Léon Morin, sacerdote
Sinopsis de la película
Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En una pequeña ciudad francesa vive Barny, una joven viuda que trabaja en Correos. Ella y su hija sufren los rigores de la guerra, el racionamiento, el mercado negro y las redadas. Para evitar la deportación de la niña, hija de padre judío, la envía al campo. Pero, movida por la desesperación, busca consuelo en el confesonario y se desahoga declarándose atea.
Detalles de la película
- Titulo Original: Léon Morin, prêtre aka
- Año: 1961
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
7
65 valoraciones en total
280/12(17/11/10) El realizador galo Jean-Pierre Melville con guión propio afdaptando la novela homónima de 1952 de la escritora suiza Béatrix Beck. Ofrece aquí otro de sus polémicos trabajos, tanto es así que no se estrenó en España. Premiado con el León de Oro del Festival de Venecia de cine, es una historia de amores prohibidos, donde la sexualidad y la sensualidad están a flor de piel, relato de pasiones contenidas, donde el instinto básico del sexo mantiene una feroz lucha con la espiritualidad.
Epítome de esto es el sacerdote protagonista (magnífico Jean-Paul Belmondo) en el escenario de un pueblo francés durante la W.W.II, con la ocupación primero de los italianos y posteriormente de los nazis. En esta villa seguimos a Barny (gran Enmanuelle Riva), una joven viuda comunista, con una pequeña hija, es una muchacha frustrada sexualmente, que busca con quien saciarse, primero coquetea con la jefa, Sabine (excelente Nicole Mirel), para después ir un poco más allá y decide, siendo ella agnóstica, entra en una iglesia y al azar seducir al primer cura que encuentre, este será Leon Morin, pero cuando en el confesionario empieza a querer manipularlo se encuentra con un tipo carismático y fascinante por el que se siente atraída, no solo físicamente si no místicamente. Leon la empieza a evangelizar, comenzando entre los dos un tira y afloja, un duelo que no se sabe quién de los dos tendrá más fuerza de voluntad.
La historia deriva en unos diálogos filosófico-religiosos enriquecedores, rebosantes de brillantez en los que se establece, traspasándote reflexiones sobre el espíritu de la vida y de cómo afrontarla, en el otro lado está ella con un desmedido e idealizado amor platónico por un hombre y el problema para ella es que él pretende ser fiel a su vocación.
Enmanuelle y Belmondo realizan un trabajo cumbre, sabiendo transmitir una pasión desmedida y contenida, donde la tensión sexual se puede cortar.
Como defecto diría que su final me es un tanto abrupto.
Recomendable a los que gusten de dramas en los que se enfrenten la eterna lucha entre el misticismo y la carne. Fuerza y honor!!!
Melville vuelve en este film a uno de los temas importantes y recurrentes de su carrera, la Segunda Guerra Mundial, una guerra tratada desde una perspectiva un tanto tangencial, pero no por ello menos interesante, como en su primer largometraje, El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949). De hecho, nunca había visto en una película sobre la Segunda Guerra Mundial detalles tan interesantes como las tropas italianas que ocupan un pueblo francés, o el chantaje al que los soldados americanos someten a Emmanuelle Riva al término de la guerra.
Pero esta obra, para mí la primera obra maestra de Melville (y he visto todas sus películas anteriores a ésta, por lo que puedo opinar con conocimiento de causa) es mucho más que el retrato de una guerra. Es también el retrato de una mujer viuda, que trabaja en una escuela de enseñanza a distancia- y no en Correos, como equivocadamente se señala y se repite en muchas reseñas sobre este film- llamada Barny (Riva), que se encuentra bastante sola, y que encuentra en el sacerdote Léon Morin (Jean-Paul Belmondo) un oponente dialéctico, un amigo, un aliado, y también, por qué no, un amor, pero un amor imposible a todas luces. Al componente histórico se une así el drama, un drama cargado de sinceridad, de desahogo íntimo, de diario lleno de confesiones: sorprenden mucho (no tanto para el cine francés, sí desde el contexto español, lo cual explica por qué esta película no se llegó a estrenar en nuestro país) momentos como aquél en el que Riva confiesa su amor y deseo lésbico por su jefa del trabajo, u otro en el que le confiesa al cura que se masturba con un palo, o, en fin, el sueño en el que el cura y ella, por fin, se relacionan sexualmente. Sólo será un sueño.
Sin embargo, esta película es mucho más que la historia de un amor imposible y prohibido: es una profunda revisión y reflexión sobre la religión católica y sobre su Dios, en la que Melville -ateo, al parecer- adopta la perspectiva de la (inicialmente sobre todo) descreída mujer encarnada por Riva para indagar sobre la religión. Lo más importante, en mi opinión, no es si Barny se acaba convirtiendo al catolicismo, y cómo, y cuándo -diría que lo hace de una manera interesada y oportunista-, sino lo que sale a relucir en este peculiar enfrentamiento, o en esta peculiar amistad, entre la mujer atea y el cura católico: hay todo un discurso teológico de un enorme interés, por ejemplo en torno a Dios y su existencia, en torno a la fe, o en torno al ser humano. Es más, los diálogos de esta película son deslumbrantes.
