Louis Lumière (TV)
Sinopsis de la película
Documental sobre Louis Lumière, el gran pionero del mundo del cine. Está dirigido por Eric Rohmer, uno de los directores más importantes de la Nouvelle Vague. Los entrevistados son Jean Renoir y Henri Langlois (ángel protector del cine y fundador de la Cinemateca Francesa), quienes reflexionan con lucidez y pasión sobre el séptimo arte.
Detalles de la película
- Titulo Original: Louis Lumière (TV)
- Año: 1968
- Duración: 66
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Opinión de la crítica
Película
7.5
48 valoraciones en total
Esta antiguo documental extremadamente didáctico —en el mismo y buen sentido de la palabra que se aplica a la también experiencia televisiva de Rossellini, aunque en su caso fuera, inversamente, como culminación de su carrera— se centra en el estudio de Louis Lumière, quien óbviamente por todo amante del cine recibe el culto destinado a los padres fundadores. Sin embargo, aquí no se indaga en los aspectos técnicos que hicieron posible la creación del cinematógrafo, sino en la reivindicación del inventor en su condición pura de cineasta , es decir, en la posesión, seguramente intuitiva pero no por ello menos real, de un sentido específico de la puesta en escena, que se revela sin necesidad de montaje ni cambio de planos.
Los responsables de hacernos caer en la cuenta de esto son Jean Renoir y Henri Langlois, el mítico fundador de la Cinémathèque. La verdad es que basta oír unos minutos a Renoir para pensar que en una cena con él, uno aprendería más de cine que con todos los libros juntos que ha leído. Las disquisiciones que ambos lanzan se convierten, pues, en una impagable meditación sobre los mecanismos del arte: la realidad, la representación, la creación…
Coherentemente con su forma de entender el cine, sencilla y funcional, Rohmer busca la esencia con los mínimos elementos. Una habitación con dos butacas para los entrevistados, alternándose con visionados de films de Lumière —que por sí mismos ya resultan altamente interesantes—. Oímos su voz interrogando, pero ni una sola vez le vemos (igual que en su cine el plano muchas veces corresponde al que escucha) para centrar todo el interés en las figuras de los entrevistados, filmados en planos medios pero con ligeros zooms de acercamiento. Quizás el único pero es que se desaprovecha la ocasión de tener a estas dos figuras juntas para generar un debate entre ellas, y el resultado más bien se asemeja al de dos entrevistas independientes.
Finalmente, una reflexión. Podría pensarse, maliciosamente, en un cierto chovinismo de esta propuesta (un francés que habla con dos franceses sobre otro francés), aunque creo que la talla intelectual de los participantes sortea este peligro. De todas maneras, sería aconsejable que en un país como el nuestro, con tanto gusto por la amnesia (sólo hay que ver la urticaria que provoca en ciertos sectores la expresión memoria histórica ) tomásemos nota. Documentales así podrían y deberían hacerse aquí para no olvidar y homenajear a pioneros tan importantes como Fructuós Gelabert o Segundo de Chomón, entre otros. O, por cambiar de registro, cualquier espectador puede recitar los nombres de los actores españoles que en los últimos quince años han marchado a hacer las Américas, sin embargo, sigue siendo un ilustre olvidado y en absoluto reivindicado el mallorquín Fortunio Bonanova, quien, desde la humildad de pequeños papeles, trabajó ya en los cuarenta con los más grandes: Welles ( Ciudadano Kane ), Wilder ( Perdición ), Ford ( El fugitivo )…
Se abre el telón y aparece Jean Renoir (1894-1979), con su cabeza redonda de luna sabia y bonachona. Hay más cine en las arrugas de su rostro que en la filmografía entera de muchos cineastas. Sus palabras rezuman entusiasmo, sensibilidad, conocimiento. No concibo mejor oficiante para esta ceremonia de amor al cinematógrafo que nos presenta Éric Rohmer.
Detrás de la cámara, el propio Éric Rohmer (1920-2010), que sabe mantenerse –igual que en sus largometrajes de ficción– a la distancia justa.
El tercero en concordia no es otro que Henri Langlois (1914-1977), con su aspecto de Cyrano turco y desgreñado. Cofundador (con Georges Franju y Jean Mitry) de la Cinémathèque française, su empeño en conservar y restaurar películas de celuloide es proverbial. Era la oveja negra de mi familia. Amaba demasiado el cine.
Louis Lumière es la celebración del culto a una forma de arte. Cada uno de los parlamentos de sus protagonistas –muy especialmente los de Jean Renoir– constituye una homilía sentida y verdadera del cinematógrafo. Pero cuando Éric Rhomer inserta uno o varios cortos de Lumière (o de los operadores de Lumière, como puntualiza Henri Langlois), sentimos un escalofrío que nos cala hasta la médula. En ese silencio, reverencial y puro, palpita el cine de los pioneros.
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Jean Renoir, como el cinematógrafo, nació en París. Igual que ese invento sin futuro, probó fortuna en Norteamérica. Finalmente, murió en Beverly Hills.
[Texto publicado en cinemaadhoc.info]