Los límites del control
Sinopsis de la película
Un hombre misterioso, desconfiado y solitario (Isaach De Bankolé) que vive al margen de la ley y lleva siempre un violín bajo el brazo, llega a España con la intención de terminar un trabajo. En su camino se cruzarán los más peculiares personajes.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Limits of Control
- Año: 2009
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
5.9
42 valoraciones en total
Nuestro hombre se viste de azul, cubriendo su cuerpo enjuto con la pátina de la seriedad que le otorga el traje. Sus movimientos son pausados, seguros, su hablar es confiado, receloso, sus ideas son claras como un día de verano: dos cafés en tazas separadas y nada de sexo con la de las tetazas, que no es lo mismo, pero viene a ser parecido. Todo en esta cinta tiene un propósito, aunque Jim nos lo oculte durante casi todo el metraje. Como es habitual en él, deja que el film respire y tome conciencia de sí mismo, al igual que hace Isaach de Bankolé, cuyos ejercicios de respiración, a pesar de lo que pudiéramos pensar, no son tanto espirituales como puramente físicos. The Limits of Control resulta ser una sucesión de eslabones iguales, pero distintos a nuestros ojos. Al cinéfilo le resaltará especialmente el eslabón de Tilda Swinton, al melómano el de Luis Tosar, al adicto al opio el de Gael García, al físico convencido el de Youki Kudoh… pero, al fin y al cabo, todos ellos resultan ser cimientos de una misma búsqueda. Una búsqueda seria, la más seria que recuerdo, como así nos lo hace ver el héroe de la película. Héroe merecido y sin paliativos, puesto que acaba salvando lo más grande que jamás se haya tenido que salvar en una película. Y eso que salva es aquello que nos hace únicos, aquello que nos define como humanos y que a muchos de nosotros aún nos mantiene respirando en esta vida huérfana de sentido: la cultura. Y más que la cultura, el afán por aprender. El ansia por rebasar nuestros sentidos, por preñar nuestro deleite en favor de una habilidad, de un arte que sublime el conocimiento, que nos haga recordar que el hombre empezó a ser hombre desde el momento en que empezó a trascender su muerte. Mientras tanto, se nos muestra España como nunca antes: un Madrid de graffitis en las esquinas, una Sevilla de azulejos sucios, una Almería de polvo entre matorrales secos. Y por encima de todo, el español como lengua paradigmática de transmisión de la cultura. De hecho, no es descabellado pensar que el personaje de Isaach represente la figura del nuevo conquistador. Como digo, el asunto es serio. Y como nunca antes hubiera esperado, el maniqueismo resulta aquí necesario y hasta esperanzador, aunque no evidente. No sabemos quiénes son los buenos ni quiénes los malos hasta el final, pero sólo porque nuestra mente narrativa, influenciada por las convenciones del género de espías, presupone una búsqueda material y un trabajo de sicario. Y sin embargo, nada más alejado de la verdad.
Siempre existe el riesgo, al ver una película de pretensiones artísticas, de que la buena intención del espectador se filtre en la opinión racional que éste emite: menuda puta mierda -pensará el susodicho- pero, joder, no será que el director querrá decir…cualquier cosa . Parece, o puede parecer una estupidez. Lo es, aunque depende del día. Los hay en que la incapacidad para empatizar con el ansia de permanencia del creador es tal, que simplemente te dejas llevar. Lamentablemente, esos días se dan más que sus inversos. En fin, ¿no podemos matizar las votaciones? no se, dar otras posibilidades entre el cuatro y el seis.
El problema de Jim Jam, aquí, es, pese a todo, la complejidad. Quiere decir algo más complicado de lo que ha pretendido explicar en entregas anteriores. La foto es magnífica, sí, el plano ante la ventanilla del tren con los molinos y el cielo detrás perfora lo onírico, pero ¿y qué?… Cómo dice el de arriba, para eso me voy a ver cuadros.
Hay un problema: de la misma forma que una madre se convence de que su hijo es el más guapo entre los hijos, un señor va a ver the limits of control y se convencerá de que le han tomado el pelo. En el segundo caso, la conciencia habilitará un espacio a un malvado desasoiego. ¿No será que no la he entendido? ¿no habrá querido decir tal…?
Olvídelo, es una espiral sin fin y usted tiene cosas mejores que hacer (como ver el sueño de sus ojos).
