La escafandra y la mariposa
Sinopsis de la película
Se inspira en la novela La escafandra y la mariposa escrita por Jean Dominique Bauby a causa de un accidente (1995) que lo introdujo en el mundo del Locked in Syndrom (encerrado en sí mismo). Totalmente paralizado, sin poder comer, hablar, ni respirar sin asistencia, el antiguo redactor jefe de la revista Elle dicta letra por letra, moviendo sólo el párpado izquierdo, una especie de viaje inmóvil.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le scaphandre et le papillon (Diving Bell and the Butterfly)
- Año: 2007
- Duración: 112
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Opinión de la crítica
Película
7.4
48 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Agathe de La Fontaine
- Anne Alvaro
- Anne Consigny
- Azzedine Alaïa
- Emma de Caunes
- Emmanuelle Seigner
- Farida Khelfa
- Fiorella Campanella
- Franck Victor
- François Delaive
- Françoise Lebrun
- Gérard Watkins
- Isaach de Bankole
- Jean-Baptiste Mondino
- Jean-Philippe Ecoffey
- Jean-Pierre Cassel
- Laure de Clermont-Tonnerre
- Lenny Kravitz
- Marie-Josée Croze
- Marina Hands
- Mathieu Amalric
- Max von Sydow
- Michael Wincott
- Niels Arestrup
- Olatz Lopez Garmendia
- Patrick Chesnais
- Philippe Roux
- Talina Boyaci
- Zinedine Soualem
Yo estoy escribiendo esta crítica, con unas manos sanas en las que apenas pienso porque siempre me han respondido perfectamente. Bueno, exceptuando aquella ocasión en que, en febrero o marzo de 1987, me caí y me rompí el hueso de la mano derecha que va desde la muñeca hasta el nudillo en el que comienza el dedo meñique. Estuve tres semanas con la mano y todo el antebrazo escayolados hasta el codo. Fue una fractura limpia y de poca importancia, y sanó rápidamente. Durante esas semanas, tuve que arreglármelas con la mano izquierda y con la ayuda de otras personas para vestirme, ducharme y para todo lo que requiriese de ambas manos. No podía escribir (soy diestra), y tuve que prescindir durante ese tiempo de mi bicicleta. Aquella fue la única ocasión en la que experimenté la incomodidad de poseer una parte del cuerpo inutilizada. Sólo fueron tres semanas, pero cuando me quitaron la escayola tenía el brazo tan débil que me pasé horas moviéndolo para que recuperara su movilidad normal. Mis dedos, algo atrofiados por el prolongado encierro, respondían con exasperante lentitud y dificultad. Los ejercité hasta que dejó de costarme trabajo moverlos.
Y ahora estoy aquí, muevo la cabeza, respiro, trago la saliva, mis dedos se mueven velozmente por el teclado, hago movimientos voluntarios e involuntarios… Todo mi cuerpo responde obedientemente. Subo y bajo la escalera de mi casa, voy y vengo como quiero…
Toda esa maquinaria increíble que es nuestro cuerpo… A fuerza de costumbre, ignoramos que estamos hechos de puro milagro hecho carne. No apreciamos lo preciosos que son esos movimientos que hacemos con las manos. Ese movimiento de nuestro pecho haciendo circular el aire entre los pulmones y la atmósfera. Nuestros ojos moviéndose para que podamos mirar lo que nos interesa. Las piernas, que amplían nuestros horizontes, y que son el motor de nuestra autonomía física. La piel, fuente de innumerables sensaciones. Y ese mecanismo que nos permite hablar…
¿Cuándo fue la última vez que nos paramos a venerar esta máquina prodigiosa que contiene nuestra alma, todo lo que somos?
Jean Dominique Bauby se vio privado de golpe de todo eso que apenas valoramos. Se vio encerrado dentro de su propio cuerpo. Lo que antes había sido su puerta al mundo, se transformó en su cárcel.
