Mademoiselle
Sinopsis de la película
En un pequeño pueblo francés, una mujer (Jeanne Moreau), a quien todos llaman Mademoiselle por tratarse de la profesora del pueblo, provoca una inundación en el establo cuando todo el mundo anda en una procesión. Por otro lado un atractivo inmigrante italiano, Manou (Ettore Manni), despierta en ella un gran interés, al que él no corresponde. Mientras, en el pueblo, los hombres comienzan a dirigir sus miradas a un posible culpable sobre las inundaciones y otros incidentes que han alterado la paz de la localidad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Mademoiselle
- Año: 1966
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
7.1
56 valoraciones en total
Largometraje poco conocido en comparación con otros filmes catalogados como obras maestras , estando estos sobrevalorados por el público. Por esta razón me animo a dejar por aquí mi primer aporte en Filmaffinity.
Volver a ver a la Sta. Jeanne Moreau, después la inolvidable escena en Ascensor para el Caldaso cuando ella caminaba desconsolada por las calles con la música de fondo de Miles Davis, causó en mi mucho asombro porque aquí está totalmente diferente. La Mademoiselle es maldad pura, amargura y odio hacia todo ser vivo.
Los personajes están muy bien desarrollados, el dolor del niño causó más de cuatrocientos golpes en mi corazón. Cada detalle y objeto en la peli tiene gran significado e importancia para la historia.
Otro encuentro agradable en esta caja de pandora al encontrar que el guión fue escrito por Marguerite Duras.
Sigue en spoiler…
La profesora del pueblo, a quien todos llaman a secas, Mademoiselle (Señorita), tiene varios motivos para vivir notablemente resentida: Está muy cerca de los 40 años y sigue irremediablemente célibe. Los moradores la tratan como a una solterona y se duelen de su castidad. Los hombres tienen ojos para cualquier mujer, menos para ella… y el único hombre que le interesa, Manou, un apuesto leñador italiano, es apetecido por casi todas las mujeres y él se acuesta con la que se le antoja, mientras a ella ni siquiera la determina. Para la maestra, es una suerte de héroe cuando lo ve como se compromete en los incidentes que ella misma provoca y que afectan las propiedades de quienes, ahora, siente que odia en el más profundo secreto… y quizás, cada incendio y cada incidente nuevo que origina, lo hace con la mentalidad psicópata de crear una nueva ocasión para poder verlo actuando como un héroe.
La escena de arranque de la película, es clave para entender la moralidad de los habitantes del aquel pequeño pueblo francés y también funciona como metáfora de la realidad social de muchas partes de mundo: Mientras Mademoiselle abre las llaves de un proveedor de agua para provocar una riada, el cura dirige una procesión. Al enterarse de la inundación que se produce en el establo, los feligreses se dispersan deseando ayudar y proteger lo suyo, mientras el sacerdote les reclama que se queden y presiona a sus acólitos para que sigan con él la marcha. Los hombres que íban en la procesión, son los que luego veremos conspirando contra el inmigrante italiano a quien, sin prueba alguna, quieren culpar de los insucesos para sacarlo del camino, ya que lo odian por su éxito con las féminas… y unos guantes negros contrastarán con la cruz como símbolos del bien y el mal. Pero, en definitiva, ¿dónde está el bien y dónde está el mal?
Esto, es lo que tendremos que entrar a decidir en una historia sorprendentemente brillante que no nos la pone nada fácil, habiendo despertado, por esto, toda suerte de prejuicios. ¡Hasta se la ha tildado de diabólica! ¡Por Dios!
Quien escribió la historia, Jean Genet (1910-1986), fue un eterno rebelde contra la sociedad de su tiempo y contra lo que consideraba hipócrita y obtuso. En sus escritos, que le merecerían toda suerte de censuras y epítetos descalificadores, llega al punto de considerar que, los delincuentes acceden a lo absoluto a través del mal, y en este orden de ideas, Mademoiselle podría verse como una suerte de instrumento castigador de una comunidad que se mueve cada día entre la amoralidad, la ligereza y la más falsa religiosidad.
Aunque, por razón desconocida no se le dio el crédito en la película, el guion se le atribuye a Marguerite Duras, la gran escritora francesa de quien, el director Tony Richardson, adaptaría seguidamente El Marino de Gibraltar. Y Genet como Duras, son dos apellidos que, entre los intelectuales, suenan a desmitificación, tradiciones al cesto de la basura, y compromiso absoluto con la libertad de pensamiento.
Vale la pena tomar en cuenta que Manou (de Manu), es un nombre que, en sánscrito, define al Hombre (Man en inglés), el ser pensante e inteligente al que se le dio el poder superior sobre la tierra. El Manou de MADEMOISELLE, es un hombre servicial, laborioso y preocupado por Bruno, el hijo adolescente al que le ha tocado criar tras la muerte de su esposa y el cual, quizás llegue a saber mucho más que el resto de los pobladores. Manou podría ser el bien que seduce y que despierta repulsa en los malvados. Mademoiselle se ha encarnado en el mal y pretender poseerlo quizás sea su forma de destruirlo… aunque es bien seguro que preferiría amarlo.
