La Laguna Negra
Sinopsis de la película
En un pueblo de la serranía de Urbión, los hermanos Juan y Martín, movidos por la codicia e instigados por Candelas, la mujer de Martín, asesinan a su padre y hunden el cuerpo en la Laguna Negra. En el pueblo lo dan por desaparecido. A partir de entonces, pesará una maldición sobre sus tierras y sobre sus vidas. Historia inspirada en el poema de Antonio Machado La tierra de Alvargonzález , incluido en el libro Campos de Castilla (1912).
Detalles de la película
- Titulo Original: La Laguna Negra
- Año: 1952
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
6.5
74 valoraciones en total
Adaptación para la pantalla grande de un poema de Antonio Machado, (La tierra de Alvargonzalez), incluido en la que está considerada su mejor obra, Campos de Castilla, (deslumbrante , sobrecogedora y certera descripción de las gentes y los paisajes de una árida Castilla), y dirigida por Arturo Ruiz Castillo, nos cuenta, las sospechas que embargan a los vecinos de un pueblo de la Castilla profunda, ante la desaparición de un vecino, el cual, como se nos muestra al comienzo de la película, ha sido asesinado y arrojado a la laguna por sus dos hijos, uno de los cuales se nos muestra reconcomido por la culpa, llegando a oír a través del viento, la voz del padre recriminándole el crimen, sospechas que en un principio apuntan a un mendigo al que descubren con el reloj del padre, y que este se había encontrado en el lugar del crimen.
Magnífica película, que a través de la minuciosa disección de los personajes y sus motivaciones, acompañadas por los notablemente retratados exteriores, (la laguna negra se nos muestra amenazadora, transmitiendo inquietud en su notable fotografía en blanco y negro), y utilizando una mezcla de expresionismo y neorrealismo, hace un fiel retrato de esa Castilla y sus gentes, que tan bien nos describió Machado, y en la que destaca entre la pléyade de magníficos actores, un sobrecogedor Tomas Blanco, en el papel del hijo abrumado por el peso de la culpa.
Absolutamente recomendable.
La cinta se nutre de la terrible situación con la que arranca. Unos hijos asesinando al padre para quedarse con sus bienes. Interesa por ver cómo se comporta la familia para sobrellevar un pecado tan horrendo. Las interpretaciones son toda fuerza y entrega, los textos sencillos, como corresponden a la naturaleza de los personajes, pero contundentes en cada frase, ahorrando en charlas. Atrapa y no aburre por el desfile continuo de situaciones límite y siempre de gran carga dramática. Hay alguna cosilla que hace torcer el gesto y que provoca cierto recelo. Parecen más bien concesiones y descuidos del director. Sea, estando en la España profunda de la época, las mujeres jóvenes de la familia lucen cejas depiladas y pintadas, la iluminación interior de la casa, de cera y candil, alumbra como si fuera un escenario, la muerte del bebé, más terrible aún que la del padre, se asume con cierto desenfado y, sin extenderme más, el personaje del juez, hombre de leyes, conocedor del latín, se expresa como un alcalde llano y campechano de pocos estudios. Alguna otra cosilla hay, pero en conjunto se trata de un buen trabajo que resulta interesante de ver.
Cada Historia de cada cinematografía tiene estas cosas: la de no haber valorado en su justa medida el trabajo de algunos de sus profesionales. Tal es el caso del director Arturo Ruiz Castillo dentro de la nuestra, en la que ha pasado a la posteridad por ser el director de uno de los títulos más marcadamente panfletarios del triunfo del Régimen, El santuario no se rinde (1949), visiblemente uno de los mejores títulos patrióticos del momento y también uno de los más insólitos, pues se aprecian en él no pocos rasgos invitando a la reconciliación entre el bando nacional y el republicano. No hay que olvidar que Ruiz Castillo fue el co-fundador en 1932 del grupo teatral universitario La Barraca junto a Federico García Lorca. Pero no estamos aquí para hablar de esta película de ambiente bélico (aunque tampoco la descartamos para futuras entregas de esta sección bien llamada El Cine que nos parió ), sino para referirnos a uno de los títulos más desconocidos ya no sólo de su autor, sino también del Cine Español en toda su historia: La Laguna Negra (1952).
