Las dos huérfanas
Sinopsis de la película
La historia se sitúa en el siglo XVIII francés, antes y durante la revolución francesa. Louise nació de la unión de una aristócrata con un plebeyo, y fue abandonada a las puertas de la catedral de Notre Dame de París. Allí le recogió el padre de Henriette, un buen hombre de condición humilde, que la crió como si fuera su propia hija. Pasado el tiempo, Louise y Henriette son unas lindas señoritas que se quieren como hermanas, y los padres de la segunda han muerto. Ante la ceguera que padece Louise, ambas hermanas viajan a París, con la esperanza de que un doctor pueda curarla. Allí las desgracias se suceden. Un aristócrata pervertido rapta a Henriette, mientras que una mezquina anciana quiere aprovecharse de Louise para recabar limosna. A todo esto la revolución estalla, y cobran protagonismo Danton y Robespierre. El primero es pintado como un humanista que busca el bien de Francia, el otro como un hombre resentido para el que el fin justifica los medios.
Detalles de la película
- Titulo Original: Orphans of the Storm
- Año: 1921
- Duración: 150
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Opinión de la crítica
7.1
73 valoraciones en total
Tres temáticas parecen retornar siempre a la filmografía del grande del cine norteamericano: el amor, la mujer virginal e inocente y la democracia concebida a partir del modelo estadounidense. Las dos huérfanas introduce estos tres grandes conceptos en dos horas de superproducción silente centrada en una efímera Revolución Francesa que choca de lleno con la Revolución de Octubre. Entre textos explicativos y paralelismos descarados, la cinta se define como una caricatura crítica de la caída del Zarismo. Griffith cubre dos hechos históricos al mismo tiempo, uno visible y otro latente, empleando el estilo y las formas que inauguraron el savoir faire del actual cine de Hollywood.
Nació esta película a raíz de una preocupación latente en el mundo occidental: ¿Son la Revolución Rusa y el bolchevismo una reafirmación corrupta del poder del pueblo? Desde un punto de vista liberal, uno puede mirar el socialismo ruso con preocupación y miedo. El terrible conflicto armado que había sacudido Europa aún era reciente, y una nueva concepción del mundo, en teoría contraria a los principios que soportan las naciones occidentales, auguraba más discordia internacional. Griffith plantea el trasfondo de la película a través de la preocupación y el desacuerdo con las nuevas medidas socialistas, comparables desde su punto de vista con la época del Terror de los jacobinos, que tuercen constantemente el destino de los protagonistas, símbolo de honradez e inocencia. La filosofía del realizador queda clara: la lucha por la libertad pierde todo sentido cuando la revolución se lleva por delante a los inocentes, la soberanía del pueblo no debe dejar paso a la tiranía de las élites y las masas enfurecidas.
[Sigue en spoiler]
De nuevo nos encontramos con la obra de un Griffith poseído por su sempiterno prurito de grandiosidad, de trascendencia y de historicidad.
Pero también ante un autor detallista, estudioso del tema, muy cuidadoso con la elaboración de la película y, en todos los casos, ejerciendo su profesionalidad con absoluta solvencia.
Ya sabemos que peca de excesivo afán didáctico y de un moralismo algo fuera de lugar pero incluso eso, se agradece que lo haga por la vía directa, sin disimulos ni discursos subliminales.
En realidad no eran huérfanas, pero supongo que de cara al publico la cosa se vendería mejor. Y aunque se supone que a partir de 1920 Griffit empezó su declive lo cierto es que su apuesta por los dramas o melodramas de corte decimonónico no le fueron mal ni con su anterior film Las dos tormentas (1920) ni con este, que fueron un éxito en taquilla. Quizás, eso si el último.
Vista hoy en día, 99 años después, que se dice pronto, resulta una película moderna que aguanta perfectamente sus dos horas y media de metraje y no queda más remedio que darle un 10 de valoración, salvando el melodramático guión y su especial visión de los hechos y personajes históricos de la revolución francesa porque en ella se condensa de manera fluida y precisa todo el cine que vendría inmediatamente después. Su utilización de los diferentes recursos técnicos le confieren un dinamismo y una tensión dramática modélica como lenguaje cinematográfico. Todo lo que en El nacimiento de una nación e Intolerance , entraba en el camino de la innovación y experimentación de recursos no todos inventados por Griffit, aquí, después de 6 años ha quedado depurado y sintetizado para conseguir el máximo potencial al servicio de la historia.