Una gran actuación de Jeanne Moreau, quien está aquí perfectamente ajustada a su papel, y con MADEMOISELLE, Tony Richardson confirma, una vez más, que tenía talento para dejar muy en alto al arte cinematográfico.
Título para Latinoamérica: FUEGOS DE VERANO
428/37(31/12/20) Perturbador drama franco-británico dirigido por Tony Richardson bajo un guión escrito por Marguerite Duras basado en una historia de Jean Genet, en lo que es un malsano thriller malsano psicológico, con brotes de terror gótico, donde se hace una radiografía insidiosa contra la sociedad puritana, contra la represión sexual, contra la xenofobia, contra la hipocresía reinante en nuestra naturaleza, con efluvios al cine de Luis Buñuel con su Viridiana, donde los animales son una constante, entrelazando los símbolos y liturgia cristiana con lo perverso (los animales son uno de los mantras buñuelianos y aquí son muchos, los huevos, la serpiente, el conejo,…), ello dejando destellos de imágenes y secuencias de enorme impacto visual, gracias a la fenomenal labor den cinematografía de David Watkin (Carros de fuego o Memorias de África) en glorioso b/n, con cámara fija, donde se combina lo pérfido con lo lírico, donde el bucólico bosque representa todo lo bello saboteado por la maldad humana, donde no hay música, son los sonidos diegéticos los que hablan. La potencia estética queda realzada por el hecho de que los diálogos son pocos, dejando que los fotogramas hablen por sí solos, dejando al espectador como ente inteligente capaz de juzgar lo que ve sin que se lo den masticado. Y donde la parisina Jeanne Moreau da una de sus mejores actuaciones con esta retorcida femme fatale, una sociópata velada, que vive una dualidad de carácter, en su escaparate un ser virginal, una solterona de vuelta, dura profesora, y en la trastienda un demonio que hace pagar al pueblo cual las siete plagas de Egipto (otra vez lo bíblico), con fuego, inundaciones, envenenamiento, etcétera, su deseo sexual pudoroso, ella subrepticiamente se pone en paralelo al famoso psicópata infanticida Gilles de Rais (1405- 1440).
La película comienza de modo cautivador a la par que desconcertante, pues estamos en medio del campo y vemos una procesión católica por cruzando un prado, y por otro lado vemos a la que será la protagonista (Jeanne Moreau), vestida de riguroso negro abriendo unas compuertas que hacen de dique a un rio, cuando el agua corre inunda el pueblo, situando ya desde el inicio a Mademoiselle (todas la llaman así, y nunca sabremos su nombre) de pérfida villana. Entonces dan la voz de alarma a las gentes que van en la procesión y las personas marchan a salvar enseres, mientras el cura reprende a los feligreses por abandonar sus deberes cristianos (beatos estos que se convertirán en bestias en un linchamiento, reflejando la hipocresía religiosa) en lo que es un ácido ataque al egoísmo del clero (atomizado es cuando el sacerdote comenta: Algunos están llamados a una vida de sufrimiento, y una mujer le responde: Parece que olvidas que te hago la cama! ). Tras esto vemos a Mademoiselle pasa junto a un manzano y se hace una corona con las flores del mismo, la ve un viejo y comenta sarcásticamente: en una niña lo llamaríamos ‘flor de novias’, ahora esa rama nunca dará manzanas, proyectando la visión de los pueblerinos de la mujer, y por ende de cómo esto puede ser el origen de su repudio a los lugareños, a ella esto se lo dice el hombre mientras acariciaba unos huevos de codorniz de un nido, y como gesto de rabia los aplasta con sus manos (quizás un gesto freudiano de castración?).
Ella tiene un ritual de resonancias católicas que precede a sus actos de maldad, comienza por ponerse cinta adhesiva en forma de cruz en los pezones, se viste de riguroso negro, poniéndose unos guantes negros de encaje, zapatos de tacón alto, se recoge el cabello, se pinta con mimo los labios, escoge con cuidado su ‘arma’ (bien sea una caja de fósforos, o una cápsula de veneno), tras lo que se mira en el espejo (buscando la trascendencia de sí misma), y sale cual si fuera a una procesión de Semana Santa, donde por fuera refleja luto solemne y por dentro hay una víbora a punto de escupir su bilis, ello en contraste claro con el evocador y pastoral entorno. Admirando en modo éxtasis su ‘hazañas’ de malevolencia. Además de ser maestra local, tiene un trabajo secundario como mecanógrafa en la gendarmería, donde redacta lo que ella misma ha hecho en el anonimato, participando del circo de sospechas, erigiéndose en un principio en defensora del italiano, en lo que parece un juego perverso de su superioridad moral sobre estos ‘paletos’ a los que manipula a su antojo. Ejemplo es como habla a su alumnado sobre el criminal francés Gilles de Rais, deleitándose con la historia de su destreza como pirómano, cuando en realidad está hablando de sí misma.
