La reconquista
Sinopsis de la película
Manuela (Itsaso Arana) y Olmo (Francesco Carril) son una antigua pareja que se vuelven a encontrar quince años después. Cuando eran unos adolescentes estuvieron enamorados, pero se separaron. Se trata de una película sobre el tiempo, o sobre la conciencia del tiempo: del tiempo perdido y del recuperado, sobre lo que recordamos de nosotros mismos y lo que no, sobre las palabras, los gestos y los sentimientos a los que seguimos guardando fidelidad, porque nos definen y nos interpelan en el presente, el pasado y el futuro.
Detalles de la película
- Titulo Original: La reconquista
- Año: 2016
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
Película
6.3
42 valoraciones en total
Ya está. Se acabó. Soy del club de fans de una vez. Jonasiano. Quiero llegar a los ochenta años con él. Me convenció y robó el corazón. Se acabaron mis dengues y melindres. No puedo con él. Me venció.
De hecho, es la gran esperanza blanca de nuestro cine. Hace tiempo que dejó atrás a sus más mediocres familiares cineastas y ahora, diría, está prácticamente solo en la cumbre de nuestro solar patrio, toda la responsabilidad recae sobre sus frágiles y exquisitas espaldas. Habrá que ver.
Es más, todavía me pregunto cómo no es moda, taquillazos, tumultos, aglomeraciones, estrenos, photocall , Goyas, Los Ángeles, qué sé yo, debería ser tendencia y calor, dejar en ridículo a los juegos del crepúsculo y te tengo muchas ganas, Moccia. Algo anda muy mal para que no nos lo quiten de las manos y nos lo dejen disfrutar solo a cuatro sibaritas delicuescentes, viciosos pecaminosos y corazones solitarios.
Vale.
Un prodigio. Si son tres actos, el primero es maravilla, dulzor y locura, un regalo, una ofrenda, no nos lo merecemos. Una escala mística, una accesis truncada pero bella hacia el cielo del amor imposible, atemporal, doloroso. Encuentro-carta-restaurante-bar-baile-despedida-moto… El segundo es corto y perfecto. Un juicio sumarísimo. Sutil, elegante, otro pasmo. El tercero es más discutible. Se quiso explicar demasiado. Trató de redondear la historia, de contarlo todo, de cerrar el sentido. Y así la humanizó y la vulgarizó, le quitó poesía y magia y ambigüedad. En verdad no está mal, todo encaja y es bueno, los personajes cobran mayor hondura si cabe, pero el modo es tosco, redundante, y los actores y el tono, todo, se allana, no pierde encanto, pero sí fulgor, delicia.
Y si nos atenemos literalmente a lo que parece que se repite, y se canta, el asunto principal sería la idea del balbuceo y la torpeza en el juego del amor, de su sacralidad siempre nueva e inexperta, da igual la edad.
Vuelve a darnos música (gracias otra vez por tener el valor y el buen gusto de no cortar las canciones, se agradecen mucho esos pequeños conciertos, esos momentos tan reales ) y libros. Pero diría que se nota la madurez, la destilación de su precioso estilo, hizo lo que le pedimos (es evidente que nos lee con atención, somos su faro, no pierde ripio) en su día, desde el principio, cuando vimos el talento sin pulir, es decir, que abandonara la tentación de la acumulación vanidosa de gracias y citas, que no exhibiera su exquisitez y sensibilidad de manera tan forzada, que dejara el ombligo y se esforzara en contar una historia, en crear personajes de carne y ficción, y así lo ha hecho. Y le agradecemos que haya confirmado que siempre tenemos razón.
Y me da rabia porque me atraen las películas que hablan sobre los enamorados del amor.
Interesante su manera de hacer reflexionar al espectador sobre el paso del tiempo en el recuerdo que queda cuando acaba una relación amorosa. Desde ahí, mi reconocimiento por su apuesta arriesgada. Pero como espectadora me desconecté de la narración por el sopor: no necesito tantos minutos para coger la idea. Ni, obviamente, para sentirla, puesto que es imposible ya que me he aburrido.
Le sobran minutos. Les faltan horas de trabajo en dicción a los dos protagonistas. La única actriz que destaca es Aura, porque trasmite verdad. Brilla en su papel y tiene una dicción impecable. La pareja protagonista me trasmite confusión (no se si aún te quiero o te deseo o me atrevo a probar), pero confusión impostada, lo que le quita legitimidad como emoción a provocar en el espectador.
Las secuencias con los actores jóvenes son innecesariamente profusas y explicativas.
Creo que hubiera sido bueno dejar más espacio a la imaginación del espectador. Y le falta ritmo narrativo en algunos momentos.
Para verla en la tele y sin pagar, aceptable.