La cárcel de su alma. La cárcel de sus pensamientos. La escafandra que le aislaba de lo que le rodeaba.
Tan sólo podía mover el ojo izquierdo. Ese ojo tenaz se erigió en su ventana de comunicación, su único medio para que el contacto entre su mente y el exterior no se rompiera definitivamente.
Por dentro seguía siendo el mismo. Un hombre de cuarenta y dos años lleno de vida, en plenitud de facultades intelectuales. El poder de su imaginación le permitía escapar a su encierro para volar donde quisiera. Como una mariposa caprichosa que revolotea impulsada por el viento.
Jean-Do es un famoso director de una revista francesa. Vive bien, tiene dinero, disfruta de sus hijos, de su jaguar recién comprado y se puede considerar en la cima de la vida y del éxito.
Un día cualquiera, un día común, sufre un ataque y queda postrado a una silla de ruedas, y su única manera de mostrarse a la sociedad es moviendo un párpado…
Con ese inicio de historia llega Schnabel y monta una película de casi dos horas. Dos horas de una historia terrible, durísima, sin concesiones a la galería, pero que al final, la propia vitalidad del protagonista, sus ganas de vivir y de morir, la hacen amena.
Tiene el gran acierto de estar rodada desde el punto de vista del personaje, porque Jean-Do tiene su mente clarísima, piensa, ve, pero no puede comunicarse. La interpretación de Amalric en ese personaje resulta fundamental, y mucho más vitalista de lo que en un principio pudiera pensarse.
Que nadie espere ver una secuela de maradentro , despertares o de el coleccionista de huesos , porque creo que va a más, no es una película cerrada, es imaginativa, aportando soluciones y escenas que la dinamizan. Preciosas las escenas de los glaciares descomponiéndose, los flash-backs que nos informan de la vida anterior del protagonista, de la rehabilitación y de los esfuerzos de médicos, enfermeras… en tratar de hacer la vida más agradable.
El reparto incluye a la exquisita Emmanuelle Seigner, a la Croze y a Max Von Sydow. Una aportación muy interesante del cine francés a una temática espinosa, de la que se sale muy airoso.
Mejor director en el Festival de Cannes
Película presentada en el festival de Toronto y Karlovy Vary
Sección Zabaltegi en el 55 Festival de cine de Donostia
Aquí el que escribe de vez en cuando le asalta la duda si no tendrá una cafetera o algo parecido en vez de corazón. Admito que no me es fácil entregarme así como así a las películas y emocionarme con ellas y la explicación a eso es que no todas las películas son tan maravillosas como La Escafandra y la Mariposa. Esta película de Schnabel es dueña de una sensibilidad enorme, tanto que consigue adentrarse en los recovecos de esa mente dolorida y trasladarnos esos posibles pensamientos a una pantalla de cine con una claridad magistral y convertir la película en una especie de experiencia sensorial. Nunca antes he visto un uso tan preciso del plano subjetivo, tanta coherencia y elegancia a la hora de relatar unas experiencias biográficas, de manera que los recuerdos y las fantasías aparecen y desaparecen con la mayor de las naturalidades. Se le nota tan libre y desenvuelta y su capacidad para hacerte partícipe de esa experiencia-viaje es tan grande que el conjunto está rebosante de fuerza y poderío, queda para la posteridad una obra conmovedora, profunda, apasionada y apasionante, rebosante de dolor… y de belleza. El contraste es tan fuerte que los momentos de las recuerdos y las imaginaciones tienen un aire casi épico, transmiten una grandeza que parecen que sean tuyos (¡y qué soberbia utilización de la banda sonora!).
