Lo que arde
Sinopsis de la película
Nadie espera a Amador cuando sale de la cárcel tras cumplir condena por haber provocado un incendio. Regresa a su casa, una aldea perdida de las montañas lucenses, donde volverá a convivir, al ritmo sosegado de la naturaleza, con su madre, Benedicta, su perra Luna y sus tres vacas.
Detalles de la película
- Titulo Original: O que arde
- Año: 2019
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
6.9
68 valoraciones en total
Bello, aterrador, hipnótico y cruel.. así es el fuego que Oliver Laxe estuvo esperando, para rodar su film con imágenes reales de incendios, con personajes que no eran actores pero sí reales: magníficos ambos.
Amador: El que ama
Benedicta: La bendecida
Que duda cabe de las buenas intenciones, la originalidad del proyecto y la integridad de la obra pero cuesta saber o interpretar que es lo que se quiere contar..¿es una película de denuncia? No parece pues la historia se mueve más alrededor del personaje principal que del problema que le llevó a la cárcel. ¿Es una película de cliches? Tampoco pues el personaje no es maltratado de ninguna manera en su vuelta a la sociedad . ¿es una comedia, es un drama,es un documental……? a lo mejor las películas no hay que explicarlas, como la poesía, tan sólo verlas y apreciarlas por eso se me antoja insuficiente pues si bien las interpretaciones son loables por el cariz de los protagonistas, las fotografía es fantástica, la música , a veces, rompe la monotonía …la historia, las historias, lo que nos cuentan en fundamental , la base de toda obra que se aprecie y aquí hay poca historia además contada con una lentitud que a veces desespera. Es un buen intento que se queda cojo, el ritmo es importante en el cine y si la falta del mismo forma parte del guión debe ir acompañado de los mínimos elementos emocionales que te pongan la carne de gallina.
El espectador de Trono de sangre (1957) no se creía ver al bosque caminar. Esa toma, parte del conjunto de la última escena del filme, entronca directamente con el brillante inicio de O que arde. Oliver Laxe elige filmar los eucaliptos cayendo desde un punto de vista alto, desde el esteticismo, el espectador no ve qué está sucediendo, de este modo, el director personifica la naturaleza, le da vida al bosque. Esto no es sino una declaración de intenciones: el rural gallego como un personaje más.
Oliver Laxe es, como Akira Kurosawa y Andrei Tarkovski, un mediador cinematográfico y sublime de lo natural. En la presentación de la película en NUMAX (Santiago de Compostela) el director sostuvo que a beleza agóchase e hai que atopala : cuando la lluvia, el viento, la niebla y el bosque aparecen, fílmicamente, vivos y a la vez dirigidos, te das cuenta de que estás ante una mirada única. Si, como rezó la estética del Romanticismo, uno de los papeles del artista es hacer de médium entre la divinidad y la naturaleza (o entre la belleza y la naturaleza), reconciliándolas mediante el arte, el cine de Laxe es un gran poema panteísta y animista y él un demiurgo de la estética natural de Galicia: de lo ya-dado un mosaico, una obra gallega por antonomasia.
Sin embargo, O que arde no es sólo una escultura del espacio y una retórica adecuada, un uso de la imagen brillante, sino la tipicidad del carácter rural, casi un estudio etnográfico y sociológico de vocación realista sobre sus relaciones, alejado de lo frenético de la ciudad, de las junglas de asfalto y del ruido constante. El campo son silencios largos y sonidos encontrados, una idiosincrasia distinta, como sugirió el mismo Laxe en la sala. La dicotomía rural-ciudad, rural-modernidad, está presente en diálogos y en detalles.
