La espada del mal
Sinopsis de la película
El samurái Ryonosuke siente una insana fascinación por el poder mortal de su katana y va por la vida acumulando cadáveres, con o sin motivo. Eventualmente lo contratan como mercenario, pero incluso cuando está sin trabajo, no tiene inconveniente alguno en matar por puro placer.
Detalles de la película
- Titulo Original: Dai-bosatsu tôge (Sword of Doom)
- Año: 1966
- Duración: 119
Opciones de descarga disponibles
Si deseas puedes descargar una copia la película en formato 4K y HD. A continuación te citamos un listado de opciones de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
7.3
25 valoraciones en total
Hoy he visto esta película de samuráis, la primera que veo de Okamoto, y la enésima de samuráis en general. La verdad es que me atrajo dos cosas de esta película: el reparto y los tajos gratuítos.
Tatsuya Nakadai está perfecto en el papel del samurai psicópata que no tiene nada que ver los protagonistas de películas como Los 7 Samuráis o Harakiri (hablo de protagonistas). Le acompaña un lujazo de secundario: Toshiro Mifune, que aunque al principio parece que no se va a comer un rosco, también se pone morao a repartir tajos. Tiene algunas metáforas que… bueno, la del molino tiene su gracia, pero el objetivo de la película no parece ir por ahí como otros muchos clásicos japoneses, se nota que, aunque aparecen referencias filosóficas, va buscando tajar, lo que se agradece (a los que nos gusta o lo conocemos al menos, que ya es mucho pedir).
A mi me ha gustado bastante, es una peli peculiar, muy interesante, bastante entretenida y que lo flipas con las coreografías y los chorros de sangre. La incluyo entre mis tres películas japonesas preferidas (sí, soy muy bestia).
La historia que cuenta La espada del mal ha sido retratada en muchas ocasiones dentro del género Chambara, lo que sin embargo me llama la atención de esta en particular es cómo el guión está armado de forma que mediante casualidades (o causalidades, váyase usted a saber) los personajes son empujados por una mano invisible que los conduce a un final casi irremediable. Hay sin embargo, un exceso de, llamémoslo, maestría con la espada en algunas escenas que restan credibilidad al conjunto.
La mirada de nuestro protagonista dice mucho de su tormento interior, siempre puesta en un rincón impreciso, es una de esas miradas perdidas que no pueden pasar inadvertida para el espectador. Incluso cuando tiene entre sus manos su temible katana, cuando está en pleno combate, esa mirada que algunos no sin razón opinan que está puesta en el infinito, denota que este hombre está condenadamente poseído por el mal.
Me ha encantado la presencia del desdichado samurái protagonizado por Tatsuya Nakadai, un hombre definido por la mala sombra que arrastra y por el reguero de cadáveres que deja tras de sí. Se trata de un personaje abrumado por su propio carácter, consciente de su propia condición, nacido para meterle katanazos a cuantos se le antoje. No es de extrañar que la palabra nihilista aparezca en las sabias opiniones de quienes han dicho la suya respecto a La espada del mal , yo haré lo mismo, porque este hombre a través de su katana pone punto y final a la vida, la niega y la pisotea.
Sin embargo, no todo es bueno en La espada del mal . Personalmente he echado de menos más minutos de Toshiro Mifune, aunque interviene en una de las escenas más desatadas de la película, con una acción navajera a la altura. Pero sobre todo lo que más lamento es el problema que he tenido para seguir en ciertos momentos una trama de puro cine negro, entre nombres propios japoneses y sus parecidos físicos ha sido inevitable resbalarme en más de una ocasión. Aunque no ha sido grave, perderse nunca es agradable. Ello se deberá a que la he visto en VOSE, de otra manera seguramente sea más fácil disfrutarla. Pese a ello, en cuanto se desenvainan las espadas y los movimientos de unos y otros ocupan la pantalla, no hay duda de que se trata de una película excepcional en el género. Es fácil disfrutar de ella si se valoran sus aspectos estéticos que para mí, además de la acción, es algo indiscutible: aquí las katanas suponen un ingrediente precioso.
O el espadachín con cara infinita. Es decir, el Nakadai con cara de fumador de porros.
Aunque posiblemente, en el primer duelo me hubieran liquidado. Igualmente, cuando termino de ver una película de samuráis pienso lo mismo: Aunque posiblemente, en el primer duelo me hubieran liquidado.
Tengo que reconocer que no soy nada objetivo en el cine de samuráis. Ni en el de vaqueros. Ni en ninguno, vaya. Pero sobre todo en esos dos géneros que para mí siempre van cogidos de la mano. Cuando termino de ver un western siempre pienso:
Ejercicio de violencia desmedida, casi absurda, pero estilizada hasta convertirla en algo asombroso, realmente bello, poderosamente sensual, visualmente imperecedero. La imagen penetra, nunca oscila, siempre castiga, como la espada de Ryunosuke (Nakadai). Por eso perdono las burdas metáforas sexuales en el molino, y una narrativa muy deslavazada. Porque a la postre, quedan los milimétricos primeros planos, los sonidos de los pies, los planos generales con los cuerpos caídos entre hojas o copos de nieve, la maravillosa iluminación y el final. Si la técnica del samurái es tan importante en la historia, más aún deben ser los ángulos que la cámara de Okamoto usa para ello. ¡Cuan diferentes son tratados Nakadai y Mifune (Toranosuke) tras las lentes del director! La mirada de Nakadai, mientras observa a Mifune repartir estopa, es en sí, la mirada del espectador. El plano es limpio, los movimientos son gráciles. A pensar de la violencia, todo es sereno. Nada que ver cuando Nakadai coge el relevo. Aquí de sereno no hay ni los posos de las hojas del té.
Ahora, como película desligada al esbozo original, La espada del mal tiene muchísima más fuerza, y su riesgo es infinitamente superior. Aunque no fuera el planteamiento inicial del proyecto. Porque la espera que el espectador adquiere durante la trama, no se ve recompensada (dirán algunos), y nos queja la imagen congelada de Ryunosuke dispuesto a retomarla en una continuación que nunca llegó a producirse. Como película aislada, ese no duelo es una de las mayores alegrías que podemos encontrar. Porque es una tocada de cojones, porque Nakadai se carga a 75 samuráis el solito -sí, los he contado- y porque justo antes del fundido en negro, Nakadai hace una cosa maravillosa con sus ojos -lo que no haga este actor con la mirada es que no se puede hacer- me transmite el humo que lo rodea todo.
Setenta y cinco, he dicho. ¡La rehostia!
Clásica película sobre samuráis donde el honor, la venganza y la lucha entre la tradición y el progreso chocan irremediablemente.
Tatsuya Nakadai pone cara de psicópata mirando mucho rato al infinito y resulta creíble, pero más creíble resulta cuando saca la katana y se lía a dar estocadas, es tan crack el muchacho que con una suele bastar.
Y los niveles de molonidad suben hasta el cielo cuando se dedica a pelear en escenarios en los que ha caido una nevada y la sangre que producen sus cortes va manchando el blanco inmaculado (metáfora que por manida no pierde su capacidad de molar).