por eso además, encontramos diversos elementos simbólicos, como en Rythm 5.Las estrellas de cinco puntas son una simple constante (En la obra Thomas Lips, vuelve a aparecer), así como la predilección por el color rojo, color muy especial para la artista.
La etapa artística más interesante sin embargo, es la que discurre en el momento en que en Amsterdam conoce al que fue su Marido, Ulay, con el que no sólo sostuvo una relación amorosa, sino también profesional. Con él realizó sus obras conocidas como Obras de Relación o Relation Works, en las que la artista empezó a explorar el cuerpo físico.
Un aspecto muy destacable de esta década (que tendrá fin en el 1988) es que los dos rehusaron a vivir del sistema de manera directa, sino que con apenas una caravana recorrieron medio mundo, sin más previsiones que las de ofrecer sus performances artísticas allí por donde pasaban. Un estado de preocupación totalmente cero, un alejamiento absoluto de seguir vinculados a los estamentos oficiales, lo que chocará con el último período de Abramovic, en el que se ha vinculado a diversos galeristas privados.
Dentro de las obras de relación encontramos diversas como Imponderabilia (que volvería a repetir en su retrospectiva en el Moma)
Precisamente es una Performance especial la que pone fin a la relación entre Ulay y Marina. Se trata de The Lovers realizada en 1988. En ella los dos caminaron por la muralla China, situados en una punta diferente, hasta que después de 2500 Km recorridos, los dos se encontraron para despedirse, y así acabar también su propia relación, tanto profesional como amorosa.
Marina se interesó después por el teatro, una arte con el que se complementa a la perfección, pues la teatralización de sus Performances está ciertamente arraigada.
http://neokunst.wordpress.com/2013/06/09/marina-abramovic-la-abuela-de-las-performance/
Como una persona ajena al mundo del arte, especialmente el moderno, me acerqué al documental con reservas. Temía un largo panfleto alrededor de la diva y participaciones de amistades intelectuales disertando sobre las razones de por qué lo que hace es importante.
Agradezco que no fue así. Me pareció un documental que para principiantes y conocedores puede representar algo porque creo está cargado en algo que insiste la artista, emociones y honestidad.
No sólo aprendí sobre ella y lo que representa, no sólo lo disfrute sino que también en algunos momentos también me conmovieron ciertos momentos. Me resultaron muy honestas y congruentes sus ideas sobre lo que ella considera que es el performance.
Finalmente, quedé sorprendida del enorme poder de convocatoria en la exposición de MOMA.
En Cannes, como en todo festival que se precie, se sabe desde hace tiempo que hay determinados autores que merecen un trato especial. Son los mimados de la organización, aquellos que aunque se les pueda llegar a colgar la deshonrosa etiqueta de persona non grata, seguirán siendo beneficiarios de un cariño y, sobre todo, de un asiento de lujo en el que nunca desaparezca la señal de Reservado, que no pocos artistas quisieran para ellos. Seguramente el más claro ejemplo de ello lo encarna un danés neurótico llamado Lars Von Trier, y la verdad es que no sorprende, menos si se echa un vistazo tanto a su currículum como a sus más célebres apariciones en público. La qualité artística y la polémica (vendida ésta última en cantidades industriales) están garantizadas en un cóctel explosivo que, cuanto más violentamente reacciona -y sucede muy a menudo-, más ensancha la leyenda de su creador, que de esto vive también el auteur.
