La jungla interior
Sinopsis de la película
Antes de emprender una larga expedición científica por el Pacífico, Juan lleva a su novia Gala al pueblo donde transcurrió su infancia. Durante la visita, la pareja habla de planes de futuro y afloran profundas diferencias. Cinco meses después, cuando Juan regresa a casa, descubre que su vida está a punto de cambiar para siempre
Detalles de la película
- Titulo Original: La jungla interior
- Año: 2013
- Duración: 75
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Opinión de la crítica
Película
5.8
20 valoraciones en total
He vivido una experiencia alucinante viendo esta pequeña joya. La obra de arte más valiente, arriesgada y poética que he contemplado en años. No hay trinchera estética ni búnker emocional que soporte semejante carga de profundidad.
Durante los primeros pasajes sentí cierta desorientación, la verdad. No hay asidero al que agarrarse. Temí que se tratara de otra impostura pretenciosa de las que me trago a pares. Pornografía estilizada. Pero tarde o temprano te desarma, entiendes que la brújula no funcione en esa jungla en la que penetra de forma implacable, la de los conflictos de pareja, la de las guerras no tan lejanas, la de los ritos ancestrales. La de los tabúes.
Muestra un amor frenético al propio cine que no se diluye en simples guiños o citas (renuncia a ellas), sino que escarba y desentierra con la cámara (en un sentido físico, literal, como si la cámara fuera una pala), las pulsiones primarias de sus personajes y del propio acto de filmar. La actriz/personaje principal, violinista en la vida real que debuta frente a la cámara, pone en pie un trabajo indescriptible. Su entrega no puede traducirse en palabras.
Un viaje no apto para almas lánguidas, moralistas reaccionarios de cualquier signo político ni cinéfilos pseudo-intelectuales. Abróchense los cinturones, amplíen el horizonte de expectativas y destierren cualquier idea preconcebida de hasta qué punto la vida y el cine pueden rozarse, contagiarse y follarse mutuamente, y de una forma bellísima, barroca, inesperada… Deslumbrante. Menuda ópera prima. Reserven varios días para la digestión.
Es de agradecer que gentes como el productor y director Luis Miñarro se gasten sus dineros y energías en producir cine de autor, alternativo, experimental o como quiera definirse ese cine alejado de los circuitos comerciales que trasciende las normas o juega con ellas. Un cine minoritario pero no por ello menor, si acaso todo lo contrario, como exponente de la grandeza del cine en todas sus facetas. Así gentes como un servidor pueden disfrutar con lo último de Pixar, el Terminator de turno, o cualquier otra manifestación cinematográfica del género que sea que me emocione de alguna manera. Solo hay que saber que es lo que se va a ver y elegir el momento anímico adecuado para ello.
Bienvenido pues este poema tan personal y descarnado de Juan Barrero que se pone en primera fila con su pareja ante nosotros para mirar con su prisma aquello que le preocupa, que le intriga, que le interesa, que teme y que ama y jugar con esa mirada imperfecta, subjetiva, para enseñárlo y compartirlo. Un conglomerado de momentos y sensaciones que pueden cautivarnos y aburrirnos a partes iguales pero que no nos dejará indiferentes. Comentaba recientemente Oliver Laxe a tenor del éxito de su película Lo que arde , que hay películas que no hay que entender, ni encasillar en una narrativa convencional de corte literario, sino dejarse llevar por la marea de sus imágenes y sentir o no sentir, allá cada cual. (Esto último lo digo yo).
cineziete.wordpress.com
Es una mezcla entre un documental de la primera de los años 90 y los vídeos del gafapasta de turno que cree que fotografiar un escarabajo muerto es arte.
La mayor mierda que he visto en mi vida, no sé que ha sido peor, si ver como un arbusto le hace una paja a un pene, o tener que soportar 15 minutos de vídeo de una imagen desenfocada mientras la protagonista llora.
La guinda del pastel es el final, donde te dejan traumatizada con un parto real en la gran pantalla.
Tiene la misma trama que la revista de Jara y Sedal.
He sido casi capaz de experimentar físicamente como el director de la película se cagaba en mi boca mientras luchaba por encontrarle sentido a semejante porquería.
LO MEJOR: sólo dura 65 minutos.
LO PEOR: he pagado por verla.
Interesantísima película que establece dos claros paralelismos con los que juega el director: la búsqueda por parte de Juan de una orquídea y de un mosquito (que viven en simbiosis) casi extinguidos en una isla del Pacífico, y la relación entre el propio Juan y su pareja, Gala. La película está totalmente narrada desde un punto de vista subjetivo, el de Juan, a través de cuyos ojos (para ser más exactos, del objetivo de su cámara) observamos tanto su búsqueda en la jungla del Pacífico como su propia jungla (su relación con Gala).
La orquídea en cuestión necesita del mosquito para ser fecundada, de la misma manera que Gala necesita a Juan para quedarse embarazada. Pero hete aquí que Juan no desea descendencia, y por ello Gala se autofecunda. Descubrimos que la orquídea ha sobrevivido sin la ayuda del insecto, del mismo modo que Gala queda embarazada sin la ayuda de Juan (en la controvertida escena de la masturbación y posterior autofecundación manual). Algunas personas se han escandalizado por las escenas erótico-sexuales del film, totalmente justificadas como acabo de explicar.
