Los condenados
Sinopsis de la película
Dos exguerrilleros se reencuentran 30 años más tarde en una excavación ilegal, donde buscan el cuerpo de un compañero desaparecido. La tensión y los secretos escondidos durante ese tiempo aflorarán a medida que se acerquen a la impredecible solución final.
Detalles de la película
- Titulo Original: Los condenados
- Año: 2009
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
5.6
40 valoraciones en total
Primer largometraje de ficción del director del exitoso documental Cravan vs. Cravan y que expone como tema central la situación de los represaliados en las dictaduras latinoamericanas (de hecho se vislumbra más en la situación del pueblo argentino, por el evidente acento de sus protagonistas o la condición de algunos ellos como familiares de desaparecidos).
Rodada en Barcelona, Buenos Aires y en la selva peruana, Lacuesta propone al espectador que juzgue por si mismo la actuación de cada uno de los actores, el despreocupado Martin (Daniel Fanego) prendido por el sentimiento de culpa acude en la ayuda de su viejo amigo Raul (Arturo Goetz) para hallar el cuerpo de otro colega guerrillero, Ezequiel, con ayuda de unos jóvenes universitarios que representan la generación posterior que no pudieron heredar nada de sus sueños idealistas. Pronto antiguas rencillas surgirán entre ellos por lo que entre ellos intentarán convencer a Silvia (Barbara Lennie), hija de desaparecidos para que se reencuentre con su familia.
Película rodada con mucha sensibilidad y tacto sin caer en la emoción ni en la lágrima viva, evitando también de caer en la tentación de crear un ambiente malsano de ira y rencor. Isaki la cuesta contrasta perfectamente los diferentes carácteres opuestos entre los jóvenes y los más adultos, educados en la ruina de un país eclipsado por el autoritarismo y la represión.
Lo Mejor: la fotografía de los exteriores rodados en la selva
Lo Peor: se le echa de menos diálogo algunas secuencias
Los condenados supone el primer largometarje de ficción del realizador catalán Isaki Lacuesta, que debutó hace unos años con el documental Cravan vs. Cravan y que firmó con La leyenda del tiempo una de las mejores películas españolas de la década, un docudrama realmente interesante, bien dirigido e interpretado, con alguna secuencia brillante y una idea perfectamente desarrollada. Su nueva obra no es tan redonda como esta última, pero si que posee a grandes rasgos todos los tics de aquella, encontrándonos así un film extraño, casi hermético, donde tiene más importancia el cómo que el qué.
Hablar de una historia es casi banal, pues Lacuesta juega con los sentimientos, con las percepciones. El punto de partida es la reunión de dos viejos amigos en una excavación en la jungla, con la intención de buscar a un tercero que desapareció hace años. Con esta idea, Isaki explora varios personajes, les da un pasado y un presente y los hace interactuar, preparando el terreno para lo que está por venir. Con un tono lento, como siempre en su cine, Lacuesta consigue con su gran puesta en escena atrapar al espectador en una historia misteriosa, casi surrealista, presentada con un tono seco y cortante, sin añadidos.
El mayor problema del film es quizá su ritmo: Los condenados dura 105 minutos y da la impresión de que podría durar al menos veinte minutos menos. No parece alargada, pero si que podría ir más al grano para hacer que el ritmo no decaiga de forma tan evidente. A pesar de todo, al margen de su irregularidad, merece la pena y es, junto a La mujer sin piano , el mejor film español presentado en San Sebastián, lo que directamente implica una de las pocas obras decentes realizadas este año en la península.
Queda en la memoria, un largo, sincero y arriesgado plano de Bárbara Lennie (Silvia). Enfrente (siempre fuera de cámara y en silencio hasta el final) se encuentra su interlocutor Daniel Fanego (Martín). Este momento es como los molinos del Quijote: la intensidad puntual engrandece el resultado global.
Basada en la novela de Joseph Conrad Bajo la mirada de Occidente, despista el acento argentino (de todos los acentos sudamericanos, Lacuesta, me imagino que por proximidad y facilidad, escoge el más reconocido) en una propuesta que quiere ser universal. Toma prestada la idea de La muerte y la doncella (Roman Polanski, 1994), ocultando cuál es la lucha armada. Privar al espectador sobre la naturaleza de la revuelta y sobre su procedencia es primordial para entender lo que nos quiere contar su director, porque lejos de buscar un juicio sobre si es legítima la lucha armada, Lacuesta pretende que el espectador reconozca cómo el tiempo ha desfigurado cada ideal hasta el hecho de cincelar la naturaleza corpórea de los implicados. Aquí encontramos, sobre todo, el trabajo físico de Daniel Fanego, y la lente puesta por Lacuesta para recogerlo.
Las preguntas (los cómos y por qués) son meros acompañamientos, algunos sin respuesta y otros respondidos con silencios. Lo importante es el presente, el cómo afecta el pasado en la vida de los que directa o indirectamente lo vivieron (aunque fuera de oído como en el caso de los hijos Silvia y Pablo). Es en los personajes de esta generación acomodada, dónde se aprecia un acercamiento de la ideología política del director. La seducción que ejerce la violencia en el personaje de Pablo pone sobre el tapete la idea de que la izquierda armada produce atracción no sólo ética sino también estética.
