Ferdinand el radical
Sinopsis de la película
El protagonista de la película —la más convencional de Kluge desde el punto de vista narrativo— es Ferdinand Rieche, un ex comisario que, tras ser expulsado de la policía a raíz de su escaso entusiasmo por las limitaciones impuestas por el estado de derecho, encuentra trabajo como responsable de la seguridad de una planta química. Después de haber demostrado con creces su disparatado celo profesional y su mezquindad personal, Rieche vuelve a ser despedido y se propone poner al descubierto por cuenta propia las lagunas existentes en la protección que reciben los cargos políticos del país. En Ferdinand el radical tenemos, pues, una divertida sátira sobre uno de los personajes prototípicos de la Alemania de la época, el del pequeño-burgués fanáticamente obsesionado con la seguridad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Der Starke Ferdinand (Strongman Ferdinand) aka
- Año: 1976
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
6.7
90 valoraciones en total
Es muy poco lo que hasta este momento he conseguido ver de Alexander Kluge —entre otras la para mí extraordinaria El ataque del presente al resto de los tiempos —, pero me ha bastado para interesarme vivamente por este director y considerarle uno de los más originales, lúcidos e intrigantes del cine europeo.
Quienes conocen la totalidad de su obra constatan que Ferdinand el radical —literalmente habría que traducir el duro — es la menos radical, a nivel estilístico, de sus propuestas, ya que cuenta linealmente una historia, centrada únicamente en su protagonista, sin digresiones ni experimentos formales. Aún así, no estamos tampoco ante una narración convencional: una voz en off —sempiterna en Kluge— puntea el relato como si tratase de un documental, que nos va mostrando, de manera elíptica, distanciada y analítica, breves retazos de las andaduras de Ferdinand Rieche a lo largo de seis meses.
Éste es el tiempo que está de prueba como responsable de seguridad de una fábrica, después que haya sido expulsado del departamento de delitos políticos de la policía porqué, tristemente para él, la manera cómo entiende la práctica de su oficio es radicalmente incompatible con el funcionamiento del Estado de Derecho.
Pero Rieche, que en su tiempo libre compra obras de carácter leninista para saber cómo piensa el enemigo, no puede dejar de ser coherente con sus principios. Así, nos bastan unos pocos minutos de proyección para comprender que, pese a la apariencia de seriedad —las sobrias planificación e interpretación de un estupendo Heinz Schubert—, nos encontramos ante una implacable y en última instancia divertidísima sátira sobre hasta dónde puede llegar la paranoia humana con respecto a la seguridad: en una espiral incontrolable (*ver spoiler), cada nueva acción de Rieche resulta más abusiva y desproporcionada, hasta llegar al colmo del absurdo. De igual manera, la vida privada no escapa de su mente cuadriculada y es en este aspecto donde la película, aún manteniendo la pincelada humorística, nos sumerge emotivamente en el terreno de la incomunicación y la soledad.
Para el espectador contemporáneo puede resultar muy desazonador comprobar cómo esta sátira que respondía a la coyuntura de unos tiempos marcados por una Alemania dividida y los vientos aún zozobrantes de la guerra fría, no resulta a estas alturas del siglo XXI ningún anacronismo. Hoy, el término terrorismo ha tomado el relevo de los antiguos miedos, y lo que en principio es una amenaza objetiva, se convierte también en la excusa perfecta para que quienes manejan los hilos puedan coartar derechos y libertades civiles básicos.
En definitiva, si encuentro a Kluge tan interesante —extiendo esta consideración a todo lo que visto de él— es porqué nos seduce en tanto que cinéfilos, a causa de sus estimulantes hallazgos expresivos fuera de toda norma, al tiempo que nos interpela, en nuestra condición de ciudadanos, a reflexionar y debatir sobre el mundo que nos rodea.