La leyenda del santo bebedor
Sinopsis de la película
Andreas (Rutger Hauer) es un vagabundo más de los muchos que viven bajo los puentes de París. Cuando recibe de un desconocido la suma de doscientos francos, con la única condición de devolverlos como ofrenda a la imagen de una santa, emprende un peregrinaje de carácter fundamentalmente espiritual para ser digno del favor recibido. Fábula sobre la redención y la dignidad personal.
Detalles de la película
- Titulo Original: La leggenda del santo bevitore
- Año: 1988
- Duración: 127
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Opinión de la crítica
Película
6.6
54 valoraciones en total
Recuerdo una apasionada reseña de Eloy, un par de años debe hacer, y vaya, no andaba desencaminado.
Notable drama en tono de fábula, con un espíritu y un tono que me trajo a la memoria a Erase Una Vez En América, salvando la distancia que sea menester y no teniendo en realidad nada que ver, pero algo hay, el aire de melancolía, la bella factura de la que hace gala, que recuerda a ese Leone, y no al otro. Mi apreciado Rutger Hauer cuaja el que seguramente sea el papel de su vida, con permiso de Roy Batty, trasegando vasos de vino sin parar como si no hubiera mañana y con un corazón que no le cabe en el pecho. Y Ermanno Olmi, tipo que conocía de lejos, sabe lo que se hace, sin duda, aunque en algún momento se guste demasiado. Y la película tiene algo, ya digo, un poso especial, una resaca limpia y clara, una glorificación del vino entrañable. La disfruté bastante. Incluso ahora, cuando pienso en ella, me parece mejor de lo que quizás fue.
Que viva el vino.
Adaptación de una novela del escritor austríaco Joseph Roth (autor de Der Antichristh, crítica magnánima contra cualquier forma de idealismo y materialismo) que se ampara por ser una intensa reflexión sobre la culpa, el arrepentimiento y la redención. Andreas (Rutger Hauer, en un papel fuera de lo usual en sus roles de villano de cine de acción) es un inmigrante sin papeles que duerme bajo los puentes de un París anónimo y silencioso como las tardes y noches que lo acogen en sus bares dónde no interrumpe su afición a la bebida del vino, sangre de su existencia monótona y miserable. La repentina llegada de un hombre (Anthony Quayle) que le suplica, ofreciéndole doscientos francos, que venere a Santa Teresa de Lisieux representada por la imagen de una inocente niña (Dalila Belatreche) que le hará replantear el sentido su existencia. Andreas saca provecho del dinero en una procesión que le llevará a recordar episodios de su vida pasada y por ello va a faltar siempre a su cita en la Iglesia dónde debe depositar el dinero como deuda. Pero el milagro se sucede constantemente en los andares del vagabundo que se encuentra a viejos amigos, entre ellos un boxeador de éxito, Daniel Kanjak (Jean-Maurice Chanet) o el desafortunado pero truhán Woitech (Dominique Pinon), una antigua amante Karoline (Sophie Segalen) y una cabaretera (Gaby) que no dudará en aprovecharse del honor y buena fe de Andreas.
Preciosa película que a pesar de llevarse el León de Oro en Venecia no será recordada ni por su sugerente título. El rodaje en los exteriores de un París al que estamos acostumbrados por su glamurosa e imperante Torre Eiffel, se convierte en el decorado anónimo e intemporal de unas calles oscuras, cafeterías vacías o silenciosas. No muy lejos de los puentes que atraviesan un Sena bañado por el resplandor del atardecer (y aquí gana mucho peso la fotografía de Dante Spinotti que nos recuerda al de su compatriota Vittorio Storaro).
Aunque internacionalmente se le conoce, sobre todo por, Radetzkymarsch (La Marcha Radetzky, 1932), el escritor austriaco, Joseph Roth, también logró títulos notables como Fuga sin Fin, Job o La Rebelión, y junto a Herman Broch y Robert Musil, sigue siendo considerado uno de los grandes escritores centroeuropeos del siglo XX. Entre 1923 y 1932, Roth (nacido Moses Josep Roth) fue corresponsal del Frankfurter Zeitung, labor que le dio la ocasión de recorrer gran parte de Europa, incluida la Unión Soviética, por la que tuvo especial simpatía.
>, otra vez hay espacio para algunos momentos muertos que, si no espabilas, te sacan por completo de la historia, pero, por fortuna, la trama vuelve siempre a su cauce en pocos minutos… y de nuevo el protagonista nos sorprende con sus asombrosas decisiones.
Con la llegada del nazismo, Roth tuvo que exiliarse… y en la Alemania nazi sus obras fueron quemadas junto a las de muchos otros autores. Le tocó moverse de una ciudad a otra, viviendo en hoteles y escribiendo en las mesas de los cafés… y fue, en París, donde cayó definitivamente en el alcoholismo llegando a dormir bajo los puentes en un estado de lamentable degradación. En este difícil proceso de su existencia -que sería el definitivo-, logra escribir, en 1939, Die Legende vom heiligen Trinker (La Leyenda del Santo Bebedor), novela que entremezcla el drama, la crisis existencial y la espiritualidad latente en todo ser humano.
