Los comulgantes
Sinopsis de la película
Thomas, un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía, es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nattvardsgästerna aka
- Año: 1963
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.9
42 valoraciones en total
Dos de los grandes ejes temáticos de la filmografía de Bergman, la duda metafísica (El séptimo sello, Como en un espejo…) y el análisis introspectivo de las relaciones íntimas (Secretos de un matrimonio, Un verano con Mónica…) se funden magistralmente en esta película, formando una unidad indisociable donde ningún motivo se supedita al otro.
Si en Fanny y Alexander está todo Bergman por expansión de personajes y situaciones, aquí lo está por reducción a sus rasgos esenciales. De esta manera, la puesta en escena deviene una de las más concisas, depuradas y austeras de su autor.
La desnudez formal se traduce en un rigor compositivo donde los primeros planos alcanzan un significado de tal magnitud que se convierten en dignos herederos de los de La pasión de Juana de Arco. La analogía con Dreyer nos podría llevar también a Gertrud, en cuanto al meditado uso de los fondos en conexión con las emociones de los personajes.
A mi juicio, Gunnar Björnstrand realiza el mejor trabajo de su carrera e Ingrid Thulin está, como siempre, inconmensurable. La implacable fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist probablemente sólo tiene parangón con la de Persona, otra de las obras capitales del dúo creador.
En fin, aunque algunos todavía consideren Los comulgantes esclava de su época y, por tanto, caduca o pasada de moda, para mí siendo una obra de arte absolutamente intemporal, cumbre de Ingmar Bergman y un hito que demuestra, una vez más, que la auténtica complejidad se alcanza a través de la más absoluta sencillez.
Forma, junto a Como en un espejo y El silencio , un tríptico dónde Bergman entra a tumba abierta en las relaciones del hombre con Dios y en un análisis/reflexión lleno de escepticismo pesimista acerca de la influencia religiosa y la marcha del propio universo.
Los comulgantes es una obra maestra, un drama metafísico/filosófico nada gratuito o regalado, sino grave y profundo en el más lírico y hermoso sentido del término, que resulta impresionante a ratos, con esos primeros planos dreyerianos absorbentes que logran desde la mínima acción austera la máxima emoción expansiva.
Bergman pone encima de la mesa, directamente, la relación del hombre con Dios a través de esta historia de un pastor protestante (Björnstrand) enfermo y solitario, incapaz de ayudar a un campesino (Von Sydow) al borde del abismo, dónde el pastor parece acercarse irremediablemente.
La angustia, la desazón interior y el vacío existencial, el sangrante silencio de Dios, las dudas de la fe propia, el sentido de la vida, la certeza única de la muerte, punto final para el que se va, continuación del martirio del que se queda (esa pregunta del campesino al pastor: ¿Por qué seguir viviendo?). De todo esto habla y trata Los comulgantes . Y de forma magistral, nada enfática, magnética y pegajosamente.
Vayan y comulguen, no lo duden. Puede que hasta Dios se lo agradezca. Amén.
Interpretaciones tremendas y fotografía maravillosa de Sven Nykvist.
Dudas existenciales, frialdad y vacío se conjugan para dar forma a este drama breve que pone en tela de juicio las bases de la fe.
Una soledad descarnada parece impregnar cada fotograma y trascender la pantalla para envolver al espectador en una garra gélida, mientras el sacerdote protestante se debate en el dilema de su interior. Habiendo perdido el motor de sus creencias y hallándose perdido en mitad de los páramos en los que su alma parece sumida, su propia existencia, todo lo que existe, se le antoja algo fútil y carente de sentido. Enfermo de soledad y hastío e incapaz de despertar su corazón reseco, su vida se desliza en una hueca rutina de oficios religiosos casi desiertos de feligreses y en una labor de guía espiritual que ha caído en desuso y en la que él ya no cree. Nada consigue despertar sus sentimientos marchitos, ni siquiera el desesperanzado amor de una mujer que se estrella contra el muro de su indiferencia.
La razón de ser, cuestionada y esquiva, la angustia de dar tumbos sin encontrar un asidero, algo lo suficientemente firme en lo que creer, la cruda soledad del ser humano, que se empeña en vano en buscar en lo divino y en lo humano solaz para el alma torturada… En suma, una exposición del desamparo que subyace bajo la fachada, bajo los ritos litúrgicos ejecutados por pura inercia pero que han perdido su misticismo y su fuerza porque quien los lleva a cabo no cree en lo que hace ni en lo que promulga. Y la desesperación de quienes pierden el norte y carecen de la fortaleza o del valor suficiente para afrontar el dolor y la sinrazón de esta vida a menudo insatisfactoria y asfixiante.