Mademoiselle es una mujer madura, a la que todos tratan como solterona y casta. Ella se sien te atraída por un forastero italiano llegado al pueblo, un apuesto y fornido leñador, Manou (Ettori Manni). Pero el ‘semental’ transalpino es un lujurioso que tiene a varias mujeres del pueblo, ante la celosa mirada de Mademoiselle. Entonces ella (que comienza por azar con el fuego su periplo de plagas) se arranca a ser un ‘demonio’ que hará pagar al pueblo su dolor por no poder tenerlo, inundando, quemando, envenenando al pueblo, además estos avatares le sirven para alimentarse de modo excitante viendo al italiano cual héroe metiéndose en ‘el ojo del huracán’ para ayudar a los lugareños, y es que ella lo espía furtivamente, incluso mientras corta árboles o duerme plácidamente sobre el campo. Ella es el mal que intentará poseer al libre y despreocupado alma (y cuerpo) de Manu, esto reflejado de forma turbadora cuando los dos se conocen, y él saca su ‘mascota, una serpiente que al darle la mano a ella se enrosca entre las dos manos, incisivo mensaje sobre el fruto de la tentación ofrecido por el demonio.
Se abre el telón y aparece Jeanne Moreau haciendo hijaputeces a sus convecinos de un pueblecito rural. Se cierra el telón y Moreau sigue mirando a cámara, sonriendo mientras se acerca a contemplar su obra, tras escuchar un sonido procedente del campanario. Parece Mademoiselle una obra filmada por el mismísimo Satán, que juega a ser espectador y a manejar los hilos de una impresionante Jeanne Moreau, que no interpreta, vive.
Tony Richardson es simplemente una pieza más en el juego del señor del averno. Pero menuda pieza. Cómo filma y selecciona encuadres, cómo es capaz de extraer la fuerza de cada elemento del escenario, de cada detalle. Pero el verdadero genio aquí es David Watkin, cuya fotografía no sólo insufla de energía al relato sino que lo ensucia, lo hace más diabólico, utilizando un blanco y negro repleto de claroscuros, empleando la luz para crear imágenes poderosas y memorables. No es difícil pensar en un Tarkovsky en las imágenes de más fuerza de Mademoiselle , una película que parece que carga el mismísmo demonio y que habla de la represión sexual, de los celos y del daño que se puede hacer sin reparar (ni interesarse) en las consecuencias.
Moreau vive y respira a su Mademoiselle. Ettore Manni hace ésta tenga calores, que se pase la lengua por los labios y se libere un pecho. La perra se convierte en loba. Y aulla, tan alto, y con tanta fuerza, que las consecuencias no encuentran los límites. Tony Richardson filma (Satán mediante) una de las películas más endiabladas que he visto. Tan ambigua y abstracta como el propio amor atrapado en un corazón que se abre por primera vez la pasión. Michael Haneke la habría firmado sin dudarlo. Inmensa.
El personaje de Jeanne Moreau lleva un infierno ardiendo en su pecho. Los modales, las buenas costumbres, la prudencia, la castidad. Aquí el sexo reprimido deriva en incendios provocados, inundaciones, envenenamientos. Jean Genet lanzó un escupitajo (igual de rabioso que el que proyecta el chaval del film en el desenlace) a la moral de esas sociedades provincianas, pacatas e hipócritas que refleja la película.
Delicioso cuento cruel adaptado, con su personal estilo analítico, por Marguerite Duras, Mademoiselle es otra inmersión en los abismos de la psique humana, un análisis sobre la inhibición de nuestros propios deseos y como dicha inhibición puede engendrar verdaderos monstruos. Por debajo subyace una búsqueda desesperada de la felicidad, enfrentada al corsé de una corrección política castradora, sumamente oscura. Le pierde a veces un simbolismo demasiado fácil, pero el retrato de personajes es exacto y certero, puro veneno.
Tony Richarson coloca la cámara en puntos muy concretos y, sobre todo, a una distancia muy determinada, demostrando que aquello de Godard de que un travelling es una cuestión de moral es absolutamente cierto. La hermosa fotografía de David Watkin, plagada de claroscuros, termina de dar forma a este relato de autodescubrimiento que culmina con uno de esos desenlaces dolorosos que cuesta olvidar.
Abucheada en Cannes el día de su estreno y hoy casi olvidada, merece sin embargo una reivindicación.
Lo mejor: una fascinante y odiosa Jeanne Moreau.
Lo peor: aburre un poco.