Manchester frente al mar
Sinopsis de la película
Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario encargado de mantenimiento de edificios de Boston que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano Joe ha fallecido. Allí se encuentra con su sobrino de 16 años, del que tendrá que hacerse cargo. De pronto, Lee se verá obligado a enfrentarse a un pasado trágico que le llevó a separarse de su esposa Randi (Michelle Williams) y de la comunidad en la que nació y creció.
Detalles de la película
- Titulo Original: Manchester by the Sea
- Año: 2016
- Duración: 135
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Opinión de la crítica
Película
7.1
83 valoraciones en total
Me dispuse a ver esta película con el único interés de conocer el por qué de sus nominaciones a los OSCAR, pero mi predisposición y el interés no era el adecuado. No me gusta leer nada de las tramas de lo que voy a visionar pero en esta ocasión algo conocía (no demasiado) y me perturbaba. Mi predisposición no era la adecuada para un melodrama de semejante índole. Pues bien todo esto, al final, sumó e influyó positivamente.
Esa sopa de sentimientos que se nos ofrece es una autentica maravilla. El director y guionista es KENNETH LONERGAN (a él se debe este prodigio), consiguiendo contar una situación extrema y melodramática en grado sumo pero robándote una sonrisa cada pocos minutos, a la vez que te muestra una cruel realidad. Hubo un momento en el que me preocupé en el visionado, porque no entendía como podía sonreír teniendo delante una situación tan dura, afortunadamente, ya he leído que es lo que le ocurre a la mayoría, pero es que esas gotas de humor, pixeladas en las tristes situaciones, son una obra maestra , además, personalmente considero que otras de las claves se encuentra en no regodearse en los desastres que suceden.
Esto se debe al excelente guion y perfecta construcción del mismo por parte de KENNETH pero es que además lo cocina con un virtuosismo grandioso como director. La historia se narra de una forma no líneal, con el ritmo perfecto para que vayamos descubriendo el pasado y todo ello, con una bella fotografía, mezclada con una música que conecta con las escenas y el espectador. Enhorabuena KENNETH, has ganado un admirador con tu tercera película y mi cuenta pendiente es visionar tu filmografía toda ella en el cine independiente.
Pero no todos los meritos son del director-guionista, también hay que valorar muy positivamente el trabajo de los actores. El protagonista es CASEY AFFECK (LEE CHANDLER) en un trabajo con el que consigue llegar a su madurez profesional, con un papel que encaja a la perfección con su estilo. Como no, destacar a su misma altura a su sobrino cinematográfico LUCAS HEDGES dando sangre nueva con su juventud y desparpajo. Y por supuesto, también hay que nombrar a la siempre excelente y controvertida MICHELLE WILLIAMS, la cual, pese a sus pocas escenas no pasa desapercibida (lastima de algunos minutos más de disfrutarla). Siempre que visiono a esta actriz, no puedo evitar recordar una escena inolvidable de la también película independiente BLUE VALENTINE en la que discute con RYAN GOSLING en una habitación de un motel.
Es difícil trasmitir a través de estas letras y sin hacer spolier todo lo que me aportó MANCHESTER BY THE SEA. Simplemente añadir que es una historia de dolor, en la que un pasado desgarrador, atormenta a nuestro protagonista de forma cruel, pero que a la vez se nos describe cómo afrontar las dura situaciones, como luchar contra la culpabilidad y en especial, para mí, la maravilla de la mentalidad juvenil, como reciben los jóvenes las perdidas, como aprenden y disfrutan de las relaciones y qué lejos están en la adolescencia de la dureza de la madurez. Y repito, toda la durísima historia salpicada de humor inteligente para que la digestión sea la perfecta alejándose de los melodramas roba lagrimas.
GRACIAS, KENNETH LONERGAN
Personalmente este Manchester by the sea me ha supuesto una pequeña decepción, no por las expectativas que tuviese, procuro tener las menos posibles para disfrutar de la película tal cual es, sino por todas los caminos que abre la película abandonando enseguida siguiendo simplemente aquel planteado en origen.