Hace casi dos años, Lacuesta presentaba en un cinefórum su documental La leyenda del tiempo. Terminaba la post-producción de esta, su primera película de ficción, y comentando por encima el proyecto, citó a Juan Goytisolo:
Cuando se mata a un hombre por defender una idea, siempre se mata a un hombre, pero no siempre se defiende una idea .
La película de Lacuesta está claramente influenciada por su carrera documentalista. No hay apenas simbolismo en esas imágenes selváticas ni se quiere abusar del entorno natural más allá del retrato. Lo cierto es que la técnica documental aplicada a la ficción tiene aquí un claro propósito y es el de buscar la imparcialidad para que sea el espectador el que entre a valorar la historia que se le cuenta. El film no se posiciona sobre el verdadero valor de los ideales, el deber por encima de la amistad o la traición en tiempos de guerra, sino que somos nosotros los que tenemos que entrar en cuestiones nada fáciles sobre el concepto del héroe en la lucha armada. Es todo un acierto si se piensa que los mensajes del film son universales, de ahí que la referencia al conflicto vasco no sea casual. De hecho, en ningún momento llegamos a saber exactamente en qué lugar estamos situados, aunque el acento argentino de los actores los delata.
Resulta sorprendente que Lacuesta haya sabido hacer suyos temas puramente latinoamericanos, un continente cuyo cine ha quedado irremisiblemente marcado por un pasado de dictaduras y contiendas civiles. El ejemplo más claro es el de la visión de todos estos hechos desde la perspectiva de las nuevas generaciones, una preocupación que podíamos ver por ejemplo en la fantástica Calle Santa Fé, de la chilena y también documentalista Carmen Castillo. Hay mucho de ese choque generacional en Los condenados, la decepción de unos luchadores que después de tanto defender sus ideales se encuentran con unos jóvenes divididos entre los que sienten una total desgana por el pasado y los que juegan a ser soldados revolucionarios armados con camisetas del Ché Guevara.
A destacar todo el reparto, intérpretes de miradas poderosas y resonantes capitaneados por un fantástico Daniel Fanego (Luna de Avellaneda) y unos solventes Arturo Gotees, y Leonor Manso, rostros ajados y amargados por la culpabilidad o el rencor pero que a veces encuentran un pequeño momento para emborracharse y mirar hacia atrás con nostalgia. En el plano técnico, además de las citadas tomas paisajísticas y una cuidada fotografía, merece la pena hablar del estupendo trabajo realizado por los técnicos del equipo de sonido. Se ha hecho especial hincapié en los ruidos opresivos de la selva a los que imita por momentos la música de Gerard Gil y que contribuyen a crear una atmósfera claustrofóbica e incluso amenazante.
Merecidísimo premio FIPRESCI otorgado en el Festival de Cine de San Sebastián. Habrá que seguir con atención la trayectoria de éste magnífico realizador con los ojos puestos en la inmensidad del mundo. Una vez más, parece que España tiene que volverse hacia Latinoamérica para -nunca mejor dicho- desenterrar viejos fantasmas.
Keichi
Cuando joven hijo de una familia burguesa –si bien, por desgracia, no de esa clase media trabajadora cada uno de cuyos miembros, según algunas de nuestras luminarias neoliberales, se aprieta 140.000 pavos anuales–, me preocupaban sobremanera la plusvalía y las condiciones objetivas de la revolución. Ya talludito y, por ende, lo bastante atareado como para regalar una sola hora (más) de sueño al materialismo histórico y a la propiedad de los medios de producción, todo aquello no me induce sino una pereza paralizante.
Así las cosas, la sinopsis argumental de Los condenados no resultaba particularmente tentadora. Me barruntaba –me temía– una apología infumable, nostálgica de las correrías guerrilleras del pasado siglo, pródigo en ocurrencias. Sin embargo, he decidido darle la oportunidad que todos –y todo– merecemos y, la verdad, no me arrepiento. Principalmente porque el desencanto propio al que antes aludía es el mismo que traslucen la historia y los personajes de la cinta de Isaki Lacuesta, de hecho su hilo conductor. Éste se manifiesta no sólo en unos diálogos en los que cada frase –más que pronunciada, arrojada contra las conciencias de los interlocutores– tiene la sonoridad de un tiro en la nuca, sino también en el rostro, tallado como a machetazos, casi una calavera, de su derrotado protagonista, un extraordinario Daniel Fanego.
La precariedad presupuestaria, de la que Los condenados logra salir a flote muy a duras penas pero que aporta a sus imágenes una textura terrosa ciertamente ilustrativa, parece trasunto de la carestía en que se ahogara buena parte de aquellos movimientos, o de la connatural a cualquier excavación arqueológica, de las promovidas por nuestras maltratadas universidades públicas al menos.
Lacuesta guarda un as en la manga: el monólogo con el que Bárbara Lennie pone broche de oro a la película, tapando bocas y cerrando heridas en una sobrecogedora apelación al sentido común y al respeto debido a quien únicamente quiere vivir su vida, ajena a cosmovisiones y mesianismos trasnochados. Con desprender sus palabras una intensidad sísmica, es en su mirada al rojo donde radica el doliente apasionamiento de su alegato. En rigor, se trata de una conversación con el viejo revolucionario encarnado por Fanego, pero éste se mantiene fuera de plano y en reverencial silencio mientras la supuesta burguesita acomodada le canta las verdades del barquero, diríase que también él consciente de estar asistiendo a un momento definitivamente sublime.