La profundidad de campo con el movimiento de o hacia la cámara, el montaje vertiginoso (fantástico los bailes de los desarrapados o la cabalgada final), los planos detalle, los encuadres y primeros planos, la ambientación, la atmósfera, el vestuario, todo está tan cuidado que no puede menos que asombrarnos.
Las hermanas Gish están en su papel, más mesurada Lilliam al igual que el resto del reparto cuyo tono general toma distancia de la excesiva gestualidad del cine mudo norteamericano. No se olvida Griffith de salpicar con humor tanto melodrama y dar su recadito conservador sobre los peligros del bolchevismo reciente en rusia. Se le olvida sin embargo en los títulos finales decir que no solo Robespierre sino el propio Dantón fue pasado poco después por Madame Guillotine,
Encomiable la labor de Bitzer y Sartov con la fotografía. En definitiva una clase maestra de, por y para el cine.
228/32(24/07/20) Uno de los clásicos del cine mudo es esta película dirigida por uno de los pioneros del cine silente, David Wark Griffith, con casi un siglo desde su estreno, con el filtro del tiempo en que se rodó, me ha resultado una película ágil, fluida a pesar de sus dos horas y media de duración, manejando bien el recurso del melodrama humano inmerso en un hecho histórico, algo que Griffith solía manejar, en este caso el drama de dos hermanas (en realidad hermanastras) que sufren la locura de entrecruzarse con la Revolución de Francia, entremezclando personajes históricos como Danton o Robespierre, con otros ficcionados. Después de Broken Blossoms en 1919 y Way Down Easten de 1920, DW Griffith, escribió bajo el nombre de Gaston de Tolignac, transpuso aquí la obra francesa de Adolphe Philippe Dennery y Eugène Cormon Les Deux Orphelines estrenada en 1874, adaptada para el escenario estadounidense por N. Hart Jackson y Albert Marshman Palmer. Se filmó en los Estados Unidos dos veces antes de que Griffith hiciera su película: en 1911 por Otis Turner y en 1915 por Herbert Brenon (la película perdida de Theda Bara The Two Orphans). La obra también fue filmada dos veces en Francia en 1910, por Albert Capellani y por Georges Monca. Relato enmarcado en la Revolución Francesa, para lo que Griffith no reparó en gastos, construyó una parcela de París en 14 acres en sus estudios Mamaroneck, y tuvo a su estrella fetiche, Lillian Gish, y su hermana, Dorothy, interpretan a las dos tiernas hermanas (curioso como en un acto poco menos que incestuoso-lésbico no hacen más que darse besos en la boca, sería costumbre) huérfanas atrapadas en los sangrientos acontecimientos, así como manejando en varias escenas enorme masa de gente (bailes, bullicio en calles, batallas, …), así como un trabajo de vestuario brillante para la recreación de este tiempo y convulso lugar. En realidad Griffith tiene un mensaje político marcado desde el inicio para advertir a su nación contra los peligros emergentes de Rusia del bolchevismo, tratando en su devenir la lucha de clases, y como lo mejor es el entendimiento como alegóricamente dice un noble ante el pérfido Comité de Salud Pública, ‘Si, soy un aristócrata, pero un amigo del pueblo’. Griffith no se complica en dar profundidad a sus personajes, los buenos son muy buenos y los malos, pues malísimos, quedan definidos desde el principio, no tienen evolución alguna, simplemente son llevados de un lado a otro por el azar. Una épica narración que se abre con varias subtramas que habilidosamente convergen en su clímax final, tan del gusto Griffith creando una contrarreloj de los buenos intentando salvar a una dama de los villanos, y con ello los travellings en primer plano que emergen con ingeniosa edición. Y es que Griffith ofrece sus conocimientos del medio con los que ya había experimentado años atrás, con montaje eléctrico, con trepidantes avances hacia la cámara, con encuadres medidos, con profundidades de campo, con vistosas panorámicas, diferentes ángulos de una misma escena, creando tramos de suspense, siendo espectacular el clímax final, de una cabalgata de decenas de jinetes por París.
La última película de Griffith que presentó tanto a Lillian como a Dorothy Gish, fue un fracaso comercial, luego de éxitos de taquilla como The Birth of a Nation y Broken Blossoms. Cuando Griffith completó su película para su lanzamiento, se había hecho una versión rival alemana de la historia y se estaba preparando para su lanzamiento en Estados Unidos al tiempo que la versión de Griffith. Griffith compró los derechos de distribución de EE. UU. A la versión alemana para que no entrara en conflicto con el potencial de ganancias de su propia película.