La dirección, la fotografía en blanco y negro, la música, el guión, tan denso, y las excelentes interpretaciones de Riva y Belmondo, contribuyen a crear una película realmente inolvidable, en la que destaca y sorprende la brusquedad y la sequedad con las que Melville soluciona la resolución de algunas situaciones y escenas.
La película trata un tema delicado (muy controversial para su época) sin llegar a abaratarlo, presentándolo de un modo bastante maduro. Barny (Emanuelle Riva) quien recibió educación católica pero está alejada desde hace años de la religión, se acerca a la iglesia para jugarle una broma al sacerdote y divertirse. Sorpresivamente, el padre Morin (Jean-Paul Belmondo), sin inmutarse, le sigue la corriente, descubriendo de inmediato la posibilidad de recuperar una creyente que se ha alejado de la Iglesia. A partir de allí comienzan una serie de encuentros entre ellos, en donde su relación se va estrechando, y en donde inevitablemente el re-acercamiento a la fe para Barny se confundirá con la atracción que el sacerdote ejerce sobre ella.
La película se desarrolla lentamente, pero el resultado final es interesante, tomando en cuenta que trata una relación poco común entre dos seres humanos con ambigüedades.
Las actuaciones son muy buenas. Riva logra en forma muy sutil representar a una mujer confundida en busca de explicaciones. Belmondo personifica idealmente a un sacerdote con ideas progresistas, quien también tiene un cierto magnetismo físico, sin llegar a poseer una fisonomía digamos perfecta como para poner en riesgo la credibilidad del protagonista. En ninguno hay una nota de sobre actuación, luciendo muy naturales.
Quizá la mayor crítica a la película es que si bien es cierto se hacen muchas referencias a la vida de los civiles en tiempos de guerra y la invasión de tropas extrajeras, la falta de más representación visual (por restricciones presupuestarias, probablemente) contribuye con que la atmósfera no sea del todo convincente, de modo que no se percibe una amenaza constante.
Basada en la novela de Béatrix Beck (Léon Morin, prêtre. Premio Goncourt, Francia 1952), está película en blanco y negro obtuvo el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia de 1961. La historia que nos cuenta tiene lugar durante la invasión alemana en la Francia de la II Guerra Mundial.
J.P. Melville confronta y amiga con una filmación de gran categoría a los dos personajes principales: por un lado un sacerdote católico y por otro una viuda agnóstica y comunista que vive sola con su hija pequeña. En principio ella va hacia él con el único ánimo de provocarlo intelectualmente, de sacarlo de sus casillas religiosas, pero dado que el cura se muestra, como diría el psicólogo Carl Roger, con gran empatía (la capacidad o el talento de ponerse en el lugar del otro y comprenderlo), tras este primer encuentro la mujer quedará muy imantada hacia este hombre-sacerdote (que además es atractivo para ella) y seguirá buscándolo a menudo para platicar, de manera que va entablándose una cierta relación cordial, amistosa, catequética.
La película se encuadra en el género religioso-cristiano, con diálogos brillantes sobre religión, fe, amor y sentido de la vida, que son un manjar para amantes de la filosofía, la teología o la simple búsqueda de las razones de ser. Sirva de ejemplo este que ocurre al principio del filme cuando ella va hasta el confesionario de la iglesia con la única intención de hallar a un ministro cristiano, a un representante profesional del hecho religioso y cuestionarle la religión en sí misma o su fe en Dios, pero se topa con un hombre sereno, inteligente y buen dialéctico que le contesta no con idiosincrasia polémica sino más bien empática, comprensiva, dialogante:
Mme Barny acomete con avidez provocadora:
—La réligion, c’est l’opium du peuple (La religión es el opio del pueblo).
León Morín (el presbítero) le contesta de manera serena:
—Pas exactement… (No exactamente…)
…/ …
Historia de amor imposible y anunciado: la amistad entre una atea comunista y un cura es un germen dramático perfecto y revelador. La primera tiene tentativas de conversión al catolicismo y el segundo entabla una amistad que podría convertirse en algo mayor.
Destaca la puesta en escena de las secuencias del interior del confesionario y la secuencia onírica donde Leon cede a los encantos sexuales de Barny.
El descenso de las escaleras final y la secuencia previa (la ventana abierta, la puerta, la desolación interior de ese punto de encuentro y finalmente detalles como ver al cura sin calcetines) engrandecen la obra de Jean-Pierre Melville, que fue capaz de hacer dramas humanos sin necesidad de recurrir a gángsters o pistolas.