La felicidad
Sinopsis de la película
François es un joven carpintero casado y con dos hijos. A pesar de que su vida conyugal con Thérese es placentera, cuando conoce a Emilie, no puede evitar sentirse atraído por ella y acaban teniendo una aventura. El verdadero problema es que no consigue aclararse con sus sentimientos: ama a su mujer y también a su amante, pero no sabe a cuál de las dos ama más.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le bonheur
- Año: 1965
- Duración: 76
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Opinión de la crítica
Película
7.3
81 valoraciones en total
Máxima representante femenina de la Nouvelle Vague , y una de las directoras más admiradas e influyentes de la cinematografía francesa, innovadora y experimental en el lenguaje cinematográfico, mucho más cercana ideológicamente a la orilla izquierda de la nouvelle vague o Rive Gauche, no sólo por sus posturas feministas y política de izquierda, sino por su cercanía a lo literario, el carácter realista y social de su trabajo audiovisual.
Agnés Varda junto a Jean- Luc Godard, son los últimos bastiones de la nueva ola , sus renovaciones en la semántica fílmica, abrieron un sinnúmero de posibilidades en la concepción de imagen, tiempo y montaje.
Aunque si bien esta no es su película más conocida o admirada, si tiene unos excelentes recursos visuales, no sólo en el montaje, fotografía y en los fundidos, donde juega y manifiesta con la capacidad del color y de los detalles. La experimentación y la fotografía (no hay que olvidar que Varda antes de cineasta, fue fotógrafa), son recursos que no sólo intervienen en los estético sino en lo conceptual y narrativo, muchas veces induciendo a los estados de ánimo de los personajes, de los cambios climáticos y de la manifestación de la felicidad, por medio de unas estampas en movimiento que se contraponen a la estructura dramática del filme.
Una historia de infidelidad, llevada a la idealización del amor y la felicidad del hombre, sin un tono moralista o aleccionador, sino más bien un cuento utópico donde el amor de un hombre por su mujer e hijos, es igual al que siente por la sensualidad de una nueva mujer, la felicidad como oda a la honestidad, a la pureza, a la sencillez.
Francois (Jean Claude Druot), un carpintero que se ha enamorado de una joven, que trabaja en el correo, sin embargo, ésto no cambia el amor que siente por sus hijos y esposa, más que dificultar su situación, lo lleva a un nivel absoluto de felicidad, una felicidad que está más allá de lo espiritual, un estado cercano a la pureza de los sentimientos.
Describir la historia de esta película es quitarle la esencia misma de su argumento, sin embargo es lo visual, lo que realmente destaca, desde su bella fotografía postal hasta los diversos encuadres y composiciones donde el color, los detalles y la simplificación de la imagen toman rumbos cercanos a lo artístico (videoarte), la cuidad fotografía de Jean Rabier y Claude Beausoleil, es una manifestación conceptual de la propia Varda, sus detalles en las escenas de amor entre Francois y Emilie (Marie France Boyer), los encuadres fotográficos, primerísimos planos, insertos y planos detalle que juegan en favor de la estética congujándose con la representación del color, que no sólo está en la puesta en escena sino en la estructura técnica o gramática visual del filme, donde los fundidos a diversos colores, representan o están sujetos a los cambios dramáticos del largometraje.
Primera película que veo de esta directora, de quien, aunque conocía su trabajo, sus planteamientos ideológicos, me frenaban para observar su obra, sin embargo, con este largometraje, encontré a una excelente directora, que no sólo sigue en la realización audiovisual, sino que aún sigue experimentado y desafiando los cánones del lenguaje cinematográfico, y no es una excepción tal planteamiento con esta película, donde la fotografía, con sus detalladas composiciones y alteraciones en la narrativa, encuadres, montaje y demás que se integran a una historia de amor, que va más allá de la moralidad, y que más bien se plantea como una respuesta a lo qué es el amor, sus trivialidades y cómo se veía al mundo en los años 60.
Zoom in: Premio extraordinario del jurado. Berlín Oso de Plata
Montaje Paralelo: Reconstrucción (2003) – Nouvelle Vague
Elaborado cuento moral, oda a la sensualidad, a la pureza, de una irrealidad consciente. Su protagonista es un hombre simple en el sentido más elevado de la palabra, sin vueltas, que dice siempre la verdad y actua conforme a lo que siente sin ser consciente de las consecuencias de sus actos y ajeno a todo sentido de la culpa. Arquetipo de pureza, como puros son los colores sin mezcla que desfilan en la pantalla, el reflejo panteista de la naturaleza y los actos cotidianos que se nos muestran con detalle. Difícil de entender si se contempla desde una conciencia moral judeocristiana, hay que verla despojándose de la ética y la educación aprendida, como si se acabara de nacer.
