La muerte de Stalin
Sinopsis de la película
La noche del 2 de marzo de 1953 murió un hombre. Ese hombre es Josef Stalin, dictador, tirano, carnicero y Secretario General de la URSS. Y si juegas tus cartas bien, el puesto ahora puede ser tuyo. Una sátira sobre los días previos al funeral del padre de la nación. Dos jornadas de duras peleas por el poder absoluto a través de manipulaciones, lujurias y traiciones.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Death of Stalin
- Año: 2017
- Duración: 106
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Opinión de la crítica
Película
6.2
87 valoraciones en total
La muerte de Stalin es uno de los mejores cómics europeos que se han realizado en los últimos años. Al aceptar hacer esta versión cinematográfica, Armando Iannucci ha mostrado ser un gran director y un agudo lector. Ha comprendido la esencia de la obra maestra original, sabiendo adaptar los elementos para conseguir un film aparte, un hijo afortunado que toma a su manera el brillante legado del progenitor.
A diferencia de las viñetas, aquí la historia es mucho más coral, amparado en un casting portentoso y donde Simon Russell Beale y Steve Buscemi nos dejan un duelo para el recuerdo como Beria y Kruscher. Por mucho que les asombren algunas de las anécdotas aquí mostradas, buceen en los libros de Historia. El miedo provoca esta clase de situaciones y aquel día en la remota década de los 50 del pasado siglo se sucedieron las hipérboles.
El argumento está muy trabajado, recordando por momentos al mejor Berlanga, además de dar a toda esta irreverencia que tanto ha molestado a Putin un sabor a lo Monty Python. Cierta obra de Billy Wilder centrada en Berlín también está omnipresente a la hora de jugar con las piezas aquí mostradas. Michael Palin y Jeffrey Tambor ayudan mucho a eso.
Nunca perdemos la sonrisa, aunque La muerte de Stalin no es vacua. Esconde metáforas poderosas y tiene unas interpretaciones brillantes, en perfecta armonía. Además hay mucha generosidad, estrellas como Olga Kurylenko o Jason Isaacs aceptan roles secundarios con modestia y garra, dando a cada una de sus secuencias una fuerza muy especial.
Termina dejándonos entre deleitados y horrorizados. Así es el poder, desde Washington a Moscú, pasando por el antiguo Bizancio. Nos movemos por miedo y bajos instintos, siendo deleznables como sociedad y dignos de compasión en el análisis individual. No me extraña que a destacados políticos no les haga ninguna gracia. Iannucci se ha convertido en un bufón medieval capaz de decirle a los reyes sus pecados ante la risa de todos.
Es posible realizar una comedia en torno a la figura de un genocida como Josef Stalin? A simple vista parece una tarea difícil la de banalizar cualquier aspecto relacionado con uno de los mayores asesinos del siglo XX. Esta es una de las preguntas que debió hacerse Armando Iannucci con su grupo de guionistas cuando decidieron adaptar La muerte de Stalin, el cómic de Fabien Fury centrado en las horas posteriores a la muerte del dictador.
La muerte de Stalin es una sátira amarga con dósis de humor negro que no trivializan en ningún momento una revisión histórica acertada y precisa sobre la actuación del régimen comunista en la Europa del Este de la segunda mitad del pasado siglo. Centrándose en los días posteriores a la muerte del líder georgiano y en su sucesión, la obra no deja de lado las listas negras que derivaban en matanzas indiscriminadas o en detenciones y expulsiones a los Gulags.
De esta forma, durante el desarrollo del filme el espectador percibe esa amenaza que los ciudadanos que vivían al otro lado del telón de acero debían soportar. Denuncias falsas, acusaciones sin fundamento o gestos mal interpretados podían suponer el fin de tus días. El culto al líder por encima de todo era algo imperativo y el que no lo aceptase tenía poco porvenir.
Ese tono oscuro propio de la época y de tal vil régimen político se mezcla con la comedia. Ésta aparece en las maniobras que los miembros mas destacados del partido realizan en las dos jornadas posteriores al fallecimiento de su jefe. Con el cadáver aún caliente, estos personajes no escatiman esfuerzos a la hora de realizar cualquier jugarreta contra sus oponentes políticos.