Ahora en su adolescencia, Henriette (Lillian Gish) y Louise (Dorothy Gish) viajan a París con la esperanza de encontrar una cura para la ceguera de Louise. Tan pronto como llegaron, el lujurioso Marqués de Praille (Morgan Wallace) secuestra a Henriette y la lleva a un baile que está dando en su finca. Allí, ella es rescatada de los avances del marqués por el apuesto joven caballero de Vaudrey (Joseph Schildkraut). Mientras tanto, Louise es secuestrada por una familia de mendigos que la obligan a cantar limosnas en la calle. El conde de Linieres (Frank Losee) ordena a De Vaudrey, su sobrino, que se case con una mujer noble, pero el joven, que se enamoró de Henriette, se niega e insta a su tía, la condesa de Linieres (Catherine Emmett), a encontrarse con su amado. Mientras la condesa, que de hecho es la madre de Louise, está de visita Henriette, la niña oye la voz de Louise en la calle de abajo. Justo cuando está a punto de bajar corriendo las escaleras y unirse a su hermana perdida, es arrestada por los hombres de De Linieres y llevada a prisión. Decidido a romper el romance de su sobrino con Henriette, el conde también ha arrestado a De Vaudrey y confinado en una fortaleza lejos de la ciudad. Un tribunal dirigido por Robespierre (Sidney Herbert) sentencia a muerte a la pareja: su crimen es refugiar a un aristócrata, Su crimen es ser uno. Mientras Henriette y De Vaudrey son conducidos a la guillotina por Danton (Monte Blue).
Griffith coloca en el centro dramático de su historia a una pareja de jóvenes virginales, puras, indefensas, frágiles, incluso una es ciega, incrustadas en el Ojo del Huracán de la Historia. Aunque la Historia es tocada de modo superficial, en brochazos gruesos, sin ahondar en las causas y desarrollo, relativizando los acontecimientos en momentos álgidos como la Toma de la Bastilla, los juicios del Comité de Salud Pública, o la Plaza de la Concordia y los guillotinamientos… (sigo en spoiler)
Una madrugada de mediados de los noventa tuvo lugar un extraño suceso en mi cama, desde la cual estaba viendo Las dos huérfanas , de Griffith. Me encanta visionar cine desde ahí, a esas horas: si la película me entretiene, mi cansado cuerpo no encuentra mejor acomodo, si me aburre y me duermo, ya estoy metido entre sábanas.
La película se ambienta en la Revolución francesa, aunque como lección de Historia no ganaría ningún premio. Las obras de Griffith de los años 20 ya no tienen tampoco ese sabor fundacional de El nacimiento de una nación o Intolerancia , dónde, sin inventar nada, lo reinventó todo para sistematizar un nuevo lenguaje artístico.
Pero sí me parece que cada vez profundiza más y mejor en ese lenguaje. Cada imagen está en su sitio. El ritmo es un perfecto mecanismo de relojería, y el trepidante tramo final sigue siendo toda una joya de arquitectura fílmica.
Pero hacia mitad del metraje una escena creó un resorte invisible que me hizo pegar un brinco y me abalanzó contra el televisor, al tiempo que mis latidos se aceleraban hasta límites insospechados. Me explicaré: las huérfanas del título son dos hermanas. Las circunstancias las han separado y una no sabe nada de la otra. En ese momento una se halla en un palacio aristocrático y la otra en la miseria, además de ser ciega —ya en el prólogo, Orson Welles, presentador de esta serie de films, nos explicaba que la dramaturgia de Griffith resultaba anticuada incluso en la época del estreno, porqué respondía a los clichés más melodramáticos del teatro de finales del XIX—. La ciega se ve obligada a cantar por la calles para pedir limosna y, al pasar ante el edificio dónde está su hermana, desde el interior ésta advierte su presencia al reconocer su voz.
Es un destello antológico. Se necesita un gran talento y más valor todavía para atreverse a plantear en una película muda una escena fundamentada en la conmoción que provoca una voz. También Chaplin, en su pírrica batalla contra el cine sonoro ya imperante, basó el malentendido que abre Luces de la ciudad —y cada vez estoy más convencido que lo hizo con toda la intención, para demostrar que no lo necesitaba—, en un sonido: la florista ciega (sí, Chaplin también era de esa clase…) cree que el vagabundo que le ha comprado una flor es un hombre rico debido al ruido de la puerta de un coche al cerrarse.
Pero si aquella madrugada una corriente eléctrica sacudió todo mi ser y mi respiración se detuvo, no fue por la emoción que suscitó que una hermana reconociera a la otra al escuchar su canto.
Fue porqué yo también lo escuché.
Y en ese mismo instante supe que dónde habita el cine es en un lugar llamado milagro.