Y es que el mayor pero que tengo que ponerle es que se me hizo larga, nunca aburrida pero si larga, redundante, centrada en el personaje de Affleck una y otra vez nos narra su psicología, muerto en vida, persona que ha decidido no volver a sentir, la reiteración, los silencios sin que haya nada en ellos que nos proporcione algo más sobre la psicología de este personaje, una vez que el público lo comprende no tiene que volver a ello una y otra vez. Por cierto que Affleck me recordó demasiado a su personaje en El demonio bajo la piel, personajes distintos que interpreta de forma demasiado parecida.
Otro pero, es su frialdad constante, la frialdad en la película es algo necesario, el protagonista tiene el alma helada, así todo su alrededor está helado, ese invierno es fabuloso, la fotografía magnífica, el ritmo de la película ayuda a reforzar esa imagen, todo ello resulta estupendo, salvo porque la película está llena de flashbacks y estos remiten a un pasado en el que el protagonista sentía, lo bueno es que en estos el mundo no está helado, sin embargo la forma de narrar, el ritmo e incluso la actuación nos sigue haciendo sentir el frío. Máxime en la secuencia más dramática ha de hacer trampas y poner como música el Adagio de Albinoni (entero), una composición de tal belleza que irremediablemente nos hace sentir tristeza, aquí la usa para reforzar (o para suplir la carencia) el dramatismo pues por si solo no acaba de conseguirlo, e incluso así la secuencia no es todo lo dramática que debiera y me pareció demasiado grandilocuente para el perfil de la película.
No todo es negativo en ella e incluso es recomendable verla, pues es interesante y contiene momentos estupendos, incluso alguno magnífico, Michelle Williams se hace con la película y protagoniza un momento magistral. Pero desde luego no es recomendable para todos, es una película de ritmo lento llena de silencios, los que no puedan con este tipo de cine que se mantengan alejados. Como ya he dicho, de los múltiples caminos mostrados hubiese preferido más incidencia en alguno, más riesgo, más arrojo y adentrarse en él, personalmente me ha parecido que lo fácil era lo que hace, mostrarlo y dejarlo de lado, aunque si se adentrase tal vez estuviera quejándome de que flojea en dicho término, y es que no es fácil adentrarse en según que vericuetos y salir de ellos con éxito. Pero a otros les parecerá que ha seguido el camino correcto, como ya digo ha sido una pequeña decepción personal.
Es el retrato de un hombre póstumo, de un individuo corroído por los remordimientos y con un lacerante sentimiento de culpa que lo incapacita para la vida y para entablar cualquier tipo de vinculación afectiva con sus semejantes. Malvive con el insoportable peso de un cataclismo emocional que lo tortura y que le corroe las entrañas, no pudiendo ni queriendo zafarse de su zozobra y de su desconsuelo, que tiñe sus días de ansiedad y desazón. ¿Cómo sobrevivir al apocalipsis de una pérdida irreparable cuando nos creemos responsables de nuestro íntimo y bochornoso fracaso y somos reos de nuestros garrafales yerros? No quedan ni fuerzas para el alivio del llanto…
Estamos, por todo ello, ante una tragedia en estado puro, ante la radiografía descarnada de un vía crucis doloroso e inextinguible. Pero el soberbio guión y la maravillosa e invisible dirección – ambos debidos a un Kenneth Lonergan en estado de gracia – no se detienen en recrearse ante la desgracia, sino que van mucho más allá, aprehendiendo el vacío absoluto y punzante de un alma en pena, de un muerto en vida que deambula sin meta ni empeño por un valle de lágrimas que lo anega todo. No busca provocar el sollozo liberador ni despertar la compasión plañidera, no pretende servirse de los resortes clásicos del melodrama para incitar a la catarsis sentimental, ni coquetea con la simpatía inducida o con la empatía manipulada. En apariencia se queda en la epidermis de los hechos para, en realidad, bucear en la honda y densa espesura de la angustia.
