Los padres terribles
Sinopsis de la película
Pasión, lucidez y fatalidad son las claves de este drama moderno con tintes de tragedia griega. Yvonne, una mujer enferma, ignora a su marido concentrando todo su amor en su hijo. Cuando éste le anuncia que va a casarse, resultará que su novia es la protegida de su padre…
Detalles de la película
- Titulo Original: Les Parents terribles
- Año: 1948
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.9
75 valoraciones en total
Los padres terribles es cine de autor, un autor que se daba a las otras artes, y que en cine produjo obras tan hermosas como La bella y la bestia. Jean Cocteau, quien firmaba tal cual sus películas de puño y letra, desarrolló una más que interesante carrera cinematográfica. Dejando al margen los elementos fantásticos de otros de sus trabajos, en Los padres terribles maneja unas formas diferentes. Con su actor fetiche Jean Marais y la rubísima Josette Day, Cocteau construye una fábula moral en el que copa el protagonismo el papel de la familia como elemento unificador-destructor y sus consecuencias.
Destacan estos temas: las relaciones más que familiares entre madre-hijo, el papel del marido como desencadenante del conflicto de la trama, la familia entrometida y la dificultad de amor para sobresalir sobre todo ello. Y lo mejor, Cocteau lo consigue con sólo cinco personajes. Cómo: un guión certero, unas interpretaciones (los tres maduros, espléndidos cada uno en su rol) magníficas y una dirección que, lejos del dogmatismo, dota a la película de una agilidad a prueba de bomba.
Y que sea una película de 1948 no debe dar lugar a pensar que es una obra de qualité francesa. Para quien así piense, le diré que más bien es una película bastante moderna. Y no me gusta usar esa palabra para darle el realce que tiene Los padres terribles. Su puesta en escena merece ser alabada: la mayor parte del tiempo la acción se desarrolla en la casa de esos padres, terribles en verdad pero muy solos. Muy solos. Sobre todo ella. Que la madre, enferma, se refugie en su habitación con el solo consuelo de su hijo de 22 años da una idea. Y qué decir de la tía que se apega a esa familia. No hay claustrofobia, sin embargo. Ni tampoco peca de teatralidad. La película se sigue con verdadero interés. Que una historia de esas características haya sobrevivido al paso del tiempo tiene su mérito. No pasa con otras incluso más recientes. Reconozcamos, pues, al Jean Cocteau del cine.
Un magnífico enredo con un final teatralmente dramatizado. Se demuestra que no hace falta mucho para realizar un film interesante y original… ingenio que solo tienen algunos maestros. Debido al género al que pertenece no puedo ponerle mejor nota.
Del polifacético Jean Cocteau no podía salir nada malo, escritor ( Le Potomak , 1919…), poeta ( La lampe d´Aladin , 1909, Gondole des morts , 1959…), dramaturgo ( Le bel indifférent, 1940, Paul et Virginie , 1968…), pintor y cineasta ( Le sang d´un poète , 1930, La Couronne Noire, 1951…). Un ser, dicen, indisciplinado y rebelde , solía crear bien puesto de opio, aunque no voy a juzgar esto… el drama de la muerte de su gran amor también queda plasmado en su obra.
Ya os contaré sobre Los chicos terribles …
Les parents terribles es una película extraña. Es probable que, para aquellos que se acerquen a verla desde un conocimiento mayor que el mío de una personalidad artística como la de Jean Cocteau, la película resulte mucho más coherente y comprensible.
Conocía que Jean Cocteau también se había dedicado a otras artes tales como el teatro ó incluso la poesía. Pero esa culturilla mía sobre él director, en la medida de su absoluta limitación, resulta insuficiente para valorar adecuadamente la propuesta cinematográfica de Les parents terribles.
Ese desconocimiento sobre el polifacético genio francés hace que la película empiece pareciendo un vodevil, bastante ñoño y con complejo de Edipo incluido, con un Jean Marais totalmente desencajado del papel, interpretaciones más teatrales que cinematográficas y algunos gags tontos hasta dar pena (véase sino la escena de la mesa y su parte plegable). Pero dije antes, pareciendo, porque la verdad es que aquí nada es lo que parece.