El protagonista -su alter ego- es Andreas Kartak, un vagabundo que vive bajo los puentes del río Sena, y cierto día, de un extraño hombre que dice vivir en sus mismas condiciones, recibe en préstamo doscientos francos que él se compromete a llevar, en cuanto pueda, a Santa Thérèse de Lisieux en la iglesia de Sainte Marie des Batignolles. Los creíbles, pero difíciles esfuerzos con los que, este personaje de admirable personalidad, intenta cumplir con su promesa mientras complace su adicción, serán el asunto de una historia que conseguirá agitarnos unas cuantas fibras.
Fue el director italiano, Ermanno Olmi, quien se le midió a la adaptación cinematográfica de esta singular novela que, Roth, escribiera poco antes de morir, hecho que ocurriría en París, el 27 de mayo de 1939, tras sufrir un intenso delirium tremens. Con la sensibilidad religiosa que caracterizara a Olmi durante toda su vida, el filme es todo un ejercicio de grandes valores, de esos que, cuando emergen en tiempos de profundas crisis, tienen una valía inconmensurable, pues, es en situaciones así, cuando se comprueba quien es verdaderamente digno.
Para el rol de, Andreas Kartak, Olmi se inclinó por el actor alemán, Rutger Hauer, quien, además de guardar un cierto parecido físico con el autor, en su vida actoral mantuvo una constante entremezcla de héroe y villano, lo que, de alguna manera, se aviene con el personaje que aquí interpreta magistralmente. Junto a él, Anthony Quayle es el Especial Transeúnte que lo pondrá a prueba, y Sandrine Dumas es Gaby, la joven que le brindará un aliento de vida durante dos especiales días.
Recuerdos, aspiraciones, deseos… es decir, diversos estados en que se desenvuelve la mente humana, tendrán aquí un espacio para tratar de ir hasta el fondo de ese hombre degradado que, de pronto, hasta podría merecer otra suerte de calificativo. ¡Es tan, pero tan frecuente que las apariencias engañen!
Con todo, y en honor a la objetividad, tengo que decir que, una vez más, me resentí de que Olmi no delegara -plenamente- en un tercero la edición de su película, pues, siempre se apegó demasiado a lo rodado y con esto terminó afectando la dinámica de sus magníficas historias. En, <
En todo caso, y con la mente bien predispuesta, esta es la suerte de filme que nadie debería perderse, pues, vamos a comprobar que, en apariencias muy lamentables, se ocultan a veces grandes maestros.
Bellísima película que se ciñe fielmente al magistral relato de Joseph Roth que, con el mismo titulo, escribió en París en los años treinta, poco antes de su muerte en la misma ciudad en 1939.
Sin entrar en el análisis técnico del film, que no sabría hacer, la historía discurre entre dos orillas, la aventura fantastica de un honorable clochard que intenta cumplir con su palabra a pesar de las innumerables absentas, mujeres y viejos amigos que se cruzan en su camino impidiendole llegar a su destino…Y París, un París desolado, intemporal pero increiblemente bello, ese París querido que llevamos en el corazón todos los que amamos a Europa.
Pero, ante todo, la película y el cuento, es una apología del alcohol, un alcohol que ofrece a los hombres una suprema y única lucidez, que hace a los hombres generosamente disponibles, ajenos y por encima de cualquier interés que no sea el acto sagrado de beber…Personalmente creo que es absolutamente cierto lo que dice Carlos Barral en el magistral prólogo del libro de como el vino transforma el mundo, cambia sus leyes, todas, incluso la virtud de los santos, para hacerlo habitable y agradable a los que creen en él .
Sin el vino la vida no sería igual, sería quizás mas formal, mas ordenada, mas productiva, pero mucho mas triste y deshabitada. No deseo que se me note demasiado mi odio a los abstemios y mi incapacidad para penetrar en su amistad, pero, en fin, que Dios les perdone…
Larga, lentísima cinta que parte de una anécdota simpática que no consigue contar, perdiéndose en detalles prescindibles, en desesperantes voy pero no llego o yo quiero llegar pero no sé que pasa y en eternos primeros planos de Rutger Hauer, si bien esto último no es de extrañar puesto que su actuación resulta lo mejor de la película, lo cual me hace sentir cierta pena por el actor pues podía haber servido para su lucimiento a poco que el guión se hubiera empeñado… Hay también ciertas escenas de ambientación respecto a los clochards y su día a día (y noche a noche, lluviosas por más señas) que me han parecido bien hechas y bien contadas, con la objetividad de un documental pero deteniendo la cámara un momento más de lo necesario en lo que capta para darle un tono más personal. Estas dos cosas se salvan, a mi entender, en un conjunto pesado. Y desgraciadamente disiento de que constituya un canto al vino, como el título hacía esperar: en todo caso, como dice otra crítica, te hace pensar en él como forma de poder acabar de verla… Mi impresión es que se perdió desde el principio en caminos secundarios y se pasó el resto de las más de dos horas dando vueltas. Pobre Hauer.