Complejidad. Ambigüedad. Subjetivismo. No hay más. Los que esperaron y esperan una cinta de suspenso en todo su rigor y clasicismo les sugiero que se pongan a Hitchcock, y no, no saldrán ni aburridos, ni decepcionados. No echarán una siestecita. Ni acabará con los límites de su paciencia. Tampoco es recomendable para aquellos aficionados que no conocen a profundidad la obra de Jim.
Porque ojo, yo no la recomiendo. Como tampoco recomendaría un libro de Hanif Kureishi o Carlos Castaneda, un disco de William Elliot Whitmore o Bill Callahan, un tequila reposado de Guadalajara o peyote fumado visto en esencia como el vertiginoso sentido de posibilidad. No señores. Estamos ante una obra irrepetible, contundente y polémica.
Y es que como ha evolucionado mi Jarmusch. Con mucho sigilo y prudencia. De tonos relajados y luminosos. Con todos sus excesos. Virtudes que resultan ensalzadas una vez pasadas por el filtro de ese arte con número siete. Con su peculiar humor excéntrico. Con aquellos juegos que pese a que pueden desorientar cual novato, anuncian una férrea y soberbia imaginación.
Para obras de este calibre hace falta desprejuiciarnos de todo adjetivo que nos lleve al lugar común, al cliché. Aquí sobra lo típico, impera la esencia, preserva la ilusión sobre la realidad. No olvidemos que una imagen o un silencio valen más que mil palabras. Por todo ello el filme es imbatible. Los límites del control es poesía, un mundo de ensueño. Cachetada con guante blanco a las pelis de temática similar que nos ofrece Hollywood. Es hermética, descomunal y circunspecta. De aires solemnes y entrañables alusiones de que en el cine, todo se vale.
La cinta de Jarmusch se antoja madura e insuperable. Obra Maestra del subjetivismo. Un canto de esperanza para aquellos que nos sentimos exiliados en una sociedad que apesta a costumbrismo, ignorancia y máscaras. Aquí el talento rebasa lo hermoso, lo efímero. Permanecerá y pasará a los anales de la historia como una película de aguas turbulentas de corazón bravío y aventurero. Valiente. Maldita. De amplitud inmortal y poesía rebelde infernal y eximia.
No olvidemos que como bien se apunta el cineasta, el universo no tiene centros ni esquinas.
La realidad es arbitraria.
Decía aquel eslogan publicitario de Pirelli: la potencia sin control no sirve de nada . Pues bien, en esta ocasión Jarmusch ha puesto el coche en marcha, lo ha dejado en ralentí y lo ha despeñado -ni él sabe por dónde.
Me explico. Por lo visto, el tito Jarmusch está un poco quemado (incluso resentido) con las altas esferas de poder y su desafiante y prepotente visión del mundo. Correcto. Pero no se le ha ocurrido mejor manera de abordar el tema que a través de eternos planos fijos y patéticos juegos de palabras, resaltados desde la más cansina de las redundancias (…a ello hay que añadir el cursillo gratuito de Tai Chi acoplado a la historia).
En definitiva, un tostón limitado en ideas e incluso pretensiones donde el control está más bien en manos del espectador, que por su bien debiera no dejarse seducir por la -efimerísima- presencia de algunas estrellas internacionales y patrias.
Aunque es evidente que la estructura superficial de esta cinta es más propia de una peli de espías, me gusta más pensar que lo que ha hecho Jarmusch aquí ha sido crear su propio superhéroe. Aunque ni vuela, ni lanza telarañas, ni tiene fuerza sobrehumana.
Debajo de su fachada hermética y silenciosa (no olvidemos que es el ideal de Jarmusch), el único superpoder que posee es el de la imaginación. En la realidad no es gran cosa, en la ficción lo es todo. Para salvaguardar a los músicos, cineastas, científicos, bohemios y drogadictos, es el superpoder idóneo*.
No viene a salvarnos a nosotros, entonces, sino al arte. Y para hacerlo hay que eliminar a la realidad. Sin armas, sin fuerza, sin planes estratégicos. Sólo con una simple cuerda de guitarra. Con arte.
Sin embargo, aunque la misión acaba en la película y nuestro héroe (bueno, el del arte) guarda su traje y se pierde en la realidad, el objetivo no está cumplido. Jarmusch configura su particular lienzo en blanco, su elogio al arte por el arte. El concepto está perfectamente conseguido, su ejecución no. Su universo de variaciones, diálogos marcianos y hermetismo interesa (a ratos), pero no cautiva. Convence, pero nunca emociona.
Y es que para que el arte mate a la realidad no basta con el lienzo. Necesita que lo rellenen.