Los ilusos
Sinopsis de la película
Los Ilusos es una película sobre el deseo de hacer cine, o sobre lo que hacen algunos cineastas cuando no hacen cine, sobre perder el tiempo y el tiempo perdido, sobre conversaciones, borracheras, comidas y rutinas, sobre los paseos al salir del cine, sobre estar enamorado, sobre estar solo y estar con amigos, construyendo futuros recuerdos para una película futura.
Detalles de la película
- Titulo Original: Los ilusos
- Año: 2013
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
6.4
63 valoraciones en total
El aire a un proyecto fin de curso. Buen rollo, todo alternativo y moderneces de citas de unos y otros, cuanto más raros mejor. La trascendencia no puede faltar, aunque todo quiera ser espontáneo.Y todo eso para dar una sensación. 90 minutos. Con unas historias apenas nada y unos personajes de lo más vacío que huelen a película francesa de las malas. El aburrimiento es el resultado. Para familiares y poco más.
Entro en la sala con ilusión a ver la siguiente película de Jonás Trueba. Una ilusión que me había generado su anterior película Todas las canciones hablan de mi.
Jonás Trueba ratifica con Los ilusos algo que ya demostró en su primera película: no todo está perdido, hay esperanza, talento y un amor al cine que conmueve. Buscar diferentes maneras de distribución, innovar, pensar soluciones para el futuro….pero sin olvidar el pasado. Porque a J.Trueba le corre el cine por las venas. Sabe a clásico. Y es imposible no pensar en Godard y en la nouvelle vague.
Y piensas si el público de hoy está preparado para este cine…. e incluso si los jóvenes sabrán quién es Gogard.
Pero Los ilusos te hace tener esperanzas, te recuerda lo hermoso que es Madrid y lo poco que lo valoramos. Y una voz en of te dice que Desde que se inventó el cine vivimos tres veces más. Vivimos experiencias que no viviríamos de otra manera, aprendemos cosas y sobre todo ahorramos tiempo
Y entre cintas VHS salimos del cine mirando hacia el futuro y sonriendo a la vida. Porque se hace buen cine en españa. Y el apellido Trueba sabe bastante de eso.
Al igual que algunas películas de Philippe Garrel, la película Los ilusos narra una historia sencilla de unos muchachos algo atribulados que llevan una vida común y corriente por alguna gran ciudad, todo filmado en blanco y negro y con un cierto aire amateur, pero en un momento toda la historia relatada parece una filmación de una película, algo que provoca extrañeza y todo eso.
El problema para mí reside en: si ésta película pretende ser sencilla y natural no puede ser tan pretenciosa, no puede apelar a las frases ilustres, no puede decir esas citas tan rimbombantes y sentenciosas, tratar de abarcar mucho es su mayor problema, porque se supone que esta película esta diseñada para algo totalmente opuesto al alarde.
Me parece que el director en todo momento cuenta mas de lo que transmite, se vuelve discursiva, muy racional, se olvida de transmitir las emociones de sus personajes, sus tristezas, sus angustias, sus miedos, sus depresiones, sus amarguras, hubiera sido preferible que supieramos menos cosas a cambio de sentir más cosas, sin importar que la película se vuelva un poco aburrida y repetitiva. No logra darle a su película esa atmósfera más oscura, sombría o turbia.
Los personajes en ningún momento me contagian sus cuitas personales, por lo menos el director hubiera copiado bien al Garrel, le hubiera dicho a su personaje principal que se deje crecer el pelo y que lo lleve sucio y despeinado y que tenga mas ojeras y a las chicas que no parezcan tan saludables.
A Jonás Trueba la pasión por el cine le viene, sin duda, de familia. Sobrino de David e hijo del oscarizado Fernando, era más que evidente que este aún joven realizador seguiría los pasos de sus más insignes familiares, guardándose un as en la manga para demostrar, más pronto que tarde, no solo el amor que le procesa al séptimo arte del que tantos años lleva mamando, sino también homenajeando a su propio padre por su labor y sus enseñanzas. Un homenaje iluso.
Su film iniciático, Todas las canciones hablan de mí, ya nos anticipaba y nos revelaba a un cineasta degustador de miniaturas y detalles, introspectivo y poético, absolutamente enamorado de una ciudad: Madrid. A través de su película, nos acompañaba de la mano por los rincones más bellos y enigmáticos, por sus misteriosas calles, por sus puentes. Fotografiando cada porción de ambiente y de rutina con fogosa debilidad y sirviéndosela al espectador para que también pueda impregnarse de su candoroso viaje. La propia portada del film bien podría hacer alusión directa a Manhattan y el homenaje personal de Woody Allen.
Esta película presentaba las bases de un cineasta comprometido, de mirada serena y nostálgica, reflexivo a la par que servidor de un bien mayor que el de entretener audiencias a través del celuloide. Trueba ha mantenido y pulido con madurez estos planteamientos y nos ha regalado con Los ilusos un pequeño canto de amor extremo al cine y a todos los que lo disfrutamos tanto como él.