Es digno de destacar la valentía y atrevimiento del director y guionistas a la hora de mezclar ambos géneros: el drama y la comedia, en un contexto histórico y con unos protagonistas tan siniestros como los que retratan en el filme. La obra rezuma esa acidez tan propia de los británicos.
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Tómese a Berlanga, mézclese con humor inglés, añádasele un personaje histórico aún poco explotado (Stalin apenas tiene recorrido caricaturesco comparado con coetáneos como Hitler, Mussolini o, más domésticamente, Franco) y el resultado es esta película, cuya principal virtud es que te ríes un rato —también hay momentos en que quisieras apartar la mirada de la pantalla, no olvidemos el gusto inglés por combinar lo cómico y lo macabro—. Uno esperaba una sátira sobre los profesionales del poder y sus luchas intestinas, incluso una de esas críticas a la utopía comunista, tan de moda desde que la revolución conservadora alcanzó sus últimos objetivos, pero en este filme hay poco de eso. El realizador ni siquiera se toma la molestia de hacer creíble una URSS donde las advertencias de que un ascensor no funciona están señalizadas en perfecto inglés, los personajes se expresan como si estuvieran en el Bronx (tipo bésame mi culo ruso) y las referencias culturales, cinematográficas sobre todo, remiten automáticamente al mundo anglosajón. La lucha por sustituir al finado tampoco se centra en discusiones ideológicas ni maquiavélicas maniobras en la sombra. Todo es brocha gorda, con unos actores que cumplen a la perfección el estereotipo asignado a cada uno: el ambicioso y despiadado, el maquinador y astuto, el tornadizo y sin carácter, el débil y vanidoso… Personajillos de opereta todos ellos, que corren histéricos de un lado para otro entre zancadillas y codazos.
(Al salir de la sala me asalta una duda: ¿acabo de asistir a un esperpento, o hay alguna posibilidad de que los hechos fueran así realmente? Y si todo fue así realmente me asalta también cierta nostalgia: al menos, los poderosos de entonces ocultaban su estulticia a las masas. Ahora ni eso.)
El 2 de Marzo de 1953, Josef Stalin recibe un disco grabado esa misma noche exclusivamente para él, que contiene una nota. Tras leerla, sufre un infarto cerebral y cae desplomado en su despacho. Nadie se atreve a entrar hasta la mañana siguiente. Una vez descubierto, y sin que nadie se atreva a tocar el cuerpo, los más destacados miembros del Partido Comunista se reúnen a su alrededor para decidir qué hacer. Aún no ha muerto, pero resulta que los mejores médicos del país han sido asesinados o exiliados, por lo que los médicos que llegan para tratarle no son demasiado competentes. Tras su inevitable muerte, los miembros del Politburó comienzan a mover sus piezas para intentar hacerse con el poder vacante.
Armando Ianucci dirige esta sátira política que resulta ser la adaptación de un cómic francés de Fabien Nury y Thierry Robin. El film se inicia en la última noche de la vida de Stalin, y en las primeras escenas se nos muestra la oscura realidad de aquellos tiempos. El miedo a decir algo inapropiado sobre Stalin, las detenciones y ejecuciones que ordenaba, y el modo en que sus más cercanos miembros del gobierno le adulan y le temen. El dictador quiere la grabación de un concierto que ya ha terminado, y como no se ha grabado, el concierto vuelve a ejecutarse, con otro director y con espectadores cogidos de la calle. Llevamos diez minutos de película, ya nos hemos reído y tenemos la sensación de estar ante una película de Berlanga a la rusa.
Ianucci nos relata estos sucesos históricos en modo de comedia negra, y es un gran acierto, puesto que los hechos que narra son terribles pero al mismo tiempo tan disparatados que son mucho más fáciles de digerir si nos los tomamos a risa. Pero lo hace utilizando el humor en su justa medida, para que el film no caiga en el esperpento. Los hechos son evidentemente ridiculizados (aunque habría que ver si la realidad no superó la ficción) pero tratados con un humor contenido a la vez que sostenido, por lo que te ríes pero al mismo tiempo tomas conciencia de lo que debieron ser aquellos días en la Union Soviética.