Puede que, si te fijas, veas que en el fondo la película responde al arquetipo de película de superación personal que tanto gusta en los Oscars, no obstante está filmada y narrada con una pericia tan consistente y creativa que consigue hacer una gran película sacándola del terreno que tenía abonado, el de los melodramas, las melancolías sensibleras y recrear las imágenes de esta historia con generosidad, cuando lo más probable es que las manos de un director menos habilidoso hubiesen hecho una película muy estática y probablemente pesada (sí, te estoy mirando a ti, Isabel Coxiet). A parte de esa claridad a la hora de escenificar los recuerdos también ayuda el sorprendente sentido del humor que ataca cuando menos te lo esperas, que, sin llegar a frivolizar, también nos ayuda a comprender que nada, ni los momentos más duros, deben recibir un exagerado trato dramático y que nunca hay excusa para no imaginar. Para mí eso es sabiduría.
Fui al cine con las expectativas muy altas y, cosa rara, todas fueron saciadas. No recuerdo la última vez que me emocioné tanto en una sala de cine y que la sala estuviera medio vacía y a oscuras para que no me vieran lloriquear como una nena. Grandiosa de veras.
Para contar una historia como ésta sin caer en juicios baratos y melodramatismos inútiles se necesita mucho tacto, y Julian Schnabel ha demostrado tenerlo de sobra.
Y es que, buf, qué dura es esta película. Pero dura de verdad, a pesar de esos golpes de humor que surgen en los momentos menos esperados. Y es raro, porque a la vez deja una sensación de esperanza que pocas películas regalan, a pesar de contar algo que no deja concesión alguna para ello. No son pocas las escenas inolvidables pero lo realmente acojonante es el modo de contar la historia: valiéndose de una impecable fotografía de Janusz Kaminski y unas interpretaciones escalofriantes (amén de la mano de Schnabel) como principales armas, la película está narrada desde el punto de vista del protagonista, intercalando sus propios recuerdos y emociones y lejos de juicios inútiles.
Después de verla queda claro que por ejemplo Mar adentro (odiosa pero necesaria comparación), más allá de que me parezca una buena película, es para nenazas. Y la conclusión es que estamos ante una de las mejores películas no del año, sino de lo que llevamos de siglo… incluso a Chuck Norris le gustaría.
Más que verla, hay que dejarse ver por ella. Y temblar.
Con las letras más comunes del alfabeto, Jean-Dominique Bauby se comunica, a golpe de párpado, con el mundo exterior. Es esta, la única posibilidad que tiene este redactor jefe de una revista de modas para escapar de su escafandra.
Mathieu Amalric encarna con tacto y acierto a Bauby. Acompañado por un elenco de actores soberbios, que bajo la batuta de Schnabel, consiguen transmitirnos el aterrador momento por el que pasan. Mención especial para Max Von Sydow, que con su poco tiempo en pantalla consigue emocionar y a Anne Consigny, una actriz que ya consiguió descolocarme en No estoy hecho para ser amado y en El Extraño. Dulzura a raudales irradia esta mujer francesa de mirada franca e interpretaciones magistrales.
Es esta propuesta de Schnabel, un producto arriesgado, difícil de digerir. Con toques muy personales y con un sentido de la responsabilidad que se nota en cada fragmento. A mí, personalmente, no me entusiasma la fotografía. Entiendo las intenciones de Kaminski y Schnabel, pero me ponía algo nervioso tanto desenfoque y tanto juego de lentes. Quizá, al principio, podía verle utilidad. El despertar de una pesadilla, la confusión, el desequilibrio. Pero Kaminski (director de fotografía de Spielberg) continúa durante todo el metraje con ese juego de enfoque y desenfoque. Sin lógica alguna, pues ahora desenfoca el primer plano y luego distancias intermedias.
Quien se atreva a seguirme sabrá que no me gusta nada la voz en off. Pero he de reconocer que Julian Schnabel plantea un film donde la voz en off es motor principal para que la mariposa escape de su escafandra, y junto a la música de Paul Cantelon, nos arropa durante todo el metraje con gran acierto. Un ramillete de buenas canciones de grandes artistas completan las melodías de Cantelon.