La pícara puritana
Sinopsis de la película
Jerry y Lucy Warriner están a punto de divorciarse y luchan por la custodia de su perro, Mr. Smith. Antes de que el divorcio se haga oficial, Jerry decide volver con Lucy, pero se entera de que ella va a casarse con un hombre que se ha hecho rico gracias al petróleo. Jerry contraataca anunciando su compromiso con la aristocrática Molly Lamont.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Awful Truth
- Año: 1937
- Duración: 91
Opciones de descarga disponibles
Si deseas puedes descargar una copia la película en formato HD y 4K. Seguidamente te añadimos un listado de posibilidades de descarga directa activas:
Opinión de la crítica
Película
7.4
90 valoraciones en total
Estamos en plena década de los treinta, las comedias locas (screwball comedies) están en su máximo esplendor, despúes de Nobleza Obliga con Laughton y La vía láctea con LLoyd, McCarey dirige esta comedia a la mayor gloria de la pareja protagonista un dinámico y elegante Grant y una sofisticada Dunne. Película de ritmo rápido, diálogos ágiles y escenas de chispeante humor que hoy se ve con agrado, aunque en algunos momentos el paso de tiempo le halla hecho algo de daño al haber cambiado los roles femeninos y masculinos.
Junto a la construcción de los escenarios y del vestuario que deliberadamente huyen de una realidad social muy distinta, MacCarey juega con su estilo limpio y nada pretencioso con las convenciones de la comedia donde la batalla de sexos, la réplica y contraréplicas a cada cual más ingeniosa, fabrica una comedia que servira de modelo a imitar.
No es de Lubitsch pero podría serlo. Con ello, creo que estoy elogiando a un excelente director, Leo McCarey y a una magnífica comedia, La pícara puritana, película que, a pesar de los años transcurridos desde su estreno consigue una amplia sonrisa de los espectadores gracias sobre todo a unos diálogos tan oportunos como inteligentes, a un ritmo que no decae en ningún momento y a unos actores (Cary Grant e Irene Dunne) cuya relación cinematográfica irradia esa química imprescindible en toda comedia que se precie.
No es cuestionable el Oscar de 1938 al mejor director de Leo McCarey y muy merecidas las nominaciones de Ralph Bellamy e Irene Dunne. Si a todo ello le sumamos la nominación a mejor película, mejor montaje y sobre todo mejor guión, pues agua tan bendecida tiene que tener algo y aunque a veces los premios no guardan relación con los verdaderos méritos contraídos, en este caso sí.
Y quiero detenerme en lo que hace referencia al guión, porque miren ustedes, hacer reír al espectador nunca ha sido tarea fácil y los guionistas con escasez imaginativa han recurrido ( y lo siguen haciendo) a las tartas en la cara, a los tropezones y similares. Y eso está demasiado visto. El espectador busca un humor que no sea un atentado contra su inteligencia. Y ese humor lo encontramos en Lubitsch, también en Billy Wilder y en esta película de McCarey.
Las salidas de la tía Patsy son magistrales:
El marido y el profesor de canto abandonan corriendo la habitación de Lucy (Irene Dunne)
El rico pretendiente (Bellamy), a la vista del paño, exclama: He aprendido a conocer a las mujeres
La tía Patsy le entrega la carta de despedida de Lucy que ya tenía preparada: Aquí tiene el diploma .
Y muchas más. Hasta nos reímos con Cary Grant de patoso en el concierto. Y les aseguro que no soy de risa floja.
Habrá quien diga que este tipo de comedias se quedaron anticuadas, que la sociedad ha cambiado mucho, que los roles masculino y femenino son muy diferentes. Y tendrá razón. Pero miren, lo mismo me digo yo a mí mismo, pero no sé bien lo que me pasa, me sigo riendo.
Comedia clásica de estilo Screwball, The awful truth (me resisto a mencionar el título en castellano, verdaderamente deleznable) de Leo McCarey es un ejemplo del nuevo lenguaje humorístico asumido por el cine estadounidense de los años treinta.
En dicha década, con la generalización del cine sonoro, las antiguas comedias cómicas basadas en gags de gran potencia y creatividad visual, tocaron definitivamente a su fín. Es cierto que algunos de los grandes cómicos (Chaplin entre ellos) se resisitieron a abandonar el método que tan buen resultado les había proporcionado en el pasado, y a pesar de que aún realizaron obras de gran mérito, a lo largo de los treinta se generalizaría un nuevo tipo de comedia, basada en los diálogos ocurrentes, la lucha de sexos y cierta crítica de costumbres (muy ligera, eso sí), todo ello desarrollado en ambientes burgueses o acomodados. No hay que olvidar que aquellos años eran muy duros para la sociedad, en plena Depresión, por lo que las comedias tenderían al optimismo y a la evasión.