El humor negro es especialmente despiadado y mordaz cuando aborda las ejecuciones y las torturas de la época, lo cual parecería a simple vista pasarse de la raya, pero el director logra que no tengamos esa sensación, y sí más bien la de que ridiculiza un gobierno caprichoso y tiránico.
El excelente guión (no conozco el cómic, así que no puedo decir si está más o menos bien adaptado) se basa en unos diálogos chisposos y rápidos apoyados por el movimiento de cámara que le otorga aún más ritmo a la película. El humor a veces subyacente y otras más explícito (muy inglés siempre) hace que el espectador no llegue a tener nunca claro hasta qué punto lo que se le cuenta fue real, y hasta qué punto llega la caricatura de los hechos y los personajes. Poco importa, la película es a un tiempo didáctica y desternillante.
Para que no haya dudas, en la cena de Stalin con sus colaboradores al principio de la película, el director nos muestra un cartel con los nombres de todos, así les identificamos desde el principio. Son Lavrenti Beria (Simon Russell Beal), mano derecha de Stalin (y georgiano como él) e implacable ejecutor de las purgas que se llevaban a cabo en la postguerra soviética, Nikita Kruschev (Steve Buscemi) que acabaría siendo presidente de la Unión Soviética, Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor) que era el sucesor formal de Stalin, aunque poco espabilado y un tanto blando, era carne de cañón para que no le permitieran serlo, y Vyacheslav Molotov (Michael Palin), sí el del cóctel, que estaba en la lista de sacrificados políticos y al que salvó la repentina muerte de Stalin.
La película se centra básicamente en las interacciones de estos cuatros personajes, sus maquinaciones y manipulaciones, sus idas y venidas, sus alianzas y desacuerdos, todos ellos buscando dentro de las directrices del Partido Comunista, su beneficio personal, lo que da lugar a situaciones tan cómicas como la que se produce cuando el dictador agonizando señala un cuadro en el que se ve una pastora dando el biberón a un cordero, y cada uno de ellos intenta interpretar en ese gesto una cosa diferente, en una de las escenas más desternillantes de la película.
Las interpretaciones son muy buenas. Inevitablemente exageradas pero nunca sobreactuadas. Mi adorado Michael Palin me hace reir aunque no diga nada, solo con verle ya me hace gracia (en la escena de las votaciones del Comité es el Palin de los Monty Python en estado puro), pero destacan sobre todos el siempre brillante Steve Buscemi y Simon Russell Beal en el papel menos amable que el del resto del reparto.
En cuanto a los puntos negativos, a mi juicio el final es un tanto confuso, no por lo que pasa, sino por el tono que adquiere. Me dio la sensación de que la película se cerraba de un modo más dramático y menos humorístico de lo que había sido el resto del film, lo que te deja una sensación de ligero desconcierto. Por otra parte, me dió la impresión de que no se tratan adecuadamente los personajes de los hijos de Stalin, Svetlana (Andrea Riseborough) y Vasily (Rupert Friend), aunque tampoco podría asegurarlo.
Resumiendo, para quien les interese el tema es una película absolutamente recomendable siempre y cuando tengan sentido del humor y sepan que están viendo una parodia. Ianucci nos brinda una obra en la que a través de unos diálogos eléctricos e inteligentes, una puesta en escena sencilla, un humor negro y fino, indispensable para lubricar la terrible realidad que nos relata, y unos intérpretes muy dotados para las escenas que rozan la teatralidad, se logra un retrato tan demoledor como tronchante de Stalin y los que le rodeaban.
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Estamos ante un ejercicio de comedia seudohistórica, similar en su planteamiento a la magistral SER O NO SER, con situaciones de clásicos como UN, DOS TRES o FALDAS DE ACERO. Sin duda, todos ellos clásicos de los que bebe Iannucci para hacer una sátira, terrible por su crueldad de fondo, del comunismo a la muerte del terrible dictador Stalin. El dotar a los personajes históricos de una comicidad vulgar que bordan actores como Buscemi, Tambor, Pallin o Isaacs, es un acierto, además de agilizar la narración con situaciones casi de vodevil. Sin duda, una película muy por encima de la media que merece la pena ver.