La estación de la bruja
Sinopsis de la película
Un ama de casa se introduce en el mundo de las artes satánicas al apuntarse a una asociación de mujeres del vecindario que se dedica a la magia negra. Tras tener un affaire con el amante de su hija adolescente, una demoníaca criatura comienza a acosarla sexualmente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Hungry Wives (Season of the Witch)
- Año: 1972
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
4.4
70 valoraciones en total
Todavía no enmarcado en la série de películas de zombis que le han sellado como uno de los grandes especialistas en su género, George A. Romero prefería remover otros terrenos como la radiación (The Crazies, 1973) o el vampirismo (Martin, 1976) y ésta anterior Season Of the Witch (1972) en que trata el tema de la brujería en el mundo contemporáneo situando su historia en una aposentada comunidad de vecinos en algún lugar del Noreste de Estados Unidos. Allí vive una mujer casada con un trabajador agente de una compañía de seguros con quien tienen una hija en edad universitaria. Como madre y esposa se siente presa de esa vida familiar que ha formado como igualmente le aburren las reuniones sociales con las otras vecinas. Una continua prolongación de pesadillas en las que un misterioso brujo enmascarado la acecha constantemente por la noche hasta llegar a su dormitorio, la harán adentrarse en el mundo de la brujería con un práctico libro de instrucciones que la distraerá de la mundanal monotonía.
La Estación de la Bruja es de lo más extraño y olvidado (y prefiero ahorrarme olvidable) que George A. Romero, todavía no consolidado, estrenó en su momento. A pesar de que podía haber estado de lo más inspirado, mientras su maquillador Tom Savini era testigo de los cadáveres y heridos barridos en la lejana Guerra de Vietnam, el realizador de La Noche de los Muertos Vivientes (1968) diseccionaba los cadáveres andantes de una sociedad tan cerrada y conservadora como se mostraba en algunos puntos influyentes de un país engañado por Nixon y el conservadurismo religioso que no aceptaba las reglas libertarias de la extinta Primavera Hippie de las Flores. Pero Romero no aprovechó bien la ocasión y su film, que crea una cierta atmósfera de horror psicológico, no está ni siquiera a la altura de otras de sus cintas menores antes mencionadas en el primer parágrafo. Aunque no se le niega el acierto de ofrecernos una inquietante puesta de zooms (su acertado inicio es de lo más bizarro) pero la conclusión (con alusiones directas a La Semilla del Diablo de Roman Polanski) es la de haber apreciado un aburridísimo video casero que, si se le hubiera añadido un toque de humor, llevaría la firma de John Waters.
Brillante aportación musical del cantautor escocés Donovan con Season of the Wich, todo un temazo donde los haya.
Por muy acida, resultona y mordaz que sea la onírica escena inicial, la verdad es que esta historia que utiliza el siempre atractivo toque brujeril contemporáneo para hacer un voluntarioso retrato de la mujer de la época (sección maduritas), con casa en zona residencial, hija con la que tiene conflictos generacionales, marido currante que no la atiende como ella considera que se merece y coqueteos brujeriles para vencer el aburrimiento y la tontería que transmite, pese a algún que otro toque de humor negro y/o sexual, tipo Mrs. Robinson, la cancioncita de Donovan que da lugar al título ( Season of the Witch , por cierto latiguillo también empleado en Halloween III) y estar firmada por George A. Romero, resulta muy, pero que muy dura de digerir hasta para los mas aplicados estudiosos de la filmografía de Romero (tras La noche de los muerto vivientes 1968, se le ve muy concienciado con la temática femenina en esta que nos ocupa y Theres Always Vanilla 1971).
En resumen, voluntariosa mirada a determinados problemas femeninos rodada en una época marcada por La semilla del diablo 1968 y El graduado 1967, técnicamente paupérrima, con unos actores que cumplen (no es poco) y que de terror no tiene nada (lo poco que pudiera haber por ahí, queda anulado por un rision con máscara de goma que asoma la gaita) o casi nada (un pelín al final en la que aparece el toque Romero), muy de debajo de la también con una atmosfera parecida The Stepford Wives 1975.
En Martin, George A. Romero se aproximaba a una icónica figura del terror (el vampiro) para despojarla de las claves fundamentales que habían cimentado su mitificación. El objetivo era encontrar la raíz de la que surgía el mito para penetrar en la realidad más inquietante del mismo, desvinculado, por fin, del sostén de lo fantástico. Lo que un servidor desconocía es que este incomprendido esfuerzo romeriano tenía un precedente más o menos claro en esta (de nuevo incomprendida) La estación de la bruja, donde el objeto llevado a examen es la bruja del título, mediante una formulación de discurso que casi la convierte en símbolo de sexualidad liberada frente al corsé en que se ahogan -metafóricamente- el resto de mujeres. ¿Quiénes son verdaderamente las brujas?
Así, Romero vuelve a estudiar las fronteras fantásticas de lo real (o vicevesa) para demostrarnos que la carne de la fantasía es la misma que conforma la realidad, o que todos los monstruos están en nuestra cabeza. Es decir, vuelve a confirmar que el verdadero generador de miedos es el propio ser humano, y que estos miedos nacen al amparo de nuestra debildad en tanto que individuos integrantes de una determinada sociedad, con leyes, ritos y convenciones que, en ocasiones, refrenan nuestra parte más íntima y honesta, alienándonos.
La estación de la bruja no es tanto una película de terror como una reflexión sobre la represión sexual de la sociedad burguesa de los primeros setenta, con el rebufo aún en el ambiente de mayo del 68. Generalizando, sobre cualquier tipo de represión inducida por los mecanismos del decoro que promulgan algunos estamentos de la sociedad (clase media-alta, etc.). Su estilo feísta transmite todo esto jugando a ensuciar el fotograma, aportando al filme un tono de ensoñación onírica hiperrealista que incomoda y desconcierta, en la línea de The Crazies.
El resultado queda lejos de la pefección, pero supone un atrevido y raro ejercicio de terror de guerrilla que, subvirtiendo los códigos del género, logra transformarse en crítica social y en parábola fantástica del miedo al deseo, cuya existencia brotará, sin el asomo de la culpa, en el consentido y seguro terreno de la fantasía.
Lo mejor: contemplar el terror psicológico como único terror posible.
Lo peor: su autoconsciente fealdad compositiva echará para atrás a más de uno.
Uno lee George A. Romero y piensa, mola, cine de terror que seguro que tendrá su aquél.
Pero no, todo lo contrario.
La película es lenta y lo peor, aburrida. Uno tiene la sensación de que no pasa nada pero por destacar alguna virtud de la película solo se me ocurre una y terapéutica: ver la película es una invitación instantánea al sueño. El visionado de La estación de la bruja es sinónimo de sueño y además profundo.
Definiría esta película como un acercamiento desde la perspectiva de un director de género a una problemática muy en boga a finales de los 60 y principios de los 70: la rigidez de las convenciones de la vida burguesa, la situación de la mujer y, en fin, la ausencia de libertad. Este tema fue tratado por muchos otros, influenciados obviamente por las corrientes de izquierda, el movimiento hippie, de liberación sexual, etc., pero como digo, tenemos aquí el personal acercamiento de Romero, que lo trata con sus elementos típicos, tratando de encontrar el lenguaje en el que se siente cómodo, que no puede ser otro que el terror. Por muy extravagante que resulte la idea, en mi opinión el director ha conseguido salir airoso del reto.