Este drama es un puro grito silencioso en busca de algo que conecte alma y Dios, un espíritu y otro espíritu, en busca de una verdad que no existe o que está fuera de nuestro limitado alcance.
Todo es relativo y no existen verdades absolutas, nada garantiza irrefutablemente la existencia de Dios ni el propósito del devenir humano. ¿Es que sólo estamos aquí por un mero capricho de la naturaleza? ¿Por qué nos empeñamos en perseguir sueños místicos que escapan a nuestra razón, con los que tratamos de sofocar el ansia de creernos más que polvo y materia? ¿Somos más que una mota insignificante en el Universo?
El clima frío y nevado del pueblo, que simboliza el frío interior… El lento desarrollo de una trama sin embargo desasosegante… Y ninguna concesión a la luz de la esperanza.
Lo más hondo de nuestras dudas, analizado con la triste e inquietante atmósfera de la que Bergman hace gala como un experto en diseccionar la desazón y la melancolía.
Introibo ad altare Dei.
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1) Planteamiento (Bergman y la primera persona del singular)
Marchamos a Töro a principios de julio y empecé a escribir Los comulgantes. El 28 de julio estaba terminado, lo que es casi un récord para una historia tan difícil, no por su complicación sino por su sencillez.
Imagino que este drama se representa como un misterio medieval. Todo ocurre delante del altar. Lo que cambia es la luz, amanecer, atardecer, etcétera.
En la parte del libro Imágenes consagrada a esta película, la palabra yo aparece por doquier, en cursiva, subrayando la introspección que debe presidir la composición del personaje central, el sacerdote. Hay mucho de autobiografía existencial en esta cinta.
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2) Nudo (Sven Nykvist o el reino de la luz)
No hay ni una sola imagen que esté tomada a la luz del sol. Rodamos sólo en tiempo nublado o con niebla.
Identificación de Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand) con Cristo, a través del sufrimiento moral y la sensación de vacío: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
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3) Desenlace (Pär Lagerkvist o el recurso de la ambigüedad)
Al oír las reflexiones de Algot Frövik (Allan Edwall), durante un breve instante también Tomas comprende la misteriosa comunidad que proporciona el sufrimiento.
Resuenan, en la atmósfera del templo, las palabras que un día Bergman recibiera de su padre: Pase lo que pase, tienes que decir tu misa. Es importante para los feligreses, es más importante aún para ti. Si también es importante para Dios, ya lo veremos. Si no hubiera otro dios que tu esperanza, también sería importante para ese dios. (Linterna Mágica)
Y Ericsson celebra la misa, a pesar de que allí no hay nadie más que Marta Lundberg (Ingrid Thulin).
Son momentos en los que, si uno es creyente, puede decir que Dios le ha hablado.
Invierno en una aldea escandinava: un reverendo ceñudo y enfermo oficia ante media docena de fieles en una modesta capilla. Bergman traza una minuciosa descripción de la eucaristía, de cada comulgante. Uno de ellos confiesa en privado al pastor su miedo obsesivo a la extensión universal del odio y al estallido de una guerra nuclear.
En vez de confortarle, el reverendo se viene abajo y desnuda su alma atormentada por la extinción de la fe. El horror de la Guerra Civil española, que conoció estando en Lisboa, aniquiló irreversiblemente su cómoda noción de una divinidad paternal y providente. Para peor, la viudez inasimilable lo lleva a la amargura, a un agrio rechazo de las atenciones insistentes de la maestra, amante cuya comunicación, más bien física, no le basta.
Duro drama religioso, impregnado por la soledad de Getsemaní y la angustia (muy en línea con Kierkegaard y Unamuno) del hombre desvalido que siente cómo el padre celestial parece haberse desentendido de su creación y ausentado en insondable viaje.
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Lo extraordinario de la película, con independencia de que el tema se pueda haber cargado de anacronismo, es la perfección con que su estética se ajusta a la tonalidad del drama y traduce a lenguaje sensible un argumento de índole etérea y metafísica.
La fotografía de Sven Nykvist construye un mundo sin sol, en grises muy matizados, de nieve sin brillo y árboles esquemáticos, de grandes actores que han de incorporar orgánicamente el conflicto, expresando con tenso hieratismo el estupor, sus rostros en frecuente primer plano, a veces para tan solo registrar el movimiento de un ojo o el lento giro de una cabeza.
El sonido está muy amortiguado: apenas los lacónicos diálogos, un par de piezas del organista y el correr de un río durante un pasaje trágico.
La concisión extrema, reducción de los elementos expresivos a un equilibrado mínimo, consigue un ámbito que vale por un abismo de silencio.
Un abismo de silencio donde palpita con angustia una existencia desamparada, todo llamadas sin respuesta, sin siquiera eco.