Ese vodevil en el que el azar justifica su nombre se va encaminando casi sin darnos cuenta hacia el drama culminando con la frase de la tía Leo: No se si es un drama ó un vodevil pero es una obra maestra y ese tránsito desde la ranciedad a la dureza se va jalonando de unos diálogos sin desperdicio. Los que hayan visto la película reconocerán que la frase final relativa a la asistenta es buena prueba de lo que acabo de decir, frase que al cerrarse deja abierta una serie de interrogantes que después de bajarse el telón y finalizar la proyección aun bailan en nuestra cabeza mientras que, con cara de tontos, nos preguntamos ¿Pero que ha pasado aquí?.
Tal vez, un experto en Cocteau encuentre la totalidad de la obra del genio francés absolutamente coherente y es muy pero que muy probable que también le encaje Jean Marais en el papel de Miguel. A este que les escribe le sorprendió muchísimo al principio. Luego, con suficiente información sobre vidas y milagros tanto del director como del actor, acabé comprendiendo….
Y terminaré con la gran sorpresa de la jornada. Sorpresa para quienes, como yo, nos acercamos de puntillas y muy escasamente al cine francés. La actuación de Gabrielle Dorziat es absolutamente magistral y poco a poco, en la misma evolución de la película, hace que vayamos dejando de ver a la típica tía solterona sentada como una Penélope sin esperanzas en un banco del andén para dejar paso a la mujer fuerte al servicio de los demás. ¿O a su propio servicio?. Este es sin duda el gran interrogante que me dejó la película. Película que Cocteau dirige con maestría plenamente cinematográfica (hay encuadres de cámara francamente buenos) sin renegar, eso si, ni de sus experiencias teatrales ni del origen plenamente literario de su obra.
Recomendable sin ninguna duda.
Les parents terribles mezcla vodevil y tragedia en una, aparentemente, rígida estructura teatral de dos espacios y ausencia de exteriores. Texto teatral que, pese a todo, es adaptado con preocupación cinematográfica.
Cocteau rechaza los mecanismos clásicos de oxigenación fílmica (movimientos de cámara, espacios abiertos, etc.) y opta por lo contrario: acceder a una escala reducida de primeros planos y detalle abigarrado (composición del encuadre, jungla de objetos, arbitrariedad en la disposición de rostros en escorzo, barrido borroso para indicar la conducta mental del frenesí de la llegada del hijo, distribución de cuerpos que obstruyen el cuadro en un efecto que insinúa cierta sensación de falta de ventilación psicológica, etc).
El efecto indiscreción (impunidad, en palabras del director) es descarnado y cinematográfico. Se multiplica un barroquismo de mosaico donde el fragmento despliega su cualidad dramática y psicológica. Esa opción aleja la película de un estilo invisible y natural para que el plano sea una cuestión moral (* ejemplos en la zona spoiler).
Son fragmentos estructurales de un drama que late –excediendo la evidencia aparente del texto– en la forma de tratar los escasos y pequeños espacios. La intención en ese sentido asoma desde el inicio. Al retirarse el telón que introduce la película nos sorprende un plano detalle de microscópico efecto (aparece de pronto, sin transición convencional). Es la reivindicación de una cámara que rasga la privacidad desde el primer plano. La puesta en escena no es únicamente disposición de un escenario neutro o mimético. Cocteau reconoce así que la perspectiva rectora es la de la cámara (ergo, la del autor cuya voz cierra la función), no la de los personajes. Ni siquiera la del narrador en sentido invisible, sino la de un autor como demiurgo del exterior de la escena y del interior de los personajes. Autor que ejerce la clausula de libre disposición de los elementos de su drama hasta llegar al tuétano de los fines que persigue.
El sujeto de la adaptación no es el argumento de la obra, sino la obra misma en su especificidad escénica (André Bazin).