Los ilusos supone una crónica vital, ligera y experimental, no tanto como tributo al cine sino como la acción de hacer cine. Sobre cómo pasa la vida a nuestro alrededor, trayendo desesperanzas, alegrías, borracheras y enamoramientos fugaces, mientras un puñado de locos artistas, viviendo en periferias geográficas y creativas, creen que su talento les dará de comer. Jonás Trueba, por lo tanto, parte de una premisa de desencanto para realizar esta película. Argumenta que cada día que pasa resulta más difícil y frustrante abrirse camino en este área, siendo cada vez menos las esperanzas depositadas y las glorias recibidas. Este sentimiento de frustración e impotencia actúa como cadencia en un relato en el que un precioso blanco y negro registra todo aquello que una película convencional asumiría e igualmente desecharía: los constantes tiempos muertos de un rodaje y de nuestra vida, los momentos vacíos, los paseos en busca de una inspiración que no llega, el martirio, la ausencia. La vida.
Manifiesto de la imperfección y la espontaneidad, sin guión ni preparación de producción. Cine arrojado a la deriva artística y flanqueado por una absoluta libertad de expresión respetando, qué duda cabe, referencias y alusiones cinematográficas, más como crítica que como elogio. Crítica ante el sentido de perfección en la ilusión metafílmica, ante el distanciamiento de la vida el pos del lujo del espectáculo, ante lo convencional y previsible que, de tantas veces visto y oído, ya no aporta absolutamente nada.
Vivir rodando bajo noche americana en un cine llamado Paradiso, podría concluirse a modo de juego inmersivo-alusivo. Una propuesta tan radical, libre y despojada del sentido más etéreo y frugal del séptimo arte que se acaba por antojar una suerte de documental o diario fílmico, oportuno heredero del Free Cinema o de las experiencias de creación cinematográfica de la vertiente experimental apadrinada por los Jonas Mekas y Robert Kramer, entre otros.
Esas referencias no solo son relevantes en su germen y realización sino también en su distribución y exhibición. Jonás Trueba se muestra continuista de la corriente de realizadores que solo hacían una copia de su película e iban con ella a los pocos lugares donde se proyectara, acercando la experiencia a un terreno íntimo y elitista de adoradores extremos de lo alternativo, como sentir creativo y como estilo de vida. También como transmutación teatral del artista y su gira de presentación de su obra, ya que esta no va jamás a lugares a los que su propio creador no pueda ir. El propio Trueba ya era consciente, mientras rodaba la película, que los circuitos comerciales de exhibición no darían dos duros por una cinta de estas características. En la asunción de esa renuncia es donde ha encontrado mayor satisfacción.
Propuesta fílmica, por lo tanto, indiscutiblemente a reivindicar por su condición de «rara avis», comprometida por su afán de exploración del lenguaje cinematográfico, confín donde solo los más valientes y los más apasionados se atreven a entrar y explorar.
Hablar de Los ilusos de Jonás Trueba es un tanto difícil, ya que es hablar de un ideal, un modo de ver el cine, más que de una película en sí.
Jonás ha mamado el cine desde que estaba en la cuna, por así decirlo. Le viene de familia, y, por lo tanto, es bastante curioso que su visión particular sobre el mundo del cine se aborde desde una vertiente antiglamurosa. Tanto dentro de la película como en la producción o distribución de la misma, que prácticamente parece destinada a estrenarse sólo en la Cineteca del Matadero de Madrid (y por un breve periodo de tiempo) y en el Atlántida Film Fest de la web Filmin.
Y es que el joven director ha abordado el proyecto, ya desde el rodaje, simplemente con la necesidad interior de hacer cine por el gusto de hacerlo, rodada el tiempos muertos casi por amigos del oficio, con una cámara 16mm e intentado mostrar lo que el llama la periferia del cine: los cines en versión original, las tertulias cinéfilas de los aficionados, los vhs grabados de tus padres, los pequeños proyectos de directores amateurs enamorados del cine… y las sensaciones y sentimientos de estos que serán el fruto de sus futuros proyectos.
Un pequeño proyecto hecho con cariño, sin apenas un guión detrás que seguir, tirando de la improvisación y la intuición de actores de teatro que debutan en esto del cine. Y es que si por algo destaca la segunda película de Jonás Trueba es por dejar los convencionalismos y la concepción general de un proyecto cinematográfico e impregnar en la película la naturalidad de lo cotidiano.
Se nota que, más que seguir una vertiente reivindicativa sobre un cine de pocos medios, se busca un estilo artístico, una pulcra fotografía en blanco y negro y un estilo cercano a la nouvelle vague, alegoría de las sensaciones que pretende transmitir el director.
Pequeños microtemas se podría decir que componen este relato con tintes humorísticos, siempre con una visión desenfadada pero sincera, donde el futuro del cine, las nuevas tecnologías, los miedos propios de los directores y actores amateurs ante un mundo de difícil acceso o las anécdotas que inundan las conversaciones de los aficionados al séptimo arte tienen cabida en una película de difícil catalogación, pero que, sin duda, va dirigida para todos nosotros, los que disfrutamos día a día en las salas semivacías de los cines de auteur, recorriendo las tiendas de segunda mano buscando las rara avis del cine, aquellos que tenemos el cine como afición de cabecera (o incluso algo más que una afición). Y, aunque sea solo por ese miramiento, ya es de agradecer esta propuesta.
Sí, además, eres de los que vive en la capital, tendrás un incentivo extra en Los ilusos: descubrir los miles de rincones que recorre la película y que la mayoría de los cinéfilos madrileños frecuenta a menudo.
Quizás la falta de una narrativa convencional pueda hacer que esta especie de cine-documental haga que no todo el mundo conecte con él, pero su amor por el cine sin duda será suficiente para contentar al público al que va dirigida: que no es otro que los jóvenes ilusos que sueñan con formar parte de este mágico mundo que es el cine.