El director: admiro su defensa de la película, hay coherencia y buenas ideas. Otra cosa es que lo plasme. Digo esto porque vi la peli en un Centro Cultural y hubo un coloquio al final al que asistió Jonás Trueba.
Lo mejor: Aura y las escenas del cantautor y del baile.
Lo peor: cuando no se entienden los diálogos de la pareja protagonista por su dicción. Y el exceso de metraje.
Jonás Trueba ha conseguido fraguar un estilo propio. Esa mezcla de géneros y referencias que se aprecian en sus películas, es solo el resultado de una persona con una gran cultura cinematográfica.
Con La reconquista confirma lo que se intuía en su ópera prima. Jonás no es ninguna promesa. Es el presente. Y es un valiente. Un valiente por ser honesto consigo mismo, por seguir haciendo su cine y mantenerse alejado del ruido. Y conseguir esto, no es nada fácil. No hay más que ver la cartelera.
Han pasado 6 años desde su primera película, pero mientras en Todas las canciones hablan de mí hacía una mirada nostálgica del pasado, en La reconquista su mirada al pasado sirve para hablarnos del presente y del futuro, en la que es hasta el momento su mejor película.
La reconquista es una historia de historias. Una película honesta, sutil, llena de capas, detalles, colores, sentidos, palabras y silencios sobre el paso del tiempo. El sentir pasar el tiempo. Importa del mismo modo lo que se dice, como lo que no se dice. Los silencios hablan y dejan al espectador la libertad de imaginar.
Se agradece la riqueza lingüística que inundan todas sus películas. Quizás, si se utilizara más a menudo un lenguaje cuidado y un vocabulario más amplio, no hablaríamos tan mal como ahora lo hacemos.
En definitiva, una película muy recomendable, sobre todo para aquellos que busquen algo distinto, y con unas excelentes interpretaciones.
Como si de una revisión de Paraules d’amor se tratara, todo empieza con una carta escrita a mano a los quince años, palabras de amor vertidas en plena explosión romántica entre dos adolescentes. Sencillas y tiernas. Justo despertando del sueño infantil. Pero esta vez con el bagaje del paso del tiempo. Porque si Serrat nos describía melancólico a su primer amor, desconocido su paradero, en una de las canciones más hermosas y tristes de nuestra historia musical, Jonás Trueba nos brinda el quince años después de Manuela y Olmo, el reencuentro de dos amantes que rememoran un pasado ferviente, la reconquista de sentimientos ahora lejanos y ajenos.
La exhumación de este amor enterrado se produce sin ninguna prisa. Si hay que observar a la pareja conversando un buen rato, se la observa. Si hay que escuchar todo un repertorio de canciones nostálgicas, se escucha. Si hay que esperar, se espera. Porque lo que para algunos supondrá un suplicio en realidad es la mejor manera de adentrarse en este juego de miradas, en un vaivén de verborreas y silencios que poco a poco va extrayendo sensaciones y deseos olvidados. Hay una escena especialmente emocionante de la película en el que ella y él miran al frente, en silencio, desprendiendo añoranza, mientras el padre le dedica una canción a su hija sobre diminutos fragmentos de una vieja emoción. El tipo de escenas con las que resulta casi imposible no empatizar.
Gran parte de la proeza de una reconquista que consigue sentirse como propia recae en el reparto, sobre todo en un Francesco Carril que borda un papel extremadamente complejo, el de un tipo soso y sencillo, introvertido, pero con una interesante vida interior, que necesita del desparpajo de una compañera como la que interpreta Itsaso Arana para desmelenarse, para sentirse vivo. Su arranque bailongo en mitad de una noche de juerga improvisada e inolvidable es otro de los momentos imprescindibles de la película.
Luego llegará un viaje en moto hacia el presente, en el que le espera dormida su novia actual. Y una conversación café en mano que si destila brillantez es también gracias al trabajo de Aura Garrido. Celos encubiertos, muestras de comprensión y desahogos sinceros. Después será el turno de la decisión más cuestionable de la cinta, la de recrear el pasado adolescente. La imaginación era más potente que un flashback pero al menos los jóvenes actores que lo interpretan, un gran acierto de casting, no desmerecen el conjunto de una obra que, de la forma más sencilla y menos pomposa, conquista y conmueve.
«Ella abisma la mirada en el suelo y él en sus ojos, alma adentro con la esperanza del reencuentro»
Suena un tema muy antiguo, «una canción romántica, quizá un poco cursi» en el interior de un local de Madrid. Una luz roja baña el rostro de los protagonistas, a sus espaldas un espejo refleja la figura del cantante brillando en azul y la pobre labor interpretativa de los actores no logra restar emoción a una de las escenas con más vida que he visto en mucho tiempo.