Sin la menor duda, es una joya del cine reciente que, en poco tiempo, se convertirá en un clásico indiscutible. La película es larga pero se hace corta, parece no ir hacia ningún lugar y, sin embargo, recala en todos los puertos de la inefable existencia humana. Parece desesperada pero siembra de forma imperceptible una parcela para el consuelo y la reconciliación – o al menos para cultivar un atisbo de reparación, por improbable o inalcanzable que parezca. Además contiene un sinnúmero de escenas memorables hechos con jirones de autenticidad y añicos de aflicción: el demoledor flashback con el asombroso adagio de Albinoni como único telón de fondo sonoro, la confesión a tumba abierta del protagonista ante la policía, el reencuentro fortuito e imposible entre el matrimonio quebrado, casi todos los momentos entre tío y sobrino, el colapso nervioso ante un congelador rebelde,…
Las interpretaciones de Casey Affleck y Michelle Williams consiguen la rara virtud de ser perfectas, fundiéndose los actores con sus personajes hasta devenir en una experiencia milagrosa. Lo mismo puede decirse de todo el elenco. Pero los máximos elogios para Kenneth Lonergan que ha ensamblado una obra grandiosa, de una sencillez turbadora.
Los márgenes suelen ser lugares cómodos en los que establecerse: solitarios, tranquilos, anónimos.
Nadie puede saber de tu vida si no quieres.
Nadie tiene que recordar tu cara si no le das motivos.
Cuando alguien elige establecerse al margen de la vida, primero es por necesidad, aunque más tarde el olvido siempre sea un gustoso antídoto contra las decepciones.
Sin embargo, también es difícil mantenerse en esos márgenes.
La familia, los amigos, la pareja, los hijos siempre pasan , por así decirlo. Dejan una huella que va más allá de una soledad autoimpuesta.
Y esa huella no tiene por qué ser buena o mala… simplemente es, existe, nos recuerda quién somos.
Lee Chandler rehuye todo tipo de vida social, tanto positiva como negativa: no hace caso a intentos de ligoteo, no le afecta ser gritado por un cliente.
Pasa por la vida como un fantasma, con el único objetivo de cumplir en lo suyo, no hacer demasiado ruido, y quizá lo más inquietante de su comportamiento sea esa sensación de que no le importa, de que podría almacenar toda la basura de Boston hasta ahogarse en ella.
Desde ese cómodo margen, le llega una llamada. Y empezamos a conocer esa huella suya llamada Manchester.
Su hermano ha muerto, dejando atrás a un hijo, y los lamentos de amigos o doctores que no sabían que lo suyo era algo anunciado.
Lee no llora, solo asiente y pregunta, aceptando la responsabilidad de ejercer de padre temporal para el adolescente, con una naturalidad para dejarse fuera de la ecuación que asusta.
En su cabeza se alternan recuerdos de épocas más felices, fragmentos de una vida pasada que apenas parece existir, confundiendo la presente, sacando a la luz sus dolorosas cicatrices.
Lo que el espectador no sabe, hasta determinado momento, es que Lee hace tiempo que aceptó su papel de sustituto.
Su vida como persona fuera de los márgenes acabó una noche muy concreta, bañada por la culpa, en la que vemos como intentó quedarse en segundo plano de un accidente que ojalá le estuviera sucediendo a otro. Cada maldito segundo pasó por encima de él, pero él ya no estaba: se convirtió en otra persona, en alguien que huyó de los demás para no verse reflejado en ellos.
Así se lo hace saber al abogado que le designa tutor de su sobrino Patrick: esto no debería estar pasando… yo solo era un sustituto .
Claro que la vida hace sus planes, como siempre.
Manchester frente al Mar es la difícil curación de una herida que nunca parece cerrarse.
Las noches solitarias frente al televisor y la comida recalentada al microondas son los particulares símbolos de un silencio contra el que Lee y Patrick no saben cómo comportarse, estallando por tonterías, buscando el consuelo en otros lugares que no sean el hogar que de repente se han visto obligados a compartir.
Ambos entierran el dolor de la mejor manera que pueden, pero muchas veces es imposible quitarle esa importancia, ese halo con el que parece flotar encima de cada cosa, haciendo que nada vuelva a ser lo de antes: ahora hay que encajar la vida que se fue en la que se queda, por muy difícil que pueda ser.