Basada en el negrísimo poema que incluyera Antonio Machado en su obra magna Campos de Castilla y que llevaba por título La tierra de Alvargonzález , en el que a lo largo de 712 versos contaba el poeta la leyenda de una familia labriega en la provincia de Soria, en un pueblo de la serranía de Urbión, en la cual los hermanos Juan y Martín, movidos por la codicia e instigados por Candelas, la mujer de Martín, asesinan a su padre y hunden el cuerpo en la Laguna Negra. Sin embargo, dándose al muerto por desaparecido, los ambiciosos hijos de Alvargonzález no podrán cobrar la herencia codiciada hasta que no se confirme la muerte, lo que pondrá a ambos en una peligrosa y difícil situación: ¿aguantar treinta años hasta que se le pueda dar a efectos legales a su padre como fallecido o sacar el cuerpo de la laguna poniendo con ello en entredicho su inocencia?
Estamos ante un sólido y áspero drama de constringente ambientación que nos muestra, sin concesiones, con un tono eminentemente rudo y cruel, la enraizada y sutil paranoia que habita en una España terroríficamente profunda, donde tras un acto de vergonzosa brutalidad asaltan a sus primarios protagonistas el remordimiento de la culpa y la sinrazón, llevando consigo un cauto acercamiento a la locura surgida de la barbarie, con no pocas reminiscencias bíblicas en su base. Ruiz Castillo acierta en pleno al mantener en su adaptación cinematográfica el tono lúgubre y sobrio del poema original, reforzado por el predominio narrativo otorgado al desasosiego tensional que va minando y pudriendo el ánimo de uno de los hermanos protagonistas (Juan), eficazmente contrapuesto a la pérfida e insidiosa presión que ejerce sobre ellos la figura dominante de Candelas. Es en este continuo tira y afloja donde reside el germen del excelente clima enriscado y pernicioso que caracteriza toda la puesta en escena de La Laguna Negra, una película a la que si bien podríamos reprocharle algunas línea de diálogo en exceso melodramáticas, también es conveniente reconocerle su dinamismo narrativo (su guión no se anda con rodeos ni incorpora más tramas secundarias de las necesarias para hacer avanzar la historia hacia el trágico desenlace) y su sequedad formal, ésta última reforzada por un expresivo trabajo fotográfico en blanco y negro que refuerza la atrocidad de la historia, con un tratamiento de las sombras que la acerca, por momentos, a las constantes estilísticas del género fantástico.
Pero todo esto se queda en meros elementos ornamentales de una película que tiene su principal fuerte en confiarse a un espléndido y minucioso dibujo de sus personajes principales y, sobre todo, de sus motivaciones. Puede que a nuestros ojos del siglo XXI todos ellos puedan resultarnos en cierta medida tópicos, pero lo que no admite discusión alguna es que, durante el visionado de La Laguna Negra todos ellos adquieren una potente e inquietante verdad, de lo que tienen bastante culpa el magnífico plantel de actores encargados de darles vida. Los hermanos parricidas toman los rostros de un maravillosamente brusco y agrio José María Lado y de un sobrecogedor y perfecto Tomás Blanco, mientras una soberbia Maruchi Fresno se alza a los pocos minutos de su aparición en lo mejor de la película con diferencia, dando forma a la ambiciosa Candelas de manera noqueantemente grave y opresora. En el lado opuesto, la gran actriz teatral María Jesús Valdés revestía de ternura y compasión su apresado y sumiso personaje, significativamente, el último que llevó a cabo para la gran pantalla, abandonando ésta por el teatro a partir de ese año y, más tarde, abandonando el teatro para dedicarse a la vida familiar tras contraer matrimonio con Vicente Gil, médico personal del Caudillo. Con papeles secundarios para las inolvidables hermanas Irene Caba Alba y Julia Caba Alba, La Laguna Negra también supone encontrarse con los trabajos de unos todavía jóvenes José Bódalo y Fernando Rey, especializado ya en apuestos caballeros de severa e intachable rectitud moral.
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Está claro que ahora se filma en color y con unos personajes un poco menos melodramáticos. Pero la ambientación está bien lograda, sin recrearse en los fáciles tópicos rurales. La tensión dramática tiene un ritmo actual. Y todo el conjunto mantiene al espectador mascando la tragedia, sin adivinar cómo terminará exactamente.
El argumento es una versión muy libre del conocido poema de Antonio Machado La Tierra de Alvargonzález . Aunque se sobrepasa en muchos pormenores peliculeros la austeridad del poema castellano, pero sin embargo se mantiene perfectamente el clima sobrio y pasional de la España profunda cantada por el poeta.
En cuanto a los exteriores rodados, es una pena que la famosa Laguna Negra se convierta en esta película en una simple charca grande fácilmente sondeable. Es cierto que en el año 1952 todavía no se había construido una carretera de acceso a este paraje natural para poder transportar sin dificultad las cámaras y demás trastos de filmación. Pero se echa de menos en la pantalla la visión majestuosa de los murallones verticales que rodean esta laguna sin fondo de los Picos de Urbión.