En esta película, el erotismo es disonante, no sugerente, algo que ha molestado a muchos. Al director no le interesa excitar: busca que el espectador comparta los ojos de Juan, y por ello continuamente vemos imágenes muy íntimas, muy naturales, compartimos protagonismo en esta relación (a través de la cámara de Juan) como si fuéramos un integrante más de la pareja. Pero esto muchos no lo han captado.
Una película en la que hay tres protagonistas: Gala, Juan y el espectador. Quien no se meta en la película y se quede sólo con las escenas sexuales (y para colmo, se escandalice con ellas) es que no se ha enterado de nada.
Pequeño beso de Judas. En una industria cinematográfica (la española, se entiende) con una aversión tan fuerte al riesgo, son pocas (poquísimas) las personas que merecen ser admirados por su valentía. Una de ellas es sin duda el productor Luis Miñarro. Pocos como él han apostado, en este territorio, y de forma tan decidida, por el cine de autor en su versión más desvergonzadamente radical. Pocos como él han entendido que en el circuito comercial de toda la vida (que para nada tiene por qué ser descartado), no termina la vida de una película, que ésta puede, pues, crecer en otros entornos que le sean más idóneos (hablamos de festivales, de plataformas digitales de exhibición…). El resultado de esta filosofía es una colección de filmes únicos (cuánto cuesta usar este calificativo aquí), cuya formidable heterogeneidad converge en un punto igualmente maravilloso: el de la celebración de un arte cuya libertad (en las formas, en la concepción y ejecución) es prácticamente absoluta.
Dicho esto… cada vez que en los títulos de crédito de inicio aparezca aquello de Luis Miñarro presenta, el espectador medio debería plantearse, muy seriamente, el poner pies en polvorosa. Básicamente porque lo que está a punto de ver tiene todos los números de haber estado hecho por y para mentes / conciencias / sensibilidades mucho más evolucionadas que la suya (que conste en acta, servidor se incluye entre los perjudicados). La jungla interior es un claro ejemplo de ello. De hecho, ya la propia escena de apertura nos da muchas pistas de por dónde irán los tiros. Por supuesto, a los mortales nos invade la tentación de descifrar, de la forma más racional posible (error), qué puñetas está pasando aquí. En la pantalla, unas imágenes de flora selvática acompañadas por una voz en off que, presumiblemente, nos habla en alemán. Lo que sí es seguro (benditos subtítulos) es que nos cuenta la historia del increíble hallazgo del mosquito y la orquídea, a manos de Charles Darwin.
Vale, definitivamente esto no es Herzog (o sí… o no… o yo qué sé), porque acto seguido la cámara ha vuelto a España (ya saben, el país del no-riesgo). Ahí una pareja emprende los preparativos para la que será la larga ausencia de uno de sus miembros. Él, Juan, deberá pasar unos cuantos meses alejado del dulce hogar. Le llama el deber, desde lo más hondo de la negra jungla. Antes, la feliz pareja irá al pueblo donde Juan pasó su infancia. Allí, aflorarán las memorias individuales, las compartidas y las diferencias que amenazan con poner fin al amor. La más importante de éstas últimas, como sucede en casi todo buen proyecto de familia, tiene sus raíces en la (in)conveniencia de tener hijos. Así de sencillo: Él tiene claro que no quiere, ella, Gala, tiene clarísimo que sí, que sin descendencia, esto de la vida (ya sea con o sin pareja) carece de sentido.
A partir de una premisa tan trillada como ésta, el director y guionista Juan Barrero no se arruga ante su condición de debutante y ensalza, más si cabe, el sello Luis Miñarro. Del primer al último fotograma, pasando por cada diálogo, elipsis, desarrollo conceptual y gesto corporal de los actores, La jungla interior es una salvaje reivindicación de lo único, de aquello que está orgullosísimamente alejado de todo lo que huela mínimamente a convención. Entre la ficción y el documental íntimo, la cámara parece que juguetee constantemente con un lenguaje (el cinematográfico, claro) que parece que esté ahí sólo para ser destruido. Puro miñarrismo, que en los momentos de máximo furor creativo, nos da imágenes potentísimas (esa inseminación vegetal, ese parto, suerte de versión muy nuestra del cine de Naomi Kawase) que al mismo tiempo conllevan un torrente de pensamientos relacionados con temas tan trascendentes como la memoria, el pasado, la familia y, a la postre (es decir, en la desembocadura) el nacimiento de la vida.
Cine sin lugar a dudas fértil, cargado de motivos para prestarle atención (qué menos), y aun así, tan antipáticamente inaccesible… Lástima. La nuestra, pues somos nosotros quienes tenemos que ponernos las pilas. La suya, ya que es la misión del cineasta el que su arte acabe acercándose a la audiencia. Porque al fin y al cabo la escasa convivencia histórica que hemos mantenido con esta manera de entender el séptimo arte, nos pone, nos guste o no, en cierta posición de inferioridad con respecto a esas propuestas que, precisamente por esto, corren el riesgo de ser mal interpretadas como una mera (e incomprensible) prueba de que lo exótico no tiene por qué estar reñido con lo doméstico. En esta línea, Juan Barrero tampoco parece excesivamente interesado en que el hecho de desmarcarse no se confunda con una torpeza que, analizada fríamente la sensación de -frustrante- desconcierto final con la que uno se queda al final del primer visionado, para nada debe ser descartada. El problema está en que la duda está más cerca de provocar reacciones alérgicas, más que invitar a segundos intentos.