Amador y Benedita se interpretan aquí a sí mismos en un alarde de naturalidad. Amador se expresa mediante susurros y silencios: el espectador debe intrepretar lo que dice y lo que no, un personaje sugerente que invita a pensar sobre la imposibilidad de pedir perdón, de redimirte de tus actos. Por otra parte, Benedita parece funcionar como universal concreto de anciana-gallega-rural, aquel personaje que, expresándose a sí mismo, habla de un carácter y, sobre todo, de una historia y una biografía comunes a vivir sobre unas condiciones materiales tan características. El rural-urbano son antagónicos y sus reglas también lo son.
Pocos comienzos de una película podrían fijar tanto al espectador a la butaca como el que se nos presenta: la aniquilación nocturna de un bosque, unos árboles desplomándose uno tras otro, la destrucción de la naturaleza majestuosamente filmada, llevada a cabo por unos buldócers que, junto a los árboles, se manifiestan como un personaje más. Aquí uno comienza a percibir el gran talento de Laxe como director, la necesaria y lograda calidad de la imagen junto con el sonido confeccionan una cuarta dimensión que emerge en forma del olor de las vacas, la lluvia, la tierra mojada, el calor provocado por el fuego o el sonido de las corrientes de aire junto a éste. El fuego es filmado directamente, de la forma más cruda y hermosa posible.
El ritmo es pausado pero tan intenso y lírico como la tan bien elegida música que la acompaña. El rural gallego se muestra avejentado, lleno de personajes resilentes, que hablan poco, del silencio como conversación o de los animales y el entorno como una parte más del elenco actoral.
El film alude también algunas cuestiones relacionadas con el germen de los numerosos incendios forestales en la región, como la plaga de los eucaliptos, el abandono de los bosques o la falta de medios y efectivos para combatir el fuego. En mi opinión, aparecen no como denuncia política, sino como una parte más de la que se rodea realidad que se pretende retratar.
Si la película es marcadamente poética o posee una intencionalidad política detrás queda en manos del espectador, como lo abierto de su final. ¿Qué importa quién fuese el causante del incendio tras los 90 minutos de puro cine que acabas de ver?
¿Castaños o eucaliptos? He ahí la cuestión que angustia el espíritu de muchos gallegos, y trascendiendo de la disyuntiva local a la simbólica, a todo habitante contemporáneo con sensibilidad hacia lo natural.
El eucalipto es el progreso, el crecimiento rápido, el que ahoga la fertilidad del suelo, el que arde como la paja. Es el beneficio material que puede disfrutar uno en vida. El castaño (roble, etc…) es la fraga autóctona, milenaria, de crecimiento sereno, que resiste mejor el fuego, y cuyo negocio maderero está limitado por las leyes y es herencia para los descendientes.
El bulldozer tumba los eucaliptos en un pis pas, para vender a 10 € el árbol, y en sólo 15 años repetir la operación. Un mundo que vuela, que busca la pasta (de papel y de la otra), unas veces sin escrúpulos, y otras muchas con un nudo en la garganta.
Frente a ello, el castaño que se alza solemne, que cobija a la anciana de la lluvia, es la riqueza inmaterial, la del ecosistema, las raíces de nuestra memoria espiritual que conecta algo en nosotros con lo natural, algo que un sólo árbol anciano nos puede recordar, como la mirada lacónica de una vaca a la que se llevan en un remolque, deprisa, echando una última mirada profunda, eterna, a un mundo, a una forma de vivir, que se nos va.
El fuego, provocado, o no, por el protagonista como un acto suicida de rebeldía ante la invasión (todavía en zonas como los ancares o el courel no está implantado significativamente) del mercado maderero dominante, del mercado. Tiene tanto misterio como posibles causas. En ocasiones se quema el monte para poder repoblar con eucalipto o pino y así rentabilizar la herencia de los padres y abuelos, aunque dicen que hay leyes…
Por suerte, los recónditos parajes de la montaña lucense aún conservan vivos el paisaje y buena parte de las tradiciones, una comunión con la Naturaleza, hoy en día, cada vez más extraña.
Oliver, chapeau. Hacía falta.