Lee y Patrick apenas hablan entre ellos, se observan, no se soportan, se echan responsabilidades a la cara… y al final, es imposible no ver que ambos pagan su desconcierto con el otro, quizá por lo mucho que se ven reflejados, y lo poco que les gusta eso.
Quizás Lee, en otro tiempo, en otra vida, hubiera podido ser como su sobrino, sin preocuparse por tener que madurar cuando apenas estaba preparado para ello.
Quizás Patrick, en otro tiempo, en otra vida, no tendría que sufrir el recordatorio constante de que las cosas ya no serán iguales para ninguno de los dos.
Cada cual lidia con la culpa como puede, y pocas veces es hablando: es más fácil callar, más cómodo dejarse llevar, caer en el margen que tan fríamente suele acoger.
Patrick no va a ser el primero que tienda el puente. Pero Lee ya se ha pasado demasiado tiempo en el margen como para saber que no quiere lo mismo para su sobrino.
Probablemente será la única vez que Lee se atreva a no ser un sustituto, sino un padre de verdad. Y vale la pena acompañarle en su tragedia, aunque solo sea por ver cómo es capaz de juntar todo lo bueno que tiene, para que nadie tenga que sufrir lo malo.
Hay veces que un corazón siempre estará roto, y es humano no poder aguantarlo.
Aunque compartirlo pueda ser un correcto camino para curarlo.
El drama de un hombre marcado por la perdida y la tragedia, intentando sobrellevar la vida entre recuerdos de culpa y trámites funerarios, pareciera el viejo tema de sobreponerse ante la adversidad, sin embargo esta película nos muestra que unir algo roto es difícil o a veces imposible.
La historia se narra alternando escenas del presente con recuerdos del pasado que el protagonista evoca al enterarse de la ya esperada muerte de un familiar, sacando del baúl su triste pasado dándonos a conocer paulatinamente detalles sobre su vida y los que lo rodean, incluyendo a su sobrino que con su ímpetu y rebeldía adolescente lo confronta y lo orilla a la reflexión sobre sí mismo.
Casey Affleck brinda una actuación de mucha credibilidad, al interpretar un personaje melancólico y despojado de esperanza, que pareciera haber perdido las ganas incluso de llorar. Un papel muy atinadamente asignado a un actor que no brilla demasiado en su intensidad sino en los pequeños matices y en su capacidad de transmitir con el silencio y la contención de emociones.
Esta contención sin embargo –y ya que el peso dramático cae principalmente en el protagonista–, evita que la historia alcance algún pico emotivo que la vuelva demasiado memorable, no obstante se apega a su propia premisa de mostrar no un drama desgarrador (que lo hace por momentos), sino una historia de digerible amargura. Esta fácil digestión es apoyada por los varios toques cómicos, no en un sentido hilarante sino como frases mordaces que además de hacer llevadera la trama, acentúan un poco el aire triste. Pero tal aspecto demerita ligeramente en autenticidad, varias situaciones y escenas se notan armadas, diseñadas al servicio de un equilibrio, una emoción necesaria o un chiste oportuno, todo además con un guión imbuido por la tipicidad hollywoodense. Pese a esto, la naturalidad con que todo transcurre hace que, si bien no se percibe como una película hiperrealista, sea totalmente eficaz al momento de lograr lo que busca: retratar las difíciles relaciones familiares, conmover con el dolor reprimido, divertir con las situaciones cotidianas o el choque generacional. Sumándole la congruencia de los personajes, todo es un trabajo de consistencia argumental y temática. Por otro lado, la introspección psicológica es escasa y si bien hay emociones profundas, estas son evidentes por la situación, no hay un verdadero ejercicio de análisis o intimación, aunque tampoco hay esa intención. El drama es evidente pero contundente y con eso la cinta funciona a la perfección.
Algo muy positivo es el final, que es totalmente fiel al tono y el sentido del drama, al dejar buen sabor y ser igualmente triste, pero sobre todo al ser un final lógico, sin catarsis cliché ni arcos forzados, dejando –después de un drama que no impresiona–, un toque de realismo que dimensiona el trabajo de Kenneth Lonergan no como un acartonado panfleto esperanzador, sino como un intento de comprensión.