Este nuevo estilo encumbró y consagró a nuevos directores (Capra, Cuckor, McCarey, Hawks) y, sobre todo, a nuevos intérpretes, que ahora precisaban, además de expresividad gestual, buenas dotes en los diálogos, así como capacidad de improvisación. El mejor ejemplo de todo ello lo representó Cary Grant, protagonista del presente filme, en el que encarna a un personaje tipo con el que repetirá fortuna en múltiples ocasiones, apoyándose en su magnífica presencia y sus grandes dotes interpretativas.
La película presenta una lucha de sexos en un matrimonio en trance de separación por culpa de un equívoco y los subsiguientes celos. La separación sólo se consumará al término de un periodo concreto, y mientras éste se agota los Warriner discutirán la custodia del perro (genial la secuencia del juzgado) y entablarán sendas relaciones con ánimo de provocarse el uno al otro. El reparto hace una labor magnífica, con el ya citado Cary Grant, a quien da la réplica una no menos maravillosa Irene Dunne (divertidísima en toda la secuencia que protagoniza en casa de la pretendiente de su casi ex marido), los secundarios están a la altura, sobre todo Bellamy, brillante en su creación de un paleto millonario enamorado de Lucy Warriner.
Para McCarey el filme supuso la consagración definitiva, recibiendo el Oscar al mejor director, y consiguiendo así un prestigio que ya por entonces merecía, pues no en vano había sido el máximo propiciador de la asociación entre Stan Laurel y Oliver Hardy, además de director del clásico Sopa de Ganso , con los hermanos Marx.
Leo McCarey era especialista en el género del humor y del romance. Aunó ambos en una burbujeante fusión que funcionaba bien, y un ejemplo de ello es La pícara puritana (horrible el título que le impusieron al pasarlo al castellano).
Una comedia de los años 30 no necesita presentación, si se ha visto Vive como quieras, Sucedió una noche, Vivir para gozar, La fiera de mi niña, Ninotchka o un puñado de las de los hermanos Marx, se intuye cuáles son las premisas generales para que se garantizaran el éxito: un guión que recurre sin complejos a las situaciones absurdas, disparates varios, risa abierta, los personajes pasando por trances ridículos, diálogos ingeniosos, ironía a raudales y picardía disfrazada. La procacidad no debía ser evidente, porque la cinta corría el riesgo de no pasar el tijeretazo del puritanismo censor tan extendido por Norteamérica. Ni escenas de alcoba, ni palabrotas, ni desnudos, ni siquiera un matrimonio durmiendo en la misma cama. Como súmmum de lo explícito, besos más bien afectados y formalitos (vamos, que nada de morreos de tornillo con lengua). El erotismo se incluía por otras vías, recurriendo a miradas, gestos, conversaciones veladas y vestuario correcto pero con su toque de sensualidad.
El cine, como todo arte, se influye por los tiempos que le tocan, y por eso refleja una concepción vital de su época, unos valores concretos concentrados en un rollo de celuloide. El tema del divorcio según la visión de McCarey hoy puede resultar de lo más anticuado e ingenuo, y Cary Grant e Irene Dunne caer ante la audiencia actual como dos pacatillos tontines. Mas no olvidemos que si hoy día la ruptura matrimonial es tan natural como respirar, setenta y cinco años atrás era un escándalo o poco menos.
Un ameno viaje al pasado donde reír sin preocupaciones y deleitarse con la vena payasa de Grant, que le iba como anillo al dedo.
Otra comedia clásica, dentro del estilo de screwball comedie aunque con tonos notoriamente más románticos e incluso un humor alejado del juego de palabras y más apegado al slapstick, en primera medida y, principalmente, a la incomodidad.
La incomodidad es un elemento nuevo: lo cierto es que los personajes construyen situaciones que, ya sea por sus propios errores o por desatinos del azar, o bien deben esconderse o bien hacer el ridículo. Esto genera, siempre dentro del género cómico, una cierta tensión en el espectador, una suerte de verguenza ajena por los personajes que se salvan como pueden del meollo ocasionado.
El matrimonio cobra aquí un papel curioso, aunque muy manido en la época: imposible no dar cuenta de que nos encontramos ante una pareja especial, con códigos internos que se le escapan incluso al espectador. Esto genera, junto con las miradas que los protas se reparten más las formas de tratarse, una química íntima que funciona a la perfección. La cámara no nos muestra todo, ni siquiera el pasado sospechoso de ellos en cuanto a la fidelidad, y esto juega muy a favor, puesto que la peli se maneja también desde esos secretos.
Rendirse a la opinión social y a las convenciones culturales o armar un mundo propio y el resto que se cague… eso pretende transmitir esa peli, con o sin código Hays. Quizás el perro fox terrier sepa la verdad, La terrible verdad , pero seguro que no nos la dirá.