Confieso mi debilidad por la habilidad de cirujana de Agnès Varda y esa capacidad para clavar una punzante ironía sin alterar el gesto. Comencemos por el argumento. La historia es simple y casi un cliché: un matrimonio estable y feliz ve su futuro amenazado en el momento en el que el marido protagonista, carpintero como el bíblico José, decide incluir en su vida la presencia de una amante.
La apuesta de Varda es osada ya desde el comienzo, al proponernos una historia cuyo conflicto se demora y que, cuando llega, ni siquiera genera un efecto problemático directo. Ya se sabe que no hay narración sin problema, ni cine sin puntos de giro. Aquí, Varda se hace esperar, nos hace des-esperar en un territorio que, paradójicamente, es el de una felicidad fácil, plana, monocorde, falsa hasta la angustia. Uno está ahí sentado preguntándose qué demonios significa tanto picnic y plenitud de postalita hasta que empieza a darse cuenta de que los seres que están en la pantalla están esforzándose por seguir los dictados de esa ficción social llamada felicidad .
En Le bonheur , la directora se dedica a lanzarnos una turbamulta de postales de felicidad familiar para a continuación dejarnos entrever su impostación. Recuérdese que la felicidad a que obedece el título es la de la mediana burguesía. La familia protagonista no pertenece en propiedad ni a la clase feliz ni a su modelo, pero lo incorpora como parte de su vida. Junto a la música de Mozart, colorines, sonrisas, y al lado de la cursilería buscada, Varda ubica diversos universos ficcionales: referencias al cine, anuncios comerciales, etc. Se trata de exhibir la mentira social, que impone códigos y de contrastar dos ficciones: la de la familia feliz, de los productos de moda. Así, por ejemplo, la pareja protagonista replica la escena de una película que aparece en televisión, la esposa se afana por parecerse a Moreau o Bardot, los membretes de negocios apuntan hacia la tentación o la confianza. El bombardeo es total y pasa casi desapercibido. En cierto modo, parece como si los personajes, como maniquíes, fueran llevados a actuar sin conciencia siguiendo el dictado de la publicidad.
En última instancia, lo que vemos en esta película es el mundo obedeciendo inconscientemente al arte, o mejor dicho a las imágenes comerciales burguesas. Es la vida creyendo una mentira. El ejemplo de esta falta de espíritu crítico está personalizada en el esposo Lo más desconcertante de él no es que se lance a una aventura, sino su deseo de naturalizar la ficción e imponer en el marco social del matrimonio la inclusión de su amante. El todo vale sesentero da un marco perfecto para la frivolidad más aparente.
Como es de esperar, al final de la cinta la propuesta machista no funciona, de mantener familia, amante y honestidad. Deja en el camino su esperada víctima. Sin embargo, a pesar del giro trágico del último acto, que prefiero dejar en el aire, lo más impactante no es la muerte de alguno de los personajes tanto como su posibilidad de recambio sin problemas. La despersonalización a que lleva el orden familiar es tal que un personaje muere y otro aparece y la estructura se mantiene, sin cambios. La tragedia mayor es que en este mundo de mentira ni siquiera hay espacio para la tragedia, porque eso sería darle carne a ese inmenso anuncio comercial llamado familia en el que muchos viven. La ficción devora el alma, la felicidad burguesa ha aniquilado la individualidad.
No es casual que la banda sonora haga honor al estilo galante del XVIII, ese siglo de pinturas rococó a lo Watteau o Fragonard, donde la gravedad barroca no existía, donde todo fingía ser joven, natural y nuevo. De ahí que los personajes nos parezcan estúpidos, cínicos, ingenuos o banales. Son el producto de un mundo mercantil, la réplica de un original cuyo origen es el mercado. Los años 60 son un nuevo rococó, parece decirnos Varda.
Para quien no sepa leer entre líneas la cinta, la película parecerá superficial. A mí, por el contrario, me ha dejado la aguja clavada de una punzante crítica ya que es esa superficie sin profundidad en la que hoy vivimos. Algunos la llaman Facebook. En ellas ponen fotos de colores con picnics, amigos y familias perfectas. No sé si les suena.
Muy bella película, bellas mujeres, niños. Un personaje masculino utopista, que cree que puede involucrar a su joven esposa en una especie de relación de tres. Quiere inventar nuevas reglas, pero las reglas son culturales, cuidado. En todo caso, como buen utopista, es insensible a lo real, no siente culpa.
La felicidad puede ser describir un momento
Mostrarlo en detalles
Elegir el instante y el elemento
La felicidad puede ser describir sensaciones
Encadenar los fragmentos
Con colores en fugaces transiciones
La felicidad puede ser mostrar el amor
Desgarrarlo y dividirlo
Equipararlo al infinito dolor
La felicidad puede ser lo que tarda
Cleo de 5 a 7
O ver La felicidad de Agnès Varda