«Diminuto fragmento de una vieja emoción»
Cuando escribí sobre su ópera prima, hablé de la conexión por identificación y de cómo el cine de Jonás Trueba la sortea casi sin proponérselo. Tal vez mucho de esto tenga que ver con el hecho de que su autor hace cine para él y probablemente sobre él, de forma que no plantea situaciones con las que te puedas identificar per se sino que plasma su propia vida con tanta pasión que sus escenas desbordan una emoción real y palpable con la que podemos conectar aunque no hayamos vivido realmente ninguno de esos momentos.
Un joven de 15 años lleno de ilusiones escribe sobre un papel la más bella declaración de amor: el deseo de acompañar a esa persona hasta el fin de sus días, la imposibilidad de imaginar un futuro sin ella al que pronto se tendría que enfrentar. Los viejos cuadernos encierran las emociones desnudas de la juventud, las antiguas cartas albergan los deseos sin materializar, las promesas incumplidas y las ilusiones rotas. Jonás no escribe sobre ellas, sino que las rescata de la papelera y las devuelve a la vida, tratándolas con el respeto y el cariño que merecen aquellos fragmentos de lo que fuimos.
«Palabras borrosas que te hicieron llorar».
En una entrevista, el realizador afirma que le gusta el cine que le genera vergüenza. La incomodidad ante lo cursi y ñoño de los textos del pasado se refleja en la cara del protagonista que relee a su yo de entonces, y es exactamente la reacción que la segunda parte de la cinta pretende generar en el espectador, pues supone la apertura del baúl de los recuerdos que oculta en su fondo las frases edulcoradas nacidas de la emoción del primer amor. Quien sale indignado ante el derroche de cursilería que despide la segunda mitad de la película ha olvidado algo muy importante que Trueba deja caer en la primera parte: la lectura ha de hacerse en el tono adecuado. Nadie recita poesía con la pasividad con que examina un manual de instrucciones, ¿cierto?
Es una tarde tranquila en un parque, hace tiempo que pasó la hora del almuerzo y queda aún para la hora de cenar. Dos jóvenes se abrazan tímidamente y se separan para observarse. Es el reencuentro tras mucho tiempo sin verse, tras una historia de amor con punto final antes de tiempo –o quizá justo en el momento exacto–. Sonríen y la sonrisa es sincera pero en ambos casos se entrevé un leve gesto de amargura: la radiante luminosidad por volver a estar juntos la empaña levemente la suave melancolía por los sueños rotos y el recuerdo de un pasado feliz el uno al lado del otro.
«Y ni siquiera sientes pena sino la pena de no sentir dolor»
Jonás Trueba ha construido una obra que, girando en torno al recuerdo, mira con ilusión hacia el futuro. Su segunda parte es el relato de dos adolescentes enamorados, con la mochila llena de planes, motivaciones y altas expectativas, ilusionados por lo que vendrá, incluso temerosos por lo que se están perdiendo, por lo que les depara el mañana. La primera parte, nostálgica y agridulce, cargada de viva felicidad pero con el corazón encogido, se siente esperanzadora, como echar un vistazo atrás, sonreír por lo vivido y decirse a uno mismo que qué bonito aquello que pasó. Ambas mitades se nutren mutuamente, la una no es nada sin la otra, la otra no tiene sentido sin la una. Las dos encierran e irradian lo mismo.
Él vuelve de madrugada, vuelve de visitar el pasado, de reencontrarse con la chica del recuerdo, la que lo dejó por posibles anhelos, ni siquiera por algo concreto. Ha sido maravilloso volver a estar junto a ella, sentir esas emociones, revivir los viejos tiempos, los momentos que pasaron juntos. Ella le pregunta cuándo se va. Aún queda. «¿Vais a quedar otra vez?» añade. «No» responde él. Al pasado hay que volver para recordar y aprender, no para quedarse, piensa seguramente él cuando baja la mirada en busca de un porqué.
«Duras penas, eso nos depara. Porque nadie sabe nada de su propio amor»
Es difícil hacer una gran película, pero lo más difícil de todo es hacer algo que desborde vida, porque para ello hace falta pasión, hace falta emoción y hace falta valor para hablar de lo que te importa. Y son difíciles de encontrar estas obras. Muy rara vez un cineasta da con el momento adecuado para hablar de lo que quiere como quiere y a quien quiere y cuando eso ocurre la película brilla con luz propia y desde el primer minuto te atrapa entre sus brazos con su irresistible encanto. Pero para eso hace falta sentir verdadero cariño por lo que cuentas y, sobre todo, por la forma de contarlo.
«¿Sabrán repetir después las palabras que se dicen los amantes y ponerlas en los labios como nunca dichas antes? El mundo encierran y el cielo pertenece a quien las diga. Por eso cuestan la vida. Por eso cuestan la vida»