El caso es que el bueno de Lars se hartó de oír, a lo largo de sus primeros años en el potencialmente poco agradecido oficio de la dirección cinematográfica, que sus productos (para muchos, tontos e irritantes experimentos meramente formales) ni merecían representar al noble (?) séptimo arte. Resultaba que aquello no era arte, vaya. Pero no importó. El amigo Lars siguió a lo suyo, ganándose, con la contundencia que él tanto domina, el respeto de una comunidad que en un principio se había mostrado excesivamente hostil. Todo bien… hasta que el genio fue presa de una depresión de proporciones épicas. ¿Receta clínica? Rodar una película, claro. ¿Resultado? El flirteo con el suicidio por parte de su psicólogo y el clamor casi unánime por parte de la crítica -de Cannes, por supuesto- para que el cineasta ingresara ipso facto en un manicomio. Lo que hay que aguantar…
Lo sabe muy bien una tal -para los que somos así de cretinos- Marina Abramovic, artista (ella prefiere el término performer) que a lo largo de sus cuarenta años -que se dice pronto- de profesión, si le hubieran dado un céntimo de cualquier divisa (incluso de la más devaluada) cada vez que alguien, al ver alguno de sus trabajos, afirmara con indignación que aquello no era arte o, en el peor de los casos, que su autora precisaba tratamiento mental urgente, seguramente su nombre aparecería ahora mismo, y en letras doradas, en los más prestigiosos rankings de la revista Forbes. Pero Marina no se hizo famosa gracias a esto último, sino gracias a lo primero, más importante, gracias a su total e inquebrantable compromiso con una concepción tan radical como estimulante del -sí- arte.
Porqué sin riesgo no hay gloria, y si éste es extremo, incisivo y sincero, los frutos que se recogen después están más que merecidos. En estas que aparece, por ejemplo, ni más ni menos que el Museo de Arte Moderno de Nueva York y decide organizar, sin escatimar en esfuerzo en alguno -qué menos-, una retrospectiva a la susodicha performer. En el cartel de tan señor homenaje se puede leer ‘The Artist is Present’ (en cristiano, La artista está presente). Dicho reclamo va dictar el título, al mismo tiempo, a un documental firmado por la HBO (en pie, por favor), y la jugada ya se ha redondeado del todo. La guinda la pusieron los miembros de un Jurado, de cuyos nombres no me quiero acordar, que tuvieron la sensatez de reconocer a la cinta en cuestión como la mejor en su categoría dentro de la 62ª edición del Festival de Cine de Berlín. De hecho, de no ser por la maldita separación entre ficción y no-ficción, ya podrían haberle dado el Oso de Oro.
Un galardón que no hubiera estado nada fuera de lugar para esta sensacional película, de indudable interés tanto para los más eruditos como para los profanos de ese antipático marciano al que muy fácilmente se llama arte contemporáneo. No importa el contacto o las simpatías / antipatías que se tengan con el mundillo, pues ahí está ‘Marina Abramovic: La artista está presente’ para encandilar a todo aquel que esté dispuesto a ser maravillado por lo inesperado, por lo que en principio escapa al control de las palabras. Lo mínimo que podía esperarse de alguien que sabe que, normalmente a la larga, se sabe corresponder al insensato que sabe demostrar que el mejor arte es aquel que deja en evidencia, primero, que el espectador puede convertirse en el ser más permeable sobre la faz de la Tierra, y después, que si existen barreras, éstas deben romperse. Aquellas que separan lo simplemente provocativo de lo realmente impactante, aquellas que separan lo irreverente de lo permanente, aquellas que separan al autor tanto del público como de su propia obra.
El documental dirigido por Matthew Akers pretende alcanzar las mismas metas, asociándose con la mejor partner a la que podía aspirar y traza con acierto un largo camino biográfico para poner en contexto la que es no solamente la obra cumbre de la performer de Belgrado, sino -y que quede claro- la que con toda seguridad sea una de las expresiones artísticas más impresionantes de todos los tiempos, y que, como no podía de ser de otra manera, desató la locura en la mismísima capital del mundo. Una mesa -de la que se puede prescindir- y una silla en cada punta. En una se sienta Marina… en la otra, quien lo desee (desde la anónima anciana que ha esperado silenciosamente su turno durante varios días hasta el divino-de-la-muerte James Franco, que no sabe que está a punto de quedar retratado).